Trasversales
Miquel Monserrat

Afganistán y el compromiso español

Revista Trasversales número 6,  primavera 2007


 
Dejemos las amenazas de Al Qaeda en manos de las fuerzas de seguridad y de los servicios de información, sin permitir que influyan en nuestras opciones políticas. Ignoremos la demagogia de un oportunista Partido Popular para el que la muerte de la soldado Idoia Rodríguez fue mero pretexto para exigir que “se reconozca” que el apoyo a la ocupación de Irak y el mantenimiento de la presencia española en Afganistán son actos de guerra equivalentes, pese a que cualquier paralelismo entre ambos casos carece de fundamento. Pero no nos olvidemos de Afganistán, porque allí hay mucho sufrimiento, porque la evolución de ese país es inquietante, porque hay dudas legítimas sobre la utilidad de la misión militar española en Afganistán. Evaluemos si lo que hacemos ayuda y qué podemos hacer para ayudar más.

Doy por conocida la terrible condición del Afganistán talibán. La esclavitud de las mujeres en ese infierno terrestre. La identificación de talibanes y Al Qaeda en un común movimiento político-militar. La amenaza que su proyecto de dominación patriarcalfascista representa para los países de fuerte influencia musulmana y para la humanidad entera. Si aquí alguien lo ignoraba, el 11-M de 2004 lo dejó bien claro.
¿Qué ha pasado tras el derrocamiento de los talibanes? La respuesta no es satisfactoria. Cada vez es más insatisfactoria y lo positivo tiende a diluirse. Afganistán sigue siendo un infierno. En ciertas zonas urbanas, un infierno suavizado respecto al pasado talibán. Pero un infierno. Y la tendencia apunta a un empeoramiento. No es ese el compromiso que la comunidad internacional asumió.

Afganistán ahora


Con el derrocamiento de los talibanes, Afganistán mejoró en algunos aspectos importantes, al menos en ciertas zonas, pero ahora parece encontrarse en una recaída acelerada.
El Afganistán postalibán nació con tensiones antagónicas. Fueron anuladas algunas de las más bárbaras normas talibanes, pero el nuevo poder incluyó a otros fundamentalistas, capaces de competir en barbarie, crueldad y oscurantismo con los talibanes. La nueva Constitución afgana declara la igualdad en derechos y deberes entre mujeres y hombres, lo que era impensable bajo los talibanes y debe ser valorado en su justa medida, pero también establece que ninguna ley puede contravenir la religión islámica, lo que, al menos en las interpretaciones hoy mayoritarias de ésta, hace imposible lo primero. Cuando tales contradicciones están presentes, decide la fuerza.

La Constitución reconoce el derecho de las mujeres a la educación. Un gran logro. No por casualidad el bellísimo relato gráfico ¡Sahar, despierta!, de Anna Tortajada y Antonio Acebal se cierra con esa esperanza: “Sahar se levanta de un salto del suelo. No quiere remolonear. Hoy es el gran día. ¡Hoy irá por primera vez a la escuela!”.
¿Qué queda de esa esperanza? Los datos globales hablan de avance. Según Intermón-Oxfam, entre 2001 y 2006 se ha multiplicado por cinco la escolarización total, pero para las niñas y muchachas, que partían de cero, hay que usar otros coeficientes. Obtener datos reales es difícil. Según diversas fuentes, en las edades correspondientes a la enseñanza primaria están escolarizadas entre un 20% y un 35% de las niñas. Ese porcentaje cae en picado en la secundaria, entre el 5% y el 7%, a causa de la ausencia de centros cercanos, el temor a represalias o los prejuicios de una sociedad ultrapatriarcal en la que el 57% de los matrimonios -forzados en un alto porcentaje- afectan a muchachas menores de 16 años, pese a que ésta es la edad mínima legal para que se casen. Parece que en la universidad una de cada cuatro estudiantes es mujer. Cifras bastante mejores que la nada talibán, pero hay que verlas más de cerca, pues resumen una situación muy heterogénea. En Kabul o Herat los porcentajes de escolarización femenina son más elevados, pero caen en picado en zonas bajo control de la Alianza del Norte y en las sometidas a fuerte presión talibán. De hecho, según Human Rights Watch un tercio de los distritos afganos carecen de escuelas para niñas.
Además, la película es peor que la foto. La tendencia actual es negativa. Según HRW más de 200.000 niños y niñas que en 2005 fueron a la escuela ya no pueden asistir en 2006 por cierre de sus colegios. Centenares de escuelas han sido quemadas o cerradas. Maestras y maestros tienen precio puesto a su cabeza. También han sido amenazadas numerosas familias para que sus hijas no vayan a la escuela. Hay una ofensiva talibán generalizada contra la escuela, pero particularmente virulenta contra las escuelas femeninas y contra las maestras. En muchos territorios dominados por los señores de la guerra los nuevos amos también son hostiles a la educación y, sobre todo, a la educación de las niñas. Ellos también han agredido y amenazado, y desde luego nada han hecho para potenciar la escolarización de las niñas. En muchas zonas las niñas tienen derecho a ir a la escuela… pero no hay escuelas para ellas.

Sólo en Kabul ha alcanzado una dimensión significativa el retorno de las mujeres al trabajo. Las opciones principales para aquellas que, haciendo frente a las amenazas, deciden buscar empleo, son las agencias internacionales de ayuda y las ONG, cuyo personal está amenazado de muerte por los talibanes y otros fundamentalistas, amenaza que se multiplica cuando se trata de mujeres afganas. Ya hay numerosas víctimas, de forma que la actividad de las ONG humanitarias ha descendido considerablemente ante la carencia de condiciones mínimas de seguridad.

La seguridad es escasa en las zonas controladas por el gobierno central y prácticamente nula en el resto. El número de muertes violentas durante 2006 dobló al de 2005. De hecho, ya hay zonas del país que pueden considerarse bajo control o fuerte influencia talibán, pero además, como señalaba Mehmooda, activista de RAWA, en una entrevista a The Times of India (24/6/2006), “Hay muchos informes sobre abusos y violaciones de mujeres, especialmente en aquellas localidades no controladas por el Gobierno central y en las que los comandantes de la Alianza del Norte han instaurado sus gobiernos locales”. Esa inseguridad, además de las presiones derivadas de la tiranía patriarcal familiar, disminuye de forma muy considerable los efectos benéficos de la anulación del uso obligatorio del burka. En la entrevista citada, Mehmooda explicaba que “El burka no es obligatorio, llevarlo es opcional, pero en muchas regiones y especialmente en las áreas contraladas por los comandos fundamentalistas armados, las mujeres prefieren llevarlo por razones de seguridad. Muchas mujeres no querrían usarlo, pero se sienten mucho más seguras llevando un burka porque en muchas áreas han sidos secuestradas y violadas jóvenes muchachas y mujeres por grupos armados. Incluso en Kabul, donde están estacionados miles de efectivos de las tropas de ISAF, bastantes mujeres siguen llevando el burka. Bajo los talibanes era obligatorio para todas las mujeres en todo el territorio”. Al parecer, sólo en Kabul y alguna otra gran ciudad es frecuente ver en público a mujeres sin burka y sin la compañía de un varón de su familia. ¿Por cuánto tiempo...?

Algunas mujeres tienen un protagonismo público imposible bajo los talibanes, aunque los hombres siguen siendo quienes parten y reparten. Parlamentarias, ministras, gobernadoras, presentadoras de televisión... Pero el riesgo es muy alto para aquellas que no aceptan ser portavoces de quienes esclavizan a las mujeres. Viven en constante peligro y algunas han sido asesinadas. Malalia Joya, parlamentaria que alzó su voz en la Loya Jirga (parlamento afgano) contra los talibanes y contra los señores de la guerra aliados con el Gobierno, fue maltratada e insultada allí mismo y ha sido amenazada de muerte de forma pública. Sima Samar también ha sido amenazada de muerte, como lo han sido las activistas de RAWA y otras organizaciones democráticas. El 8 de marzo de 2007 RAWA reunió a centenares de personas en un hotel de Kabul, en un impresionante acto de coraje; ese acto no podría haberse realizado antes bajo los talibanes, pero tampoco ahora en la mayor parte del territorio afgano. Incluso en Kabul, todas las personas que allí participaron y que aparecen en las fotos y vídeos que lo ilustran, sabían lo que se jugaban al hacerlo.

Una horrenda miseria. La ayuda internacional ni siquiera ha alcanzado para reconstruir lo destruido por la guerra. Una ayuda insuficiente respecto a las necesidades y muy inferior, en importe por habitante, a la destinada a otras zonas en conflicto. Una ayuda dilapidada o robada, pues una parte considerable ha ido a parar a los bolsillos de funcionarios del Gobierno o señores de la guerra... y posiblemente de los propios talibanes. Si los grandes retos para la reconstrucción de un Afganistán democratizado y ajeno a la red del terrorismo integrista internacional eran, precisamente, un avance en los derechos de las mujeres y la mejora de las condiciones materiales de vida de la población, hoy todo parece indicar que poco -y en pocos lugares- se ha hecho en lo que a la primera tarea se refiere, y nada, absolutamente nada, en la segunda, lo que tiene mucho que ver con el resurgir de los talibanes.

Hay culpables


Talibanes y señores de guerra son ejecutores de la mayor parte de los actos de barbarie. Karzai también es culpable. Es cierto que en las zonas bajo su control directo, habitualmente con respaldo -escaso- de tropas internacionales, la situación es algo mejor, lo que no debe ignorarse políticamente. Mas eso no le exonera de culpas.
Podría entenderse que el Gobierno central no tuviera fuerza para influir sobre los territorios bajo control de los señores de la guerra. Lo inadmisible es la connivencia. Y la hay. Lo escandaloso no es la debilidad del Gobierno, sino que promueva a puestos claves a personajes siniestros, responsables de crímenes contra la humanidad, y que les ponga al frente de la policía en diversos territorios y les nombre ministros o acuerde con ellos leyes que les garantizan la impunidad. Karzai, en vez de promover la justicia y la democracia allá donde pueda hacerlo, prefiere fingir que controla todo el país y repartir el botín con canallas responsables de crímenes horrendos y estremecedores.

Sea cual sea la valoración que se tenga sobre la intervención militar de EEUU en Afganistán para derrocar a los talibanes, no puede pasarse por alto la culpabilidad de la Administración Bush en el actual deterioro. Una vez lanzada la piedra, no se puede esconder la mano. Si en Irak las palabras que nombran la ignominia neocon son ocupación y abuso, en Afganistán son, principalmente, indiferencia y abandono. Contradiciendo la excusa de la “guerra contra el terror”, Bush renunció a mantener una línea prioritaria de combate contra los talibanes y Al Qaeda, en lo político, en lo económico, en lo social y en lo militar, y se volcó en la ocupación de Irak, país sometido a una cruel tiranía pero ajeno en aquel entonces a las redes del terror islamista. Bush ha preferido ahorcar a Sadam, desestabilizar Irak y entregar el poder a los aliados de los ayatolas iraníes, en vez de buscar y detener a Bin Laden y contribuir a la reconstrucción material, la democratización relativa y la destalibanización social de Afganistán, lo que habría sido un golpe colosal a las redes terroristas islámicas, que quedaron muy desprestigiadas y aisladas en el propio mundo islámico tras los atentados del 11-S, pero que incrementan su poder y prestigio tras el inicio de la guerra de Irak. La inversión económica y militar estadounidense en Afganistán es sólo una pequeña migaja del inmenso festín imperial que tiene lugar en Irak. Lo que quizá no deba extrañarnos, porque las ideas religiosas de Bush tienen muchos puntos de coincidencia con las de los islamistas.

Bush pretende que Afganistán sea olvidado y no le moleste. Así que se siente muy a gusto con el control de los señores de la guerra sobre grandes zonas del país. Puede despreocuparse de ellas, a cambio de dejarles robar y oprimir. Que también sean fundamentalistas, poco le importa. Eso va a dar tremendos problemas a la humanidad y a Estados Unidos. Pero a Bush no le importa.

España en Afganistán

En Afganistán hay dos tipos de presencia militar exterior. Por un lado, la llamada “Operación Libertad Duradera”, bajo control directo de Estados Unidos, en la que España no participa. Por otro lado, ISAF, mandatada por la ONU, al menos hasta el 13 de octubre de 2007.
El problema planteado es político. Lo que hay que exigir no es la retirada de unas tropas españolas que no están actuando como fuerzas de ocupación, sino una “no-complicidad” con la estrategia de Bush y con los señores de la guerra. La misión asignada por la ONU a la ISAF es perfectamente compatible con eso. La clave reside, pues, en qué hacer allí. Más claramente: a favor de quién actuar.
En la medida que su presencia permita mejorar la vida en su entorno, es conveniente que continuen. En líneas generales, parece que donde hay presencia de la ISAF, y en particular donde están las tropas españolas, las condiciones son algo mejores. Que hay un poco más de seguridad y que los índices de escolarización de las niñas es mayor. Que el servicio sanitario de los destacamentos españoles atiende a la población. Que se apoyan tareas de reconstrucción. Que se contribuye a impedir el retorno de los talibanes.

Esa ayuda es poca respecto a lo que Afganistán necesita. ¿Pero ayudaría nuestra retirada? Allá donde hay niñas escolarizadas, maestras en los colegios o mujeres que van por la calle sin el burka, con los límites ya citados, ¿estamos seguros de que la retirada de ISAF sería beneficiosa? ¿No serían más fáciles las represalias fundamentalistas? ¿Es justo que la comunidad internacional, tras haber prometido la libertad, se lavase ahora las manos más de lo que ya lo está haciendo, abandonando a las personas que han osado alzar la cabeza? Sí, en gran medida ya han sido abandonadas y traicionadas. Pero cuál es la alternativa, ¿el abandono o un nuevo compromiso? Un país como España no puede “hacer milagros”, pero no por eso hay que renunciar a aportar nuestro granito de arena.

Mi tono no es tajante. Tengo dudas. Hablo de “oídas”, más bien de “leídas”. Es posible que nuevos datos puedan modificar mi opinión, en la medida que me convezcan de que el pueblo afgano estará mejor sin tropas españolas. Desde luego, lo que no me convence es la retórica “antiimperialista” que tiene la misma respuesta siempre lista frente a situaciones muy diversas.
Pero hoy por hoy yo pediría al Gobierno español tres cosas: la primera, que mantenga las tropas en Afganistán con un mandato de que lo que se haga debe ayudar realmente a la población de las zonas en las que están; la segunda, que emprenda una batalla política decidida en la “comunidad internacional” para que ésta asuma de una vez compromisos con Afganistán a la altura de lo que fue su retórica; la tercera, claro está, que se preste un apoyo preferente a las fuerzas democráticas y laicistas afganas, tomando como primera seña de identidad para identificarlas su empeño con los derechos de las mujeres.


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