Trasversales
Fernado Gil

la derecha... sigue furiosa

Revista Trasversales número 3,  verano 2006




Una derecha ancestral

La derecha sigue furiosa. En abril se han cumplido dos años de gobierno del PSOE y parece que podrá acabar la legislatura, pues, a pesar de que el Partido Popular (PP) ha hecho todo lo posible, ha fracasado en su intención de provocar un anticipo electoral. Zapatero sigue firme y, en consecuencia, la derecha sigue furiosa.
La persistente actitud del PP nos remite a la historia de España de los últimos dos siglos, que muestra un país sometido a la permanente tensión entre reforma y reacción, las dificultades con que tropiezan los cambios por moderados que sean y la alternancia de breves gobiernos progresistas y largas etapas de restauración en los momentos más suaves y de brutal reacción en los más feroces. La última de estas reacciones sigue proyectando su ominosa sombra sobre nuestros días.

 Como si hubiera leído al revés una idea de aquella organización de exiliados alemanes que fue la Liga de los Comunistas, la revolución permanente, luego convertida por Trotsky en eje de su programa, la derecha española ha hecho de la contrarrevolución permanente el lema que ha guiado sus estancias en el Gobierno y en la oposición. El pasado ha ejercido una perniciosa atracción sobre la derecha española, que ha rechazado los valores de la modernidad y ha tratado, por las buenas o por las malas, de volver atrás, al idealizado mundo tardomedieval, donde supone que sus privilegios no tendrían límite alguno ni su poder sería discutido.
La historia de la España moderna es la historia de la tenaz resistencia de unas reducidas clases poseedoras a ceder un ápice de su poder y una pizca de su riqueza a otras clases menos favorecidas. Los intentos de éstas por repartir de manera más equilibrada la riqueza existente y mejorar económica y políticamente a expensas de las primeras han definido los agitados escenarios sociales de los siglos XIX y del XX. El PP es hoy heredero legítimo de las ancestrales derechas cuajadas de señoritos, curas y militares.

Podría parecer que, ante las dificultades que instituciones tan disciplinadas y jerárquicas como la Iglesia católica y el Ejército pudieran tener para aceptar los valores modernos, la derecha civil, más vinculada a la sociedad ordinaria y al mundo de los negocios, podría ser más proclive a aceptarlos gradualmente. Sin embargo, no es así.
 La derecha civil, hoy representada por el PP, muestra los peores rasgos de la derecha ancestral, que son la negativa a contemplar los cambios sociales como consecuencia del carácter esencialmente transformador de los seres humanos, y el recurso a la autoridad, ejercida sin límites, para detener tales cambios. Detrás de todo ello existe una concepción pesimista de los seres humanos ordinarios, vistos como seres ignorantes, pecadores e insumisos, que precisan de permanente tutela, ejercida por una minoría cualificada y virtuosa, formada por un selecto grupo de próceres conservadores, inspirados en el magisterio de la Iglesia y apoyados en las fuerzas del orden. Naturalmente, como esta función dirigente no por meritoria debe ser realizada gratuitamente, la colusión de intereses de los próceres con los estamentos económicos se presenta como la justa recompensa por su función patriótica y pastoril.
Con esta concepción de la política, la derecha ha percibido como amenazas la emergencia de la autonomía de los sujetos, el ejercicio de los derechos civiles y laborales, la libertad de las personas y la opinión de los ciudadanos para cambiar los gobiernos.  El PP es heredero de esta tradición. Aceptó a regañadientes el régimen parlamentario instaurado tras la muerte de Franco y no ha cejado en su intento de limitar la democracia a ciertas instituciones ni en constreñirla o eliminarla donde ha podido. Trató de frenar la reforma todo lo que pudo y de rebajar el contenido de la Constitución, que fue rechazada por la mitad de sus diputados. No aceptó el Estado Autonómico y desde entonces no ha cesado de oponerse a su profundización.

 Esta derecha, ajena por vocación a la cultura democrática, ignora lo que es la alternancia, que estima una expropiación temporal de un poder que siempre debe ejercer, y en vez de asumir que la oposición parlamentaria debe colaborar en la tarea de fomentar la cultura cívica entre la ciudadanía y cumplir sobre todo una función ejemplarizante que le permita volver a gobernar algún día con más méritos que quien lo hace hoy, ha convertido su democrático desalojo del Gobierno, en marzo de 2004, en una afrenta que debe ser lavada cada día públicamente de la peor de las maneras.

Un equipo de desequilibrados


El simultáneo espectáculo que montaron el 10 de mayo los diputados del PP como oposición en el Congreso y como partido gobernante en la Asamblea de Madrid, que culminó con la expulsión de la cámara del diputado popular Martínez Pujalte, no debe sorprender a nadie. No es una casualidad, sino un peldaño más en la estrategia de confrontación puesta en marcha al día siguiente de perder las elecciones generales, que el PP han venido aplicando con tesón para desgastar a un Gobierno que consideran ilegítimo. En este caso, aprovechando una estrafalaria sentencia judicial que castiga con penas de cárcel a los policías que detuvieron a dos militantes del PP tras los insultos y agresiones sufridas por el ministro José Bono en una manifestación, boicotearon la intervención del ministro del Interior en el Congreso y solicitaron su dimisión, después de haber conseguido la del delegado del Gobierno en Madrid.
Ésta es, por ahora, la última operación del PP para hacer ruido e intoxicar a sus bases. Pero pronto habrá nuevos pretextos para escenificar la bronca. Ahí están, como ocasiones propicias, el referéndum sobre el Estatuto de Cataluña y el diálogo con ETA, anunciado por Zapatero, que para Acebes se trata sólo del chantaje de ETA a 44 millones de españoles. Se ve que cuando Aznar ordenó conversar con ETA, siendo Acebes ministro de Justicia, la organización terrorista hacía el bien sin mirar a quien.

Tal como se comportan sus dirigentes, el PP parece un partido de desequilibrados, gentes atormentadas por la tragedia, lo cual no es probable en unas vidas que se suponen bastante regaladas, favorecidas por los negocios y confortadas por la religión.
Por difícil de entender que sea, no se puede esperar otra cosa. Mientras siga al frente del PP un equipo de gente llena de resentimiento, es inútil esperar que aparezca el lado democrático del PP, el talante negociador o el perfil centrista. Pierden el tiempo quienes esperan que Rajoy asuma el mando sobre el partido y lo lleve hacia el centro, sustrayéndolo al control de FAES, porque Rajoy está desde hace tiempo al frente de los energúmenos. Pierden el tiempo las almas cándidas que esperan toparse un buen día con el espíritu centrista del PP y con la cara amable de Acebes, de Rajoy o de Zaplana, porque los milagros no existen. No existe tal perfil y la cara amable de Rajoy es sólo un maquillaje ajado por tantas muecas, pues el publicitado viaje del PP al centro fue una operación cosmética para contrarrestar el aspecto duro de Aznar pidiendo a gritos la dimisión de Felipe González. Un viaje de corto recorrido, que acabó  cuando Aznar logró mayoría absoluta y los cachorros del franquismo se dieron cuenta de que si no podían gobernar como sus padres o abuelos, podían acercarse lo más posible. En ese momento el PP mostró su verdadero perfil: semblante hosco, gesto adusto y faltón, mando autoritario y actitud agresiva, una concepción patrimonial del país y un ansia de poder que no conoce límites. Con la mayoría absoluta afloró su ascendiente ideológico, que está en el franquismo y en la interpretación más oscurantista de la doctrina católica, veta nutricia de todas las derechas.

Técnicas de golpe de Estado


 Además de las diferencias políticas e ideológicas con el PSOE (y con otros partidos, claro), en la situación en que se halla el PP intervienen de manera decisiva dos rasgos característicos de su equipo directivo, cuyos intereses, en este momento, no coinciden del todo con los del partido. Estos factores son la prisa y el resentimiento.
El resentimiento se debe a no haber asimilado aún la derrota electoral del 14 de marzo. Derrota notoria para un Gobierno que había hecho del triunfalismo una de sus señas de identidad. Derrota histórica, porque es la primera vez en la España democrática que un partido con mayoría absoluta pasa del Gobierno a la oposición. Derrota humillante, porque descubrió que habían querido ganar las elecciones con malas artes, al atribuir a ETA los atentados del 11 de marzo.
La prisa está motivada, por un lado, por la necesidad de resarcirse de la derrota de 2004, a ser posible mediante elecciones anticipadas. Lo cual explica que hayan convertido la crispación en la única fórmula para desgastar a Zapatero. Pero existe otra razón tan poderosa como esa. Y es que el PP, desde otoño de 2003, no ha dejado de perder elecciones (catalanas, generales, andaluzas, europeas, vascas y gallegas). Sólo ganó en las autonómicas de Madrid, cuando se repitieron, en noviembre de 2003, tras la deserción de dos tránsfugas, en un suceso donde los corruptos quedaron al descubierto pero no los corruptores. Y salvo en las elecciones catalanas, en las que pasó de 12 escaños obtenidos en 1999 a 15 en 2003, en las demás perdió escaños: en las andaluzas pasó de 46 en 2000 a 37 en 2004; en las vascas pasó de 19 en 2001 a 15 en 2005; en las gallegas pasó de 41 en 2001 a 37 en 2005 y perdió el Gobierno autonómico; en las europeas pasó de 27 escaños en 1999 a 24 en 2004, y en las generales pasó de 183 diputados en 2000 a 148 en 2004, perdiendo el Gobierno central.

Para un observador imparcial, lo anterior muestra el fracaso de una estrategia, el agotamiento de una forma de hacer política, porque la situación del PP no es coyuntural, no se debe tanto a un error como al haber seguido una dirección equivocada. Es un signo del agotamiento político de la etapa de Aznar y de la falta de ideas de sus sucesores.
En una coyuntura en que la derecha acusa a Zapatero de haber cometido los mayores disparates, se echa de menos un aluvión de ideas por parte del PP que indique por dónde encaminar la gobernación del país. Pero no hay tal. Lo único que sale del PP son denuestos, victimismo, exigencias continuas, como si se les debiera algo, y toda clase de negativas. O no hay ideas o no hay intención de exponerlas porque los intereses de los dirigentes son otros.
Llama la atención la contradicción en la que se mueve el PP, entre el dictamen sobre la catastrófica situación que vive España y la falta de ideas para salir de ella. Cuando España, según Aznar, se encuentra al borde del abismo y más necesidad hay de un profundo debate ideológico, del equipo dirigente del PP no salen más que improperios. Lo cual ayuda poco en este, al parecer, trascendental momento. Claro que lo que se persigue es otra cosa.

Impelida por el resentimiento y la prisa -se le pasa el arroz y se empiezan a conocer demasiados casos de corrupción-, la dirección del PP está inmersa en una campaña más similar a una estrategia de golpe de Estado que a una oposición democrática, aunque ellos la llamen oposición patriótica. Y eso ocurre cuando el Estado no importa y el adversario se ha convertido en enemigo, al que hay que destruir como sea. Pero para que el adversario se comporte como un enemigo es preciso obligarle a dejar de ser adversario y a comportarse como el enemigo que se desea tener delante, porque frente al enemigo ya vale todo.
El primer paso es describir la situación catastrófica que justifique una solución de emergencia. Hay que describir una situación extraordinaria, con colores trágicos, que permita, por tanto, actuaciones extraordinarias pero publicitadas no sólo como razonables sino como necesarias ante la desmesura de las acciones del otro. Por lo tanto, el comportamiento extremado, la desmesura y la crispación nunca serán fruto de una estrategia de desestabilización aplicada de modo sistemático por los dirigentes del PP, movidos por el resentimiento y la prisa, sino serenas y patrióticas respuestas a la conducta irresponsable del Gobierno, que será calificado como el peor gobierno desde la transición por apartar a España de Europa y de América, ser amigo de dictadores y dar la razón a los islamistas al retirar las tropas de Irak. Será un gobierno rehén de ETA o vendido a ETA, un gobierno que ha empezado a trocear España, que corre el riesgo de balcanizarse, según la experta opinión de Aznar (partidario de balcanizar Irak); un gobierno que persigue a la Iglesia y que quiere acabar con la familia y con la enseñanza privada; que niega el agua a las zonas secas, que admite a todos los emigrantes, que se lleva los papeles de Salamanca, que apoya el revanchismo de los republicanos, que apoya la manipulación genética y hasta impulsa la eutanasia. Da lo mismo que unas cosas sean verdad y otras mentira, que unas estén respaldadas por leyes y que otras no entren en la agenda del PSOE, porque todo vale con tal de mostrar la acción del Gobierno como una sucesión de actos ilegítimos que afectan a extensos sectores de la población, a los verdaderos españoles, a los que continuamente se les toca a rebato mediante un discurso enardecido que abunda en exageraciones y en mentiras descaradas.
 En esta estrategia, Zapatero será el causante de todos los males: desde las movilizaciones del 13 de marzo a la estafa de los sellos, pasando por el agua que según Esperanza Aguirre le falta a Madrid, o el descubrimiento de las presuntas comisiones cobradas en Benidorm. Lo cual justifica todos los apelativos que se le quieran colgar: desde mentiroso a traidor, amigo de dictadores, de terroristas, aunque lo más habitual es empezar por llamarle irresponsable o incompetente. Y rodeado de incompetentes, claro, cuyas dimisiones se piden casi a diario. España está ante el abismo y eso lo justifica todo.
Como en toda campaña de propaganda, en esta es importante la persistencia, la repetición de las mismas ideas, mejor de las mismas frases una y otra vez, hasta que la mentira repetida mil veces acabe por parecer una verdad para los suyos o para los que puedan ser captados. Pero para los adversarios, para el Gobierno, nunca será una verdad, pero sí un motivo de desgaste, porque estará obligado a responder y a desmontar las mentiras.

 La agresión verbal constante y la crispación dificultan la tarea de gobernar y obligan a hacer un esfuerzo para salir del terreno de la bronca, donde el PP se sabe fuerte. La provocación tiene como objetivo impedir gobernar (para acusar luego de esa falta de gobierno), sacar al otro de su programa y, sobre todo, de sus casillas para obligarle a responder en parecidos términos, con lo cual el clima general se degrada y acaba apartando a los ciudadanos de la política porque no distinguen las actitudes de unos y otros.
Tchakotin, en su análisis de la propaganda nazi, llamaba senso-propaganda a aquella dirigida a excitar las emociones de las masas más que su razón, objeto de la ratio-propaganda, y a utilizar todo lo que provocara emociones intensas, incluso el odio, si el resultado era bueno. En esta estrategia es importante la escenificación de los agravios en los foros públicos, el recurso a los gestos exagerados y la abundancia de aspavientos, que luego serán recogidos y amplificados por los medios de propaganda afines, con la intención de mantener enardecidas a sus gentes y en disposición de ser movilizadas, porque hay que llevar a los partidarios la idea de que el Estado está corrompido, de que las instituciones no son de fiar porque están ocupadas por el partido del Gobierno (si se deterioran no importa gran cosa) y que por lo tanto hay que tomar la calle, que se convierte en el lugar donde se comparten las emociones, el lugar de contacto directo, visual o auditivo, con los dirigentes y donde se exhibe el poder sobre las masas.

Por suerte, no estamos en los años 30, rodeados de gobiernos fascistas, ni están bien vistos los golpes de Estado. En el Ejército, al contrario que en la Iglesia, el eco de esta campaña está siendo escaso. Y afortunadamente ni el PP ni Rajoy suben en las encuestas.
Lo cual no quiere decir que vayan a desistir. El descanso sólo llegará cuando el PP pierda otras elecciones y se deshaga de ese equipo de gente llena de odio y resentimiento que lo dirige. Mientras tanto, que nadie espere una tregua, sino todo lo contrario.


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