Trasversales
José Manuel Roca

La derecha tramposa

Revista Trasversales número 2,  primavera 2006


La demencial estrategia de un equipo de perdedores

En un acto de presentación del libro La derecha furiosa salió a colación la actitud oportunista del Partido Popular y su tendencia a tergiversar los hechos, convertida ya en una preocupante seña de su identidad. El PP representa, sin duda, una derecha tramposa, pero no sabría decir si más tramposa que furiosa o al revés, ni si ambos rasgos se deben a su mal perder o a causas previas.
Lo que está bastante claro es que la actitud tramposa de los dirigentes del PP guía su actividad pública encaminada a erosionar al Gobierno, pero también los mensajes dirigidos al interior del partido, pues los principales destinatarios son los afiliados y los seguidores.
En realidad, la actitud furiosa y la actitud tramposa, presentes en el PP tanto gobernando como en la oposición, pero ahora agudizadas, responden a la estrategia defensiva del equipo dirigente para encubrir su responsabilidad en las sucesivas derrotas electorales y especialmente en las elecciones generales del 14 de marzo de 2004.

Los crispados mensajes sobre una conspiración que culmina en los atentados del 11 de marzo para echar al PP del Gobierno, la culpabilización de Zapatero de todo lo que ocurre o los recurrentes avisos sobre la inminente balcanización de una España conducida hacia el abismo, repetidos una y otra vez, tienen la intención de colocar a seguidores y militantes frente a una situación de emergencia nacional, ante la cual no cabe más que cerrar filas y mantener una lealtad inquebrantable. Tal situación no existe más que en las mentes enfermizas de personas como Acebes, Aznar, Rajoy, Zaplana y algunas más, de ahí la necesidad de insistir continuamente en ella para fabricar la realidad virtual que deben percibir los afiliados y votantes del PP. Se trata, pues, de una persistente campaña de propaganda, disfrazada con el pomposo nombre de oposición patriótica, para lavar el cerebro de sus seguidores y mantenerlos agitados y dispuestos para la acción.
La bronca permanente y la movilización continua, además de dificultar la labor del Gobierno, tienen el objetivo de mantener ocupados a sus seguidores y distraer su atención de aquello que más les debería interesar: las razones que han llevado al partido al que entregan sus votos a perder todas elecciones de los últimos tres años. El PP ha perdido todas las elecciones desde otoño de 2003 (catalanas, generales, europeas, vascas y gallegas). Sólo ganó en las autonómicas de Madrid cuando se repitieron, en noviembre de 2003, tras la deserción de los tránsfugas Tamayo y Sáez, en un suceso aún no aclarado donde los corruptos quedaron al descubierto pero no los corruptores.

Ocultar la reflexión sobre estos hechos es un objetivo prioritario para el actual equipo dirigente del PP, porque se juega su supervivencia al frente del partido y quizá su futuro político. De ahí surge la necesidad perentoria de lograr que una ficción gigantesca -”España ante el abismo”- oculte una realidad más modesta, pero para ellos más dramática: su continuidad al frente del PP. Serían ellos quienes se hallarían delante del abismo si sus militantes, siguiendo los principios ultraliberales del partido, les pidieran cuentas. Una noción darwinista de la sociedad que sanciona el triunfo de los más aptos y una concepción meritocrática de la política difícilmente pueden justificar que la dirección de un partido que se presenta como la solución de todos los problemas de España y parte de los del mundo, permanezca mucho tiempo en manos de incompetentes.
Para no tener que explicar por qué han perdido tantas elecciones, Aznar y los suyos se han visto en la acuciante necesidad de fabricar culpables de sus derrotas, falseando el pasado y adulterando el presente, antes que admitir los errores debidos a su propia mediocridad. Por el mezquino interés de mantenerse en el poder a toda costa, un grupo de irresponsables ha sembrado en el país un clima de crispación irrespirable, con lo cual estamos ante un ejemplo de manual de sociología de cómo un reducido grupo de personas ha colocado sus particulares intereses antes que los de la organización y los del país a los que dice servir.

Lavado de cerebro y terapia de grupo

Estos dirigentes han tomado la Convención, que se celebra a los diez años de la llegada del PP al Gobierno central, como una ocasión propicia para insistir, quizá por última vez, en lo mismo.
La convivencia en estas jornadas, el clima de euforia y sana (suponemos) camaradería, el ambiente festivo y la cercanía de los delegados con unos jefes accesibles han sido el campo abonado para que el equipo dirigente, autor de tantas y tan enmascaradas derrotas, haya intentado reforzar la confianza del partido con un mensaje triunfalista hacia el futuro basado en la reinterpretación del pasado y en la hipótesis de que el éxito estaría al alcance de la mano. Zaplana ha estimado en un par de años el tiempo que Rajoy tardará en ser presidente del Gobierno.

El lema de la Convención -Hay futuro- parece un guiño del destino, una nueva oportunidad a aprovechar. Los sondeos de opinión así parecen aconsejarlo. El PSOE, con una pésima política de comunicación (si es que existe tal política), acusa la inmisericorde ofensiva de los populares con una pérdida en intención de voto que alguna encuesta sitúa en un empate técnico con el PP, aunque un recientísimo “pulsómetro” indica un nuevo despegue del PSOE. Pero Rajoy, el principal candidato, sigue detrás de Zapatero y no aprueba ni por equivocación. Por ello, las optimistas expectativas del partido coinciden con los intereses de la dirección en mantener la misma estrategia: no hay que aflojar. Por eso mismo, no era esperable un discurso más moderado de los responsables ni la oferta de un programa distinto. Salvo Gallardón, todos los demás, Aznar, Acebes, Rajoy, Mayor, Aguirre, García Escudero y Zaplana, han insistido en la línea dura, pero la verdad es que no tienen otra, no pueden hacer otra cosa, porque están atados a lo que han hecho, al pasado y tratan de escapar falsificándolo. Es una estrategia de supervivencia que hasta hoy les ha permitido convertir los fracasos electorales en victorias sobre su propio partido, haciéndole rehén de un discurso que ahora ha vuelto a repetirse.
Aznar, en la perorata inaugural de la convención, marcó la pauta que los demás siguieron, negando verdades evidentes de su mandato, entre las cuales vamos a detenernos en las referidas a la negociación con ETA. Estas son algunas de las opiniones vertidas para criticar acerbamente la política antiterrorista de Zapatero:
 En 1996, yo corté todo tipo de canales de comunicación con el entorno terrorista. Ni tomas de temperatura ni mediadores, ni recados (...) Nunca hubo negociación. Y menos de carácter político. Lo que hubo fue transparencia, lealtad a la verdad y a España. Por eso no oculté, sino que anuncié, que se tomaría contacto con la banda para que ésta probara la autenticidad de su anuncio de cese de los atentados (...) En el único encuentro con la dirección de la banda terrorista, ¡el único en las dos legislaturas del Partido Popular!, celebrado tras nueve meses de tregua, sólo se fue a una cosa: a comprobar si estaban o no dispuestos a rendirse (...) Y como no sólo no estaban dispuestos a rendirse, sino que querían negociar condiciones y contrapartidas políticas, los terroristas volvieron a sus métodos: matar, amenazar y extorsionar.
Convencido de que sus interesados partidarios no iban a hacer ningún esfuerzo para comprobar la veracidad de tales asertos, Aznar, siempre suficiente, ha recomendado mirar las hemerotecas. Hagámoslo.

Retorno al pasado

En este retroceso temporal vamos a recordar algunos datos que ayudan a entender las relaciones del PP y de Aznar con el nacionalismo.
A pesar de la furibunda y bien orquestada campaña realizada desde 1993 para erosionar al último gobierno socialista, el PP no alcanzó la mayoría absoluta en las elecciones del 3 de marzo de 1996. Razón por la cual Aznar tuvo que contar en su investidura con los votos del PNV (que se los negó a Zapatero) y de CiU. Fue la etapa, corta, del idilio con los partidos nacionalistas, cuando Aznar hablaba catalán en la intimidad y Arzalluz decía de él: “Aznar es un hombre de fiar”, “ha hecho más por el autogobierno vasco en un año que los demás en veinte”.
El 17 de enero de 1996, ETA había secuestrado al funcionario de prisiones Ortega Lara con el fin de lograr a cambio de su liberación el traslado de sus presos a cárceles vascas. El 14 de febrero asesinó a Tomás y Valiente, miembro del Consejo de Estado, el día 4 de marzo asesinó al inspector de la Ertzaintza, Montxo Doral, y en el mes de noviembre de ese año secuestró a Cosme Delclaux. Ortega Lara fue liberado por la guardia civil el 2 de julio de 1997 y las condiciones de su cautiverio conmocionaron a todo el país. En un acto de venganza, el día 10, ETA secuestró al concejal del PP de Ermua, Miguel Ángel Blanco, para forzar la reunificación de los presos. El Gobierno no accedió y ETA asesinó al edil, provocando el rechazo de millones de personas en toda España y la decisión de los partidos democráticos vascos de aislar al llamado entorno legal de ETA, acusado de cómplice en el asesinato. Lo cual puso los pelos de punta al PNV, que temió el ascenso electoral de los partidos no nacionalistas en Euskadi, e incluso a un sector de la izquierda nacionalista radical, que empezó a ver que ETA era más el problema que la solución.

La movilización ciudadana llevó a Aznar a cambiar la política antiterrorista y el 15 de julio cerró cualquier posible vía de negociación con ETA, solicitando la expulsión de Antxon y de Macario de la República Dominicana. Para el PNV, la situación era muy preocupante, pues temía una alternativa no nacionalista que acabase con su hegemonía y que el fin de ETA pudiera arrastrar consigo a todas las fuerzas nacionalistas. Tras fracasar el Plan Ardanza, estaban, pues, dadas las condiciones para llegar, en septiembre de 1998, al frente nacionalista de Estella y a la tregua de ETA. Condiciones favorecidas por el retroceso electoral de Herri Batasuna y por las conversaciones entre el gobierno británico y el Sinn Fein, que culminan en el acuerdo de Stormont, en abril de 1998.

En noviembre de 1998, el Congreso aprobó una moción instando al Gobierno a reorientar la política penitenciaria para favorecer el fin de la violencia. Y el Pleno del Congreso del 15 de junio de 1999, aprobó otra, instando al Gobierno a culminar dicha reorientación. Pero antes Aznar había dicho que estaba dispuesto a ser generoso si los terroristas dejaban las armas.
El Gobierno y yo personalmente hemos procurado a lo largo de estas semanas, en declaraciones y en hechos, transmitir señales de lo que estamos dispuestos a hacer por la paz, señaló Aznar el 11 de octubre de 1998. Unos días después, el 3 de noviembre, reconoció la existencia de contactos con ETA: El Gobierno y yo personalmente he autorizado contactos con el entorno del Movimiento Vasco de Liberación. El 12 de noviembre, lo ratificó Rajoy: Los contactos los llevaremos directamente y sin intermediación.
Dos diarios hoy tan críticos con el posible diálogo del Gobierno con ETA, como son el ABC y El Mundo, dedicaron el día 4 de noviembre amplia información a la iniciativa de Aznar. ABC dedicaba al tema un editorial titulado “Horizonte de esperanza” y El Mundo titulaba uno de los suyos “Otro valiente paso de Aznar hacia la paz”.

Con respecto a los hechos aludidos por Aznar en su declaración de octubre, hay que señalar que días antes de celebrarse las elecciones autonómicas vascas, el Ministerio del Interior había trasladado a cuatro presos enfermos a cárceles del País Vasco. En diciembre se trasladaron 21 presos (entre ellos el sanguinario De Juana Chaos) a la península, desde penales de Ceuta, Melilla, Baleares y Canarias, traslados que continuaron hasta el mes de septiembre de 1999. Entre dicho mes y el del año anterior, el Gobierno de Aznar ordenó el acercamiento de más de 120 presos y permitió el regreso de más de 300 personas exiliadas, de manera que cuando se produjo el encuentro de los delegados del Estado español con los representantes de ETA, el Gobierno ya había hecho bastantes entregas a cuenta de los resultados de la negociación.
Como en otros casos, Aznar y los suyos han acusado, sin prueba ni evidencia alguna, a Zapatero de hacer algo similar a lo que ellos hicieron.
El 19 de mayo de 1999, ocho meses después de que ETA declarase la tregua, Javier Zarzalejos, Secretario General de Presidencia, Ricardo Martín Fluxá, Secretario de Estado de Seguridad y el asesor personal de Aznar, Pedro Arriola se entrevistaron en Zúrich con Mikel Albizu, Antza, y Belén González Peñalva, Carmen. Después no hubo más reuniones. Y la ruptura de la tregua por parte de ETA llevó al PP a ensayar otra política contra el terrorismo, que se vería favorecida por la obtención de la mayoría absoluta en las elecciones generales del año 2000 y por las consecuencias políticas, jurídicas y policiales de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos.
Recordemos finalmente que durante los mandatos de Aznar se produjeron 311 excarcelaciones de etarras, de las cuales 64 correspondieron a terroristas condenados a penas superiores a veinte años y en algunos casos superiores a los doscientos. Un caso especialmente significativo por su reincidencia es el de Iñaki Bilbao, condenado a 52 años de cárcel, que quedaron reducidos a 30, de los que cumplió 17 por redención de penas.
Bilbao fue excarcelado el 28 de septiembre del año 2000, y el 21 de marzo de 2001 asesinó a Juan Priede, concejal socialista del ayuntamiento de Orio.
Acebes y Rajoy, dos de los mayores vociferantes del PP en contra del diálogo con los terroristas y de la excarcelación de etarras, eran entonces ministros de Justicia y de Interior, respectivamente.

Madrid, marzo 2006



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