Trasversales
Carme Valls Llobet
El territorio nacional o el ruedo ibérico

revista Iniciativa Socialista 77, otoño 2005. Carme Valls Llobet, ciudadana para el cambio. Diputada en el Parlament de Catalunya por el Grupo Socialista-Ciutadans pel Canvi.

Si cada lector o lectora tuviera que responder a la pregunta ¿para Usted que es más importante, las personas o la tierra?, quizás tendría un momento de vacilación, pero acabaría respondiendo una de estas respuestas: las personas; las personas y la tierra; o las personas no son nada si no defienden sus raíces territoriales. No es difícil saber que contestaríamos los socialistas. Seguramente las dos primeras opciones. Además cada uno de nosotros y nosotras tiene en su interior un conjunto de raíces que se confunden también en una nebulosa en la que se entremezcla el país o la ciudad en que ha nacido, el estado compartido voluntariamente o no, el continente o los estados más cercanos con los que se relaciona (Europa para nosotros) y el conjunto del planeta si nos dedicamos a mirar las estrellas durante una noche serena.
¿Cuál es nuestro territorio nacional? Es una obviedad afirmar que todos los seres humanos hemos nacido en un territorio, y es cierto también que la lucha por conseguir la propiedad sobre la tierra y considerar enemigo a toda persona o pueblo que potencialmente o realmente dispute esta propiedad ha estado en la base de todas las luchas tribales desde el neolítico superior, y de todas las guerras pasadas, presentes y futuras.
Pero la evolución de los seres humanos desde las hordas tribales hasta las sociedades que han conseguido que sus miembros lleguen a la categoría de personas, plantea nuevas reflexiones. ¿Somos más y mejor personas si pertenecemos a un único territorio que excluye a los demás? ¿O somos personas precisamente porque dentro de cada uno o una, tenemos la capacidad de pertenecer a la vez a varias comunidades territoriales, igual que podemos establecer a la vez alianzas con diversas organizaciones ciudadanas y pertenecer a la vez a varias entidades culturales, sociales o recreativas? ¿Qué nos hace crecer más como seres humanos libres, priorizar la tierra o priorizar las personas? ¿Qué nos hace ampliar más nuestra mente y nuestros corazones, excluir o abrazar?.
Los límites de los territorios, o sea las fronteras, se han constituido a través de guerras, y han sido siempre las relaciones de poder militarizadas las que han puesto puertas al campo, o han dispersado pueblos o etnias entre fronteras diferentes (un ejemplo actual lo tenemos en el pueblo kurdo). Las naciones que “han ganado” las guerras a los demás se creen propietarios en exclusiva de los territorios y defensores de la unidad patria, como valor único independiente que no tiene en cuenta ninguna otra diversidad. La Unidad patria ha ido muy unida al pensamiento único, que predica en el fondo la exclusión de los diferentes, entendiendo como “normales” a los que ostentan el poder.
Las heridas de guerra y los enemigos irreconciliables nacen del “amor exclusivo y excluyente” a los territorios, no del amor y de la amistad a las personas. Quien prioriza la tierra necesita enemigos, quien prioriza las personas sabe que la vida es corta y las necesidades muchas, y necesita sobre todo de alianzas para resolverlas.
Los nacionalismos excluyentes creen, en su miopía, que sólo ellos representan a su país. Todo lo que empequeñece al ser humano le hace perder agudeza en sus sentidos. No ven la diversidad, no aprecian que somos por suerte diferentes. Confunden en su interior la inexistente verdad absoluta, con su parcial y pequeña verdad. Con la pequeñez a cuestas no es difícil entender que de vez en cuando les traicione el inconsciente y crean ver lobos donde tan sólo hay árboles y ovejas. Algo así le debió ocurrir a la Sra. Esperanza Aguirre, cuando afirmó que “lamentaba que una empresa se marchara de la Comunidad de Madrid, porque abandonaba el territorio nacional”. .Aunque corregida después la frase, por el más políticamente correcto “territorio regional”, pasará a la antología de frases célebres en este ruedo ibérico, que a veces parece nuestra España.
A cualquier movimiento de las diferencias, incluso las que nacen del libre mercado, antes promovido, se suceden las embestidas, los pateos, los insultos, las descalificaciones y las amenazas. Todo vale menos dialogar, hablar o pensar todos juntos cómo nos aliamos y qué pactamos para resolver las dificultades.
El mismo día en que la Presidenta de la Comunidad de Madrid tuviera su lapsus linguae (Freud ya nos explicó que son pequeñas ventanas al inconsciente), aparecía un artículo de mi estimado amigo Juan Jose Lopez Burniol en El País, titulado “Nacionalismo español”, que detallaba los condicionantes que han alimentado hasta ahora los inconscientes de muchos nacionalistas “centrales” disfrazados de patriotas y de otros tantos nacionalistas “periféricos”.
Porque al final, mientras hablan de amor a la propia tierra y a la propia patria, o sea en muchos casos amor a la propiedad de “su” tierra, acaban negándose a la creación de riqueza, al progreso, al bañase tecnológico e incluso a libre mercado. Se acaban negando al progreso de las personas.
Pero no nos engañemos, querer la tierra por encima de los hombres y mujeres que la habitan, confunde y esconde la defensa de la propiedad aunque sea improductiva y no desarrolle nada. Es una de las posiciones defendidas habitualmente por las derechas. Las posiciones de las izquierdas socialistas no han priorizado los territorios nacionales por encima de las personas, y para mí es seguro que no se puede ser a la vez socialista y nacionalista excluyente, aunque si es posibles ser socialista y a la vez catalanista, vasquista, galleguista o andalucista. Sin embargo, es perfectamente posible ser nacionalista y defender posiciones de derecha y antisocialistas. Los territorios nacionales por encima de las personas. Debajo del debate sobre las identidades y los territorios se ocultan las desigualdades de clase social, de género o las territoriales. Por desgracia, muchas veces el debate sobre las esencias o sobre las identidades oculta estas desigualdades bajo una capa de cemento y las hace invisibles.
Una segunda reflexión sería sobre la tercera respuesta: “las personas no son nada si no defienden sus raíces territoriales”. Aquí existen dos afirmaciones como mínimo dudosas. No ser nada, si no defiendes tus raíces, es una afirmación que utilizan algunos elementos nacionalistas radicales que pretenden que el ser humano se basa fundamentalmente en su lugar de nacimiento. ¿Las personas nacen o se hacen? Para algunos sólo se es “algo” unido a los miembros del pueblo que te vio nacer, pero la misma vida actual les demuestra que a lo largo de los años han trabajado, han conocido e incluso han amado a personas que viven a muchos kilómetros de distancia. ¿Porqué considerarlos enemigos? Mejor dicho, ¿cómo es posible considerar enemigos a otros seres humanos, por las humillaciones o las vejaciones que sus antepasados pudieron infringir a nuestro pueblo?
En el mismo momento en que se ataca a una persona, o a un pueblo por su pertenencia a una etnia determinada o por unas determinadas culpas que sus ancestros cometieron, se crea una barrera que impide la comunicación. Pero no sólo la impide, sino que la complica tan terriblemente, que los argumentos no se conocen ni se discuten, incluso da miedo sentarse a hablar en una misma mesa o compartir reuniones abiertas y sin complejos defensivos. Se leen titulares de artículos de prensa que se siente directamente como golpes en la boca del estómago. Difícil convivencia entre naciones y autonomías la que debe convivir con el ansia de algunos nacionalistas españoles que se creen representantes absolutos de un patria, y que miran de reojo cualquier encuentro, reunión o elaboración de estatuto, como si el avance en el autogobierno de unos pudiera significar la pérdida de derechos de los otros.
¿Qué significa defender tus propias raíces? Para mí nunca ha sido incompatible defender tu propia lengua, tu propia cultura y al mismo tiempo entenderme con las personas de otras lenguas y culturas. Lo he considerado siempre una riqueza. Un autogobierno también permite acercarse a las necesidades de la población gobernada y por lo tanto mejorar su calidad de vida, su educación su sanidad y su medio ambiente. Pero en cambio hay personas que consideran que sólo pueden defender sus propias raíces con la independencia nacional, ya que los sufrimientos y agresiones que durante siglos se han inflingido un pueblo contra otro, no les permite ningún tipo de convivencia.
¿Es una riqueza personal y social la independencia? Como política y como médica, no conozco seres humanos independientes. Me ha parecido siempre acertada la definición de la salud que hizo el médico y humanista catalán Jordi Gol Gorina, “La salud es el proceso de autonomía personal, solidaria y gozosa”. Los seres humanos no pueden sobrevivir aislados y por ello ya se agruparon desde los primero grupos nómadas que se desplazaban por los bosques del neolítico. Después, las necesidades agrícolas de pueblos más sedentarios, desarrollaron otros núcleos de convivencia hasta que el desarrollo del comercio y los artesanos necesitaron de núcleos urbanos cada vez más grandes como las ciudades. En un avance de la humanidad hacia nuevas formas de convivencia, creo saludables las autonomías y los autogobiernos, pero intrínsecamente unidos a la solidaridad y a las alianzas entre las naciones y entre los pueblos.
Por ello el federalismo, no olvidemos que FEDE significa pacto o alianza, me ha parecido siempre una forma responsable, madura, razonada y progresista de organizar la convivencia de los pueblos. Precisamente más madura porque no existen múltiples modelos de organización federalista en el mundo, y podemos pensar y decidir cual es la más favorable y conveniente para las necesidades de nuestro ruedo ibérico. Desde luego no es buena la exclusión de cualquier actividad catalana, vasca, gallega o andaluza como ajena al “territorio nacional” como tampoco lo es, a mí entender, pretender la independencia de algunos de los pueblos y naciones.
En primer lugar, nadie nos ha demostrado todavía las ventajas que un pueblo “independiente” tiene en pleno siglo XXI, ni qué avances supondría para cada uno de los ciudadanos y ciudadanas, ni qué beneficios podríamos realmente obtener. Es cierto que se han de mejorar los pactos y las alianzas, entre ellas las formas de financiación de los servicios que llegan a la ciudadanía, pero estos pactos implican mejorar las relaciones mutuas, no empeorarlas ni agredirlas. Con todo el respeto para los que lo proclaman, el independentismo en nuestro ruedo ibérico ha sido, y es en muchos casos, un deseo que nos aleja de la salud colectiva, de esta salud solidaria y gozosa de la que hablaba mi amigo y mentor. Y ha sido también una infinita fuente de sufrimiento cuando ha pretendido conseguir sus objetivos con la lucha armada como ha ocurrido en el País Vasco.
En un mundo globalizado, no sólo económicamente sino también medioambientalmente, en el que los insecticidas que usamos para la agricultura de unas naciones acaban cayendo englobados en la lluvia en los lagos y ríos de los países vecinos, o en los que una mala manipulación de un determinado producto para la alimentación acaba enfermando a ciudadanos y ciudadanas de todo el ruedo ibérico, ¿cómo podemos pretender que la independencia pueda ser la solución de los problemas cotidianos?
Sé que no es fácil, pero los socialistas del siglo XXI hemos de dar la vuelta a la forma de hablar, de convivir y de entendernos, Nos falta el gran abrazo, predicado por Antoni Puigverd, y nos falta un punto de política de la alegría, de política en que podamos disfrutar con las palabras, con la dialéctica, con la construcción de objetivos comunes, que precisan nuestra solidaridad y nuevos planes de convivencia, y también con el lenguaje no verbal de personas que rebosan humanismo por sus costuras, y que desean crear vínculos, libremente consentidos mas que buscarse enemigos entre sus vecinos y vecinas.
Estoy con Peter Sloterdijk, cuando dice que todos los seres humanos que estamos en el mismo barco debemos darnos una pausa para la reflexión sobre cuestiones fundamentales: “Ahora se exigen conciencias sólidamente establecidas sobre el abismo de la paradoja del género humano. Profesión: político. Domicilio principal: la complejidad. Programa:convivir con aquellos con los que convivir resulta difícil. Pasión: tener una relación con lo irrelacionable. Historial: autorreclutamiento por convicción, que se trasnforma en iniciativa”.
Debemos concedernos espacios para la reflexión y los socialistas, que creemos en la creación de riqueza y en su justa redistribución, podemos cultivar redes de ciudadanas y ciudadanos que trabajen con el corazón anclado en sus raíces pero abierto a las alianzas entre los pueblos y naciones de España y Europa, con una mirada y una mente abierta y solidaria con los problemas y la construcción de una nueva justicia a escala planetaria.
Debemos encontrar estos hombres y mujeres plenos de vida, saludables y con ganas de gozar de la vida, que no viven sólo para la política, sino que hacen de la política un instrumento colectivo para vivir mejor. Dada la complejidad de la tarea, sólo los que sepan unir lo más grande y los mas pequeño, lo más sencillo y lo más complicado, los que sepan gestionar la diversidad, podrán darnos una esperanza para la construcción de nuevas formas de convivencia. Los socialistas que creemos en la solidaridad de especie humana y de género deberíamos intentar liderar la organización de la diferencia, transformando el odio y la enemistad en futuras alianzas de progreso.

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