Trasversales
Juan Manuel Vera entrevista a Ignacio Iglesias

Hablando con... Ignacio Iglesias


Revista Trasversales número 1,  invierno 2005-2006

La página web de la Fundación Andreu Nin incluye abundantes referencias a la figura de Ignacio Iglesias  y una amplia selección de textos. También está disponible allí la versión íntegra de esta entrevista, ya que aquí publicamos solamente fragmentos de la misma. Ver también la semblanza de Ignacio Iglesias escrita por Juan Manuel Vera.


Juan Manuel Vera.-Situémonos en 1939. ¿Cómo te desenvolviste en la etapa final de la guerra civil, en plena represión contra el partido al que pertenecías, el POUM, y ante la pérdida definitiva de la guerra por parte de la República?
Ignacio Iglesias.-Es una larga historia. Atravesé la represión contra el POUM sin ser encarcelado como lo fueron la mayoría de mis compañeros, gracias a que tomé la represión estalinista muy en serio, adoptando el máximo de precauciones. Durante los primeros tiempos dispuse de una documentación que me facilitó el diputado socialista Amador Fernández, que en Barcelona se hallaba al frente de la delegación del gobierno asturiano y que conocía mucho a mi padre. Más tarde, al movilizar el gobierno Negrín a las quintas que alcanzaban hasta los cuarenta años, si no recuerdo mal, yo, que contaba con veinticinco años, no podía ya disponer de esa documentación. La casi totalidad de los poumistas de Barcelona se encontraban encarcelados o habían buscado refugio en el ejército republicano. Decidí hacer lo mismo, refugiarme en una unidad militar que me ofreciera garantías de que no llegaría hasta mí la larga mano del estalinismo. Los dirigentes de la CNT en Barcelona me ayudaron y pude camuflarme en el 529 batallón de la 119 brigada mixta, que pertenecía a la 24 división mandada por el anarquista Antonio Ortiz. El batallón se hallaba al mando de Avelino Roces, un joven minero de mi pueblo, que militaba en el Sindicato Único de Mineros, del que mi padre fue uno de los dirigentes; me acogió con los brazos abiertos. Al poco tiempo fue ascendido y pasó a mandar la brigada, pero no me olvidó pues días después me citó en su puesto de mando y me dijo que me había designado para ir a Barcelona, a la Escuela de Guerra. Me confesó que la División entera estaba designada para ir al mortífero frente del Ebro. “Al menos tú te salvarás”, me dijo. Con los profesores y los alumnos de la Escuela de Guerra salí de España.

JMV.- Y llegaste a Francia...
II.- Atravesamos los Pirineos y acabé en el campo de concentración de Argelès Sur Mer, guardado por soldados senegaleses del ejército francés. Logré huir unos cuantos días después y con la ayuda de unos militantes del PSOP, partido dirigido por Marceau Pivert y muy próximo al POUM, pude llegar a Pontarlier, cerca de la frontera con Suiza, donde existía un refugio para españoles. Allí conocí a la que años después fue mi esposa. Mi libertad duró muy poco, ya que de nuevo los gendarmes me condujeron a Argelès. Una vez más los compañeros pivertistas lograron sacarme del campo, con un contrato de trabajo en un taller de mecánica de Dijon. Pero a las pocas semanas se desmoronó el ejército francés y las tropas hitlerianas invadieron parte de Francia. Logré subir al ultimo tren que salió de Dijon con dirección al sur del país. Llegué a Toulouse, centro de la emigración española, donde me encontré con el amigo Solano y otros compañeros del POUM. Los dos fuimos detenidos y enviados a un campo cercano, de donde escapamos para ir a Montauban, lugar próximo donde se rumoreaba que era fácil lograr documentación. ¡Puro cuento! Fuimos una vez más detenidos y encarcelados.

JMV.- Fuiste juzgado en Montauban...
II.- Sí. Montaron un proceso contra los militantes del POUM, acusados “de estar al servicio de una potencia extranjera”, que debía ser la Unión Soviética, lo que resultaba casi cómico. Algunos fuimos condenados a largos años de prisión.. A Solano, a mí y pocos más nos condujeron al penal de Eysses, no muy lejos de Montauban, y a las pocas semanas nos llevaron a Alemania, al campo de Dachau, en Baviera. Por suerte Solano, que se encontraba en la enfermería, se salvó de dicho destino. En Dachau estuve dos o tres semanas, ya que me incluyeron en un traslado al campo de Allach, sito entre Dachau y Munich. De allí me liberó un destacamento norteamericano integrado por chicanos, al mando de un comandante o coronel que era profesor en la Universidad de Berkley, el cual hablaba un castellano de nuestro Siglo de Oro. Fui evacuado a Toulouse. Desde mi entrada en Francia, a inicios del 39, hasta mi liberación del campo nazi el 30 de abril de 1945, seis años y medio, seis años los pasé detrás de las alambradas de los campos y de las rejas de las cárceles.

JMV.- Hasta los primeros años cincuenta seguiste militando en el POUM y colaborando en La Batalla y en otras publicaciones, en las cuales expresaste tus tesis sobre el estalinismo como capitalismo de Estado ¿Por qué decidiste finalmente abandonarlo?
II.- Incidieron varias causas: mis discrepancias sobre la URSS, mi creencia de que había franquismo para rato y que más valía dedicarse a estudiar los problemas básicos de España que a hacer agitación en el vacío, tal vez cierto cansancio de malgastar nuestros esfuerzos en una acción sin perspectiva... Me fui del POUM silenciosamente, sin aspavientos, sin tratar de crear una fracción con compañeros que estaban de acuerdo con mis puntos de vista. Procuré no romper personalmente con mis compañeros y defender siempre y en todo momento al POUM. (...)

JMV.- ¿No te planteaste en ningún momento ingresar en otro partido o movimiento político?
II.- Ni se me pasó por la cabeza. Por muchas diferencias que pudiera tener con el POUM, eran infinitamente mayores las que tenía con las otras organizaciones de izquierda.

JMV.- ¿Cómo te definirías políticamente tantos años después?

II.- Simplemente como socialista, partidario de un socialismo democrático y como marxista, que no es pensar devotamente como Marx pensaba hace siglo y medio, sino pensar a partir de Marx, aplicar los métodos de análisis de Marx teniendo en cuenta las realidades de la hora actual, que son tan distintas a las de la época en que aquel vivió.

JMV.- Me gustaría que me hablaras de tu participación en la revista Cuadernos.

II.- Haré un poco de historia personal. En los primeros años había trabajado en un organismo norteamericano denominado International Rescue Committee que ayudaba a los refugiados en Francia de los países del Este y a los españoles víctimas de la guerra civil. La sección española, la más importante, estaba dirigida por José Rodes, del POUM de Lérida. Estuve trabajando en dicha organización hasta final de marzo de 1952, fecha en que cesé por reducción de personal. Durante el verano trabajé como sustituto en la administración del diario Franc-Tireur, desaparecido años después, gracias al compañero y buen amigo José Rebull, el Pep, que tenía un buen puesto en dicho diario. Terminado este trabajo recibí una carta del director de la revista Preuves, publicada en francés por el Congreso por la Libertad de la Cultura. Esta organización, creada en Berlín en 1950, estaba integrada por escritores socialdemócratas y liberales (en el lato sentido de la palabra, que nada tiene que ver con el liberalismo reaccionario que actualmente se estila) como Ignazio Silone, Bertrand Russell, Julian Huxley, Arthur Koestler, André Gide, François Mauriac, Karl Jasper, Upton Sinclair, John Dos Passos, Salvador de Madariaga, William Faulkner, John Steinbeck, Germán Arciniegas... cuyo propósito era la defensa de la libertad de la cultura y la oposición al totalitarismo estalinista y a toda clase de dictaduras.
El director de Preuves me proponía hacer de traductor de los artículos publicados en dicha revista para preparar una edición en castellano (mi nombre le había sido sugerido por mi amigo Víctor Alba, corresponsal de Preuves en Latinoamérica). En la charla que mantuve con dicho director, François Bondy, le convencí de que lo que cabía hacer era una revista en la que colaborasen escritores de América Latina y exiliados españoles. Así nació Cuadernos, cuyo primer número vio la luz en marzo de 1953, en el que figuré como secretario de redacción. Entre los intelectuales españoles en el exilio pronto colaboraron Ramón J. Sender, María Zambrano, Américo Castro, Francisco Ayala, Claudio Sánchez Albornoz, Jorge Guillén, Juan Ramón Jiménez y otros muchos más. A ellos de unieron luego escritores residentes en España como Vicente Aleixandre, Julián Marías, Aranguren, Tierno Galván, C.J. Cela, Laín Entralgo... De los latinoamericanos contamos con la colaboración de Alfonso Reyes, Roa Bastos, Manach, Gabriela Mistral, Borges, Murena, Verissimo, Rosa Arciniegas, Luis Alberto Sánchez, etc. Las más revelantes firmas de aquella época, tanto en lo que concierne a los españoles como a los latinoamericanos. También contó con las firmas de conocidos hispanistas franceses como Jean Cassou, Charles V. Aubrun y Jean Camp.
La filosofía de la revista, su norma, quedó reflejada en las siguientes líneas publicadas en su numero 7: “Cuadernos no es ni quiere ser una revista sectárea, sometida a una línea doctrinal o a una tendencia política determinada; es, por lo contrario, una tribuna democrática de confrontación y de intercambio de ideas, de interpretaciones, de rebusca y de exposición de valores culturales y humanos. En ella cada colaborador asume la responsabilidad plena de sus trabajos”. Eso sí, enfrentada decididamente a los regímenes totalitarios y a las dictaduras de todo tipo. Su oposición al franquismo, por ejemplo, fue siempre inequívoca, por lo que su difusión estaba prohibida en España.
Mi experiencia fue positiva, ya que me permitió conocer a fondo las tareas de un secretario de redacción y saber hacer una revista. Pude tratar a intelectuales de gran valor, de los que siempre se aprende algo. Además, me abrió las columnas de importantes diarios y revistas en los que colaboré, por lo general, en comentarios sobre temas literarios.

JMV- Años después el Congreso por la Libertad de la Cultura fue acusado de una financiación irregular y de relaciones con la CIA, ¿cómo viviste tales acusaciones?

II.- Este fue un episodio más de la llamada guerra fría. Tanto yo como mi compañero y amigo Julián Gorkin, así como otros colegas, antiguos comunistas o anarcosindicalistas, acogimos esa historia sin grandes aspavientos ni problemas de conciencia. Siempre consideré y considero que más que servirse de nosotros, fuimos nosotros los que nos servimos del Congreso. Éste no hizo de nosotros unos anticomunistas, puesto que ya lo éramos.
Por lo demás, puedo afirmar rotundamente que en Cuadernos jamás recibí una orden cualquiera, ni se me impuso ningún artículo o texto. Como testimonio irrefutable, ahí está la colección de la revista ¿Por qué digo que fuimos nosotros los que nos servimos del Congreso? Pues porque nos dio la posibilidad de luchar contra el estalinismo merced a unas publicaciones que tenían miles de lectores y no como nos ocurría antes, que sólo contábamos con boletines o periódicos de escasa circulación. Los estalinistas lo vieron claro, por lo que nos presentaban como agentes de la CIA, acusación máxima en aquellos tiempos.
He de añadir que gracias a la independencia de que disfruté en Cuadernos, mi relación con la dirección del Congreso se limitó a varias entrevistas con el Secretario General para resolver asuntos administrativos. Supe, merced a mi amigo Gorkin que tenia más contactos que yo con los dirigentes del Congreso, que más de la mitad de sus gastos generales corrían a cargo de la rica Fundación Ford. Y eso fue todo. Las interioridades del Congreso las conocí años después de mi jubilación, mediante la lectura del libro que publicó Pierre Gremion en 1995, que relata en sus pormenores la creación y la actuación del Congreso por la Libertad de la Cultura, de 1950 a 1975. Aprovechando que los antiguos deportados podíamos solicitar ser jubilados al cumplir los 60 años, en 1972 salí del Congreso tal como había entrado: sin ser propietario de nada y sin otros recursos que aquellos con los que me beneficié con la jubilación, suficientes para subsistir modestamente, como siempre viví. Igual le ocurrió a mi amigo Julián Gorkin, que por desgracia falleció hace ya unos años.

JMV.- ¿Qué sentiste al caer el muro de Berlín?
II.- Una alegría inmensa. Era el signo inequívoco de que la URSS entraba en un periodo de aguda crisis. Y cuando la URSS se derrumbó, la alegría fue aún más inmensa. No se trata de un acto de venganza, sino, simplemente, de que nuestras críticas a través de los años quedaban justificadas. ¡Habíamos tenido razón! En aquellos instantes pensé en todos los compañeros del POUM ya fallecidos, desde Andrés Nin al más oscuro de los militantes. Podíamos lanzar, por fin, un grito de satisfacción; lástima fue que ya quedáramos muy pocos.

JMV.- ¿Cómo ves la situación del mundo en pleno siglo XXI?
II.- Veo con pesimismo tanto a Europa como al mundo entero. Creo que necesitaremos unos cuantos años para que el péndulo cambie de posición, es decir, para que se agote la política neoliberal y reaccionaria que domina ahora. El capitalismo va capeando sus crisis y la izquierda socialdemócrata aparece agotada. ¿Cómo se reconstruirá la izquierda en el futuro? Lo ignoro, pero pudiera ser que lo fuera sin los partidos y sindicatos, que hasta el presente no han sabido o podido hacer frente a las nuevas realidades. Todos ellos surgieron en el siglo XIX y van resultando anacrónicos. Tal vez la izquierda resurja de sus cenizas gracias a uno de esos movimientos que se movilizan y luchan contra la globalización que se va imponiendo poco a poco bajo la égida del imperialismo de los Estados Unidos de Bush y de los suyos. Si al fin y al cabo Irak fuese la tumba política de todos ellos, quizá el plazo a que me referí anteriormente se abreviaría. En fin, el futuro inmediato no se me antoja muy despejado para nuestras ilusiones socialistas, pero valdrá la pena vivirlo. Por desgracia mi edad no me lo permitirá...       

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