Trasversales
Uri Avnery

El verdadero objetivo
de los ataques contra Líbano


Revista Trasversales número 3,  verano 2006. Uri Avnery es una destacada personalidad del movimiento por la paz israelí.



El verdadero objetivo de los ataques contra el Líbano es instalar allí un gobierno títere. Ese fue también el propósito de la invasión del Líbano decidida por Ariel Sharon, en 1982. Fracasó. Pero Sharon y sus discípulos en el liderazgo militar y político de Israel nunca han renunciado realmente a ello.
Como en 1982, la actual operación fue planeada y se está realizando en total coordinación con Estados Unidos. Y, como entonces, tampoco cabe duda de que está siendo coordinada con una parte de la élite libanesa. Eso es lo principal. Todo lo demás es ruido y propaganda.

En vísperas de la invasión 1982, el secretario de Estado Alexander Haig dijo a Ariel Sharon que, antes de comenzarla, era necesario disponer de una "clara provocación" que fuese aceptada como tal por el mundo. Efectivamente, la provocación tuvo lugar, en el momento justo. La banda terrorista de Abu-Nidal intentó asesinar al embajador israelí en Londres. Esto no tenía ninguna relación con Líbano, y menos aún con la OLP, de la que Abu-Nidal era enemigo, pero cumplió su propósito.
Esta vez, la necesaria provocación ha sido la captura de dos soldados israelíes por parte de Jezbolá. Todos saben que sólo puede lograrse su liberación por medio de un canje de prisioneros. Pero la enorme campaña militar que estaba preparada desde hace meses se ha vendido a la opinión pública israelí internacional como si fuese una operación del rescate. Resulta bastante extraño que hace dos semanas ocurriese exactamente lo mismo en la franja de Gaza, Hamas y sus socios capturaron a un soldado, dando la excusa para una operación masiva preparada desde hace mucho tiempo y dirigida a destruir el gobierno palestino.

El objetivo oficialmente de la operación en Líbano esa alejar a Jezbolá de la frontera, para hacer imposible que capturen más soldados y que lancen cohetes contra las ciudades israelíes. La invasión de la franja de Gaza también se propone oficialmente dejar a Ashkelon y Sderot a salvo del alcance de los cohetes Qassam.
Esto resulta semejante a la "operación paz para Galilea" de 1982. Entonces, a la opinión pública y al parlamento israelí se les dijo que el propósito de la guerra era "alejar los cohetes los cohetes katiuskas a 40 kilómetros de la frontera". Eso era una mentira deliberada. En los once meses anteriores a la guerra no se había lanzado sobre la frontera ni un solo cohete, ni disparado un solo tiro. Desde el comienzo, el objetivo de la operación era alcanzar Beirut e instalar un dictador títere, al estilo del noruego Quisling impuesto por los nazis. Yo he contado más de una vez que el propio Sharon me lo dijo nueve meses antes de la guerra, y que lo publiqué en aquel momento, con su consentimiento pero sin atribución de la información.

Por supuesto, la actual operación también tiene varios propósitos secundarios, entre los que no se encuentra la liberación de los presos, ya que todo el mundo sabe que eso no se puede conseguir con medios militares. Pero si es muy posible que se pretenda destruir algunos de los miles de misiles que Jezbolá ha acumulado a lo largo de todos estos años. Para lograrlo, los mandos militares están dispuestos a poner en peligro a los habitantes de las ciudades israelíes expuestas al ataque de esos cohetes. Creen que vale pena, como si de un estratégico intercambio de piezas de ajedrez se tratase.
Otro objetivo secundario es rehabilitar el "poder disuasor" del Ejército, ya que esa expresión se ha convertido en una especie de "santo y seña" para la restauración del dañado orgullo del ejército, herido por las osadas acciones militares de Hamas en el sur y de Jezbolá en el norte.
Oficialmente, el gobierno israelí exige que el gobierno del Líbano desarme a Jezbolá y lo aleje de la frontera. Eso es imposible para el actual régimen libanés, un delicado tejido de comunidades étnico-religiosas. La más leve sacudida puede echar por tierra toda esa estructura y arrastrar el estado hacia una anarquía total, especialmente una vez que los estadounidenses lograsen la retirada del ejército sirio, que durante años fue el único factor de cierta estabilidad.

La idea de instalar un Quisling en el Líbano no es nueva. En 1955, David Ben-Gurion propuso poner como dictador a un "funcionario cristiano". Moshe Sharet demostró que esa idea se basaba en una completa ignorancia de los asuntos libaneses y la torpedeó. Pero 27 años después, Ariel Sharon intentó ponerla en práctica. De hecho, Bashir Gemayel fue designado presidente, pero fue pronto asesinado. Su hermano Amin le sucedió [1982-1988] y firmó un acuerdo de la paz con Israel [1983], pero al fin de su mandato se exilió. Ahora, Amin apoya públicamente la operación israelí.
Esta vez se hace la suposición de que si las fuerzas aéreas israelíes castigan con la suficiente dureza a la población libanesa, paralizando sus puertos y aeropuertos, destruyendo infraestructuras, bombardeando espacios residenciales, cortando la autopista Beirut-Damasco, etc., la población se enfurecerá con Jezbolá y exigirá al gobierno libanés que satisfaga las peticiones de Israel. Puesto que el actual gobierno no puede ni soñar en hacer algo así, se instalaría una dictadura con ayuda de Israel.

Esa es la lógica militar. Tengo mis dudas. Puede suponerse que muchos libaneses como cualquier otro pueblo de la Tierra: con furia y odio hacia el invasor. Así sucedió en 1982, cuando los chiítas del sur de Líbano, hasta entonces tan dóciles como un felpudo, se alzaron contra los ocupantes israelíes y crearon Jezbolá, que se ha convertido en la fuerza más poderosa del país. Si la élite libanesa se corrompe y colabora con Israel, será borrada del mapa. Si partimos de nuestra propia experiencia, podríamos preguntarnos si los Qassams y los katiuskas han llevado a la población israelí a presionar a nuestro gobierno para que ceda. La respuesta es que no, más bien todo lo contrario.
La política estadounidense está llena de contradicciones. El Presidente Bush quiere un "cambio de régimen" en Oriente Medio, pero el actual régimen libanés se ha instalado recientemente y bajo presión estadounidense. Entre tanto, Bush sólo ha logrado fracturar Irak y provocar una guerra civil, como habíamos previsto aquí. Puede conseguir lo mismo  en Líbano, si no para al ejército israelí a tiempo.
Por otra parte, un ataque devastador contra Jezbolá puede despertar furias en Irán, pero también entre los chiítas de Irak, sobre los que se basan todos los planes de Bush para la creación de un régimen "proamericano".

¿Cuál es la respuesta? No es casualidad que Jezbolá haya capturado al soldado israelí justo cuando los palestinos reclaman ayuda exterior. La causa palestina es popular en todo el mundo árabe. Demostrando que son un amigo cuando hace falta, mientras que el resto de los árabes están fallando lamentablemente, Jezbolá espera aumentar su renombre.
Si se hubiese alcanzado un acuerdo israelí-palestino, Jezbolá no sería más que un fenómeno libanés local, irrelevante en lo que a nuestra situación se refiere.
Menos de tres meses después de su formación, el gobierno de Olmert-Peretz ha logrado sumergir a Israel en una guerra en dos frentes,  con objetivos poco realistas y de resultados imprevisibles.
Si Olmert esperaba ser visto como un machote, un Sharon número 2, estará decepcionado, y lo mismo vale para los intentos desesperados de Peretz para ser tomado en serio como un imponente "Mister Security". Todo el mundo comprende que esta campaña, tanto en Gaza como en Líbano, ha sido planeada y dictada por el Ejército. El hombre que toma ahora las decisiones en Israel es Dan Halutz. No es casual que la tarea en el Líbano haya sido encargada a la fuerza aérea.

La opinión pública no está entusiasmada con esta guerra. Se resigna a ella, de forma fatalista, porque se dice que no hay alternativa. Y, de hecho, ¿quién puede estar contra ella? ¿Quién no desea liberar a los "soldados secuestrados"? ¿Quién no desea alejar los katiuskas y rehabilitar la disuasión? Ningún político se atreve a criticar la operación (excepto los parlamentarios árabes, a quienes no hace caso el público judío). En los medios de comunicación, los generales reinan de forma indiscutida, y no sólo aquellos que llevan uniforme. Casi no hay ningún general retirado que no sea invitando a hablar en ellos, para que comente, explique y justifique, y todos hablan como si de una única voz se tratase.
Pondré un ejemplo. El canal de televisión más popular de Israel me invitó a una entrevista sobre la guerra, después de haberse sabido que yo había participado en una concentración contra la guerra. Me sorprendió mucho, pero no durante mucho tiempo. Una hora antes de la emisión, me llamaron y me dijeron que había habido un terrible error, ya que a quien querían invitar era al profesor Shlomo Avineri, que fue director general del Ministerio de Asuntos Exteriores y con quien se podía contar para justificar cualquier acto del Gobierno, a ser posible en un sublime lenguaje académico.

"Inter arma silent Musae", cuando las armas hablan, las musas callan. O, más bien, cuando los armas rugen, el cerebro deja de funcionar.
Pues bien, un breve pensamiento: cuando el Estado de Israel fue fundado en medio de una guerra cruel, se pegó en las paredes un cartel que decía "todo el país, un frente; todo el pueblo, un ejército". Han pasado 58 años, y el mismo lema sigue siendo tan válido como entonces. ¿Qué nos dice eso sobre generaciones de estadistas y de generales?