Trasversales
Uri Avnery

Lieberman: un hombre adorable

Revista Trasversales número 4,  otoño 2006. Uri Avnery es una destacada personalidad del movimiento por la paz israelí. Texto escrito el 3 de noviembre de 2006



En su forma alemana original -Lieberman- el nombre significa "hombre adorable". Es difícil imaginar nombre menos apropiado para el nuevo viceprimer ministro de Israel. No es adorable, ni por su personalidad ni por sus opiniones, y esa sería la descripción más tibia que podría hacerse. Su encanto personal puede juzgarse por el hecho de que una vez fue arrestado por haber dado una paliza a un muchacho que se había peleado con su hijo.
Esta semana, la llegada de Lieberman al centro del sistema político ha marcado el inicio de un nuevo capítulo en los anales del estado de Israel.

El momento elegido no es accidental. En sus 56 años de existencia, la democracia israelí nunca había caído tan bajo como lo está actualmente. En las elecciones realizadas en marzo de 2006, se abstuvo casi el 40% del electorado, el doble de lo habitual.
Desde entonces, los escándalos por corrupción han aparecido uno tras otro. El presidente del Estado está a la espera de ser acusado de diverso cargos de violación y abusos sexuales. El primer ministro protagoniza toda una serie de investigaciones por corrupción, en colusión con un surtido de multimillonarios autóctonos y extranjeros. Dos ministros están ya procesados. En el momento en que Ariel Sharon sufrió la apoplejía, una oscura nube cargada de asuntos relacionados con la corrupción pendía ya sobre él y su familia. Hay una sensación general de que el grupo predominante en Israel es cínico y corrupto.
La corrupción y el cinismo de este grupo se expresa también en su conducta pública. Ni en Israel ni en el resto del mundo han destacado nunca los políticos por el grado de cumplimiento de sus promesas electorales. Pero aquí se está cayendo mucho más bajo, traicionando abiertamente promesa tras promesa a la vista de la opinión pública.
Ehud Olmert hizo campaña sobre la base de un plan específico y detallado: la "convergencia". Ahora, sin pestañear, anuncia que ese plan ha sido abandonado. Sólo le queda un plan: permanecer en el poder, a cualquier precio.
Amir Peretz obtuvo votos como el líder que estaba a punto de realizar una verdadera revolución "social" y poner fin a la opresión de los débiles y desvalidos, ancianos, enfermos, parados y demás. La brecha entre ricos y pobres en Israel es una de las más grandes de todo el mundo industrializado. Peretz también prometió trabajar por la paz con los palestinos.
Al día siguiente de las elecciones, Peretz traicionó sus promesas abiertamente, desvergonzadamente y con todo descaro. Para fomentar su carrera personal, no reclamó ningún ministerio social, aceptando el ministerio de Defensa. Desde entonces, no ha dejado de exigir el incremento del presupuesto militar a expensas de los gastos sociales. En vez de la paz, hizo la guerra. Esta semana también violó su compromiso de no participar en un gobierno que incluyese a Avigdor Lieberman. Casi todos los ministros del Partido Laborista son cómplices de esta traición evidente, con la excepción honorable de Ofir Pines-Paz, que ha dimitido. Cuatro de sus colegas del Partido Laborista, incluyendo Ehud Barak, compiten ahora para ocupar su lugar.
El primer acto significativo del equipo de Olmert-Peretz fue implicar a Israel en una guerra inútil y sin esperanza. La irresponsabilidad de esta decisión, que llevo a comenzar una guerra difícil y compleja, sólo es comparable a la propia irresponsabilidad con la que han dirigido esta guerra en todas sus fases. Para agregar el insulto a la injuria, bloquearon la convocatoria de una Comisión de investigación judicial independiente.

La guerra ha dejado en la sociedad un profundo sentimiento de angustia, que se suma a la repugnancia despertada por las traiciones políticas y los casos de corrupción. Nuestra democracia se ha mostrado ahora como putrefacta, corrupta e incompetente. Un proverbio hebreo dice que "un agujero en la pared atrae al ladrón". La presente situación atrae a fuerzas fascistas.

La entrada de Lieberman en el Gobierno

Los portavoces de Olmert y de Peretz intentan calmarnos. ¿Qué tiene Lieberman de especial?, nos preguntan.
Aboga por "la transferencia", la expulsión de los ciudadanos árabes de Israel. Amenazó con destruir Egipto bombardeando la presa de Aswan. Exigió la ejecución de los parlamentarios árabe-israelíes del Knesset por haberse reunido con líderes sirios y de Hamas. ¿Y qué? Rehavam Ze'evi, cuya memoria fue honrada esta semana con una sesión especial conmemorativa del Knesset, propuso la limpieza étnica, y el general Effi Eytam, jefe del Partido de Unidad Nacional, usó similar lenguaje.
¿No debería permitirse la entrada en el Gobierno de una persona así? ¿Por qué no? Después de todo, Lieberman ya ha sido miembro del Gobierno, como Ze'evi y Eytam.

Este razonamiento elude lo principal. El Lieberman que participó hace cinco años en el Gobierno de Sharon representaba a un grupo marginal de nuevos inmigrantes, que no era tomado en serio. Sharon era un líder fuerte y sus ministros eran poco importantes. Pero el Lieberman que ha entrado en el Gobierno de Olmert es algo más: el líder de un fuerte partido que se está haciendo más fuerte, mientras que el primer ministro es un pequeño funcionario de partido, del que la mayoría de la sociedad está harta.
El partido de Lieberman es absolutamente diferente del ficticio Partido Kadima y del Partido Laborista en descomposición. Se organiza militarmente, con Lieberman como líder incuestionado. Ha organizado a la mayoría de los inmigrantes de la vieja Unión Soviética y se está extendiendo en otras comunidades. Apela al pobre y al pisoteado. Se asemeja al partido bolchevique que Lieberman conoció de joven en la URSS. Digamos, para acuñar una fórmula, que "bolchevismo sin marxismo es igual a fascismo".
Cuando el sistema democrático despierta el desprecio social, y cuando gana terreno la opinión de que "todos los políticos son ladrones" y "el sistema está putrefacto desde su propio centro", un personaje así es un verdadero peligro para la democracia.

Una vieja máxima dice que Israel solamente puede satisfacer dos de sus tres deseos, a saber, ser un Estado judío, ser un Estado democrático y apropiarse de todo el territorio entre el Mediterráneo y Jordania. Puede apropiarse de todo el territorio y ser democrático, pero entonces no será un estado judío. Puede apropiarse del territorio y ser judío, pero no será un estado democrático. Puede ser un estado judío y democrático, pero entonces no puede apropiarse de todo el territorio.
Ésta ha sido la base de la política israelí desde el comienzo. El principal argumento para la "separación" de Sharon y la "convergencia" de Olmert era exactamente ése: para que Israel siga siendo judío y democrático, debe ceder las partes de los Territorios Palestinos Ocupados habitadas por una densa población árabe.
La derecha extrema tiene una respuesta que se asemeja al huevo de Colón: puede alcanzarse los tres objetivos. La solución es la limpieza étnica, es decir, la expulsión de toda la población árabe. Eso es difícil de realizar en un sistema democrático. Por lo tanto, ese propósito implica casi automáticamente que debe haber un "líder fuerte". A saber: una dictadura abierta o disfrazada.
Esto no se dice abiertamente, sino por medio de indirectas acompañadas de un guiño. Lieberman tampoco lo dice tan abiertamente. Pero quien le escuche atentamente puede sacar la conclusión por sí mismo.

Lo más deprimente del momento es la ausencia de una reacción social. Podía esperarse la traición del Partido Laborista. Amir Peretz juró que él nunca se sentaría en un gobierno con Lieberman, pero para seguir siendo ministro está dispuesto a vender sus principios. Tampoco cabía esperar una fuerte protesta del Meretz, una vez que Yossi Beilin, con gran publicidad, compartiera desayuno con Lieberman y lanzará numerosas alabanzas hacia él y sus arenques.
Pero tampoco parece que la sociedad en general se sienta sacudida. Aparecieron algunos artículos aquí y allí, pero no hacían notar el peligro existencial que amenazaba a la república israelí. Ni siquiera la población árabe en Israel, cuya existencia está amenazada por Lieberman, ha iniciado un verdadero movimiento de protesta.
En el "Día de la tierra" de 1976, cuando los ciudadanos protestaron contra la expropiación de su tierra, todo parecía diferente, al igual que en octubre de 2000, cuando la población árabe-israelí protestó al sospechar que la mezquita de Al Aqsa estaba amenazada.
¿Cuál es la razón de esta débil reacción, similar a los últimos días de la república de Weimar?
Hay un desdén cada vez mayor hacia el sistema democrático. Hay un cansancio general tras los choques del último año. Hay un repliegue hacia los asuntos privados. Para la "gente común" es difícil imaginar los peligros. Ellos y ellas se han acostumbrado a la democracia, no pueden imaginarse lo que significa vivir sin ella. Tienen la seguridad de que "eso no puede suceder aquí". ¿Tendrán razón?

A finales del siglo XIX hubo un general francés llamado Georges Boulanger. Todos esperaban que diera un golpe de Estado en cualquier momento. Pero el General vacilaba, posponía una y otra vez el tan comentado golpe, hasta que alguien le dijo cara a cara: "General, a su edad Napoleón ya había muerto". Se dice que eso rompió el hechizo, las autoridades comenzaron a actuar y el general huyó al extranjero.
Quizás resulte que Lieberman también termine siendo un espantapájaros. Pero no apostaría por ello si la sociedad israelí no despierta a tiempo.


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