Trasversales
Armando Montes

Acerca de la libertad de expresión

Revista Trasversales número 2,  primavera 2006


Hay un debate sobre la libertad de expresión. Lo han actualizado, al menos en España y Europa, hechos como: la polémica en torno a las caricaturas de Mahoma; las presiones integristas, culminadas en la colocación de una bomba, destinadas a lograr la retirada de la obra de Leo Bassi “La revelación”; la condena en Austria del negacionista (del Holocausto) David Irving.
En toda esta polémica han surgido pretendidos defensores de la “libertad de expresión” que no son más que meros racistas y neocón belicistas, así como pretendidos defensores de “la diversidad” que no son más que fundamentalistas totalitarios. Ignoraré a unos y otros y me interesaré sólo por la discusión entre personas progresistas y demócratas.

1. La libertad de expresión no versa sobre aquello con lo que estamos de acuerdo o desacuerdo, sobre lo oportuno o inoportuno, sobre lo cierto  o lo falso. Lo que está en juego es qué debe poder decirse.
Así, puedo pensar que algunas de las viñetas sobre Mahoma publicadas por un periódico danés fueron inoportunas y no descarto (ni afirmo) que pudiera haber motivaciones xenófobas. Ahora bien, mi derecho a criticar tales viñetas y el derecho a publicarlas forman parte de la misma libertad. Por ello, cuando se minusvalora la libertad de expresión y se abre un debate sobre la conveniencia de que la Unión Europea establezca normas que penalicen “las ofensas” a las religiones, la opinión sobre “la oportunidad” de las viñetas pasa a segundo orden.

2. Evitemos argumentos ridículos: no todo acto comunicativo está cubierto por la libertad de expresión. La orden de asesinato dada a un sicario nada tiene que ver con la expresión de opiniones. Los gritos de “ETA mátalos”, “A ZP como a su abuelo (fusilado por el franquismo)”, “judío bueno, judío muerto” o “moros os vamos a matar”, tampoco: deben ser delictivos.
Mi criterio general es que toda opinión puede expresarse y nada debe impedir criticar o burlarse de cualquier idea o creencia, o de cualquier personaje mítico o histórico, pero eso no excluye que existan zonas grises, que, una y otra vez, obligan a pensar situaciones concretas. Aunque el objetivo de este escrito es reflexionar sobre la prioridad de la libertad de expresión y su vínculo con otros derechos, resumiré mi opinión sobre los tres casos citados.

El caso de “La revelación” es inequívoco. Como describe Leo Bassi, “La Revelación es básicamente una crítica racional al monoteismo del antiguo testamento poniendo en evidencia las contradicciones peligrosas, las omisiones e inconsisternicias”.

En cuanto a las caricaturas de Mahoma, éste es un personaje histórico susceptible de crítica y burla, como cualquier otro. Tan legal debe ser insinuar que Mahoma fue un personaje histórico violento, de cuyas doctrinas deriva el actual terrorismo islámico, como proclamar que era un pacifista liberal y feminista, aunque al menos una de las dos tesis debe ser falsa. El problema reside en sí alguna de las caricaturas admite como única interpretación que todo musulmán es un terrorista. Creo que no. Mahoma es Mahoma, no sus creyentes. Si mañana un caricaturista dibuja un Marx sanguinario al frente de un exterminio en el Gulag, yo podré creer que es una manipulación histórica, criticar tal viñeta o incluso manifestarme contra ella, pero de ninguna manera se me ocurriría ejercer actos de violencia como protesta, emitir amenazas de muerte ni solicitar la retirada de la publicación o la emisión de leyes que castiguen en el futuro ese tipo de expresión. Lo que vale para Marx vale para Mahoma.

En cuanto a la condena del negacionista -y fascista- David Irving, es caso diferente, pues no tiene que ver con “ofensas” a creencias sino que roza, bajo la paradójica forma negacionista, la apología del asesinato de millones de personas. Diré, no obstante, que no comparto la existencia en algunos países de leyes que penalizan la negación del Holacausto, aunque crea canallesco negar un hecho histórico tan evidente. Las pruebas son tan rotundas que cualquiera que niegue el Holocausto lo hace movido por su ideología fascista y/o antisemita. Pero no hacemos ningún bien a la verdad histórica encerrándola tras un cordón sanitario que la proteja del contacto con la inmundicia. A la peste parda se la para con otros métodos, con la ley, a veces en la calle y por la fuerza, y siempre difundiendo los verdaderos hechos, pues esa es la única protección contra la mentira. Creo que debe permitirse que en las sociedades democráticas haya gente que niegue hechos tan evidentes como el Holocausto y el Gulag, los crímenes de Franco, Pinochet o Milosevic…

Pero si alguien pregona matar o golpear, a la cárcel con él, y si pide la muerte de judíos, gitanos, árabes, “yanquis” o miembros de cualquier colectivo humano, a la cárcel con agravantes de racismo y xenofobia. Pues podemos llegar a la contradicción de castigar penalmente determinadas “opiniones” sobre el pasado y sin embargo mostrar una tolerancia extrema ante los actos de los nazis de hoy. Eso está ocurriendo hoy en Europa. Basta ver sus estadios de fútbol, los de España en particular. Vomitemos sobre ciertas opiniones, actuemos contra los actos que las acompañan.

3. En el artículo “Chistes de moros” (El País, 17/2/2006), Enrique Gil Calvo escribe “el derecho a la libre expresión (libertad negativa) siempre entra en colisión con el deber de respetar los derechos ajenos (libertad positiva), que es prioritario como regla de oro del orden ciudadano”. Convencido, como él, de que en ocasiones es preciso elegir o conciliar derechos, creo que aquí hay algunos equívocos:
- La libertad de expresión es uno de esos derechos ajenos, no una excentricidad o lujo separable de los demás derechos. Sólo hay libertad de expresión cuando cada persona tiene el deber de respetar que cualquier otra pueda opinar aquello que crea conveniente, incluso lo que aquella no cree respetable. Si prioritario es respetar ajenos derechos, prioritario será respetar la libertad de expresión ajena.
- La libertad de expresión, como “derecho negativo”, no colisiona “siempre” con los derechos ajenos; más aún, es el derecho que menos colisiona con otros derechos, ya que -en lo que al “derecho a decir” se refiere, sin entrar ahora en el problema de “los medios”- no suele implicar opciones sobre el uso de los recursos sociales disponibles ni conlleva negación de derechos de otros...

Proteger “las ideas”, religiosas o no, y sus símbolos de la ofensa y de la burla es someterse a la arbitrariedad de los creyentes, que decidirán qué les ofende y qué no. Creo que el derecho a burlarse de seres fabulosos (Zeus, el Dios cristiano, Alá, Manitú, etc.) es inviolable, y también el de burlarse de personajes cuya existencia histórica está en discusión (Jesús) o claramente probada (Mahoma, Marx, Isabel la Católica, Cervantes, Bakunin o cualquier otro).
Si de impedir ofensas se tratase, habría que prohibir la Biblia y el Corán, por sus apologías del genocidio y la xenofobia, sus incitaciones abiertas al asesinato de homosexuales, alabanzas de la discriminación de las mujeres, insultos y amenazas a quienes no sean creyentes en el “verdadero” dios. Habría que censurar los comunicados vaticanos y episcopales llamando perversos a los homosexuales o asesinato el aborto... Pues bien, que difundan su Biblia y su Corán -con los medios de los creyentes, claro, no con fondos públicos-, expresen sus doctrinas, injurien. Y si en algún país se prohibe la difusión de tales libros o la realización de misas, expresaré mi protesta.

4. Dice también Gil Calvo que “La libertad de expresión está para criticar al poder y a los poderosos, no para abusar de los débiles sometidos”. Sin embargo, esto no es decir mucho, ya que si alguien tiene la capacidad de impedir la expresión de otro eso significa que, al menos en ese sentido, es un “poderoso” frente al silenciado.
¿Quiénes son los poderosos? Pensar que todos los “occidentales” son tan poderosos como Bush y que todos los islamistas son débiles no se ajusta a la realidad. ¿Es Salman Rusdhie, “oriental occidentalizado” según algunos, más poderoso que el estado teocrático iraní? ¿Eran las víctimas del 11-M en Madrid o del 11-S en Nueva York más poderosas que Al Qaeda? ¿Es un periodista danés, aunque sea derechista, o el amigo Leo Bassi, libertario e izquierdista, más poderoso que la conjunción de todas las iglesias del mundo reclamando leyes contra la crítica de la religión?
Perder de vista la complejidad de los flujos y nodos de poder es peligroso. Los poderosos pululan por todos los lugares de la tierra; más aún, millones de personas son poderosas y débiles, abusadoras y “abusadas”, según con quien se las relacione. Estar en contra, por ejemplo, de que las tropas de EEUU bombardeen una casa familiar musulmana en Irak, por ejemplo, no nos debe hacer indiferentes a sí en algunas o muchas de esas casas los hombres imponen la esclavización de las mujeres. Ni viceversa, claro está, pues estamos contra esta guerra y esta guerra ha dado más poder al fundamentalismo en Irak.

Tal vez haya “paternalismo” en algunos enfoques. Conozco personas que en España no aguantan ninguna restricción de sus libertades, pero que cuando se trata del “no-Occidente” comienzan hablar de “diversidad cultural”, “contexto geopolítico”, “complejidad”, etc. Las personas no-occidentales que sufren la brutalidad de sus gobiernos, clérigos o familiares nos quitan cualquier derecho a relativizar sus derechos. Cuando nos oponemos a que una mujer sea lapidada por adúltera o a que las tropas de Estados Unidos torturasen en Abu Ghraib o sigan haciéndolo en otros lugares, no es en nombre de la “cultura occidental” ni de “nuestros derechos”: nos oponemos en nombre de su derecho a no ser lapidada y, más aún, de su derecho a ser adúltera; nos oponemos en nombre de su derecho a no ser torturados, ni por Bush ni por otros iraquíes. Y que no nos vengan con el cuento de que no entendemos sus mentalidades: ella no quiere ser lapidada por sus vecinos, al igual que ellos y ellas no quieren ser torturados.
Claro que es justo y urgente combatir la discriminación sufrida en países como España por los inmigrantes, la expoliación de los países empobrecidos por los poderosos de dentro y de fuera, denunciar la insolencia belicista de los Bush del mundo, condenar intransigentemente el cúmulo de abusos, torturas y crímenes cometidos en nombre de “la libertad” pero con objetivos muy diferentes. ¿Pero qué relación tiene eso con claudicar y ponerse de rodillas ante los líderes fundamentalistas, ya sean vaticanistas, protestantes o islamistas?

5. Escribe José Vidal-Beneyto [“La comunicación, entre el rumor y la provocación”, El País, 18/2/2006]: “¿Por qué el derecho a la libertad de expresión va a prevalecer sobre el derecho a la paz de los pueblos y de las personas?”. Interesante discusión.
Los derechos pueden chocar, pero si no valoramos cada caso concreto con ánimo de compatibilizarlos al máximo posible estaremos convirtiendo una mera posibilidad en una mera excusa. No, no creo que la libertad de expresión sea una amenaza para la paz. Sí, las cosas que dicen algunos -muchos clérigos y gobernantes entre ellos- son una amenaza para la paz y la libertad, pero que no hubiera libertad de expresión sería aún más peligroso, porque ya habríamos perdido otro cacho de libertad y otorgado a alguien, aunque sea a la mayoría, el poder de decidir qué opiniones pueden darse.
Quizá la libertad de expresión sea el derecho más importante, el más irrenunciable, aquel que concentra en más alto grado la posibilidad de desarrollo de la autonomía individual y social. Más que el derecho a elecciones libres, más que el derecho a formar partidos... Pues si podemos hablar, todo puede ser transformado. Tal vez no lo hagamos, pero podemos hacerlo.

Sin libertad de expresión, cualquier otro derecho adquiere la forma de “concesión”, limosna otorgada por quienes pueden decidir qué se permite. Sin el derecho a opinar, todo aquello de que se dispone está sometido a la arbitrariedad de poderosos que quieren reducirnos a máquinas previsibles. Hoy te lo doy, mañana te lo quitaré. La palabra es nuestra forma esencial de comunicarnos, de ser quien somos, de recrear una comunidad humana y de transformarla. La posibilidad de decir lo que se opina es altamente apreciada por casi todos los seres humanos, aunque, lamentablemente, sean muchos los que quieran que sólo pueda decirse precisamente lo que ellos opinan.
La lucha contra toda dictadura no comienza cuando alguien toma las armas, sino cuando alguien osa decir, abierta o clandestinamente, lo prohibido. Sin expresión libre, sólo queda esclavitud.


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