Trasversales
Ángel Rodríguez Kauth

Trasversales
y transversalidad
en Argentina


Revista Trasversales número 1,  invierno 2005-2006

Ángel Rodríguez Kauth es profesor de la Universidad Nacional de San Luis (Argentina). Queremos recalcar que su presencia en el equipo editorial de la publicación ha resultado sumamente fructífera, no sólo por acercarnos a realidades sociales más lejanas sino también por la ampliación de nuestro horizonte intelectual, gracias a la aportación de conceptos tan valiosos como el de sentipensamientos.

Desde Argentina saludamos con alegría y confianza la aparición de una publicación que ha venido a reemplazar a otra que cumplió un ciclo de vida útil, tanto para sus colaboradores como para los lectores. Iniciativa Socialista ya se ha ido y se la despide con añoranza, por todas las satisfacciones que nos ha brindado durante su estancia en la difusión del pensamiento progresista. En ella se fue capaz de representar la difusión y síntesis de un izquierdismo libre de ataduras y compromisos intelectuales o económicos. Su único compromiso fue político y estuvo atado a la izquierda. A partir de 2006 su lugar será ocupado por Trasversales, la cual ha de reemplazar con creces el lugar que ocupara la revista que se fue, pero que dejará huellas imborrables en la memoria y en los anaqueles de un pasado exitoso.
En lo personal debo destacar la confianza y paciencia que me han tenido en Iniciativa Socialista, ya que he sido desde junio de 1995 miembro de su Consejo Editorial y simultáneamente su representante en Argentina. No estoy seguro –nunca estoy seguro de cosa alguna, sólo de la muerte que inexorablemente nos ha de llegar a cada uno de los humanos– de haber cumplido cabalmente con las expectativas que los entrañables amigos madrileños depositaron en su momento en mi persona, en cambio, de lo que sí estoy seguro es que ellos han cumplido en demasía con la que yo deposité en ellos.
Mas, dejando las zalamerías de lado he de pasar a ocuparme de una contingencia “casual” en el escenario político que une a mi país con España, como es el de la aparición de Trasversales allá y el triunfo electoral unos meses antes, el 23 de octubre de 2005, de una política llamada, con cierto aire eufemístico y mucho de anatema, de “transversalidad” en Argentina. Ocurre que el Gobierno del presidente Néstor Kirchner logró en aquella oportunidad legitimar en las urnas de 2005 el menguado éxito que había obtenido en las presidenciales de un par de años antes. Dicho triunfo no hizo más que coincidir con los altos índices de popularidad de los cuales disfrutan el presidente y la “primera dama”, Cristina Fernández de Kirchner, quien fue en esta ocasión la que operó como punta de lanza para derrotar a las huestes justicialistas del ex presidente Eduardo Duhalde en la provincia de Buenos Aires, con lo cual se dirimiría de manera aparente y parcial la jefatura del Partido que viene ejerciendo el último de ellos desde hace años.
Pero si bien el equipo gubernamental consideró las elecciones de 2005 como un plebiscito a su gestión, debe tenerse en cuenta que tal hecho plebiscitario lo necesitaba más el ego de su Kirchner que la población del país, la cual viene reclamando a gritos la recomposición favorable de salarios y un despegue económico que se vea más en los bolsillos que en los balances de las empresas y sus cotizaciones en las bolsas de valores negociables (los que nada tienen de axiológicos). Es él quien necesita elogios por doquier para afianzarse en el poder y pensar en su candidatura para las próximas elecciones presidenciales de 2007. Pero a este aspecto psicológico ha de sumársele el político, pues, fiel al estilo peronista de gobernar, busca la máxima concentración de poder no solamente para su persona sino para el Estado al cual personifica y al Partido gobernante, lo cual termina por confundir Gobierno, Estado y Partido.
Así es como concurrió K. a las urnas en octubre de 2005, acompañado por peronistas y por los más disímiles colores políticos que estuvieran dispuestos a apoyar su gestión gubernamental. Pero esto no ha de hacernos pensar que su amplitud de criterio le permite contemporizar con amigos y extraños, en realidad representó el intento desembozado –exitoso en las urnas– de lograr la mayor hegemonía posible en los asuntos públicos.
Según los diccionarios, “transversal” es una figura geométrica que facilita el paso de un lado a otro de un conjunto. La política de “transversalidad” que utilizó K. ha consistido precisamente en traspasar en un juego de orientaciones transversales a dirigentes de segunda línea de otros partidos a lo que viene –desde 2003, en el primer momento que se instaló en la Presidencia– configurando como una estructura política partidaria propia, con base en el peronismo tradicional pero actualizado. Básicamente se mueve por afuera de los símbolos folclóricos del justicialismo, en especial con aquello de cantar la marcha partidaria y, si es preciso por cuestiones electorales, ir a las urnas sin el escudo partidario, como ocurrió en la provincia de Buenos Aires.
El Presidente K. fue muy repudiado por los dirigentes “históricos” del peronismo como consecuencia de haber aplicado la política de “transversalidad”, la que usó para atraer a gentes de otras fuerzas políticas a fin de colaborar con su Gobierno. Esto pudo realizarlo en función de que en Argentina la política no es entendida por los dirigentes –y en especial los de raigambre peronista– en la orientación clásica de prestar atención a los problemas de la sociedad, sino como una práctica orientada a mantener y expandir el poder de una corporación o de un individuo, como ha venido ocurriendo históricamente con el peronismo. Idénticas críticas y de tenor sumamente fuerte y ácido recibió de aquellas fuerzas partidarias que fueron saqueadas con la estrategia de la transversalidad. Y se equivocan en esto tanto los que lo critican desde adentro de su Partido como los que lo hacen desde afuera.
Al interior del peronismo se le reprocha a K. que haya dado lugar en las listas de candidatos partidarios a legisladores en diversas provincias,  como así también en cargos ejecutivos, a personas no enroladas formalmente –o al menos con pasado histórico peronista– en su estructura partidaria. Sucede que los justicialistas parten de un viejo concepto construido por Perón, que decía que “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”, así creyeron que tienen prioridad absoluta para ocupar cargos electivos o ejecutivos.
He aquí la razón por la que se equivocan en tal crítica desde ambos sectores. Es debido a que olvidan que fue el mismo Perón el primero en aplicar la política de “transversalidad” en más de una oportunidad, esto es cuando gobernó al país o cuando desde el exilio forzado –por ejemplo estando en el Caribe– tejió alianzas con otros partidos o fuerzas menores para lograr resonantes triunfos electorales. Por ejemplo, es habitual que nadie recuerde que el primer gobierno peronista de 1946 a 1956 llegó a gobernar de la mano de una estructura partidaria diminuta, cual fue la del Partido Laborista que conducía el dirigente obrero de la carne Cipriano Reyes –al que más tarde castigaría por la rebelión de los obreros de los frigoríficos con la cárcel y la tortura– y que en dicha oportunidad llevó como vicepresidente a un hombre extraído del riñón de la Unión Cívica Radical, Hortensio Quijano. Por otra parte, Perón no puso cortapisa alguna para que se sumara a su Movimiento un grupo de “intelectuales nacionales” conducidos por Arturo Jauretche que habían constituido FORJA y que provenían del yrigoyensimo.
Asimismo, en dicho periodo Perón no dudó en convocar –hasta para conducir ministerios– a dirigentes de partidos de extracción socialista, los cuales debían compartir incómodos espacios en el Gabinete con referentes de la extrema derecha católica y nazi nacionales.
Del mismo modo a Perón no le tembló el pulso cuando ya en el exilio formó una alianza con la Unión Cívica Intransigente –sector separado del tronco histórico del radicalismo– conducida entonces por Arturo Frondizi y que fue lo que permitió que éste llegara a la Presidencia de la República en 1958. Del mismo modo desde su exilio en la madrileña Puerta de Hierro se permitió hacer alianzas con sectores políticos de la derecha, como también de la izquierda vernácula, para colocar en la Presidencia de la República a Héctor Cámpora –peronista él y con estrechos vínculos con aquel grupo de izquierda trasnochada cual fue Montoneros– siendo acompañado en la fórmula gubernativa por un dirigente del Partido Conservador Popular, Vicente Solano Lima, a través de una alianza llamada Frente Justicialista de Liberación. Es decir, el referente histórico y folclórico peronista que guía como líder desde la tumba las acciones de los peronistas de hoy fue el primero en armar alianzas y trasvasar dirigentes para convertir al peronismo en lo que él lo definió: más que un partido es un movimiento popular. Debe hacerse notar que en el mismo se trabaja como en botica, es decir, cabe lugar para cualquiera que esté de acuerdo en los lineamientos generales que se han trazado desde la conducción.
Esta fue la estrategia elaborada por K. para generar una política de traspasamiento hacia la nueva estructura política que construyó para esta ocasión electoral: el denominado Frente Para la Victoria que se alió y hasta enfrentó con el peronismo tradicional, según como le conviniese a la contingencia de cada distrito electoral. Con él fue capaz de anticiparse a los hechos y romper con una estructura política que había quedado anquilosada en recuerdos nostálgicos y que es incapaz de enfrentar los nuevos desafíos.
Por su parte, desde las estructuras partidarias que sufrieron el trasvase de dirigentes hacia la estructura kirchnerista se produjo una queja de igual magnitud, aunque de diferente tenor. Básicamente acusaron a K. de operar políticamente con malas artes al seducir a personas de otras agrupaciones para que se incorporen a su proyecto político. En realidad, ofrecer cargos o postulaciones legislativas no está, desde una lectura ética, intrínsecamente mal y vale preguntarse quién puede arrojar la primera piedra. ¿Acaso la mayoría de los que hoy se quejan no abandonaron oportunamente sus estructuras partidarias originales por conveniencias electorales?
Pero, más allá de la respuesta que se pueda dar, lo interesante es que la culpa no la tiene el que ofreció algo a alguien que está dispuesto a entregar su alma al diablo, sino que es de aquellos que no fueron capaces de retenerlo entre sus filas con un proyecto político lo suficientemente atractivo como para no hacerle el juego a la transversalidad propuesta desde el gobierno.
En definitiva, en Madrid ve la luz Trasversales, mientras que en Argentina el proyecto de la transversalidad ha sido un éxito rotundo en las urnas. Seguramente que el proyecto madrileño recibirá críticas por doquier, aunque seguramente no se lo podrá acusar de oportunista ni de utilizar artes engañosas.
¡Bienvenida Trasversales!


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