Durante muchos años (varias generaciones humanas, en realidad) nos hemos acostumbrado a que la vida humana y la economía que nos sustenta hayan evolucionado a compás de su progresiva maquinización, con su masificación y uniformidad de la producción.. Llevamos todo ese tiempo acostumbrándonos a ver el cambio en la tecnología como el estado casi natural de las cosas, y los últimos años, incluso a un ritmo progresivamente acelerado.
Sin embargo, el propio cambio tecnológico está cambiando. Y cambiándose a sí mismo, cambiando nuestra vida a través de los cambios en la economía, en las instituciones, en el derecho, es decir, en cierta parte de las relaciones humanas. Volviendose sobre sí mismo, está afectando ahora sobre todo a la información, ese ubicuo concepto que lo abarca todo, el saber y su transmisión, la educación, la cualificación profesional y el trabajo, el manejo de datos masivos a escala antes inimaginable, las características de la propiedad de los medios productivos, que está pasando a ser cada vez en mayor medida propiedad intelectual, propiedad del saber, de los datos, de la creación, de los códigos, de los procedimientos. Esta propiedad, antes secundaria, y dejada en gran parte a cierta propagación gratuita, a ser en gran parte bienes comunes y públicos, aunque autolimitada su replicación y su acceso, se está privatizando a gran velocidad, paralelamente a la posibilidad tecnologica de su replicación infinita a coste casi cero, y como en el proceso de cercamiento de los campos comunales de otros siglos, se está produciendo una apropiación del común, tan depredadora como aquella, por parte de los que tienen el poder de hacerlo.
Como antaño en la propiedad de la tierra o de las fabricas, ahí es donde se juega en buena parte la servidumbre o la libertad del próximo futuro, la justicia o la opresión de las próximas generaciones, ya en parte de la nuestra.
Y no está claro que nos estemos enterando de ello...