Trasversales
José Manuel Roca

El juicio del 11 de marzo

Revista Trasversales número 6,  primavera2007


 
Tras una larga instrucción, el 15 de febrero comenzó el juicio por los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, que, con independencia de las sentencias con que concluya, constituye una forma legal, democrática (ni los ciudadanos han visto reducidos sus derechos civiles ni los acusados han sido privados de ellos ni recluidos en un limbo jurídico) y eficaz de luchar contra el terrorismo islamista, frente a aquellos que, puestos a elegir entre la acción de los jueces o un nuevo desembarco de Normandía, prefieren hacerlo mediante costosas aventuras militares de resultados inciertos.

A las dificultades propias de un caso como éste, el primero en magnitud que se produce en España y de un tipo de terrorismo distinto en sus fines y formas de actuar del practicado por ETA, se añaden las propias del número de implicados -29 acusados- y afectados y que, por las circunstancias en que se produjeron los hechos, en vísperas de unas elecciones generales y en un país metido en una impopular guerra neocolonial, está cargado de interpretaciones políticas y cuya resolución tendrá indefectiblemente consecuencias políticas.
Teniendo en cuenta el estado emocional de muchos testigos, las imprecisiones de la memoria en momentos traumáticos, los impedimentos sicológicos de algunos declarantes y la conmoción social en circunstancias que exigían la espontánea colaboración ciudadana y la movilización urgente de diversos servicios públicos, el juez Del Olmo, basándose en pruebas y testimonios, ha podido reconstruir los hechos que condujeron a aquel día aciago y, en un plazo de tiempo razonable, instruir el sumario 20/04, que comprende 50.000 registros telefónicos, 116 declaraciones y 200 pruebas de ADN, prevé la comparecencia de 650 testigos y la colaboración de 98 peritos, recogido en un expediente de 93.000 folios, por el cual se han llevado al banquillo 29 personas acusadas de 191 asesinatos consumados y 1.824 en grado de tentativa.
Ello no ha impedido que en el PP, sin otro apoyo que las delirantes fábulas de sus servicios auxiliares de propaganda, hayan puesto en duda la instrucción del sumario. No sabemos qué hubieran dicho de haber ocurrido lo mismo que en EE.UU. (la verdadera patria de Aznar), donde el juicio por los atentados del 11 de septiembre de 2001 se saldó con un único condenado, el franco-magrebí Zacarías Moussaoui, aunque hay otros dos autores huidos.
En espera de las sentencias, las primeras sesiones de la vista del proceso del 11-M permiten, de momento, extraer algunas conclusiones.

El silencio de los lobos

La primera de ellas ha sido mostrar que el fanatismo religioso es compatible con el cálculo para cometer atentados y con el disimulo en el juicio. El testimonio de los acusados ha permitido comprobar que, movidos por sus ideas, pueden matar y estar dispuestos a morir en nombre de su fe, pero no a morir inútil o prematuramente. Los autores dejaron las bombas en los trenes, pero se bajaron, en algunos casos de manera precipitada (lo que facilitó luego su identificación por testigos), porque entonces no estaban dispuestos a morir. Con esta forma de actuar dejaron claro que su intención el once de marzo era matar más que morir, incluso más que morir matando. Los que se suicidaron en Leganés, salvo Abdelmajid Bouchar, huido y detenido en Serbia, lo decidieron al verse acorralados por la policía.
Todos los acusados, autores, cómplices y colaboradores, se han declarado inocentes e incluso han condenado los atentados, así que no nos encontramos ante mártires que aceptan su sacrificio proclamando orgullosamente su fe, sino ante la coordinada estrategia de los abogados defensores, recomendada por un manual hallado entre los restos del piso de Leganés, de negarlo todo para no facilitar la tarea a los jueces de los infieles.
Ninguno de ellos ha reconocido tener relación con ETA, lo que unido a las declaraciones de otros testigos -algunos muy allegados-, de los artificieros de la policía y de los peritos designados por el tribunal sobre el explosivo utilizado deja en nada la teoría de la conspiración puesta en circulación por expertos en ácido bórico, investigadores de pacotilla y émulos de Saturnino Calleja [Véanse el capítulo II. 2.10, pp. 99-113, de La derecha furiosa, Madrid, SEPHA, 2005, y el artículo “El pecado original”, Trasversales nº 4, otoño 2006, pp. 9-11].
Por el contrario, lo que va quedando meridianamente claro es que el atentado fue una respuesta a la participación de tropas españolas en la invasión de Irak.

Otra de las brumas que se van despejando es que los autores, más que a una organización centralizada, pertenecen a un movimiento, a una corriente que defiende una interpretación muy regresiva del Islam y sigue las directrices de Al Qaeda, pero actúa de manera autónoma y valiéndose de sus propios medios.
El testimonio de amigos y familiares de los acusados relata la vida cotidiana de individuos que, captados por promotores de la yihad, van derivando hacia el fanatismo, se vuelven extraños a sus familias, actúan misteriosamente y, por fin, se ven enredados en el atentado. Algunos de los implicados, presentes o huidos, están casados con mujeres españolas, otros tienen familia y formas legales de vida aquí, otros se movían en terrenos cercanos a la marginalidad, la delincuencia y el tráfico de drogas antes de ser captados para la causa de la yihad. Unos y otros fueron ayudados por delincuentes españoles y tipos como Trashorras, dispuestos a hacer lo que sea por dinero o a contar las mentiras más disparatadas (Si El Mundo me paga, les cuento hasta la guerra civil), lo cual derriba otra de las explicaciones dadas por el PP, que, por boca de Acebes, insistía en que un atentado como el del 11-M no podía ser perpetrado por un grupo de pequeños delincuentes, sino que se debía a una extensa trama dirigida por una gran inteligencia.
La explicación, propia de alguien aficionado a las películas de James Bond, que cree que Al Qaeda es una especie de Spectra islamista, suena a coartada, pues, si se une a la inexplicable facilidad con que los islamistas se hicieron con dinamita robada en una mina, en un país sometido desde hace cuarenta años al azote de otro tipo de terrorismo, dice bien poco de la capacidad de Acebes como máximo responsable de los servicios de inteligencia y de seguridad y le califica como el ministro más incompetente de la Unión Europea.

El ruido de los embusteros

Frente al obstinado silencio de los que, como implicados, saben lo que ocurrió el 11 de marzo, se alza el ruido de los embusteros, de los que no quieren saber lo sucedido, porque les aterran las consecuencias de la verdad y prefieren atribuir sus tribulaciones en la oposición a una conspiración para echarlos del Gobierno, de ahí su predilección, no por la verdad del 11-M, sino por las fábulas sobre los “verdaderos” e inalcanzables autores del atentado.
Respondiendo a esa intención, en el PP aplicaron pronto la estrategia de deslegitimar al Gobierno salido de las elecciones del 14 de marzo mediante la puesta en circulación de la teoría de la conspiración, la obstrucción de los trabajos de la Comisión parlamentaria del 11-M y la instrucción del sumario por el juez Del Olmo, con la eficaz colaboración de la prensa afín, que esparció toda clase de dislates y pistas falsas tratando de desviar la investigación con sus delirios. Incluso Rajoy llegó a solicitar la nulidad del sumario instruido por Del Olmo.
Durante tres años hemos asistido a la producción de ruido con una campaña de descrédito contra los jueces y policías que han intervenido en el caso, a la continua propalación de patrañas, de supuestas novedades, de testimonios inapelables que luego se han revelado remuneradas historietas de mentirosos compulsivos, al descubrimiento de sustancias que jamás podrían explosionar y de mochilas colocadas por manos misteriosas, pero, una vez iniciado el juicio, en el PP han dejado su labor de obstrucción a algunos letrados acusadores cuyas intervenciones parecen hacer causa común con las de los abogados defensores. Intentando desesperadamente hallar algún vínculo entre ETA y Al Qaeda, se diría que están más interesados en que los acusados queden en libertad que en colaborar para que se les castigue por aquel horrendo crimen.
La Iglesia, a través de sus medios y especialmente de la COPE, también se ha apuntado a difundir dudas sobre los autores de la matanza solicitando que se sepa toda la verdad, que no es la verdad jurídica y mucho menos la evangélica, sino la que le conviene al Partido Popular. Más directo, el obispo de Jaca ha acusado al PSOE de estar detrás del atentado.

Contrarreloj

Durante tres años, en el PP han hecho todo lo posible para hacernos olvidar que gobernaban cuando el atentado se perpetró, que las primeras actuaciones policiales fueron de su competencia y que la información sobre los atentados, entre los días 11 y 14 de marzo, llegó desde el Gobierno de Aznar. Hay que recordar que Acebes, siendo todavía ministro del Interior, dijo que los autores del atentado estaban muertos o en la cárcel. Luego cambió de opinión; es esperable que cuando se conozca la sentencia, en el PP digan que nunca defendieron la autoría de ETA en el atentado.
Ahora tienen prisa. Han apretado el acelerador de las movilizaciones callejeras con otros pretextos, pues son conscientes de que lo que se va sabiendo en el juicio les perjudica. Saben de sobra que la teoría de la conspiración era un recurso instrumental que, pronto o tarde, estaba abocado al fracaso, que era una teoría de tente mientras cobro, es decir, mientras obligamos a Zapatero a convocar elecciones anticipadas y colocamos a Rajoy en La Moncloa.


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