Trasversales
Workers' Liberty

Alto a la matanza
Israel fuera del Líbano
Alto al lanzamiento de cohetes contra civiles israelíes


Revista Trasversales número 3,  verano 2006. Texto original en inglés publicado en   Workers' Liberty, 28 julio 2006



Los centenares de víctimas civiles y la vasta destrucción por las fuerzas armadas israelíes de la infraestructura de la vida económica y social de Líbano están provocando la indignación y la cólera mundial. ¡Y así debe ser!
¿Israel tiene derecho a defenderse de aquellos que declararon como objetivo político y militar la destrucción de la nación judía? Sí, lo tiene. Pero, aparte de cualquier otra consideración, entre Israel y Líbano, y entre Israel y los palestinos, la disparidad de poder es tal que las temerarias destrucción y matanza en Líbano no se pueden justificar en términos de la necesidad de defenderse.
Si es verdad, y lo es, que hay una diferencia importante entre, por un lado, tomar de forma deliberada a población civil como objetivo y masacrarla, y, por otro, mantener una temeraria indiferencia ante las complementarias víctimas civiles "colaterales" de una operación militar, también es verdad que hay cierto tipo de imprudencia e indiferencia que, dados sus efectos, no son siempre fáciles de distinguir de la matanza deliberada ejecutada por terroristas islamistas o de otro signo. Sí, Jézbola (y Hamas) se sitúan deliberadamente, a sí mismos y a sus bases de lanzamiento de cohetes, en el corazón de poblaciones civiles. Eso no justifica a un poder que, desde una posición de  inmensa superioridad militar, actúa diciendo "así es, la responsabilidad es suya", con la subsiguiente matanza de civiles.
La repulsa internacional contra Israel está justificada.

Con todo, la actitud respecto a una guerra no puede estar determinada por detalles tales como quién es más fuerte, quién sufre más bajas,  quién disparó primero o quién invadió el territorio de otros. Hay que tomar en consideración el contexto total de esta guerra, la situación política qué dio lugar a ella, y qué objetivos persiguen los diversos combatientes en la región y en la guerra.
Desde un punto de vista socialista, enemigo del clericalfascismo y antiimperialista, repasaremos los argumentos a favor y en contra de la guerra que está llevando a cabo Israel.

Empecemos, pues, por los argumentos a favor de la postura israelí. Jezbolá prendió la actual guerra atacando a Israel y matando y secuestrando soldados israelíes; además, arroja cohetes sobre poblaciones  israelíes. Jezbolá es una organización política y militar que está entregada a la destrucción total de la nación judía. Es un hecho que Jezbolá acumulaba fuerzas y equipamiento para una guerra contra Israel en el momento que ella o Irán eligieran. Jezbolá es respaldado, financiado, armado y, por decirlo suavemente, influenciado por Irán, cuyo líder electo declaró recientemente que su intención es destruir Israel, y que está intentando dotarse de armas nucleares. No es inverosímil que Jezbolá haya provocado la guerra con Israel para aliviar la presión internacional, y especialmente de EEUU, sobre Irán y Siria. La reciente retirada siria de Líbano, bajo presión de EEUU, puede haber impulsado al régimen sirio a utilizar su aún presente influencia política en Líbano para demostrar que en su ausencia las cosas quedan rápidamente fuera de control.
También es un hecho, políticamente muy importante, que a pesar de la gran fuerza militar de Israel, muchos israelíes se sienten maltratados, golpeados e inseguros tras años de ataques de suicidas "hombres-bomba", la reciente reiteración de la intención de destruir la nación judía por parte de una de las grandes potencias de la región, Irán, y los ataques con cohetes e incursiones en Israel procedentes de Gaza, de donde Israel se había retirado recientemente, y desde el sur de Líbano, del que Israel se retiró hace no demasiado tiempo. Estas experiencias, sumadas a la decepción que causa  a los israelíes que la oferta de aquello que ellos consideran grandes concesiones a los palestinos no trajese la paz sino la segunda intifada y las suicidas "bombas humanas", explican porqué la opinión pública en Israel sostiene masiva y enérgicamente la guerra de Israel en Líbano.
Israel está intentando causar el máximo daño posible a sus enemigos declarados, extraordinarios e implacables, que en términos políticos son clericalfascistas que aspiran a establecer dictaduras teocrático-militares en Oriente Medio. Se dice que Jezbolá representa tal amenaza que Israel tiene que actuar, y actúa ahora. Las acciones de Israel son presentadas por su gobierno como parte de la guerra contra el terror de George Bush.

La presentación de argumentos contrarios a la política israelí puede iniciarse justo en este punto. Si el resultado de lo que Israel está haciendo fuese la erradicación de Jezbolá, movimiento islamista clericalfascista, los socialistas serios tendríamos motivos para alegrarnos. Pero el efecto de lo que Israel está haciendo en Líbano podría ser muy probablemente el opuesto si Israel no consigue erradicar completamente a Jezbolá, y, tomados todos los factores en consideración, que logre tal cosa parece poco plausible; desde luego, muchos expertos en asuntos militares dudan de que este tipo de acción lo permita. Como Nasser tras el fracaso de Gran Bretaña, Francia e Israel en el conflicto del canal de Suez en 1956, Jezbolá podría salir de todo esto fortalecida, con más prestigio, más seguidores y más dinero. Israel está echando leña al fuego del recrudecimiento y de la exacerbación política islámica. Inflamará aún más toda la región, y aumentará el flujo de adeptos y de dinero hacia Jezbolá y hacia otras organizaciones políticas islamofascistas.
Cortar cabezas del islamismo político, como las de Jezbolá, Hamas o los Hermanos Musulmanes podría dar lugar a que brotasen otras, como en el caso de la bestia mítica a la salieron dos cabezas tras cortarle una. Esto no quiere decir que siempre sea insustancial cortar una "cabeza" islamista-fascista, ni se pretende argumentar contra todo  intento de destruir el clericalfascismo islamista. Lo que se está diciendo es que lo que está haciendo Israel - y Reino Unido, EEUU y otros en Irak - no es una manera eficaz de luchar contra el islamismo político.
Cualquiera que sea el resultado final de la ocupación estadounidense y británica de Irak, ésta es seguramente una de las obvias lecciones de los tres años pasados allí. Y la perspectiva de un "buen" resultado en Irak, incluyendo la creación de un régimen democrático burgués viable se hace cada vez más remota e improbable.
Pero, al igual que las acciones de Hamas y Jezbolá y sus ataques asesinos contra civiles israelíes deben ser vistos en el contexto político de su objetivo de destruir Israel, también las acciones de Israel no pueden ser consideradas políticamente al margen del conjunto de su política y de sus objetivos. ¿Cuáles son?
No son las metas o las actividades apropiadas para un Estado que estuviese preocupado en sobrevivir, en lograr la estabilidad y alcanzar con sus vecinos árabes la paz en seguridad. Israel está involucrado en la anexión de una amplia franja del territorio de la palestina Cisjordania que Israel ocupa desde 1967. En la medida que lo hace pueda tener algún sentido, ese sería que estaría intentado prevenir la emergencia de un estado palestino independiente. Y confía en que los costes político-militares de la anexión sean compensados por su relación clientelar con Estados Unidos.
Esto debe ser condenado hasta por quienes apoyan la existencia del Estado judío y reconocen su derecho a defenderse, incluso por medio de la guerra si es necesario.

Hagamos aquí una semidisgresión. No es nuestra intención estipular aquí dónde debe trazarse la frontera en Cisjordania entre los pueblos judío y palestino, ni decir que los asentamientos judíos deban ser totalmente desmantelados. Los socialistas, al igual que no debemos apoyar la consigna de "árabes fuera de Israel", tampoco deberíamos apoyar, aunque sea implícitamente, la de "judíos fuera de Cisjordania". Los israelíes pueden pensar razonablemente que deben hacerse ajustes a la frontera jordano-israelí de hace 40 años. Sin embargo, hay un barrera infranqueable para cualquier ajuste de la frontera de 1967: si no permite la existencia de un estado palestino independiente sobre un territorio conexo, entonces no habrá justicia para los palestinos, ni es probable que pueda representar una verdadera solución.
Algunos comentaristas creen que una de las raíces de la guerra en Líbano reside en que el primer ministro Olmert siente la necesidad de consolidarse como un líder respetado, duro y despiadado, de modo que tenga la autoridad suficiente para organizar la retirada israelí de partes de Cisjordania, con el propósito de imponer un "arreglo unilateral" israelí y las fronteras "finales" entre Israel y el territorio de mayoría palestina exterior al "Gran Muro" de Israel, que definirá y guardará sus fronteras.
El argumento israelí en favor del trazado unilateral de la frontera, según el cual no existen fuertes "interlocutores para la paz" para la paz, sería más convincente y tendría más autoridad moral si Israel no hubiese actuado una y otra vez para minar a los posibles interlocutores políticos palestinos para la paz (por ejemplo, ocupando nuevamente Cisjordania en 2002).
Uno de los aspectos perennes y repetitivos del conflicto árabe-israelí es una alianza tácita, exluyente de cualquier tercer sujeto, y una espantosa interacción, mano a mano, entre los clericalfascistas islamistas -especialmente Hamas en el último período- y los chovinistas del nacionalismo israelí, justificándose cada uno sobre la existencia y los hechos del otro.

Pero para seguir el hilo de la discusión  supongamos, sin embargo, que fuese verdad que no hay "interlocutor para la paz" con el que Israel pueda tratar políticamente para alcanzar un acuerdo multilateral; supongamos, por tanto, que el trazado unilateral israelí de la frontera fuese la única manera de avanzar, la única manera de separar a dos pueblos antagónicos y  desesperados enzarzados en pelea. En ese caso, se plantearían dos opciones:
- O bien el estado israelí establece sus fronteras sin colaboración o acuerdo con los palestinos, pero usa su propio poderío y sus actuales relaciones con la superpotencia mundial de forma juiciosa, justa, benigna y con la perspectiva de crear las condiciones para alcanzar un acuerdo y un compromiso multilateral lo antes posible.
- O actuará, y todo indica que así lo tiene pensado, injustamente, chovinistamente, llevado por el más estrecho egoísmo nacional, lo que sólo puede estimular el estrecho egoísmo nacional y el sectarismo islamista en el otro bando, y actuando de manera que los palestinos y otros árabes quedarán marcados con un ardiente sentido del agravio que emponzoñaría a varias generaciones.
En el primer caso, Israel actuaría unilateralmente desde una posición de  fuerza, pero no obstante trazaría e impondría fronteras que permitirían la existencia de un Estado palestino viable y conexo, comenzando así a satisfacer los deseos de los palestinos en la medida que Israel puede satisfacerlos sin causar una injusticia a la nación judía.
La demasiado fácil respuesta israelí a esto es que el cuasi-estado palestino que nació en la segunda mitad de los 90, según los términos del acuerdo de Oslo, finalmente significó que los irreconciliables palestinos tuvierán una base territorial desde la que atacar a Israel. Pero incluso si hipotéticamente aceptásemos cargar sobre los palestinos toda la culpa de la ruptura del diálogo en 2000, no puede mantenerse que los palestinos no deben tener de aquí en adelante más derechos nacionales que aquellos que Israel, desde su propio egoísmo nacionalista, esté dispuesto a  conceder. Esa es, vuelta del revés, la misma actitud que ante Israel tienen los chovinistas árabes e islámicos.
Además de ser monstruosamente injusto, es un sin sentido político. Israel no tiene derecho a sofocar y de destruir la nación palestina como una entidad política -y eso es lo que está aquí en juego-, de la misma forma que los palestinos y los estados árabes e islámicos no tienen derecho a destruir Israel.

Actualmente, Israel pretende anexionarse un importante pedazo de Cisjordania, dejando a los palestinos solamente trozos de un territorio segmentado que no podría ser un estado independiente ni, posiblemente, viable. No sería tanto un estado palestino fracasado como, más bien,  un estado inhabilitado deliberadamente desde el comienzo.
Las actuales actividades militares de Israel no pueden ser tomadas en consideración al margen de todo esto ni de su plan totalmente definido respecto a sus futuras relaciones con el pueblo palestino.
Por supuesto es posible construir escenarios políticos más o menos plausibles, para un futuro más o menos distante, en los cuales los territorios palestinos se unirían con Jordania (como Cisjordania hasta la guerra de 1967). Eso, si sucediera, sería en un futuro incalculablemente distante. E, incluso entonces, probablemente no satisfaría a los palestinos.
Las naciones se crean en los tumultos y encrucijadas de la historia. Palestina era una entidad que fue esculpida a finales de la Primera Guerra Mundial en el sur de Siria por británicos y franceses, que controlaban la región. Sólo existió unos 30 años antes de llegar a los años 1948 y 1949. En 1918, hablar de una nación palestina, distinta a otras naciones árabes, no habría tenido sentido. Entonces no existía tal entidad diferenciada, pero ahora existe. Una nación palestina, distinta y consciente de sí misma, ha emergido en el curso del largo conflicto con Israel. Los palestinos también tienen derechos nacionales.

La actitud chovinista y las intenciones de Israel hacia los palestinos son elementos centrales para definir qué papel juega y qué representa Israel en sus guerras en Líbano y Gaza. No se trata sólo de intentar destrozar a Jezbolá, lo que considerado aisladamente podría ser bueno y progresivo. En lo que los chovinistas israelíes menos ilustrados están pensando es en conseguir el máximo margen de maniobra en las relaciones con los palestinos.
Si Israel llevase adelante una política verdaderamente benigna y verdaderamente democrática, incluso unilateralmente hasta el punto en que esto es posible, podría segar mucha tierra -no toda, pero si mucha- bajo los pies del clericalfascismo árabe e islamista. Sus acciones, incluyendo las dirigidas contra Jezbolá y Hamas tendrían un peso y un significado muy distinto.
Tal y como son las cosas, Israel debe ser condenado, no solamente por la brutal inhumanidad de lo que está haciendo en Líbano, sino fundamentalmente por su papel global y su política global en la región, de la que Líbano es parte.

¡DOS ESTADOS PARA DOS PUEBLOS!

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