Trasversales
Belén Saiz

La esclavitud existe


Revista Trasversales, febrero 2006. Texto no publicado en revista papel.


Nos creemos habitualmente que, con todas sus insuficiencias e imperfecciones, vivimos en un Estado de derecho, en el que, aunque no estemos del todo a salvo de abusos o agresiones, también estamos lejos de que las pandillas de bandoleros secuestren habitualmente a cualquiera, o nos capturen para vendernos como esclavos en el mercado. Además, la esclavitud está prohibida ¿no es cierto? Y la policía vendrá en nuestra ayuda.
Sin embargo, es bastante cierto que vemos la realidad a través de los anteojos de nuestras ideas preconcebidas y de nuestro propio estatus y confortable seguridad. Uno puede leer doscientos libros escritos en el siglo XIX sin toparse con las multitudes paupérrimas de los barrios obreros o marginales de las ciudades. Uno puede leer quinientos libros escritos en el XIX o haber vivido muchos años en el XX sin comprender –sin querer comprender, ya ahora- que gran parte de la población, su mitad femenina, vivía –vive- expuesta continuamente a la intimidación, la violencia y la opresión legal y social. Ahora forma un dibujo coherente lo que antes eran retazos sin relación: un código legal por aquí,  un catálogo de chascarrillos venerables por allá, unos recortes en la prensa sobre el clásico “crimen pasional” de la página de sucesos, una doble y muy católica moral, el hecho sabido pero indigno del interés público de que sentarle la mano a la señora es una sana base para la vida doméstica, el silencio atronador y la ausencia de las mujeres en la vida pública...
Pues bien, en este momento, el tráfico de personas, la esclavitud, siguen existiendo.
En esta sociedad. Delante de nosotros. Afecta a cientos de miles de personas. Son extranjeros. No tienen papeles. A menudo no conocen el idioma, ni tienen amigos, o los que tienen están en la misma situación. No sirve de nada, aunque se atrevieran, llamar al 091. Son temporeros, peones, trabajadores de talleres clandestinos. Son sobre todo, mujeres prostituidas, carne para el tráfico sexual.
¿Y qué es lo que vemos? Retazos de ese dibujo, sueltos en la prensa, alguna redada, anuncios por palabras. El aumento de la prostitución ha sido exponencial. Ahora es un problema de orden público, pero el problema no son las personas afectadas, sino el espectáculo callejero. Ahora es un problema de “actividad económica que no paga impuestos” ni está regulada, con lo que la presunta solución es darle entrada en las estadísticas y censos fiscales a la profesión de traficante de personas y a los establecimientos donde venden su mercancía. Es una renovada oferta de ocio, para darle variedad a los fines de semana, y a excelente precio, desde luego. Es una pequeña parte del problema de la inmigración ilegal, a su vez un minúsculo problema en nuestras preocupaciones, comparado con el tremendo problema del Estatut...
Es el objeto de una polémica desenfocada entre presuntos defensores de “la moral tradicional” y presuntos defensores de “una moral liberal y no hipócrita”. Aunque los presuntos liberales siguen usando como insulto máximo “hijo de puta” y “trotacalles”, lo mismo que los católicos tradicionales, y por algún motivo no les gustaría que esas dignas ocupaciones laborales  formaran parte de la jornada laboral y obligaciones de sus hijas. Ni piensan poner sus habilidades y experiencia en ese ámbito en su currículo. Qué raro.
Somos españoles. Tenemos papeles. Tenemos amigos, subsidio de desempleo, familia. Podemos llamar a la policía. Lo más que nos puede pasar es formar parte de la legión de los “putos becarios” y sufrir chistes de becarias. Eso no va con nosotros. Este es un Estado de derecho.
Así que a mirar para otro lado, o a mirar para ese lado, concretamente a las páginas de anuncios por palabras, con la tranquilidad que da el saber que la esclavitud no existe y todo el mundo es legalmente libre.
O a pedir, llenos de unción liberal, que el “trabajo del sexo” sea como “otro trabajo cualquiera”, para regularizar y mejorar la condición de las mujeres prostituidas, anhelo en el que coinciden con el entusiasmo de los traficantes, que son en realidad los únicos cuyas actividades están sin legalizar del todo, aunque benévolamente toleradas. Sin pensar siquiera que dichas legítimas prestaciones sean exigidas como requisito para desempeñar el curro que los sedicentes liberales y su familia desempeñan o se busquen en el futuro. Eso dan por supuesto que no puede pasar, y que no van a tener que plantearse aceptar dicho trabajo, tan normal, cuando se lo ofrezcan en el INEM, o perder empleo y prestación de desempleo.
Y es que todavía hay clases, como decía mi abuela. Incluso todavía hay castas, al paso que vamos.