Trasversales
Ángel Díaz Méndez

Crónica de Florencia:
en cada escaparate una rosa


Revista Iniciativa Socialista (primera época de la actual revista Trasversales) , número 67, invierno 2002-2003.Ángel Díaz Méndez es activista de ATTAC-Asturies



Florencia nos recibió bajo una ola de frío. Cuando descendí del tren en la noche cerrada, erizada de carabinieri, la Fallaci ya había vomitado contra nosotros su odio y su rabia en primera del Corriere y la Confindustria había hecho sus deberes. Las tiendas caras del centro se mostraban blindadas y desnudas de sus rótulos. Por un momento recordé una de nuestras “biblias” (dicho sea con la debida irreverencia, obligada respecto de cualquier “texto sagrado”): el NoLogo de Naomi Klein hecho realidad, los espléndidos palazzi florentinos nos recibían en toda su grandeza, desnudos de marcas, del oropel de la globalización. En cierta medida, era nuestra primera victoria: acallar los aullidos visuales de la sociedad de consumo, devolver su austera belleza perdida a las viejas calles medievales. Un paseo hasta el Arno me hizo descubrir a los bárbaros que, según auguraba el Cavaliere Berlusconi, no dejarían piedra renacentista en pie. En pequeños grupos, se detenían aquí y allá, enmudecidos por tanta belleza, boquiabiertos ante el esplendor de la ciudad, fotografiándose delante de las puertas del baptisterio, cruzando el Ponte Vecchio, explorando sus maravillosos secretos...

Al día siguiente, mientras voluntarios sobrepasados bregaban para acreditar a la marea multicolor que llenaba la ciudad, me encamine a la Fortezza que gritaba orgullosamente sobre la puerta de entrada que otra Europa es posible. En el interior, muchas Europas posibles y diferentes materializaban tantas ofertas como frentes de lucha hay abiertos: la solidaridad con el Sur, la defensa del medio ambiente, la cancelación de la deuda, la lucha contra el desmantelamiento del estado de bienestar, la resistencia a la privatización de los servicios públicos, el impuesto Tobin, las estrategias contra la tiranía de los mercados financieros, la seguridad alimentaria versus organismos genéticamente modificados, plantar cara al racismo y la xenofobia... Toda nuestra riqueza plural, todas las opciones diferentes, mejores o peores, incluso algunas contradictorias entre sí. Todas las que nos permiten enmendarle la plana a la señora Thatcher: hay alternativas, en plural, porque pensamiento único, verdad dogmática incuestionable y acríticamente aceptada, es lo que hay del otro lado.

Todos estaban allí y todos fueron escuchados: la sindicalista colombiana, el oficial israelí procesado por negarse a operar en la Cisjordania ocupada, el pacifista italiano, la activista turca por los derechos humanos, el campesino francés, la ecologista húngara...

En esta diversidad plural radica nuestra fuerza, pues las verdades únicas e indiscutibles solo pueden perpetuarse por la imposición, que es una forma de debilidad, pero también nuestra flaqueza cuando se generan enfrentamientos o se explotan nuestras divisiones. Por ello Florencia era  espacio de encuentro, para descubrir lo que tenemos en común y nos hace más fuertes y también, ¿por qué no?, para reconocernos en nuestras diferencias,  lo que nos hace más sabios. Vagando por la Fortezza, intentando abarcar una fracción de la miríada de seminarios, conferencias, talleres y debates que se celebraban por doquier, intentando absorber la información que ofrecían los expositores de cientos de organizaciones o recuperando fuerzas en el magnífico restaurante, libre de OGM, de la Confederation Paysanne era imposible no percibir que un gigantesco laboratorio de ideas, de propuestas, de alternativas, estaba en marcha y que esa otra Europa que queremos se estaba gestando en Florencia. La sociedad civil viva, articulada, activa, la que no esta dispuesta a doblegarse a los dictados de unas instituciones financieras internacionales, lejanas y burocratizadas, sometidas a especuladores y mercaderes, se encontraba a sí misma, debatía, reflexionaba y diseñaba las estrategias que le llevarán a la reconquista de los espacios perdidos por la democracia.

Mientras tanto, otra cara de Florencia se presentaba a los delegados. Tiendas menos snobs que las del centro la proclamaban ciudad abierta y proliferaban esos pequeños detalles de apoyo y solidaridad que crearon el flujo de simpatía entre participantes y florentinos, como el sello de correos que el estanquero no me quiso cobrar cuando vio que llevaba la acreditación del Foro. Día a día, se esfumaban los negros presagios de los agoreros que amenazaban una nueva edición de Génova y se veía a los temidos vándalos bajo una nueva óptica. En el desayuno de la pequeña pensión en la que me encontraba alojado, una turista adolescente le comentaba a su amiga: “Los he visto, son como nosotras...” Si, éramos como vosotras, ciudadanos y ciudadanas europeos que no quieren dejar de serlo para convertirse en vasallos del nuevo orden feudal que nos quiere imponer el neoliberalismo. Y somos tantos que las cifras marean: 65.000 inscritos en el Foro, hasta el punto de que el sábado hubo que cerrar las puertas de la Fortezza por imposibilidad física de admitir a todo el mundo. Y esto antes de la manifestación.

La manifestación. Un millón de europeas y europeos en las calles de Florencia. Contra el modelo de globalización neoliberal. Contra la guerra a Irak. O mejor: por otra Europa, libre, solidaria, justa y pacífica. Y por la paz. Siete kilómetros de avenidas florentinas abarrotados de la otra Europa. Y de globos, canciones y payasos; familias con niños, adolescentes con piercing, viejos sindicalistas veteranos de todas las batallas, palestinos e israelíes juntos detrás de la misma pancarta, todos los colores, todas las razas, todas las lenguas... un clamor ¿Habrá quien lo escuche en Bruselas? Ni un sólo incidente, ni un sólo escaparate roto y... ni un sólo policía a la vista (¿recordáis la calle Uría durante la mani del Ecofin?). Tiendas y bares cerrados pero ventanas que se abren con termos de café, viejos militantes en los balcones con lágrimas en los ojos, pancartas en las fachadas (“bajo, cambio el mundo y vuelvo”)...

Cuando cae la noche, los escaparates atemorizados que buscaban el anonimato ven sus blindajes cubiertos de graffitti. Airados, irónicos, pedagógicos, líricos, humorísticos (“Sabemos que esto es un Mc Donalds. Nos da igual, no pensábamos comer aquí”). El domingo, los espacios de encuentro se hacen conclusiones y manifiesto: las alternativas toman cuerpo y se van construyendo con el esfuerzo de todos. Toca volver al frente cotidiano de lucha. Pero, antes, la última intervención: la madre de Carlo Giuliani, el joven muerto en Génova sube al estrado, junto a la madre del carabiniere que le disparó...

Por la noche, en cada escaparate una rosa y un mensaje: “Este es todo el daño que pensábamos hacer”

Los bárbaros han pasado por Florencia, Signore Berlusconi.


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