Trasversales
Víctor Alba

Los frutos de la izquierda

Revista Iniciativa Socialista (primera época de la actual revista Trasversales) , número 68, primavera 2003
Se reproducen las páginas finales del libro ¿Dónde está la izquierda? (Barcelona, Editorial Planeta, 1982)

Dossier Víctor Alba en Fundación Andreu Nin


Si la izquierda debe renovar su pensamiento partiendo de cero, si ha de descartar a cuantos son de derecha sin saberlo, si ha de democratizar y libertizar sus propias organizaciones, entonces, ¿para qué queremos la izquierda? ¿No sería mejor iniciar un movimiento nuevo, que no hubiera de librarse de todos esos pesos muertos?
La respuesta me parece simple: la izquierda, antes que un movimiento o una ideología, es una actitud, la inconformista. De ella surgen las organizaciones para expresarla. De ella derivan las ideologías para racionalizada. Aunque se quisiera, no podría renunciarse a este pasado. Una actitud es siempre, quiérase o no, una continuación, aunque haya que pensada partiendo de cero.
La actitud de izquierda, de inconformismo, ha sido fructífera. Lo que hace la vida vivible para los no privilegiados, lo que hoy permite esperar que será mejor en el futuro, se debe a la acción y al pensamiento de la izquierda en el pasado. La derecha, por definición, no cambia nada por propia iniciativa. La evolución de la sociedad es algo de lo que la izquierda no ha estado ausente.
Que no haya destruido sino sólo suavizado la explotación del hombre por el hombre; que no haya hecho imposible, sino sólo más difícil, la opresión de pueblos e individuos, no significa que la izquierda, el inconformismo, haya fracasado. Conviene señalar los éxitos de la izquierda, desde la enseñanza pública hasta el servicio militar obligatorio, desde el sufragio universal hasta el divorcio y la igualdad legal de los sexos, desde la idea de libertad a la de igualdad, desde los derechos humanos al concepto de pleno empleo, desde la idea de soberanía popular a la de autodeterminación, desde la autogestión a la socialización, porque en la balanza de la historia pesan mucho más que sus fracasos. Conviene destacarlo precisamente cuando es evidente la necesidad de una renovación desde los fundamentos, porque sin la confianza que da tener un pasado fructífero, acaso la renovación no pasara de un revoque de fachada. Con ese pasado detrás, con los problemas del presente delante, con las posibilidades que uno y otros abren, ¿qué inconformista puede sentirse vacilante, tímido o dudar de sí mismo?
Que lo conseguido no haya sido todo lo que se quería significa que queda mucho por hacer, y, por tanto, que la izquierda es necesaria. Que haya habido éxitos y fracasos significa que la acción de la izquierda no se halla escrita en las estrellas o los dogmas, que es resultado de la voluntad de los hombres y no está predeterminada por la historia.
La vida es, a la vez, más fácil y más difícil que en el pasado, los problemas, más angustiosos, y los medios de resolverlos, más complejos. La acción de la izquierda es, pues, más estimulante. Podemos mirar hacia atrás y decirnos: ¡Cuánto se ha hecho! Y creando  el porvenir podemos exclamar ¡Cuánto queda por hacer!

Una empresa sin fin
Si queda tanto por hacer, si hay que pensar desechando mitos, fetiches, clichés e hipotecas ideológicas, si se han de buscar soluciones a problemas creados por otros (los capitalistas), si se han de crear los anticuerpos del virus totalitario de que la izquierda es portadora (como cualquier movimiento político) y del de las tendencias oligárquicas (como en cualquier organización), si se ha de rechazar a quienes, disfrazados de izquierda, actúan como derecha, y se han de establecer normas éticas que fijen límites a lo que se puede hacer y señalen lo que no se ha de hacer, por beneficioso que parezca, y si nada de esto es cosa de coser y cantar y todo entraña riesgos, incomodidades y sacrificios, entonces, ¿Por qué emprender este camino? Si ser de izquierdas exige pasar por todas estas pruebas, ¿quién se sentirá tentado a ser de izquierdas? ¿Qué puede atraer hacia una izquierda que ofrece una revisión trabajosa de las ideas cómodas, un rigor inconfortable en la conducta, un rechazo de procedimientos fáciles y una exigencia constante de pulcritud en el pensar y el actuar?
La respuesta es sencilla: el placer. El placer de juzgar lo que se acepta y se rechaza, de estar inconforme con lo que desagrada y de tratar de cambiar aquello que funciona mal, que humilla, oprime o explota. En fin de cuentas, el placer de ser uno mismo y no una copia de otros, de actuar por propia cuenta -junto con muchos otros-, para decidir el propio destino en la medida en que esto en cada caso y lugar es posible. El placer, en suma, de ser amo de sí mismo antes de llegar a ser amo de todo junto con todos.
Este placer es tan intenso, tan indispensable cuando se ha gozado, que asusta a muchos; la penosa preparación para los riesgos que entraña su goce parece agua de rosas comparada con el dolor de dejar las cosas como están, de no contribuir, por poco que sea, a que mejoren.
Ser de izquierdas no es pertenecer a un partido, buscar el poder, querer sustituir la propiedad privada, hacer la revolución o introducir reformas. Esto son solamente medios. Ser de izquierdas es participar en una empresa común -de unos pocos a veces, de muchos en ocasiones-, una empresa que jamás puede considerarse terminada, que debe renovarse sin cesar. Afirmar que la sociedad debe cambiar no es garantizar que los oprimidos no se convertirán en opresores, ni que los explotados de hoy no sean los explotadores de mañana. Pero es apostar a que se logrará fomentar las condiciones para que se desarrolle una sociedad en la que las tendencias del hombre a oprimir y explotar no podrán satisfacerse. Se trata, en fin de cuentas, de que una comunidad entera aprenda a reprobar ciertas conductas y aprobar otras. Decir que esto es soñar equivale a ignorar la historia. ¿Quién aceptaría hoy la esclavitud? Sin embargo, unos siglos atrás, la servidumbre era "normal" y todavía hace un siglo se libró una guerra civil para acabar con la esclavitud.
Hacia esta izquierda, pertenecer a la cual será un placer, se van dando pasos. El análisis del fenómeno comunista es un paso hacia la inmunización contra la tentación dictatorial. La renuncia gradual al Estado filantrópico y a la economía de mercado es un paso hacia la propiedad del hombre por sí mismo. La constatación de que el aumento incesante de la producción no sólo es imposible sino también inconveniente, es otro. Y otro lo será cuando la gente en vez de decir: "Confiamos en vosotros para que resolváis nuestros problemas", exclame: "Confiamos en nosotros para resolver nuestros problemas." Eso será, más que un paso, un salto.
Con el tiempo, se verá la sociedad no como una entidad superior a los individuos, que los condiciona, sino como resultado de la voluntad de los individuos, que la determinan.
Entonces, la izquierda podrá volverse conservadora y dejar el paso a un nuevo inconformismo de esa sociedad nueva. Y una nueva empresa común vendrá a continuar la empresa común, siempre incompleta, de la izquierda de hoy.

Pan y rosas
En 1912, las obreras del vestido de Massachusetts, en huelga, desfilaron por las calles de Boston llevando pancartas en las que se leía: "Queremos pan y rosas." A la izquierda le toca ahora no sólo encontrar la manera de producir y distribuir el pan, que por paradoja ha de reducirse de tamaño, sino también de cultivar en mayor número las rosas, para que alcancen a todos.
No hay recetas infalibles para eso, sino ideas que han de someterse a prueba. Lo que la izquierda haga ha de depender, ante todo, de las aspiraciones y la voluntad de quienes tienen su vida por delante, y no de quienes, como yo, ya no tenemos más que experiencia de lo luchado. Es su vida la que se decide y, por tanto, a ellos corresponde escoger cómo quieren vivirla. Esta elección estará influida, inevitablemente, por la situación económica del país, por los errores concretos que haya cometido el capitalismo local, por la coyuntura internacional, por lo que se herede, por la visión del futuro que se tenga, y también, en gran medida, por el análisis que se haga de la realidad.
Nadie inventó ni construyó el capitalismo. Lo que haya de venir tampoco se inventará ni construirá, sino que ha de fluir de las contradicciones, abusos y errores del capitalismo y de los aciertos de la izquierda en evitar que, ante distintas alternativas, las cosas marchen hacia las menos buenas o las peores y empujadas hacia las mejores.
La izquierda ha de hacer lo que la derecha no sabe, no quiere o no puede hacer, pero que es necesario para que la vida sea vivible. Ante este empeño, no estará por demás recordar lo que el viejo Lissagaray escribió hace más de un siglo: "El que ofreciera al pueblo falsas leyendas revolucionarias y el que lo divirtiera con canciones, sería tan criminal como el geógrafo que trazara mapas embusteros para los navegantes." Se ha lanzado siempre contra la izquierda la acusación de que es utópica, de que sueña, de que le falta contacto con la realidad. Esto ha sido cierto cuando ha querido actuar con los métodos de la derecha, pero no cuando es realmente de izquierdas. Entonces, lo mejor que hay en el hombre sale a flote.
¿Es que no podemos imaginar una sociedad en la cual no se considere que el aumento de la producción es la única medida del progreso? ¿Es que tenemos tan poco respeto por el hombre que no creemos verosímil una sociedad en la cual se estime más importante distribuir equitativamente el ingreso que aumentar obsesivamente la producción y que se mida el éxito por el bienestar y no por el consumo? ¿Es que vamos a creer que todo aquello que hoy no sabemos imaginar es inimaginable, que lo que no nos molesta no puede molestar a nadie, que lo que nos agrada debe agradar a todos, que nuestros pequeños vicios y fallas son "naturales", universales, eternamente insuperables?
Ciertos sistemas sacan a flote lo que de diablo hay en la persona humana, y otros sacan a flote lo que en ella hay de ángel. Los del segundo tipo son más eficaces, funcionan mejor y causan menos dolor que los del primero. No estamos condenados a que siempre lo peor de nosotros determine nuestras acciones y permita a los salvadores de cualquier color manipularnos.
Jaurès señaló el modo de alcanzar esto cuando dijo: "No es remontando arbitrariamente el curso de la historia que seremos fieles a los trabajadores de antaño, sino prolongando su obra. Pues es al descender hacia el mar que el río se mantiene fiel a sus fuentes".

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