Trasversales
Uri Avnery

Una guerra unilateral

Revista Trasversales número 3,  verano 2006. Uri Avnery es una destacada personalidad del movimiento por la paz israelí.



Ya está. Mañana termina el campeonato del mundo de fútbol. Podremos felicitar a los nuevos campeones y decirles "arrivederci" o "au revoir". Ahora, la gente podrá volver a interesarse en asuntos menos importantes, como las cotidianas matanzas  y destrucciones, la suerte del soldado capturado, el lanzamiento de cohetes Qassam y todo lo relacionado con nuestra invasión de Gaza.
La propia definición de la operación resulta ya problemática. El responsables de las fuerzas israelíes en la zona sur, general Yoav Gallant, habla de "guerra", y lo mismo hacen los medios de comunicación. ¿Es así realmente?
La "guerra" es una situación definida regulada por el derecho internacional. Tiene lugar entre enemigos que están obligados a respetar unas reglas básicas. Pero el gobierno israelí afirma que no se está enfrentando a enemigos con derechos, sino a "terroristas", "criminales" y "gangs", que, por supuesto, carecen de derechos.
En una guerra hay "prisioneros de guerra", lo que sería aplicable tanto al soldado Gilad Shalit, apresado en una acción militar, como a los combatientes palestinos que tenemos detenidos. Pero nuestro gobierno define a Shalit como un "secuestrado" y a los presos palestinos como criminales.
Parece que nuestros cerebros judíos están inventando nuevas patentes (como dice una canción popular israelí). Tras la "retirada unilateral" y la "paz unilateral", ahora tenemos una "guerra unilateral", en la que un bando (el más fuerte) goza de todos los derechos propios de una parte beligerante, mientras que el otro (más débil) no tiene derechos.

Una guerra debe tener un propósito. ¿Cuál es el propósito de esta guerra? A la invasión de Gaza por Ehud Olmert le ocurre lo mismo que a la invasión de Irak por George Bush: su objetivo cambia cada día.
Comenzó como operación para salvar al soldado Shalit. ¿Cómo se libera a un soldado que ha sido hecho prisionero por organizaciones clandestinas con paradero desconocido? ¿Cómo se le libera por la fuerza sin poner en peligro su vida?
El ejército tiene una solución, la misma que ofrece ante cada problema: apliquemos la fuerza masiva. Si conquistamos, pulverizamos, matamos y destruimos más y más, llegará un momento en el que la población palestina no podrá soportar tanto sufrimiento y exigirá que los combatientes clandestinos liberen incondicionalmente al soldado capturado.
Esto podría denominarse el "principio de Harris". En la Segunda Guerra Mundial, el británico mariscal del aire Arthur Harris ("bombardero Harris") prometió poner Alemania de rodillas reduciendo sus ciudades a escombros. Los alemanes hablaban de "terror atacks". En uno de ellos, la ciudad de Dresden, una de las más grandes y espléndidas de Alemania, fue arrasada. En esa gigantesca operación murieron entre 35.000 y 100.000 civiles, siendo imposible  llevar el recuento de víctimas tras la tormenta de fuego. Pero, contrariamente a lo prometido por Harris, la moral alemana no se derrumbó. Alemania solamente capituló una vez que sus casas fueron ocupadas por tropas de infantería.
La población palestina tampoco se está derrumbando, pese a su terrible situación. Exige, casi unánimemente, que los captores no liberen a los soldados israelíes si no hay también una liberación de "prisioneros de guerra palestinos".
Así pues, en vez de la liberación del soldado apresado apareció un nuevo propósito para esta guerra: poner fin al lanzamiento de los cohetes Qassam.
Eso se parece fácil: basta con ocupar las áreas desde la que pueden ser lanzados contra Sderot o Ashkelon. Pero esa es una tarea sísifica. La operación puede conseguir una reducción temporal del número de lanzamientos. Pero los propios mandos de la operación reconocen que los lanzamientos volverán, probablemente acrecentados, en cuanto el ejército se retire. Casi nadie quiere que el ejército permanezca allí de forma indefinida. La población israelí ya conoce por experiencia propia lo que significaría  dejarse atrapar de nuevo en las arenas movedizas de Gaza.
El ministro de vivienda, Meir Shitreet, tiene un remedio: volver a Gaza "mil veces incluso". El ministro de defensa, Peretz, habla del "duro precio que será exigido de los palestinos",  un precio tan terrible que hará que los palestinos mismos impongan la retirada de los comandos  que lanzan los cohetes Qassam. Ésa es también la opinión del jefe del Estado Mayor del ejército israelí. En vez de "bombardero Harris", "destructor Halutz". No por casualidad ambos ascendieron en su carrera a través de la fuerza aérea.
Pero si impedir de forma permanente el lanzamiento de los Qassam no es posible, ¿qué objetivo le queda a esta guerra? Solamente uno: el derrumbamiento del gobierno palestino. Lo que nos lleva de nuevo al "principio de Harris".

Como en cada uno de los acontecimientos singulares que jalonan los 120 años de conflicto sionista-palestino, también ahora las cosas son vistas de forma muy diferente por ambos pueblos.
Para la mayoría de los israelíes, se trata de otro capítulo en la larga guerra contra el "terrorismo palestino". De nuevo nuestros valientes soldados se ven obligados a hacer frente a los viles asesinos palestinos, que quieren arrojarnos al mar. Luchamos otra vez porque "no hay alternativa". Como dijo Yitzhak Shamir, "los árabes son los mismos árabes y el mar es el mismo mar".
Pero para el otro bando, sus mejores hijos están llevando a cabo una heroica resistencia contra un enemigo malvado y despiadado. Uno de los ejércitos más fuertes del mundo, equipado con el armamento más moderno, se despliega contra un puñado de combatientes inexpertos provistos de armas primitivas. Aviones y helicópteros de combate, tanques pesados, artillería, patrulleras navales armadas de misiles, bulldozers, dispositivos de visión nocturna… contra kalashnikovs y lanzagranadas antitanques. Para los palestinos será algo semejante a lo que para los judíos representa el relato de la resistencia de la ciudad de Massada frente a los romanos.

La lucha entre las milicias palestinas está cediendo paso a una nueva unidad contra el enemigo común. Ya en vísperas de la operación, Ismail Haniyeh, de Hamas, acordó con Mahmoud Abbas, de Fatah, la aceptación del "documentos de los presos", que reconoce de hecho a Israel dentro de las fronteras marcadas por la línea verde. Ahora, en el calor de la batalla, los miembros de Fatah claman por unirse a los combatientes de Hamas en la lucha contra el invasor, y los restos de la influencia de Abbas se están desvaneciendo.

Si el gobierno israelí ejecuta sus amenazas públicas de matar al primer ministro palestino y a sus ministros, Hamas se consolidará. El lugar de los mártires será ocupado por nuevos líderes surgidos de las filas de los combatientes, y los palestinos cerrarán filas tras ellos.
En Israel puede ocurrir lo contrario: la operación puede dañar al gobierno que la comenzó. El cruel proyector de la crisis arroja una intensa luz sobre ellos, una luz nada elogiosa. Parece que entre todos ellos no hay una sola persona que sea algo más que un político gris.
Ehud Olmert camina hacia su muerte política. Su cháchara interminable está comenzando a irritar, en mayor grado aún a causa de que carece de todo contenido y se reduce a cliches vacíos propios de los años 50 del siglo pasado: no cederemos al chantaje, el terrorismo no prevalecerá, el enemigo qiere aniquilarnos, los asesinos no serán perdonados, tenemos un ejército maravilloso, nuestro brazo es largo, etc.
Amir Peretz está repitiendo los lemas sangrientos del peor de sus predecesores. No queda nada del líder al que votábamos hace tan poco tiempo, el que iba a realizar una revolución social, cambiar las prioridades nacionales, recortar drásticamente el presupuesto militar, acercarnos a la paz. Todo lo que queda es otro portavoz (no el más brillante) del Jefe del Estado Mayor. Si mi revista, Haolam Hazeh, todavía estuviese en circulación, esta semana habría incluido una historieta mostrando a un loro subido al  hombro de Dan Halutz.
Tsipi Livni, que atrajo tantas esperanzas, está desaparecida. No tiene ningún papel en este drama. No tiene nada decir, excepto los tópicos más banales. Como Olmert, ha quedado expuesta tal y como es: una política derechista que sigue los pasos de un padre derechista.
Quien realmente manda en Israel es Dan Halutz, piloto de combate que ve el mundo a través de un visor de bombardeo. Su único competidor es el jefe del servicio de seguridad, Yuval Diskin. Los jefes del ejército y del servicio de seguridad deciden entre ellos el camino del Estado de Israel. Olmert es, como mucho, el árbitro.
Algo curioso: los nombres no dan testimonio de la disposición de sus dueños. Ehud ("agradable", en hebreo) está perdiendo su popularidad. Peretz ("rompiendo") no rompe con la vieja política de seguridad. Livni ("blanco") justifica turbios hechos. Y Halutz ("pionero") no está aportando nada nuevo. Pero el nombre más curioso es el de quien está al mando de la operación, el general Gallant, que en varios idiomas europeos significa valiente y cortés.

¿Cómo podría terminar todo esto?
Creo que, finalmente, si queremos liberar al soldado no habrá más alternativa que negociar un intercambio de prisioneros. Desde nuestro lado se tocarán las trompetas como si se hubiese logrado una gran victoria, porque los palestinos habrán admitido que se libere a menos presos que los exigidos inicialmente, y los palestinos se jactarán que una gloriosa victoria, porque Israel liberará presos después de haber voceado pomposos eslóganes cuyo arranque era siempre "Nunca…" (como ya se ha dicho: nunca digas nunca).
Si quisiéramos, la liberación del soldado podría formar parte de un paquete más ambicioso: un armisticio mutuo, una suspensión del lanzamiento de  cohetes Qassam a cambio de una completa retirada Gaza, la finalización de los "asesinatos selectivos" y la liberación de los líderes de Hamas recientemente arrestados.

Un corto armisticio puede conducir a uno largo y al comienzo de un diálogo serio. Ahora bien, la pregunta que se plantea es si el gobierno de Olmert, después de tanto pavoneo arrogante y jactancioso, es capaz de hacerlo. Más aún: ¿están interesados en conseguirlo, tras haber promovido el plan de fijación unilateral de fronteras  y  la anexión de territorios?
Probablemente no. Pero, por otra parte, la opinión pública israelí podría aprender algo de los resultados de la "retirada unilateral" y de esta guerra unilateral. El movimiento israelí por la paz debe ayudar a que así sea.

8 de julio 2006



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