Trasversales
Luis M. Sáenz

La fuga de Pinochet

Revista Trasversales número 4,  versión electrónica, otoño 2006




Hace ya mucho tiempo que no celebro personalmente la muerte de nadie. El trágico destino común de todo humano es demasiado doloroso como para celebrarlo. Y, políticamente, debo decir que lamento la muerto de Pinochet. Lo lamento porque quería que sus crímenes fuesen juzgados y condenados. Que la "Justicia" institución certificase aquello que la Justicia histórica reafirma una y otra vez: Pinochet fue y vivió como un delincuente, un asesino en masa, un ladrón. Un canalla, como canallas son todos aquellos que, de chaqueta y corbata, sotana o traje militar, le justifican y alaban.

Desgraciadamente, y como tantas veces ocurre, no ha habido Justicia. Justicia para sus víctimas, justicias para Chile. Es cierto que los esfuerzos de algunos activistas de derechos humanos, de algunos jueces y de algunos fiscales han conseguido incomodarle la vida. Pero no por ello ha dejado de ser en todo momento una vida de lujo y comodidad. Una vida muy larga, más de noventa años, una vida muy acomodada. Posiblemente el cabrón haya sido feliz haciendo lo que ha hecho.

No celebro su muerte ni brindo con champán. Vomito bilis sobre él y su recuerdo. Y espero que aún haya tiempo para que sean juzgados y condenados algunos de sus cómplices.
Sólo una satisfacción tengo en lo que a Pinochet se refiere: que ese torturador sin escrúpulos, esa basura, haya llegado a ver al frente de Chile a una de sus víctimas, mujer además.

Veo escenas de su funeral. ¡Cuántos curas! Claro, Pinochet no era homosexual,  no se ha divorciado, va a misa… un hombre muy decente para el Vaticano. Al fin y al cabo, haber matado a miles de personas, incluidos algunos curas disidentes, es pecado venial. Cortar, triturar, quemar, torturar, no es un pecado "de la carne"; gozar en libertad, sí lo es. Ellos se crían, ellos se juntan.

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