Trasversales
Pierre Broué

Comunistas contra Stalin:
la oposición y el mundo


Revista Trasversales número 1,  invierno 2005-2006

Con autorización de la Librairie Arthème Fayard, traducimos y publicamos las dos últimas páginas del libro Communistes contre Staline, obra de nuestro querido amigo, recientemente fallecido, Pierre Broué.
Communistes contre Stalin, Pierre Broue, © Librairie Arthème Fayard, 2003

A finales de 1923, la juventud soviética brincaba de impaciencia esperando el Octubre alemán, cuyo fracaso dejó a la Rusia soviética en manos de la burocracia estalinista. Diez años más tarde, en 1933, la victoria de los nazis y la toma del poder por ellos significaban una guerra a muerte contra las conquistas de Octubre. En 1936, en los campos de prisioneros de Kolyma y Vorkuta, los “viajeros” habían hecho todo lo posible para informar al resto del mundo. Incluso arrojaron una botella al mar. Pero en eso radicaba la gran tragedia de la Oposición rusa. León Sedov, en un informe de 1934 al secretariado internacional, evoca las “inauditas dificultades” a las que hacían frente:
La pérdida de fe en la revolución mundial en el seno del proletariado soviético no puede fortalecer a una corriente que se apoya sobre ella (...). Al igual que no se puede construir el socialismo en un solo país, no se puede llevar una política internacionalista revolucionaria en condiciones de aislamiento total respecto al mundo de los vivos. Causa estupor que los bolcheviques rusos aún se mantengan en pie, pues en la URSS eso no significa luchar con una perspectiva revolucionaria, sino sacrificarse pasivamente en nombre del porvenir y de la continuidad histórica del internacionalismo revolucionario”.

Sin embargo, lucharon.
Pienso en el joven metalúrgico de Jarkov, el miembro de las Juventudes Comunistas Boris Vajnshtok, que quedó aislado tras la detención de decenas de sus camaradas en 1927. Esperó hasta el congreso el año siguiente y tomó allí la palabra exigiendo la liberación de sus compañeros. No tenía ninguna duda de que era su deber. Se reencontró con ellos cuando fueron fusilados, juntos, diez años más tarde, en Kolyma.

La otra lección a sacar es la de una tolerancia que no cesó de crecer entre las víctimas y que les abrió las puertas de debates políticos y de amplios horizontes. Así, en pleno Gulag, pudieron rendir homenaje a todas las víctimas del inhumano sistema estalinista.
Eso no fue sólo un progreso, sino también toda una conquista. La superioridad moral de los oppositsionneri debe ser conocida y reconocida para que un día pueda dar frutos. Por esa razón, los enemigos del género humano se dedican con furor a la desfiguración de revoluciones y revolucionarios, con la esperanza de impulsar al resto de la humanidad a rendir culto al becerro de oro.

Esa es la razón de ser de este libro. Pretende ser un arma contra el horror del pasado y contra todo aquello que se le asemeja en el presente; una lección de coraje y dignidad, nunca inútiles; un balance de una experiencia colectiva sin la que estaríamos condenados a repetir indefinidamente los mismos errores y sufrir las mismas derrotas. Pretende, también, que, una vez concluido este libro, cada lector, proceda de donde proceda, se coloque en el bando de los oprimidos y de los combatientes de Vorkuta y Magadan.
En varias ocasiones he insistido sobre el asesinato de la memoria, que fue una de las principales cosas puestas en juego en esta tragedia. La humanidad no puede saber dónde puede y quiere ir si ignora las rutas y senderos de antaño. Cedo la última palabra a mi amiga Tatiana, hija de Ivar Smilga, cuyo abuelo fue ahorcado por los esbirros del zar y cuyo padre fue fusilado por los de Stalin. Tatiana, tras dieciseis años de campo de concentración, de prisión y de exilio, escribía, honrándonos, en los Cahiers Léon Trotsky, lo siguiente: “La memoria se conservó. Los hombres y los libros se han conservado, el aire mismo que ellos surcaron en Octubre con sus estandartes. La verdad no deja la vida. Pertenece al porvenir”.

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