Trasversales
Uri Avnery

¿Qué rayos le ha ocurrido al ejército israelí?

Revista Trasversales número 3,  verano 2006. Uri Avnery es una destacada personalidad del movimiento por la paz israelí. Texto escrito el 12 de agosto de 2006



¿Qué le ha ocurrido al ejército israelí? Esta pregunta se está planteando no solamente en el resto del mundo, sino también en el mismo Israel. Claramente, hay una gran distancia  entre la presuntuosa arrogancia del ejército, en la que generaciones de israelíes han crecido, y la imagen dada durante esta guerra.
Antes de que el coro de generales comience a lanzar los previsibles gritos denunciando que están siendo apuñalados por la espalda ("¡el gobierno ha atado nuestras manos! ¡los políticos no permitieron la victoria del ejército! la dirección política es culpable de todo!"), merece la pena examinar esta guerra desde un punto de vista militar profesional.

Llegados a este punto, tal vez sea apropiado intercalar una nota personal.¿Quién soy yo para hablar sobre asuntos estratégicos? ¿Quién soy yo, un general? Bien, yo tenía 16 años de cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Decidí entonces estudiar teoría militar para poder seguir los acontecimientos. Leí varios cientos de libros, incluyendo a autores como Sun Tzu,  Clausewitz, Liddel-Hart y otros. Más adelante, en la guerra de 1948, vi la otra cara de la moneda, como soldado y como jefe de escuadrilla. He escrito dos libros sobre la guerra. Eso no me convierte en un gran estratega, pero me permite expresar una opinión informada.

Los hechos hablan por sí mismos: En el trigésimo segundo día de la guerra, Jezbolá  aún se mantiene firme y en lucha. Eso ya es una hazaña imponente: una pequeña organización guerrillear, con unos pocos miles de combatientes, está haciendo frente a uno de los ejércitos más fuertes del mundo y, tras un mes de "pulverización", aún no hay sido destrozada. Desde 1948, los ejércitos de Egipto, Siria y Jordania han sido derrotados en guerras mucho más cortas.
Como ya he dicho: si un boxeador de peso ligero está combatiendo un campeón del peso pesado y al llegar al duodécimo asalto aún se mantiene en pie, la victoria por puntos es suya. A la vista de los resultados, y eso es lo único que cuenta en una guerra- el mando estratégico y táctico de Jezbolá es decididamente mejor que el de nuestro propio ejército. La estrategia de nuestro ejército ha sido primitiva, brutal y vulgar.
Evidentemente, Jezbolá se ha preparado bien para esta guerra, mientras que el mando israelí se había preparado para una guerra totalmente distinta.
En cuando a los combatientes individuales, Jezbolá no es inferior a nuestros soldados, ni en valor ni en iniciativa.

El principal culpable del fracaso es el general Dan Halutz. Hablo de "culpabilidad" y no sólo de la "responsabilidad" asociada a la función que desempeña. Él es la prueba viviente de que un ego hinchado y una actitud brutal no bastan para crear un competente jefe del Estado Mayor. Más bien, todo lo contrario.
Halutz ganó fama o notoriedad cuando le preguntaron qué sentía cuando dejaba caer una bomba de una tonelada sobre un barrio residencial y contestó: "una leve vibración en el al." Agregó que después dormía muy bien. En la misma entrevista dijo que mis amigos y yo éramos "traidores" que deberíamos ser procesados.
Ahora ya está claro, a la vista de los resultados, que es el peor jefe de Estado Mayor que haya tenido nunca el ejército israelí. Es un oficial totalmente incompetente para su trabajo.
Recientemente ha cambiado su antiguo uniforme de la Fuerza Aérea por el uniforme verde del Ejército de Tierra. Demasiado tarde.
Halutz comenzó esta guerra con la verborrea de un oficial de las fuerzas aéreas. Creyó que era posible machacar a Jezbolá utilizando los bombardeos aéreos complementados con el fuego de la artillería desde tierra y mar. Creyó que si destruía las ciudades, los barrios, los caminos y los puertos de Líbano, el pueblo  libanés se alzaría y obligaría a su gobierno a quitar de en medio a Jezbolá. Durante una semana, mató y devastó, hasta que quedó claro a todo el mundo que ese método no daba lugar a lo que se perseguía, sino a todo lo opuesto: consolidaba a Jezbolá, debilitaba a sus opositores en Líbano y en el mundo árabe, y destruía la simpatía mundial de la que Israel gozaba al principio de la guerra.

Llegado a este punto, Halutz no sabía qué hacer después. Durante tres semanas envío sus sus soldados a Líbano en misiones insensatas y desesperadas, en las que nada se ganaba. Ni siquiera se obtuvieron victorias significativas en los combates librados en las aldeas fronterizas. Tras la cuarta semana, cuando le pidieron que presentase un plan al gobierno, presento uno increíblemente primitivo.
Si el "enemigo" hubiera sido un ejército regular, habría sido un mal plan. En cualquier caso, difícilmente puede considerarse que hacer retroceder al enemigo sea una estrategia. Pero cuando el bando contrario es una fuerza guerrillera, resulta  simplemente absurdo. Puede causar la muerte de muchos soldados, sin obtener ningún resultado práctico.

Ahora está intentando alcanzar una victoria simbólica, ocupando tanto espacio vacío tras la frontera como sea posible, una vez que la ONU ha llamado ya a un alto el fuego, aunque, como en casi todas las anteriores guerras israelíes, no se está haciendo caso a este llamamiento, con la esperanza de ganar algo en el último momento. Tras esa línea, Jezbolá se mantiene intacto en sus bunkers.
Sin embargo, el jefe del Estado Mayor no actúa en el vacío. Como comandante en jefe tiene una influencia enorme, pero sólo es la cumbre de la pirámide militar. Esta guerra arroja una oscura sombra sobre toda la cúpula de nuestro ejército. Reconozco que hay algunos oficiales de talento, pero la imagen general es la de un cuerpo de antiguos funcionarios, mediocre o, peor aún, gris y carente de originalidad. Son muchos los oficiales que han aparecido en la televisión, pero casi todos son profesionales inexpresivos y nada inspirados, expertos en proteger sus traseros y en repetir como loros clichés vacíos.
Los ex-generales, que se han arrojado en tropel hacia los estudios de televisión y radio, también nos han sorprendido, sobre todo por su mediocridad, inteligencia limitada e ignorancia general. Uno saca la impresión de que no han leído libros de historia militar y de que llenan ese vacío con frases vacías.

Más de una vez se ha dicho en esta misma columna que un ejército que ha estado actuando durante muchos años como una fuerza policial colonial contra la población palestina -"terroristas", mujeres y niños- y perdiendo su tiempo en correr tras muchachos que lanzaban piedras no puede seguir siendo un ejército eficiente. Los resultados confirman esto.
Como siempre ocurre tras cada fracaso de nuestros militares, los servicios de información se han apresurado a proteger sus posaderas. Sus jefes declaran que sabían todo, que dieron alas tropas información completa y exacta, y que si el ejército no la utilizaba no era culpa suya.
Eso no suena razonable. Juzgando las reacciones sobre el terreno de los mandos militares, parece claro que ignoraban totalmente el sistema defensivo construido por Jezbolá en el sur de Líbano. La compleja infraestructura de bunkers camuflados, en los que se almacenaban modernos equipos, reservas de alimentos y armas, fueron una completa sorpresa para el ejército, que no estaba preparado para estos bunkers, incluyendo los construidos a dos o tres kilómetros de la frontera. Estos bunkers recuerdan los túneles de Vietnam.
Los servicios de información han sido corrompidos por el largo periodo de ocupación de los territorios palestinos. Se han acostumbrado a confiar en los miles de colaboradores que durante 39 años han reclutado por medio de la tortura, el soborno y la extorsión (drogadictos que necesitan drogas, alguien que pide permiso para visitar a su madre moribunda, alguno que quiere conseguir un pedazo de la tarta de la corrupción, etc.). Evidentemente, entre Jezbolá no se encontró a colaboradores de ese tipo, y sin ellos los servicios de información están ciegos.
También está claro que los servicios de información, y el ejército en general, no estaban preparados para afrontar la eficacia mortal de las armas antitanques de Jezbolá. Aunque sea difícil de creer, según cifras oficiales, más de 20 tanques fueron alcanzados.
El tanque Merkava es el orgullo del ejército. Su creador, Israel Tal, que fue victorioso general tanquista, no sólo quiso construir el tanque más avanzado del mundo, sino también un tanque que diese a su tripulación la mejor protección posible. Ahora se descubre que un arma antitanques de finales de los ochenta, y disponible en grandes cantidades, puede paralizar el tanque, matanza o hiriendo gravemente a los soldados que viajan en su interior.

El denominador común de todos estos fallos es el desdén hacia los árabes, un desprecio que tiene consecuencias calamitosas. Ha causado una total incomprensión y una ceguera ante los motivos de Jezbolá, sus actitudes y su presencia en la sociedad libanesa.
Estoy convencido de que los soldados de hoy no son inferiores a sus predecesores. Su motivación es alta y han demostrado gran valor para evacuar bajo fuego enemigo a los heridos, detalle que aprecio mucho, ya que mi vida fue  salvada por soldados que arriesgaron la suya para salvarme cuando estaba herido. Pero los mejores soldados no pueden tener éxito cuando el mando es incompetente.
La historia enseña que la derrota puede ser una gran bendición para un ejército. Un ejército victorioso se duerme en sus laureles, no tiene motivación para la autocrítica, degenera, sus mandos se hacen descuidados y pierden la guerra siguiente (véase, por ejemplo, la guerra de los seis días que condujo a la guerra de Yom Kippur). Un ejército derrotado, por el contrario, sabe que debe rehabilitarse. Con una condición: que admita su derrota.

Después de esta guerra, el jefe del Estado Mayor debe ser cesado y el cuerpo de antiguos oficiales debe ser reconvertido. Para eso, hace falta un ministro de Defensa que no sea una marioneta del jefe del Estado Mayor, pero ya hablaremos en otro momento de lo que se refiere al liderazgo político.
Como gente de la paz, tenemos un gran interés en cambiar la dirección militar. Primero, porque tiene un impacto enorme sobre las decisiones políticas y, como acabamos de ver, mandos irresponsables puede arrastrar fácilmente al gobierno a aventuras peligrosas. Y, en segundo lugar, porque incluso después de alcanzar paz necesitaremos un ejército eficiente, al menos hasta que el lobo se acueste con el cordero, como el profeta Isaías prometió, y no en la versión israelí: "no hay problema, basta con traer un cordero nuevo cada día").

La lección principal de la guerra, más allá de todo análisis militar, reside en las cuatro palabras que desde el primer día pusimos en nuestra pancarta: "no hay solución militar".
Ni siquiera un ejército fuerte puede derrotar a una organización guerrillear, porque la guerrilla es un fenómeno político. Quizás sea cierto todo lo contrario: cuanto más fuerte es el ejército y de más tecnología avanzada está dotado, menores son sus posibilidades de ganar tal confrontación. Nuestro conflicto -en el norte, el centro y el sur- es un conflicto político, y solamente se puede resolver por medios políticos. El ejército es el instrumento menos apropiado para eso.

La guerra ha probado que Jezbolá es un fuerte oponente, y cualquier solución política en el norte debe incluirlo. Puesto que Siria es su fuerte aliado, debe también ser incluida. El acuerdo también debe ser satisfactoria para ellos, pues en caso contrario no será duradero. El precio a pagar es la devolución de los altos  de Golan.
Lo que es verdad en el norte también vale para el sur. El ejército no derrotará a los palestinos, porque tal victoria es imposible. Por el bien del ejército, debe ser sacado de este cenagal. Si la opinión pública israelí se hiciese consciente de esto, algo bueno podría haber salido de esta guerra.


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