Trasversales
Uri Avnery

Lágrimas de cocodrilo

Revista Trasversales número 6,  primavera 2007. Uri Avnery es una destacada personalidad del movimiento por la paz israelí. Texto escrito el 16 de junio de 2007



¿Qué sucede cuando millón y medio de seres humanos son aprisionados en un territorio minúsculo y árido, separados de sus compatriotas y ven cortado cualquier contacto con el mundo exterior? ¿Qué ocurre cuando son matados de hambre por un bloqueo económico y se les quita la capacidad de alimentar a sus familias?
Hace algunos meses, describí esta situación como experimento sociológico llevado a cabo  por Israel, Estados Unidos y la Unión Europea. La población de la franja de Gaza tratada como conejillos de Indias.
Esta semana, el experimento ha dado resultados, demostrando que los seres humanos reaccionan exactamente como otros animales: cuando muchos de ellos son concentrados en un área pequeña y en condiciones miserables, se hacen agresivos e incluso asesinos. Los organizadores del experimento, que se encuentran en Jerusalén, Washington, Berlín, Oslo, Ottawa y otras capitales, podrán frotarse las manos satisfechos. Los sujetos del experimento reaccionaron según lo previsto. Muchos de ellos incluso murieron en interés de la ciencia.
Pero el experimento no ha terminado. Los científicos desean saber qué ocurrirá si el bloqueo se estrecha aún más.

¿Qué ha causado la actual explosión en la franja de Gaza?
El momento elegido por Hamás para tomar la decisión de asumir el control sobre la franja no fue accidental. Hamás tenía muchas buenas razones para evitarlo. La organización no puede alimentar a la población. No tiene ningún interés en provocar al régimen egipcio, ocupado en la luchar contra los Hermanos Musulmanes, organización madre de Hamás. Y tampoco tiene ningún interés en dar a Israel un pretexto para estrechar el bloqueo.
Pero los líderes de Hamás decidieron que no tenían otra  alternativa que destruir las organizaciones armadas vinculadas a Fatah y que siguen las órdenes del presidente Mahmoud Abbas.
Estados Unidos había ordenado a Israel suministrar a estas organizaciones grandes cantidades de armas, para que pudiesen luchar contra Hamás. La idea no gustó a los jefes militares israelíes, temiendo que las armas pudiesen terminar en manos de Hamás, que es lo que realmente está ocurriendo ahora.  Pero nuestro gobierno obedeció las órdenes estadounidenses, como de costumbre.

El propósito estadounidense está claro. El presidente Bush ha elegido un líder local para cada país musulmán, que gobernará bajo protección estadounidense y seguirá las órdenes estadounidenses. En Irak, en Líbano, en Afganistán y también en Palestina.
Hamás cree que el hombre destinado a hacer ese trabajo en Gaza es Mohammed Dahlan. Durante años ha parecido que lo preparaban para ocupar esa posición. Los medios de comunicación estadounidenses e israelíes han cantando sus alabanzas, describiéndolo como un líder fuerte, determinado, "moderado" (es decir, obediente a las órdenes estadounidenses) y "pragmático" (es decir, obediente a las órdenes israelíes). Y cuanto más alababan a Dahlan los estadounidenses y los israelíes, más minaban su situación entre los palestinos. Especialmente cuando Dahlan se instaló en El Cairo, como si estuviese esperando recibir las armas prometidas para sus hombres.

A los ojos de Hamás, el ataque contra los bastiones de Fatah en la franja de Gaza es una guerra preventiva. Las organizaciones de Abbas y de Dahlan se derritieron como la nieve bajo el sol palestino. Hamás ha asumido fácilmente el control de toda la franja de Gaza.
¿Cómo pueden haber hecho un cálculo tan errado los generales estadounidenses? Sólo son capaces de pensar en términos estrictamente militares: ¿cuántas pistolas tienen fulano, zutano y mengano? ¿cuántas ametralladoras? Pero los cálculos cuantitativos son secundarios, sobre todo en las guerras civiles. La moral de los combatientes y los sentimientos de la población son mucho más importantes. Los miembros de las organizaciones de Fatah no saben para qué están luchando. La población de Gaza apoya a Hamás porque cree que está luchando contra el ocupante israelí y ve a sus como si fuesen colaboradores de la ocupación. Las declaraciones estadounidenses sobre su intención de suministrarles con armamento israelíes han terminado condenándoles.
En esto, nada tiene que ver el fundamentalismo islámico. A este respecto, todas las naciones son iguales: odian a los colaboradores de un ocupante extranjero, tanto si son noruegos (Quisling) como sin son franceses (Petain) o palestinos.

En Washington y Jerusalén, los políticos lamentan la "debilidad de Mahmoud Abbas". Ahora se dan cuenta de que la única persona que podía impedir la anarquía en la franja de Gaza y en Cisjordania era Yasser Arafat. Él tenía una autoridad natural. Las masas lo adoraban. Les respetaban hasta sus adversarios, como Hamás. Él creó varios aparatos de la seguridad que competían entre sí, con el propósito de que ninguno de tales aparatos pudiese dar un golpe de Estado. Arafat podía negociar, firmar un acuerdo de la paz y conseguir que su pueblo lo aceptase.
Pero Arafat fue estigmatizado como un monstruo por Israel, encarcelado en la Muqataa y, finalmente, asesinado. Los palestinos eligieron a Mahmoud Abbas como su sucesor, esperando que él conseguiría de los estadounidenses y de los israelíes aquello que habían negado a Arafat.

Si los líderes de Washington y Jerusalén hubieran estado interesados realmente en la paz, se habrían dado prisa para firmar un acuerdo de paz con Abbas, que había declarado que estaba dispuesto a aceptar el mismo compromiso de gran envergadura que Arafat. Los estadounidenses y los israelíes le dedicaron todas las alabanzas concebibles pero le desairaron en cada asunto concreto.
Negaron a Abbas hasta el logro más leve y miserable. Ariel Sharon le arrancó todas sus plumas y luego, con desprecio, le tildó de "pollo desplumado". Tras una paciente y vana espera a que Bush moviera pieza, los palestinos votaron a Hamás, con la esperanza desesperada de que la violencia podría obtener lo que Abbas no había podido alcanzar con la diplomacia.
Los líderes militares y políticos israelíes rebosaban de alegría. Estaban interesados en socavar a Abbas, porque él gozaba de la confianza de Bush y porque su postura hacía más difícil justificar el rechazo a iniciar negociaciones sustantivas. Hicieron todo lo posible para demoler a Fatah. Para asegurarse de ello, detuvieron a Marwan Barghouti, la única persona capaz de mantener unido a Fatah.

La victoria de Hamás satisfizo totalmente sus objetivos. Con Hamás no hace falta negociar,  ni ofrecer la retirada de los territorios ocupados ni desmontar los asentamientos. Hamás es ese monstruo contemporáneo, una organización "terrorista", y con los terroristas no hay nada que discutir.
¿Por qué, entonces, hay gente en Jerusalén que no está satisfecha esta semana? ¿Por qué deciden "no interferir"?
En verdad, los medios de comunicación y los políticos, que durante años han incitado el enfrentamiento entre las organizaciones palestinas, han mostrado su satisfacción y se han jactado "ya lo habíamos dicho". Miren cómo se matan los árabes. Ehud Barak tenía razón cuando dijo hace años que nuestro país era "una casa de campo en medio de la jungla".
Pero detrás de los escenarios se escuchan voces avergonzadas e incluso inquietas.

La transformación de la franja de Gaza en un Hamastán ha creado una situación para la que nuestros líderes no estaban preparados. ¿Qué hacer ahora ? ¿Aislar Gaza completamente y dejar que allí la gente se muera de hambre? ¿Establecer contactos con Hamás? ¿Ocupar Gaza otra vez, ahora que se ha convertido en una gran trampa? ¿Pedir a la ONU la instalación de tropas internacionales allí? Y, en tal caso, ¿cuántos países estarían lo bastante locos para poner en riesgo a sus soldados en ese infierno?
Nuestro gobierno ha trabajado durante años en la destrucción de Fatah, para evitarse así tener que negociar un acuerdo que conduciría inevitable a la retirada de los territorios ocupados y al desmantelamiento de los territorios ocupados. Ahora, cuando parece que se ha alcanzado ese objetivo, no tienen ni idea de qué hacer ante la victoria de Hamás.
Se autotranquilizan pensando que en Cisjordania no puede ocurrir lo mismo.. Allí, reina Fatah. Allí, Hamás no tiene ningún punto de apoyo. Allí, nuestro ejército ha arrestado ya a la mayoría de los líderes políticos de Hamás. Allí, Abbas todavía tiene el poder.

Así hablan los generales, con lógica de generales. Pero en Cisjordania también ganó Hamás en las pasadas elecciones. Allí, también es solamente cuestión de tiempo que la población pierda su paciencia. Ven la extensión de los asentamientos, el muro, las incursiones de nuestro ejército, los asesinatos selectivos, las detenciones nocturnas. Estallarán.
Los sucesivos gobiernos israelíes han destruido a Fatah sistemáticamente, han segado la hierba bajo los pies de Abbas y han preparado el camino a Hamás. No pueden fingir sorpresa.
¿Qué hacer? ¿Boicotear a Abbas o darle armas para luchar por nosotros contra Hamás? ¿Privarle de cualquier logro político o arrojarle finalmente algunas migas de pan? Y, de todos modos, ¿no será demasiado tarde?

Y, en lo que se refiere al frente sirio, ¿qué hacer? ¿Apoyar de boca para fuera la paz mientras que se sabotean todos los esfuerzos de Bashar Assad para iniciar negociaciones? ¿Negociar secretamente, a pesar de las objeciones estadounidenses? ¿Seguir sin hacer nada?
Actualmente, no hay política ni gobierno que pueda decidir una.

¿Quién nos salvará? ¿Ehud Barak?
La victoria de Barak en la segunda vuelta de las elecciones primarias del Partido Laborista le convirtió de forma casi automática en el siguiente ministro de Defensa. Su fuerte personalidad y su experiencia como jefe del Estado Mayor y como primer ministro le aseguran una posición dominante en el reestructurado gobierno. Olmert se ocupará del área en la que es un maestro indiscutible, las maquinaciones partidistas. Pero Barak tendrá una influencia decisiva en la política.
En el gobierno de los dos Ehud, Ehud Barak decidirá sobre los asuntos de la guerra y de la paz.
Hasta este momento, prácticamente todas sus acciones han tenido resultados negativos. Estuvo a punto de alcanzar un acuerdo Assad padre y lo dejó escapar en el último momento. Retiró el ejército israelí del sur del Líbano, pero sin hablar con Jezbolá, que asumió el control. Obligó a Arafat a Camp David, lo insultó allí y declaró que no tenemos interlocutor para alcanzar la paz. Lanzó un aliento de muerte sobre las oportunidades de paz, un aliento que todavía paraliza a la sociedad israelí. Se ha jactado de que su verdadera intención era "desenmascarar" a Arafat. Más que un De Gaulle israelí ha sido un Napoleón fracasado.
¿Cambiará el etiope el color de su piel o el leopardo sus manchas? Difícil de creer.

En los dramas de William Shakespeare es frecuente que haya un interludio cómico en los momentos de mayor tensión. Eso no ocurre solamente en dichos dramas.
Simon Peres, la persona que en 55 años de actividad política nunca había ganado unas elecciones, hizo lo imposible esta semana: consiguió ser elegido presidente de Israel.
Hace muchos años, titulé "Mister Sísifo un artículo sobre él, por las numerosas veces en que se le había escapado el triunfo cuando se encontraba ante su umbral. Ahora,  él puede ser que se sienta en condiciones de menospreciar a los dioses tras alcanzar la cumbre, pero, ¡ay!, ya sin llevar la piedra consigo. La oficina del presidente está desprovista de contenido y de jurisdicción. Un político hueco en un puesto hueco.
Ahora, todos esperan una oleada de actividades en el palacio presidencial. Ciertamente, habrá conferencias de paz, reuniones de personalidades, declaraciones altisonantes y planes ilustres. En resumen, mucho ruido y pocas nueces.
El resultado efectivo es que se ha consolidado la posición de Olmert. Ha tenido éxito al instalar a Peres en la oficina presidencial y a Barak en el ministerio de la defensa. A corto plazo, la posición de Olmert se ha consolidado. Y a medio plazo, el experimento en Gaza continúa, Hamás está tomando el control y el trío - Ehud 1, Ehud 2 y Simon Peres-  vierten lágrimas de cocodrilo.



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