Trasversales
Armando Montes

Hasta cuándo... la violencia machista

Revista Trasversales número 4,  versión electrónica, otoño 2006



El 29 de noviembre, Aurelio Arteta publicó en El País un interesante artículo, "Hasta cuándo, hasta cuánto", en el que demostraba de manera contundente el carácter público y social de la violencia etarra. Nada que objetar a eso.
Y, sin embargo, Aurelio Arteta ignora sus propios razonamientos cuando, de pasada, roza el tema de la violencia de género… De repente, encontramos la siguiente frase:
¿De verdad que aún no percibimos las insalvables diferencias entre el crimen del amante despechado y el crimen del terrorista de ETA?
Lamentable, muy lamentable, que califique a los asesinos machistas de "amantes despechados", mancillando la bella palabra amante. Los crímenes movidos por los celos y por el afán dominador y apropiador sobre el cuerpo y la mente de una persona nada tienen que ver con el amor. Llamarles "amantes despechados" es tan injurioso para las vícimas como lo sería denominar a los etarras "demócratas crispados" o cualquier disparate paliativo similar.
Pero vayamos al fondo de la cuestión. En realidad, la tesis de Arteta puede resumirse así: la violencia de ETA es política y asunto público; la violencia contra las mujeres es doméstica y privada. Pues bien, lo que quiero sugerir aquí, siguiendo los propios razonamientos del profesor Arteta, es que ambas son violencias políticas.
Lo primero a resaltar para entender la violencia de género es que no puede ser vista como un fenómeno aislado del todo social. No se trata sólo de que algunos hombres matan a algunas mujeres. En eso, se parece mucho al entramado de presiones, amenazas y agresiones impuesto por ETA y su entorno. Los asesinatos eran sólo la expresión más brutal de ese entramado, pero no pueden separarse ni analizarse al margen de la kale borroka, la chulería provocadora de los afines a ETA, la ley del silencio impuesta durante mucho tiempo en los más variados espacios públicos y privados, las complicidades. Pues bien, la desigualdad de género es también un continuo social, mucho más profundo y extendido que el creado por ETA, y abarca micromachismos, discriminaciones laborales y en el acceso "al mando", abusos, explotaciones, agresiones y violencias, hasta llegar a la cumbre: el asesinato.
El machismo, en todos sus formas, suele formularse "en nuestro propio nombre", como hombres, con los más variados y abusurdos pretextos que, como hacen los etarras, tratan de colocar al verdugo en el papel de víctima. El machismo y su violencia se sustenta en una ideología justificativa que tiene en las corrientes dominantes de las religiones monoteístas sus mayores, aunque no únicas, expresiones sistemáticas. Pero sobre todo se sustenta en una red de privilegios e intereses de los que los hombres muchas veces no somos conscientes, o no queremos serlo, pero que están arraigados íntimamente en nuestro propio cuerpo, no por razones "biológicas" sino por una "naturalización" ideológica de aquello que es consecuencia de una opresión social de la que los hombres hemos sido beneficiarios.
Del machismo no puede decirse que se ejerce en secreto. Por el contrario, en muchos casos es título de honra y exhibición, cuando no es norma legal. En algunos países, gracias a una intensa lucha de las mujeres, comienza a estar "mal visto" en sus formas más extremas, pero no hay ninguna repulsa generalizada hacia él. Por eso sólo un puñado de centanares de personas, mujeres sobre todo, participan en los actos del 25 de noviembre.
De hecho, los hombres que maltratan a mujeres han contado y cuentan con la simpatía y colaboración de una parte de la sociedad, y la indiferencia de mucha gente. "Complicidad activa de bastantes, complicidad pasiva y silenciosa de muchos más", sí, exactamente así.
Y, por descontado, cada agresión de la violencia de género tiene una dimensión pública, pues no sólo daña a la víctima directa sino que contribuye a crear un clima de terror. Cada vez que un hombre mata a la mujer que ha presentado una denuncia contra él o que ha roto vínculos con él, se incrementa el miedo de otras mujeres a dar esos necesarios pasos.
Los crímes del machismo reclaman que nos pronunciemos. No sólo diciendo que está mal  que tal o cual haya pegado o matado a una mujer, sino repudiando el sistema de dominación en que todo ese horror se fundamenta. Pues la violencia machista es violencia política, como la de ETA. Y mucho más difícil de erradicar. Rehabilitar a un maltratador no se identifica a la cura de una enfermedad. El machismo no es enfermedad. Rehabilitar a un maltratador requiere una transformación ideológica y vital enorme. El cambio mental preciso para que un maltratador pase a ser un hombre relativamente igualitario es muchísimo más grande y más profundo que el necesario para que un etarra o un fascista de los que asesinan mendigos llegue a entender el horror de su violencia. Y, por cierto, en España hay muchos más maltratadores que etarras.
Podría decir Aurelio Arteta que tras los crímenes de género no hay una organización que los decide. Así es, pero sí hay una cierta organización social que contribuye decisivamente a reproducirlos, con sus ideólogos, sus activistas de choque, sus cómplices, sus "indiferentes". El que los machistas no se organicen en "celulas"  no quita su carácter político; no les hace tanta falta organizarse de forma separada, porque en todos los lugares encuentran a sus iguales, porque ellos no quieren cambiar una situación para imponer un proyecto minoritario sino preservar unos privilegios y una imagen de sí mismos imperantes durante siglos. Por el contrario, tal aparente "privacidad" recalca la grave enfermedad de una sociedad que alberga tan alto número de criminales "espontáneos" por causas netamente políticas: la dominación sobre otras personas, la dominación sobre las mujeres.
 Para recalcar el horror de ETA y la exigencia ética y política de combatir a esa banda sin escrúpulos, no hacía falta minusvalorar la dimensión pública y política del horror marchista.

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