Trasversales
Miquel Monserrat

Palestina e Israel:
Derechos de beligerancia y caminos hacia la paz

Revista Trasversales número 3,  verano 2006, versión electrónica




Una vez más, las esperanzas de paz y entendimiento se esfuman. La ofensiva militar desencadenada por los dirigentes israelíes contra las poblaciones de Líbano y Palestina es despiadada e injustificable.
Sin duda, hay que condenar todos los actos de violencia perpetrados contra población civil palestina, israelí o libanesa. Pero sólo en un ejercicio de cinismo sin escrúpulos pueden ser tales actos considerados, justamente, como terrrorismo  cuando han sido cometidos por un grupo palestino, pero, injustamente, como actos de guerra y de defensa cuando, en mucha mayor escala, los ejecuta el ejército israelí.

Gaza y Cisjordania son territorios ocupados, tal y como reconoció el Consejo de Seguridad de la ONU en 1967 a través de la resolución 242, que exige la retirada de Israel de ellos. Posteriormente, en 1979, la resolución 446 declaró ilegales los asentamientos ilegales en los Territorios Ocupados, y en 1987 la resolución 605 exigió a Israel el cumplimiento de la Convención de Ginebra sobre protección de civiles en tiempos de guerra.

Aunque la "comunidad internacional" nada ha hecho para lograr su cumplimiento, estas resoluciones definen una inequívoca situación de ocupación y de beligerancia entre ocupantes y ocupados. Sin embargo, a la infamia de la ocupación viene a sumarse una descarada asimetría en lo que se refiere al reconocimiento de los derechos y deberes de las partes beligerantes. Tal y como ha escrito el pacifista israelí Uri Avnery, "ahora tenemos una 'guerra unilateral', en la que un bando (el más fuerte) goza de todos los derechos propios de una parte beligerante, mientras que el otro (más débil) no tiene derechos".

Esta asimetría, en la que no sólo están instalados los dirigentes israelíes, sino también los de la comunidad internacional, incluyendo, por desgracia y para vergüenza nuestra, los de la Unión Europea, se evidencia, por ejemplo, en el tratamiento del asunto de los prisioneros.
Israel mantiene encarcelados a miles de palestinos, incluyendo gran número de niños. La inmensa mayoría son civiles no combatientes y muchas de esas personas sufren prisión "administrativa", sin acusación judicial. En ningún caso se reconoce a estos presos el estatuto de "prisioneros de guerra" ni los derechos correspondientes. Para Israel, no hay "prisioneros de guerra", sólo delincuentes, terroristas y colaboradores con los terroristas.
Cuando algunos soldados israelíes son capturados por grupos palestinos, el gobierno israelí tampoco habla de ellos como "presos de guerra", pese a ser ése el estatuto que más protección podría darles, más difícil haría que sean asesinados y mejor facilitaría su liberación mediante un canje. El término utilizado es "secuestro", y sus captores son "secuestradores", lo que oculta que hacer prisioneros a los soldados enemigos en un conflicto bélico es un acto de guerra habitual sometido a leyes internacionales. La patraña del "secuestro" sirve para cerrar toda puerta a la negociación, que, en tales términos, sería entendida como cesión a un chantaje. Y, más grave aún, sirve para excusar una escalada bélica contra la población civil de Gaza que incluye graves crímenes de guerra.
Un primer paso hacia la paz sería, por paradójico que parezca, el reconocimiento de la beligerancia, que incluiría, entre otras cosas, el reconocimiento mutuo del estatuto de "prisionero de guerra". Y si Israel no lo hace, al menos la comunidad internacional, la Unión Europea y nuestro propio gobierno sí debería hacerlo ya, dejando de utilizar un lenguaje sesgado ("secuestrados" unos, "presos" otros) y exigiendo a ambas partes que los detenidos sean considerados "prisioneros de guerra" y tratados como tales, además, claro está, de la liberación de la población civil ajena a actos de guerra.

Otro ejemplo claro de la doble "vara de medir" utilizada por la comunidad internacional es el mensaje unilateral que la Unión Europea envió a la actual Autoridad palestina, exigiendo para el mantenimiento de la ayuda el reconocimiento del Estado de Israel, sin trasmitir un mensaje recíproco a Israel reclamando la retirada definitiva de los territorios ocupados y el reconocimiento de un Estado palestino viable y soberano.
Por mi parte, estoy plenamente convencido de que, a estas alturas, el reconocimiento mutuo entre dos estados vecinos, Israel y Palestina, soberanos y viables, es la única solución razonable y que no comportaría un baño de sangre y un genocidio. Ahora bien, la sesgada exigencia de que la Autoridad palestina vuelva a dejar constancia de reconocimiento del estado de Israel no puede ser tomada en serio por la población palestina, que la vive como una nueva ofensa y un nuevo chantaje, ya que Arafat reconoció el derecho de existir de Israel ya en 1993, y sin embargo aún recordamos la terrible ofensiva contra la población palestina de 2002, la masacre de Jenin y el asedio al edificio de la presidencia palestina en el que se encontraba Arafat.
Considero que Hamas es una fuerza política ultrareaccionaria y fundamentalista, y lamento su triunfo electoral sobre Fatah, no por sus efectos sobre las relaciones con Israel sino por lo que puede significar para la vida cotidiana de la población palestina, especialmente para las mujeres. Considero trágica tal evolución política de una de las poblaciones de raíz árabe / musulmana más laicas y abiertas de la región. Sin negar la parte de responsabilidad que corresponde a Fatah, a causa de las corrupciones y autoritarismos que emergieron en su entorno, quienes más han contribuido al florecimiento de Hamas, y quizá de forma consciente, han sido los dirigentes israelíes y estadounidenses, cuyo comportamiento intransigente y agresivo hizo pensar a muchos palestinos que los esfuerzos de Arafat y Fatah para alcanzar un acuerdo habían sido inútiles y una pérdida de tiempo, e incluso una traición para algunos.
Desde luego, creo que la Unión Europea podría haber exigido a Hamas que si la Autoridad palestina quería recibir y gestionar las ayudas debería comprometerse al respeto de ciertos derechos humanos básicos en los territorios bajo su mandato, especialmente en lo que a los derechos de las mujeres se refiere. Pero no es eso lo que se hizo, sino que todo se condicionó a la actitud ante Israel. Poner desde la Unión Europea condiciones a Hamas sin establecer otras equivalentes para Israel sólo podía tener un doble efecto: alentar a los halcones israelíes y reafirmar su sensación de impunidad, por un lado, e incrementar el prestigio de Hamas entre la población palestina, por otro. Era pura y simplemente inmoral, además de políticamente suicida, reclamar de nuevo a la Autoridad Palestina el reconocimiento del estado de Israel (lo que ya hizo Arafat) bajo la presión de un bloqueo de las ayudas europeas, sin exigir con tanta o más contundencia (suspención del Acuerdo de Asociación entre la Unión Europea e Israel, por ejemplo) la retirada completa de Israel de todos los territorios ocupados y el reconocimiento pleno de un Estado palestino.

El conflicto con el Líbano tiene un origen inmediato más complejo, pero no resulta menos grave e inquietante la guerra desatada por Israel, que ha causado ya centenares de muertes y está destruyendo las principales infraestructuras de ese martirizado país utilizado y fragmentado como terreno de juego estratégico por numerosos estados (Israel, Estados Unidos, Irán, Siria, Arabia Saudí…) y movimientos político - militares- religiosos, indiferentes al sufrimiento de la población palestina.
Digo que es más complejo porque Jezbolá, movimiento reaccionario y fundamentalista, no puede ser reconocido como expresión de la lucha palestina. Su acción contra soldados israelíes no responde a una solidaridad real con los palestinos, sino a sus propios intereses y a los de los ayatolas iraníes. Al pueblo palestino nunca le ha favorecido que su conflicto fuese disuelto en un conflicto más amplio "musulmanes - Occidente", lo que por el contrario ha beneficiado y ha sido utilizado en numerosas ocasiones por los dirigentes de diversos estados árabes o de influencia musulmana, siempre a costa de los palestinos. Si los palestinos han sido traicionados por la comunidad internacional, quizá al frente de la traición marchen sus propios "primos".
Las acciones de Jezbolá no son una vertiente de la resistencia palestina. Lo que ha hecho Jezbolá es aprovechar la ocasión que le han dado los líderes israelíes para usar en su beneficio y en el de los dirigentes iraníes la ira y la indignación que prende en el mundo árabe y musulmán (y que debería prender en el nuestro) ante los feroces ataques del ejército israelí Israel contra Gaza. Dentro de la lógica de los Estados y de las relaciones internacionales, podría tener cierta lógica y sustento una reacción israelí contra Jezbolá, aunque sin autoridad moral por ser muchos mayores sus tropelías contra la población palestina. Pero, en todo caso, Jezbolá no es el Líbano.
La población libanesa en su conjunto no puede ser hecha culpable de la proliferación de bandas armadas que controlan de hecho importantes territorios. Más bien, es su principal víctima. Y el gobierno libanés no dispone de la fuerza precisa para controlar esas actuaciones. En esas condiciones, resulta inadmisible la saña con la que el ejército israelí está destrozando el Líbano, la vida de sus gentes y sus infraestructuras civiles básicas. ¿Se puede imaginar alguien que si un grupo armado colombiano, por ejemplo las FARC, hiciese una incursión en Perú y matase a un soldado, la comunidad internacional admitiese que la respuesta de Perú fuese bombarbear Bogotá? ¿Por qué Israel tiene carta blanca para hacerlo?

De inmediato, la responsabilidad de la Unión Europea, y por tanto la de sus ciudadanos, es inmensa. Con Bush al frente de Estados Unidos, no hay otra posibilidad de que se pueda ejercer una presión diplomática significativa sobre Israel. Y, dadas las vacilaciones de nuestros gobiernos, nos incumbe la responsabilidad de movilizarnos para intentar forzarles a adoptar una postura más coherente y enérgica.
¿Qué podemos hacer? ¿Qué podemos pedir a nuestros gobiernos? Se me ocurren o he visto ya propuestas por ahí algunas cosas, aunque posiblemente pueda haber otras más acertadas…
a) En primer lugar, y no sería poco, poner fin al doble lenguaje utilizado, que "respetabiliza", incluso en la crítica, los actos israelíes y menosprecia los palestinos. La población palestina debe ser reconocida como legítima parte beligerante, en tanto que parte ocupada, siendo Israel la potencia ocupante.
b) Reconocer explícitamente y trabajar para un reconocimiento internacional del carácter de "prisioneros de guerra", con los derechos que les corresponde, de los miles de detenidos palestinos y de los soldados israelíes capturados por grupos palestinos, ofreciéndose para mediar en posibles canjes y promoviendo una misión de la Unión Europea para el control de la situación de los presos.
c) Exigir a Israel la liberación de todos los niños palestinos encarcelados, la de los presos sin acusación formal y la de todos los detenidos civiles no combatientes encarcelados a causa de su actividad política, sus vínculos familiares y razones similares.
d) Exigir, y promover que la UE lo haga, el fin de las operaciones militares contra objetivos civiles, tanto por parte de Israel como de grupos palestinos. En particular, suspender el Acuerdo de Asociación entre la Unión Europea e Israel en tanto que este estado no cumpla los requisitos de respeto de los derechos humanos establecidos en su artículo 2.
e) Suspender las sanciones impuestas a la Autoridad Palestina y redoblar la ayuda a la población, exigiendo, eso sí, al gobierno de Hamas que respete los derechos humanos en su territorio, especialmente los de las mujeres.
f) Suspender la venta de material bélico a Israel
g) Exigir a Israel el desmantelamiento de todos los asentamientos creados en los territorios ocupados, declarados ilegales por la resolución 446 del Consejo de Seguridad de la ONU, así como la demolición del muro construido en los Territorios Ocupados.
h) Valorar detenidamente la posibilidad política y técnica de una real fuerza de interposición entre Israel, los territorios palestinos y el Líbano, siempre y cuando que no se trate sólo de una fuerza para proteger a Israel, como alguno ya ha insinuado, sino también para proteger Líbano y, ante todo, los territorios palestinos. En todos los bandos hay barbarie y crimen, fundamentalistas y movimientos crueles, pero no cabe duda de que, en este caso, la primera opresión es la ocupación y la mayor víctima el pueblo palestino.    

Pero estas medidas, y otras similares, no pondrán fin en sí mismas al conflicto ni a la guerra. Sin resolver el fondo del conflicto, la guerra y la violencia retornarán. De hecho, la ocupación es, por sí misma, una situación de violencia permanente.
La paz exige:
- El fin de la ocupación israelí, lo que implica una retirada total de las tropas israelíes de los territorios ocupados, pero también el de cualquier pretensión de tutelaje, control o soberanía de Israel sobre ellos.
- La creación de un Estado palestino soberano y viable, apoyado pero no avasallado por la comunidad internacional.
- El reconocimiento mutuo entre el Estado de Israel y el Estado de Palestina.

Ese es el objetivo político que la Unión Europea debe dar a sus mediaciones y presiones. Sólo abordando retos de este alcance podrá la UE constituirse en un sujeto político con influencia efectiva sobre lo que ocurre en nuestro planeta. Por ahora, no hemos dado la talla. Seguir sin hacerlo tendrá gravísimas consecuencias, a escala planetaria. Pues, recordémoslo, los gobernantes de Estados Unidos e Israel, con su comportamiento criminal en Irak y Palestina, se han convertido en los mejores reclutadores de partidarios del fundamentalismo islámico, incluidas sus peores y más sanguinarias variantes. Si no se alza una voz democrática, laica, progresista y solidaria, la batalla estará perdida. Para el pueblo palestino, para los israelíes, para los europeos, para todas y todos los que amamos la libertad y la paz.



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