Trasversales
Immanuel Wallwerstein

El tigre acorralado
se avecinan tiempos escalofriantes


Revista Trasversales número 4,  otoño 2006

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Estos comentarios, publicados dos veces al mes, son reflexiones sobre el escenario mundial contemporáneo, visto no tanto desde el punto de vista de la inmediatez de la noticia sino a largo plazo.




Cuando, hace muchos años, algunos dijimos que el declive de la hegemonía de EEUU en el sistema-mundo era inevitable, imparable y que ya estaba ocurriendo, muchas personas nos dijeron que ignorábamos la evidente y apabullante fuerza militar y política de Estados Unidos. Algunos de estos críticos dijeron que nuestros análisis eran dañinos porque se comportaban como una profecía auto-realizadora.
Entonces, con la presidencia de Bush, llegaron al poder los neoconservadores y llevaron a cabo su política de unilateral militarismo bravucón, diseñada, según ellos, para restaurar la incuestionada hegemonía estadounidense aterrorizando a sus enemigos e intimidando a sus amigos para que obedezcan, sin discusión, las políticas de EEUU en el escenario mundial.
Los neoconservadores tuvieron su oportunidad y tuvieron sus guerras, fracasando espectacularmente, pues ni han aterrorizado a quienes consideran como enemigos ni han logrado intimidar a sus antiguos aliados hasta el punto de someterles a una indiscutida obediencia.
La posición de EEUU en el sistema-mundo es hoy mucho más débil que en el año 2000, precisamente como resultado de las muy erróneas políticas neoconservadoras adoptadas durante la presidencia de Bush. Hoy, muchas personas están dispuestas a hablar abiertamente del declive de Estados Unidos.
Así que cabe preguntarse: ¿y ahora, qué? Hay que mirar hacia dos lugares. Por un lado, hacia dentro de EEUU; por otro, hacia el resto del mundo. En el resto del mundo, gobiernos de todos los colores le prestan cada vez menos atención a cualquier cosa que Estados Unidos diga o desee. Madeleine Albright, cuando era secretaria de Estado, dijo que Estados Unidos era “la nación indispensable”. Eso pudo haber sido cierto alguna vez, pero ciertamente ya no lo es. Hoy, el tigre está acorralado.
Todavía no es totalmente el “tigre de papel” del que hablaba Mao Zedong, pero lo cierto es que se encamina hacia ser exhibido como un tigre colocado, de cuclillas, en postura defensiva.
¿Cómo tratan otras naciones a un tigre acorralado? Con mucha prudencia, podría decirse. Aunque los Estados Unidos ya no son capaces de actuar a su antojo en casi ningún lugar, aún son capaces de causar grandes daños si deciden atacar. Irán puede desafiar a Estados Unidos con aplomo, pero intenta ser prudente para no humillarlo. China puede sentirse hoy muy importante y confiar en que se fortalecerá más aún en las décadas venideras, pero maneja a Estados Unidos con guantes de seda. Hugo Chávez puede tocarle abiertamente las narices al tigre, pero Fidel Castro, más viejo y astuto, habla en tono menos provocador. Y el nuevo primer ministro italiano, Romano Prodi, estrecha la mano de Condoleezza Rice mientras emprende una política exterior que se propone fortalecer un papel mundial de Europa, independiente de Estados Unidos.
¿Por qué son todos tan prudentes? Para contestar a eso, debemos observar lo que ocurre en Estados Unidos. Dick Cheney, que, de hecho, dirige el ejecutivo, sabe lo que debe hacerse desde el punto de vista de los militaristas bravucones, de los que él es el líder. Estados Unidos debe “mantener el rumbo” y, en la práctica, mantener una escalada de la violencia. La alternativa es admitir su derrota, lo que Cheney no está dispuesto a hacer.
Sin embargo, Cheney tiene un grave problema político interno. Tanto él como sus políticas están perdiendo apoyo en Estados Unidos, clara y masivamente. Parece que los discursos amedrentadores sobre el terrorismo y las acusaciones de traición lanzadas contra quienes le critican ya no resultan tan efectivos como antes. La reciente victoria, en las elecciones primarias senatoriales del Partido Demócrata en Connecticut, de Ned Lamont, contrario a la guerra, sobre Joe Lieberman, partidario de ella, ha desconcertado al aparato político de ambos partidos. Son muchos los políticos que, en pocos días, se han desplazado hacia posiciones favorables a la cancelación de la operación en Irak.
Si, como ahora parece bastante posible, los demócratas logran controlar las dos cámaras parlamentarias en las elecciones de noviembre de 2006, podría producirse una desbandada a favor de la retirada, pese a las vacilaciones de los dirigentes del grupo demócrata en el Congreso. Y si en varias elecciones locales ganan prominentes candidatos contrarios a la guerra, eso sería lo más probable.
¿Qué harán entonces Cheney y los que están en su bando? No podemos esperar que reconozcan cortésmente la llegada de un presidente demócrata en las elecciones de 2008. Saben que probablemente sólo les queden dos años para crear situaciones que hagan casi imposible la retirada de Estados Unidos. Teniendo en cuenta que con un Congreso en manos de los demócratas ya no podrían sacar adelante ninguna ley importante, concentrarán sus esfuerzos, más aún que ahora, en utilizar los poderes ejecutivos de la presidencia, en manos de un dócil hombre de paja como es George W. Bush, para causar estragos militares a lo largo y ancho de todo el mundo y para reducir radicalmente el ámbito de las libertades civiles en Estados Unidos.
Sin embargo, la camarilla de Cheney encontrará resistencia en muchos frentes. Sin duda, el más importante foco de resistencia residirá en el mando de las fuerzas armadas estadounidenses (excepción hecha de sus fuerzas aéreas), ya que piensan que las actuales aventuras militares han excedido en gran medida la capacidad militar estadounidense y les preocupa que la opinión pública de su país pudiera cargar la culpa sobre ellos una vez que Rumsfeld y Cheney desaparezcan de los titulares de los periódicos. La camarilla de Cheney también encontrará la resistencia de grandes empresas que consideran que las actuales políticas tienen consecuencias muy negativas para la economía estadounidense. Y, por supuesto, topará también con la resistencia en Estados Unidos de una izquierda y un centro-izquierda que se sienten más fuertes y que están irritados y preocupados por el rumbo de la política estadounidense. Hay una lenta pero clara radicalización de la izquierda e incluso del centro-izquierda.
Cuando eso suceda, la derecha responderá muy agresivamente. Cuando Lamont ganó las elecciones primarias, un lector del Wall Street Journal escribió una carta en la que decía “hemos llegado a un punto de inflexión en este país; si permitimos que la izquierda gobierne como mayoría, nuestro país está acabado”, y calificaba de “ineptos” a los líderes republicanos. Como muchos otros, él buscará líderes más feroces.
Todo el mundo se preocupa por la guerra civil en Irak. ¿Qué pasará en Estados Unidos? Se avecinan tiempos escalofriantes.

1 de septiembre de 2006



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