Observando las portadas de los periódicos de estos días, se puede constatar que en ellos se refleja la normalidad. Pues lo normal es que los protagonistas, hasta ahora relegados a las páginas interiores, ocupen el lugar que les corresponde. Así lo quiso el país sabio y así de normal debe ser.
Vienen a la memoria, cómo no, las imágenes de finales de los setenta, cuando, desaparecido el omnipresente dictador, pasaron a ocupar un lugar preminente caras hasta entonces poco conocidas o totalmente desconocidas. Era la normalidad democrática. Ahora, como entonces, las voces que hablan de hecatombe, del fin del mundo y de otros malos augurios, tienen pocos seguidores y corifeos.
Llegó el momento de mirar hacia adelante. Los nuevos dirigentes tienen que saber que estamos aquí para empujar, que son nuestro gobierno y que no le van a faltar ataques injustificados. Tienen todo el derecho a cometer errores, ¡faltaría más!, tras toda una vida, la de la democracia y toda la anterior excepción hecha de dos años, de gobiernos de la derecha.
Pero también tienen que tener claro que lo importante no es ocupar el poder sino el modo de ejercerlo, que no nos callaremos si los compromisos se incumplen a diario, si no se escucha a la ciudadanía, que está viviendo un momento de entusiasmo y sintonía que no puede ser frustrado.
Esa ciudadanía espera que no suceda como en la transición, en la que se tuvo que sufrir, y de qué manera, la etapa que fue denominada la del "desencanto". Ahora no puede haber razones para el desencanto.

7 de julio de 2005