Trasversales
Claudio Albertani

La desobediencia civil y los acontecimientos actuales en México


Revista Trasversales número 4,  versión electrónica, otoño 2006





Exaltar el imperio de la ley como un absoluto es la marca del totalitarismo y una atmósfera totalitaria se puede generar incluso en una sociedad que conserva los atributos de la democracia. Apelar al derecho de los ciudadanos a desobedecer leyes injustas y el deber de desobedecer leyes peligrosas es la esencia misma de la democracia.
Howard Zinn


En todas partes, los ciudadanos se dejan engañar por políticos corruptos, encuestadoras tramposas y medios de comunicación vendidos. La creencia en la omnipotencia y omnisciencia de las instituciones oficiales siempre fue el fundamento de la dominación, como bien sugirió Etienne de la Boétie hace casi quinientos años.
Hoy este mecanismo se encuentra implementado por el uso masivo de la desinformación. Descubrimiento de los regimenes totalitarios, la desinformación es mucho más que el engaño: es el uso alterno de la verdad y de la mentira al servicio de la sociedad dominante.
Acontecimientos recientes en México y en el mundo comprueban, sin embargo, que el mecanismo puede fallar. Cuando, por ejemplo, los dueños del poder se vuelven demasiado voraces perjudican sus propios intereses y provocan reacciones imprevistas.
También sucede que las clases subordinadas se cuestionan a sí mismas y, de repente, se muestran dispuestas a emprender una actividad política autónoma. De un día para otro, quienes suelen obedecer con agrado y devoción ya no creen en las instituciones establecidas y perciben no sólo la nocividad de los poderosos, sino también la insensatez de someterse.
El fenómeno es universal. Puede variar el grado de corrupción del poder, el temperamento más o menos dócil del pueblo, su historia, ubicación geográfica y capacidad de comunicación, pero, tarde o temprano, llega el momento en que los seres humanos dejan de obedecer. Todo lo que antes se consideraba normal se vuelve entonces absurdo, lo imposible posible y lo deseable indeseable.
Inversión de perspectiva

Frente a una asombrosa multiplicación de conflictos sociales, la pregunta es: ¿ha llegado ese momento en México? Aunque la percepción es que vivimos un parteagua, ahora mismo nadie tiene respuestas certeras. Un sobresalto de dignidad sacude al país y la fecundidad de lo imprevisto rebasa, con mucho, la capacidad de análisis de los expertos.
En Oaxaca, desde hace meses, existe un abierto enfrentamiento entre dos poderes, el de la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca (APPO) –integrada por maestros disidentes, trabajadores de la ciudad y el campo, y organizaciones democráticas- y el oficial. Originada en la capital del Estado, la rebelión se ha extendido a decenas de comunidades indígenas de la sierra y del istmo. Además de transparencia y rendición de cuentas, los insurgentes oaxaqueños exigen autonomía y democracia participativa.
En el Distrito Federal, millones de personas se han volcado a las calles en repudio al fraude electoral. La soberbia del gobierno, la codicia de los empresarios, la descarada actuación de los medios de comunicación, los abusos del IFE y la corrupción de la magistratura –¿quién cree en los jueces después del vergonzoso fallo a favor de la usurpación?-, desembocaron en la crisis más profunda que sufre el país desde 1994.
Una crisis que no es únicamente política, sino también social e institucional. Sin que nadie lo previera, el proceso electoral se convirtió en el detonador de un movimiento social de naturaleza masiva que lo mismo puede resultar efímero que consolidarse y cambiar la naturaleza de la política mexicana en los próximos años.
En esta situación muy compleja, los viejos marcos teóricos no aplican. Resulta obsoleta, por ejemplo, la disyuntiva entre reforma y revolución. El movimiento de resistencia civil pacífica no se expresa en una ideología, sino en una actitud colectiva de rechazo ante las injusticias sufridas. Al mismo tiempo, si crece, puede cuajar en un poderoso impulso para lograr una transformación radical de la sociedad.

Las paradojas están a la vista. Una izquierda desacreditada y acostumbrada a todos los compromisos -hasta los más vergonzosos- se encuentra a la cabeza de un poderoso movimiento social que puede convertirse en la vía maestra para la recomposición de la lucha anticapitalista en México. Personajes siniestros que impulsaron la contrainsurgencia en Chiapas, votaron la contrarreforma a la ley indígena y, más recientemente, la obscena ley Televisa, ahora promueven la Convención Nacional Democrática (a celebrarse el 16 de septiembre de 2006), iniciativa que retoma el proyecto neozapatista del 94 y muchas de las actuales propuestas de la Otra campaña (por ejemplo, la de hacer una nueva Constitución).
Por otro lado, los zapatistas que -con mucha razón- buscan nuevas formas de hacer política muestran un incomprensible desden por los andares de la “señora sociedad civil”. Tiene razón Edgar Sánchez cuando señala que no basta con decir que el fraude es inmoral, pero no participar en la lucha contra la usurpación. Criticar –acertadamente- a la democracia representativa no implica aceptar que sea remplazada por una nueva forma del Estado autoritario.
Lo cierto es que las dos campañas -la oficial y la Otra- quedaron atrás. A partir del 5 de septiembre, día en que Felipe Calderón fue tramposamente proclamado presidente electo, este ya no es un conflicto post-electoral. Se perfila un enfrentamiento de gran envergadura entre una izquierda social amplia –que de ninguna manera se reduce al PRD- y una derecha depredadora aliada con el gran capital, los poderes mediáticos y los sectores más reaccionarios de la iglesia.

Producto de las sedimentaciones, los agravios y las enseñanzas de los años pasados, el movimiento que surgió no es propiedad privada de nadie. En la medida en que desconoce el poder oficial y plantea la necesidad de renovar y transformar las instituciones existentes, el programa en cinco puntos presentado por Andrés Manuel López Obrador merece ser sostenido.
Es urgente encontrar mecanismos que favorezcan la incorporación de los compañeros de la Otra Campaña y del EZLN. No hay razones de peso para que no se sumen a la lucha: los agravios de que fueron objeto son reales, pero no son responsabilidad de los que -también “abajo y a la izquierda”- compartimos gran parte o la totalidad de los anhelos zapatistas. Radicalizar la agenda del movimiento, depende de la creatividad de quienes defendemos una opción no partidaria.
Como los zapatistas, muchos percibimos la urgencia de cambiar la actual forma de gobierno, sostenida en la violencia, la manipulación y el cálculo. Como los zapatistas, muchos luchamos por una sociedad en donde las divergencias entre individuos y grupos se resuelvan de una manera tal que no desemboquen en la destrucción mutua, sino en la mutua regeneración. Como los zapatistas, muchos queremos un mundo libre de la tiranía de la ganancia que abra paso a los deseos y pasiones de los individuos y de las colectividades. Esto implica echar los cimientos de una organización radicalmente nueva y plural que nos permita retomar el control sobre nuestras vidas y emprender el camino hacia la autogestión generalizada.

México piquetero

Pase lo que pase, el plantón del Centro Histórico dejó en claro que el movimiento rebasó el ámbito de la indignación estéril. La vida cotidiana funciona bien en los 47 campamentos ubicados entre el zócalo y el periférico. Aun cuando reciben apoyo del gobierno local, éstos son, en gran parte, autogestionados: las decisiones se toman todos los días en las asambleas de cada agrupación participante.
Sin que nadie lo esperara, se volvieron a activar las antiguas redes de solidaridad popular que sesudos sociólogos daban por enterradas. Los aparatos clientelares de los partidos de la coalición ejercen presión pero no pueden controlar todas las iniciativas populares que se despliegan en un sinnúmero de actividades independientes en donde destaca la participación de mujeres, niños y ancianos.
Y es que la imaginación, el arte y la poesía invadieron el corazón de la ciudad-monstruo. Cientos de actividades culturales que incluyen conferencias, foros, funciones de teatro, de danza, exposiciones de pintura, conciertos (desde ska a clásico pasando por todas la variaciones del rock, blues, música ranchera, danzón y corridos) y una biblioteca volante son indicios de una explosión de creatividad popular, además de una recia voluntad de lucha.
Personas que nunca antes se habían atrevido a tomar la palabra en un evento público, descubrieron el gusto de la participación y la comunicación colectiva. Calles antaño infernales se convirtieron en espacios públicos humanizados, embriones, por así decirlo, de un nuevo urbanismo. Entre muchas propuestas para mejorar la vida metropolitana, está la de convertir el centro en zona peatonal, renombrando el Paseo de la Reforma, Paseo de la Democracia.
Decenas, tal vez, cientos de miles de personas han participado de una u otra manera en el plantón. ¿Quiénes son? En primer lugar, integrantes de las clases más pobres, especialmente -aunque no exclusivamente- urbanas. A esas se añaden, amplios sectores de las clases medias, pequeños comerciantes, campesinos, indígenas, intelectuales, artistas y estudiantes. Todos juntos integran un sujeto político múltiple y diverso que es el protagonista principal del movimiento. Todos juntos dieron vida a una suerte de ágora cuyo principal cometido es la libre discusión, es decir la democracia.
En una de las metrópolis más violentas del mundo, no se han registrado robos ni agresiones. No se ha pintado una pared, ni se ha roto un vidrio. El plantón es actualmente la única zona segura de la ciudad y lejos de impedir la libre circulación de las personas, la estimula, pues abre la posibilidad de encuentros antes impensables.
A pesar de la desinformación, las noticias se propagan lenta pero firmemente. Al atardecer, muchos capitalinos acuden al plantón con el único propósito de admirar las últimas creaciones artísticas, escuchar y ser escuchados, descubrir amigos viejos y nuevos. Llegan también personas procedentes de otros estados y es común toparse con visitantes extranjeros.
La experiencia del plantón indica que México se está ubicando en la misma senda de otros países latinoamericanos. El recuerdo de los piqueteros argentinos expulsando a varios gobernantes es muy fresco y no extraña que el gobierno, la patronal y los medios de comunicación se sientan amenazados.
Entre el 14 de agosto y el primero de septiembre, militares pertenecientes a la sexta Brigada Ligera del Ejército, elementos del Estado Mayor Presidencial y de la Policía Federal Preventiva, provistos de toletes, escudos, armas, tanquetas e instrumentos de asalto ocuparon militarmente las calles aledañas al Palacio Legislativo de San Lázaro, situado en el extremo opuesto del Centro Histórico. ¿Qué pretendían? Resguardar a Vicente Fox en el día de su informe presidencial (mismo que no pudo presentar ante la ruidosa oposición de los diputados del PRD), pero, sobre todo, lanzar una amenaza.
Y es que, al parecer, los estrategas de la contrainsurgencia contemplan dos escenarios. El primero es que el movimiento se desgaste sólo y que la gente opte por desmovilizarse, como sucedió en 1988, en ocasión de otro fraude descomunal. Si la opción falla, intentarán llevarnos a escenarios extremos de violencia para mostrar a la nación la insensatez de toda resistencia.
En esta situación, la mejor opción es generalizar el espíritu combativo y al mismo tiempo pacífico y propositivo que hemos visto florecer en el plantón respetando otras experiencias y aplicando la política de “un no y muchos sí”. Al convocar delegados procedentes de toda la república, la Convención Nacional Democrática nos ofrece una buena oportunidad en el supuesto de que, como sugiere Pablo González Casanova, “cada vez sean más gentes quienes construyan tanto una política de corto como de largo plazo”.
La tarea es articular la lucha contra el gobierno usurpador con la propuesta de un nuevo pacto social, las demandas de los pueblos indios (y particularmente el derecho a la autonomía), la creación de instituciones autogestivas y la liberación de los presos políticos (los de Atenco y de Oaxaca en primer lugar).

Muchas Desobediencias

La Desobediencia Civil (DC) -individual o de masa- tiene una historia larga y compleja que en las últimas semanas ha sido tergiversada por críticos en mala fe. Puesto que es nuestro recurso principal, es útil retomar algunos de sus hitos.
La DC es una práctica que busca debilitar el poder ridiculizándolo. A mediados del siglo XIX, David Henri Thoreau se preguntó qué hacer antes leyes injustas: “¿Nos esforzaremos en enmendarlas, obedeciéndolas mientras tanto? ¿O las transgredimos de una vez?” Y contestó: “Si la injusticia requiere de tu colaboración, rompe la ley”.
Desobediencia Civil es el nombre de su famoso ensayo, mismo que, en un primer momento, había titulado Resistencia al gobierno civil. Contrario a la opinión común, los dos conceptos son sinónimos y remiten a una acción pacífica, pero (casi siempre) ilegal. De hecho, muchos de los que la practican acaban en la cárcel, el lugar que, según Thoreau, le corresponde al hombre justo cuando reina la injusticia. Él mismo fue encarcelado por oponerse a pagar impuestos destinados a financiar la invasión de México por parte de Estados Unidos.
No es por demás recordarlo, pues hoy las trompetas de la propaganda oficial vibran al son de la resistencia civil … ¡siempre y cuando sea compatible con la ley! Es obvio, en cambio, que recurre a comportamientos de ruptura con el orden legal. Esto lo admite, incluso, un filósofo moderado como Norberto Bobbio, quien añade: “toda la historia del pensamiento político está escrita ya sea del punto de vista de los que enfatizan el deber de obedecer o de quienes reivindican el derecho a la resistencia (o a la revolución)”.
El problema de la legitimidad, de cómo se conserva el poder, cómo se pierde y cómo se conquista se encuentra en el fundamento de todas las teorías políticas. Desde los tiempos de Aristóteles, la lucha contra la tiranía es legítima por definición, aunque pueda ser considerada ilegal. Los latinos plantearon incluso la idea de que la aplicación de la al pie de la letra puede convertirse en la mayor forma de injusticia.
La antigua dicotomía entre obediencia y resistencia, entre poder constituido y poder constituyente se refleja en muchas constituciones modernas y particularmente en la mexicana que, en su artículo 39, consigna que “el pueblo tiene, en todo tiempo, el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”. En la práctica, sin embargo, ningún gobierno –y menos el actual- estaría dispuesto a reconocer la legalidad de ese derecho, mismo que tiene vigencia sólo a partir de un movimiento social victorioso. Cuando no son celebrados como próceres, quienes se atreven a la insubordinación suelen ser encarcelados por traición a la patria.
Otro gran teórico de la DC fue León Tolstoi. Se ha visto en el autor de Guerra y Paz un sostenedor de la resignación y de la sumisión al mal, que habría de soportarse con paciencia llamada cristiana. Aunque arropado en un lenguaje místico, su objetivo era exactamente lo contrario: la insubordinación y la resistencia al Estado. Tolstoi fue un pionero del antimilitarismo y le debemos, además, haber insistido en dos verdades básicas. Una es la comprensión de la fuerza de la resistencia como opción individual y conciente. La otra es el reconocimiento de que el bien, la bondad y la solidaridad están en nosotros mismos y pueden ser despertados.
Correspondió a Gandhi llevar a la práctica las doctrinas del maestro ruso, primero en la lucha contra el apartheid en Sudáfrica y después en la lucha por la independencia de la India. Iniciador de las grandes manifestaciones de masa, el Mahatma nombró su versión de la DC, satyagraha o “fuerza de la verdad”, porque consideraba insuficiente la idea de “resistencia pasiva”, entonces en boga.
Para Gandhi, la no-violencia (o ahimsa) es, fundamentalmente, un principio activo. Es, además, una excelente “arma de destrucción masiva” para acabar con la injusticia y construir un poder que no solamente neutraliza la violencia, sino que apunta al autogobierno (o swaraj), es decir a la liberación individual y colectiva.
Mucho tiempo después, el reverendo Martin-Luther King sería para los Estados Unidos lo que Gandhi fue para la India. Al cabo de una larga lucha fundamentada en las enseñanzas del Mahatma, en 1965, el movimiento por los derechos civiles logró imponer la igualdad de derechos para todos los norteamericanos, sin importar la raza.
Como Tolstoi y Gandhi, Martin-Luther King estaba imbuido de un pensamiento religioso que debemos respetar, pero no necesariamente compartir. Recordarlo no es ocioso ya que una de las críticas más comunes al movimiento es su pretendida traición al “espíritu gandhiano”.
Desde las columnas de la Revista Proceso, Javier Sicilia arremete persistentemente contra el plantón del Centro Histórico, alegando que estaríamos quemando etapas al montar “la desobediencia (la obstrucción de calles) dentro de la etapa de la resistencia civil (la marcha y el plantón). No encontré en las obras de Gandhi esa distinción entre desobediencia y resistencia y aun si existiera, la DC -hay que reiterarlo- no es una religión ni una ideología, sino una expresión flexible y creativa que contempla modalidades infinitas.
Thoreau predicaba la no-violencia, pero esto no le impidió solidarizarse con John Brown, quien enfrentó a los esclavistas con las armas en la mano. El propio Gandhi -quien, a diferencia de sus discípulos, era más bien un pragmático- afirmó que es preferible ser violentos a ser cobardes y colaboró con los británicos en el aplastamiento de las rebeliones de los bóers (y también de los zulúes, lo cual es menos encomiable).
Sin menoscabo de la admiración que nos merecen las ideas de Tolstoi, Gandhi y Martin Luther King, existe una tradición igualmente rica, pero laica y libertaria, que arranca con las primeras experiencias del movimiento obrero, pasa por las luchas pacifistas de los años sesenta, setenta y ochenta para llegar al actual movimiento contra la globalización neoliberal.
Mientras Gandhi afinaba los principios de la satyagraha, los anarcosindicalistas franceses desarrollaban la acción directa no-violenta, el Sinn Fein irlandés inventaba el boicot y en Estados Unidos, el Industrial Workers of the World (IWW, sindicato libertario del que fue miembro también Ricardo Flores Magón) adoptaba técnicas de protesta, también pacíficas, que sacudieron a la sociedad norteamericana. Recordamos, en particular, las manifestaciones contra la primera guerra mundial, los “sit-in” y los “soap box speeches”. Estos últimos eran formas de protesta en donde, ante la negativa de las autoridades de permitir una manifestación, los activistas se subían a una caja de jabón en la calle arengando a los pasantes.
Instrucciones para el uso
La Desobediencia civil se construye a partir de situaciones concretas y se legitima sola. Ante la injusticia, es difícil permanecer insensibles: no nos hace falta buscar justificaciones en el gandhismo, el socialismo, el anarquismo, el zapatismo o en cualquier otro “ismo”.
Según el Colectivo Antimilitarista de Zaragoza, la DC plantea un conflicto fundamental: legitimidad frente a legalidad. La legitimidad de la acción política participativa radicalmente democrática se contrapone a la injusticia muchas veces encubierta de legalidad. Es una herramienta política precisamente por su carácter público (trasciende lo privado y tiene significación social) y pedagógico (se trata de expresarse colectivamente mediante actos ejemplarizantes, que motivan, que enseñan, que provocan). A diferencia de otros modos de hacer política, la DC no busca, imponerse sobre el conjunto de la sociedad sino que lanza una interpelación y busca el diálogo.
Aun así las dificultades son muchas. El arte de generar una comunidad de acción, de movilizar en nosotros y fuera de nosotros nuevos recursos portadores de vida y no de muerte requiere mucha finura y una buena dosis de sentido práctico.
Toda lucha social requiere, además, una reflexión permanente sobre la relación entre los medios y los fines. El asunto no es escoger entre violencia y no-violencia, ni averiguar cuánto valor tenemos a la hora de enfrentarnos a la represión, sino hacer lo necesario para acabar con la injusticia al menor costo posible, es decir garantizando la seguridad de todos.
Entendemos –sin compartirlas- las razones de quienes, ante la cerrazón de los poderosos, optan por la lucha armada, como lo hizo el EZLN en su momento y hoy lo siguen haciendo las muchas organizaciones político-militares que operan en el país. Nosotros preferimos la DC porque nos permite armonizar los medios y los fines.
La tarea de ampliar el movimiento se nos presenta de muchas maneras. Los manifestaciones multitudinarias, las asambleas plenarias, los discursos elocuentes son momentos necesarios porque nos permiten comprobar nuestra fuerza y nuestra capacidad de actuar juntos. Las transformaciones profundas, sin embargo, no se forjan en esos espacios, sino en los diferentes ámbitos de la vida cotidiana.
Una vía es impulsar la creación de comités de resistencia civil, independientes de los partidos y federados entre sí. De preferencia pequeños (5-15 personas), esos comités se organizan con base territorial (barrios, colonias, pueblos, Estados) y/o gremial (fábricas, talleres, escuelas) articulando, poco a poco, redes de colaboración solidaria en donde no hay separación entre dirigentes y ejecutantes.
La antigua experiencia libertaria de los grupos de afinidad, integrados por individuos concientes y responsables nos ofrece una valiosa inspiración: la individualidad es la manifestación unitaria, particular y específica de una comunidad libre. A diferencia del militante político tradicional –un sujeto a menudo pasivo y enajenado- la persona que integra un grupo de afinidad tiene la certeza, verificada constantemente, que entre su participación y su abstención sí hay una diferencia.
Estructurados así, los comités de resistencia civil podrán llevar a cabo una variedad de funciones conforme a las capacidades de sus integrantes. Esas incluyen un portavoz ante los medios de comunicación, un catalizador de decisiones rápidas, alguien formado en primeros auxilios, otro que asista a asambleas mayores, una personas entendida en asuntos jurídicos, una de apoyo en los arrestos, etc.
Los comités buscarán coordinarse con gobiernos locales, partidos políticos y organizaciones sociales no hostiles, consiguiendo recursos económicos y proporcionando ayuda a las regiones dominadas por la reacción. Empezarán, acto seguido, una gran campaña para cercar los poderes oficiales que subirá o bajará, según las necesidades. Organizarán boicoteos contra los empresarios delincuentes, caravanas, cacerolazos, acciones simbólicas, cortes de carretera y todo lo que la imaginación colectiva proponga.
Un paso decisivo será la creación de radios y televisiones libres, así como de agencias de noticias ciudadanas para romper el monopolio informativo. Puesto que difundir la “verdad” no es suficiente, habrá que atacar los modos de comunicación dominante no para destruirlos, sino para subvertirlos. Se impulsarán, además, jornadas o semanas de luchas temáticas: contra la corrupción, la pornografía infantil, la privatización de la vida pública, la nocividad del capitalismo, el saqueo de los recursos naturales, el agotamiento del agua, la comida chatarra, etc.
La campaña desembocará en un gran paro cívico nacional organizado en colaboración con los sindicatos independientes para lograr nuestro objetivo mínimo: impedir la toma de posesión del usurpador.
México, D.F., 13 de septiembre de 2006






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