Trasversales
Luis M. Sáenz

El nuevo republicanismo

Revista Trasversales número 2,  primavera 2006


Catorce de abril: 75 aniversario de la proclamación de la II República. La España de hoy poco tiene que ver con la de entonces. Sería un absurdo ejercicio de nostalgia querer articular nuevos proyectos políticos sobre la base de “un retorno” a un tiempo cuyos movimientos sociales eran tan diferentes a los actuales. No se trata de “volver” a la Segunda República ni de situar los actuales conflictos políticos como prolongación de los de antaño, sino de inspirar un nuevo y fecundo sentimiento republicano.

1. Asistimos a una campaña de contrainformación desde medios afines al PP con el propósito de lavar la cara del franquismo y criminalizar la República española. Es de justicia redoblar los esfuerzos para sacar a la luz toda la dimensión de la represión franquista y “rehabilitar” legalmente y reconocer a quienes fueron condenados por la fraudulenta “justicia” franquista por el único delito de defender la libertad. Todos los esfuerzos de recuperación de la memoria histórica colectiva merecen apoyo y aliento. El testimonio de quienes protagonizaron el periodo republicano toma ahora más valor que nunca, ya que no son muy numerosos quienes pueden prestarlo y bien merece un especial esfuerzo de las instituciones, las universidades, los investigadores sociales y los historiadores, las fundaciones, etc., para que no se pierda un patrimonio cultural y político de primer orden.

2. Es necesaria también una reivindicación “genérica” del “bando republicano”, entendiendo por tal no una determinada adscripción política -¿hasta que punto puede tildarse a los anarquistas de “republicanos” sin deformar sus aspiraciones?- sino al conjunto de quienes combatieron la sublevación franquista. Pese a los errores y horrores de “los nuestros”, pese a la radical fragmentación “republicana” en proyectos diferente e incluso opuestos, era interés de la humanidad que en esa guerra fuese derrotado el franquismo.
No debe caerse, sin embargo, en la tentación de presentar una imagen “maquillada”, ocultar los crímenes cometidos “en nuestro bando” ni, menos aún, “alisar” la historia para hacerla más bienpensante. Pues lo ocurrido en España entre 1931 y 1939 no es pensable sólo en términos de republicanos y franquistas. La pretensión de hacer del “bando republicano” una pasta uniforme, homogénea sobre estándares de las sociedades europeas del siglo XXI, nos llevaría a ignorar las experiencias más ricas de aquel entonces, como, por ejemplo, la del movimiento anarcosindicalista, la del POUM o la del largocaballerismo, o los nefastos efectos de la ingerencia estalinista. Tal simplificación uniformizadora ignora que aquella historia también debe pensarse en términos de revolución y contrarrevolución, o condena al olvido experiencias como la de las colectivizaciones, el movimiento de mujeres libres, etc. Eso sería un error histórico y un error político, ya que las lecciones de ese tipo de experiencias, irrepetibles, son, en realidad, las más ricas que podemos extraer de aquel periodo. No para imitarlas, sino para hacerlas, críticamente, parte de nuestro propio equipaje.

3. Ahora bien, recalcado esto, tal vez lo más coherente con el espíritu de quienes lograron acabar en 1931 con la monarquía borbónica sería pensar y hacer un nuevo republicanismo. No tengo ninguna duda de que ninguna monarquía está justificada y de que es arcaico y antidemocrático que un cargo político se transmita vía familiar. Si la “herencia” en el ámbito de las propiedades y la riqueza perpetúa las desigualdades y los privilegios, más aberrante parece aún que se herede la “jefatura del Estado”, aunque sea simbólicamente. Quienes así lo entendemos debemos abordar, sin tremendismos, la tarea de tratar de ir modificando la opinión social al respecto, para conseguir que en algún momento la mayoría de la población se sienta identificada con un cambio republicano y no sienta miedo a la hora de abordarlo. Sí, no queremos rey.

4. El nuevo republicanismo no puede referirse sólo a la Jefatura del Estado. La “cuestión monárquica” no es la más importante, si abordamos “la política” desde el punto de vista de la vida y de las libertades de “la gente”.
Tras la revolucionaria reforma del matrimonio, leí varias entrevistas en las que las personas preguntadas venían a decir que, estando bien tal cosa, se trataba de una medida menor, “reformista”, sin la dimensión revolucionaria que tendría, por ejemplo, la abolición de la monarquía. Difiero radicalmente de tal interpretación. En el mundo, repúblicas hay a patadas. Por el contrario, sobran los dedos de una mano para contar los países en los que dos mujeres o dos hombres pueden contraer matrimonio. Si ligamos “republicanismo” a ciertos contenidos en derechos y libertades, no cabe duda de que las “monárquicas” España o Suecia son más “republicanas” que la mayor parte de las repúblicas. No es más revolucionario aquello que más cambia “la forma del Estado y sus instituciones”, sino aquello que más cambia la vida y transforma en un sentido democrático y participativo las relaciones entre las personas y las instituciones.
Claro está que en condiciones revolucionarias, o bajo dictaduras, el derrocamiento del sistema político vigente se puede convertir en el lema en el que se concentran todas las aspiraciones de barrer el antiguo orden. Pero ésa no es la situación en la España de 2006.

5. El nuevo republicanismo sería cuestión de derechos, en primer lugar. En una concepción dinámica, voluntad de ampliación y extensión de derechos, desarrollo de la capacidad y posibilidad de cada persona a gobernar su propia vida. Así, por ejemplo, en España la agenda de un republicanismo nuevo podría incluir aspiraciones como la renta básica de ciudadanía, la ley de identidad de género, la despenalización del aborto, una ley sobre la garantía del acceso a una vivienda, la regulación de la eutanasia, la legalización de la distribución con control sanitario y consumo de las sustancias psicoactivas prohibidas, leyes que fomenten la paridad (como la anunciada Ley de Igualdad), el laicismo pleno del Estado, los derechos ambientales, la “democracia industrial”, la disminución de la edad mínima para tener derecho a voto, los derechos sindicales en el Ejército, la Policía y la Guardia Civil, etc., enfoque que, por otra parte, permite articular alianzas sociales mucho más amplias que una política centrada en la “forma” de la jefatura del Estado. La España de 2006 es más republicana que la del 2004, y la del 2008 debe serlo aún más.

6. El nuevo republicanismo no sólo reivindica derechos, sino también nuevos sujetos de los viejos y de los nuevos derechos. Es decir, el derecho a la política. La democracia no sólo se amplía con el crecimiento de los derechos de ciudadanía, sino también por medio de la ampliación del derecho de ciudadanía. Eso, en otras épocas, se tradujo en la ciudadanía de las mujeres. Hoy, se traduce en la ciudadanía para los nuevos excluídos, las y los inmigrantes.
El nuevo republicanismo debe también superar el centralismo y el paternalismo inherente a ciertas concepciones “jacobinas” de la República. Si, a mi entender, el “jacobinismo” nunca ha sido revolucionario, menos aún lo es ahora, cuando esa ideología puede convertirse en último reducto “progresista” del Estado-nación. Ciertamente, clamar por el “adelgazamiento del Estado” en el sentido de reclamar la abolición de leyes laborales, sistemas públicos de sanidad y educación, etc., sólo es “republicanismo” en el sentido que le vincula al Partido Republicano de Bush. El nuevo republicanismo emancipador debe alejarse de concepciones “estatalistas” en un sentido totalmente diferente: un cambio profundo en las relaciones entre instituciones y ciudadanía, una implicación de ésta no sólo en la decisión sobre quién gobierna, sino también en las decisiones de gobierno, una apertura hacia nuevas formas de autogestión social. En cierta forma, se trata de crear un espacio público no estatal, ir minando esa especial “división del trabajo” constitutiva del Estado: aquella que hace de “la política” un oficio, patrimonio de un gremio de supuestos especialistas...

7. Por último, el nuevo republicanismo debería contener la conciencia de su propia limitación, de su parcialidad, de su incapacidad para describir el conjunto de una estrategia liberadora. No puede hacer esto último, pues por muy ciudadano y participativo que se haga, “republicanismo” sigue haciendo referencia al Estado o a los derechos ciudadanos garantizados por éste. En cierto modo, tal vez podría ser una buena fórmula para describir la parte de una estrategia emancipadora que tiene que seguir teniendo que ver con el Estado. Pero el movimiento que transforma el mundo es mucho más que eso, actúa en la vida cotidiana, en las relaciones personales, en las experiencias de cooperación social. Ahí, “abajo”, se revoluciona la vida, se crean las relaciones de fuerzas que permiten cambios en el Estado que a su vez pueden facilitar o dificultar el bullir de la creatividad social. Como en el periodo 1931-1939, y quizá especialmente en 1936 y 1937, “republicanismo” es una denominación demasiado estrecha para incluir todas esas dinámicas sociales, que tal vez no quepan bajo ningún término omnicomprensivo.



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