Trasversales

Benedicto García Villar

Que verde era a miña terra!

Revista Trasversales número 3,  verano 2006.  Texto escrito el 8 de agosto de 2006. Benedicto García Villar es profesor, músico y uno de los más activos animadores  del colectivo Pola Esquerda. Visita su blog



Texto original, en gallego


O luns pasado, día 7, viñemos de Mallorca, a "illa da calma", paradisíaco lugar onde imperan as aciñeiras a pesar da presión das coníferas, sobre todo o piñeiro. Alí non hai incendios no monte. Non é que non os houbese en tempos, pero teñen un eficaz e rápido sistema de detección. A pesar diso hai queixas, razoables, porque non se limpan os montes.

Ao aproximarse o avión á franxa costeira, preto de Santiago, o espectáculo é dantesco. Coma se dun campo de batalla se tratara, alternan as fumaradas cos restos do xa queimado. Na aldea, as casas están literalmente rodeadas por fume. É moito o que arde. De novo a eterna pregunta: a quen benefician estes lumes, claramente intencionados?

E de novo as mesmas respostas: ós cobizosos de terreo para construír, previa recualificación. A Lei de montes, máis dura agora que antes, nada di dos incendios en terreo rústico ou de explotacións agropecuarias. Polo tanto, por ese furado legal é por onde pretende coarse a bicha. Pois, tápeno, por favor! E xa!

Logo está a coincidencia de lumes en días sinalados e ó redor das poboacións, agora, cando o goberno da Xunta ten outra cor. Pois haberá que investigar. Sería lamentable ter que sinalar responsabilidades onde non deben estar. Hai un ano lamentabamos nesta columna o pesado cheiro a fume que se respiraba no norte de Portugal. Agora tócanos de novo a nós este aire irrespirable que está en tódalas conversas.

Traducción al castellano (responsabilidad de Trasversales)


El lunes pasado, día 7, vinimos de Mallorca, la "isla de la calma", paradisíaco lugar donde imperan las encinas a pesar de la presión de las coníferas, sobre todo el pino. Allí no hay incendios en el monte. No es que no los hubiera en tiempos, pero tienen un eficaz y rápido sistema de detección. A pesar de eso hay quejas, razonables, porque no se limpian los montes.

Al aproximarse el avión a la franja costera, cerca de Santiago, el espectáculo es dantesco. Como si de un campo de batalla se tratase, alternan las humaredas con los restos de lo ya quemado. En la aldea, las casas están literalmente rodeadas de humo. Es mucho lo que arde. De nuevo la eterna pregunta: ¿a quién benefician estos fuegos, claramente intencionados?

Y de nuevo las mismas respuestas: a los ambiciosos de terreno para construir, previa recualificación. La Ley de montes, más dura ahora que antes, nada dice de los incendios en terreno rústico o en explotaciones agropecuarias. Por lo tanto, la bicha pretende colarse por ese agujero legal. Pues entonces, ¡tápenlo, por favor! ¡Y ya!

Además, está la coincidencia de fuegos en días señalados y alrededor de las poblaciones, precisamente ahora, cuando el gobierno de la Xunta tiene otro color. Pues habrá que investigar. Sería lamentable tener que señalar responsabilidades donde no deben estar. Hace un año lamentábamos en esta columna el pesado olor a humo que se respiraba en el norte de Portugal. Ahora nos toca de nuevo a nosotros este aire irrespirable que está en todas las conversaciones.

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