Trasversales
Lois Valsa

La vida de los otros


Revista Trasversales número 6,  primavera 2007


 
Esta película de un joven alemán de treinta y tres años, con un nombre difícil de pronunciar y de recordar como es el de Florian Henckel von Donnesmarck (Colonia, 1973), ha sido la gran revelación cinematográfica del año 2006. Una opera prima que está gozando al mismo tiempo del favor del público y del de la crítica, y que además le ha arrebatado a El Laberinto del fauno de Guillermo del Toro la estatuilla a la mejor película en lengua no inglesa como magnífico colofón de una lista de galardones, ya que antes había recibido tres premios del cine europeo, incluido el de mejor largometraje.
Su director, y también el guionista, dedicó nada menos que cinco años de su vida a sacar adelante este proyecto, la mayor parte del tiempo (año y medio) dedicado a la investigación de archivos y entrevistas a espías y a espiados. Esto quizá nos ayude a explicar la madurez de esta su primera película. También la formación que recibió en la reconocida escuela de cine y televisión de Munich. Sin olvidar que hace diez años ya había sido meritorio de lord Richard Attemborough en El amor y en la guerra. Además ya había realizado dos cortos de gran calidad: Das Datum (1998) y Dobermann (1999), éste mejor cortometraje alemán del año.

Su madurez, sin embargo, quizá provenga también de su biografía, ya que siendo un alemán de noble cuna de Alemania Federal tuvo, por la ruina de su familia, que buscarse la vida a edad temprana y marcharse a Estados Unidos, donde nació su pasión por el cine. Después de vivir en Nueva York, lo hizo en Berlín y en Bruselas, además de estudiar en Oxford y San Petersburgo. Conoce pues diferentes países y habla diferentes idiomas. Madurez cinematográfica y vital que dan consistencia a su trabajo y que, a mi manera de ver, le han permitido realizar esta magnífica opera prima.
La vida de los otros es una película de gran rigor, sencilla y compleja al tiempo, entretenida y profunda a la vez, lo que permite que sus 144 minutos se nos pasen sin darnos cuenta, metidos de lleno en su intriga de espionaje, en sus conflictos emocionales, en las vivencias del espía escrutador de la vida de los otros que acabamos viviendo como nuestras propias vidas. Pero es una pura ficción, una historia ficticia en la que lo que narra no ocurrió exactamente así, pero pudo realmente haber ocurrido en la Alemania Oriental de los años ochenta, en la que el partido comunista controlaba a sus ciudadanos a través de la Stasi, la policía secreta del Estado.

El director se documentó a través de un ex agente, el teniente Wolfgang Schmidt, que mandaba un grupo de control de la población, y se asombró de que ninguno de aquellos agentes pareciese tener mala conciencia de su labor represiva. El hecho de que se abriesen, después de la caída del muro de Berlín, los archivos de aquel periodo y de que, por otra parte, estos policías no fueran condenados le facilitó una información muy fidedigna de esa época. La perspectiva del tiempo transcurrido, aunque reconoce que las heridas aún no están cerradas, da mayor consistencia a su historia. La mayor parte de las localizaciones son de Berlín Este.
Von Donnersmarck logra así, con la ayuda de una buena dirección artística y una fotografía de colores acordes con aquel ambiente, recrear maravillosamente, cosa que le ha reconocido crítica y público, aquella atmósfera asfixiante. Un mundo de absoluto control policial, totalitario, propio al tiempo de cualquier dictadura, que considera que cualquiera de sus ciudadanos, mejor súbditos, pueda ser en cualquier momento sospechoso de cualquier acción contra el Estado, y por lo tanto se concede pleno derecho de vigilancia y espionaje sobre ellos. En su vida real, el actor de la película parece que acusó a su ex esposa de espiarle para la policía secreta. Con su ficción, el director logra hacer caer otro muro de silencio al mostrarnos aquel mundo tan real.

En una reciente entrevista Florian precisaba su propuesta: “Mi intención es contar que alguien puede tener la posibilidad de decidir al margen de la gran organización a la que pertenece. Los seres humanos pueden cambiar”. Para ello nos acerca a una historia de redención en la que el espía se siente conmovido por la música, la Appasionata de Bethoven (“no puedo escucharla, de lo contrario no lograría terminar la revolución”, dice un personaje comentando lo que dijo Lenin), y por la literatura, un poema de Brecht, pero sobre todo es el amor que siente por una bella actriz lo que nos explica las motivaciones profundas de su cambio radical, el que le lleva a escuchar con más curiosidad, más detenimiento y más aprecio a sus espiados.
A partir de ahí su fidelidad al Partido (“escudo y espada del Partido”) se va a ir resquebrajando poco a poco hasta llegar a encubrir a aquellos a quienes tenía que vigilar. Al tiempo, con sus sucesivas escuchas, va visualizando la corrupción de sus superiores, la bajeza moral de quienes únicamente se preocupan de medrar y hacer carrera y conseguir lo que quieren (como acostarse el jefe con la mujer del escritor aprovechándose de su adicción a los somníferos) aunque sea valiéndose de su ilícito poder. En verdad hizo mal su jefe al ponerlo en contacto con esa otra realidad, a él que únicamente se preocupa cada día de hacer su trabajo técnico con la mayor perfección posible sin preocuparse del terrible mundo que está ayudando a construir.

Película, pues, de ética política que cuestiona todo fin superior que justifique la destrucción de otros, en este caso de los enemigos del socialismo, pero sin duda de gran aplicación para el mundo occidental de hoy en el que muchos escritores y artistas, supuestamente críticos, lamen el culo del poderoso y donde la mayoría del personal se ha vuelto cínico y devoto del todo vale. ¡Estupenda lección moral sin moralina de ningún tipo! Con un conmovedor final que nos deja emocionados hasta los tuétanos. A todos estos logros ayuda la magnífica interpretación del gran actor Ulrich Mühe al que acompañan Sebastian Koch y Martina Gedeck (la Martha de Deliciosa Martha).
Este tipo de cine nos puede traer a la memoria, sobre todo por sus personajes que espían, La Conversación de Coppola (y su meticuloso Harry Caul) o el juez de Rojo de Kieslowski. Por su intención política nos puede recordar Amén de Costa-Gavras o Mephisto del húngaro Szabó. A mí me parece que su estupendo guión también está impregnado de gran sutileza política. Desde luego es una opción estética diferente al divertido retrato de Alemania del Este que hace la comedia Good Bye Lenin (2003). La vida de los otros se sitúa en la línea del mejor cine alemán último como El hundimiento (2004) de Oliver Hirschbiegel. Lo que ya no me queda tan claro es la pasión que siente Von Donnesmarck, desde Conan aclara, por Schwarzenegger, aunque su tibieza a la hora de criticar los medios ilícitos de los que se ha valido la Administración Bush-Cheney nos pueda explicar algo de estos gustos tan raros.


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