Trasversales
Josu Montalbán

G8: ¿A quién temen los poderosos?

Revista Trasversales número 7,  verano 2007

Textos del autor en Trasversales



¿De qué se esconden? ¿Qué esconden esos casi omnipotentes que cada año se reúnen para revisar sus cuentas? Cada año los ocho países más industrializados del Mundo se juntan en algún lugar emblemático, alejados de todo, para discutir en torno a las bondades del sistema económico que les permite ser tan poderosos: el sistema capitalista. Cumbre tras cumbre los dirigentes de los ocho países (más algunos otros invitados preferentes) han venido reafirmando las bondades de la globalización neoliberal y dando un impulso a las reformas que influyen en el éxito de ese tipo de globalización: liberalización financiera y comercial, privatizaciones, políticas macroeconómicas deflacionarias como el déficit cero en los presupuestos nacionales, elevación de los tipos de interés y flexibilidad del mercado laboral, etc. No lo dicen de forma clara, pero son estos asuntos lo que les importa, aunque cada año presenten a la opinión pública una actuaciones concretas. Sin embargo, tanto las discusiones como los documentos preparatorios son secretos, quedando como únicos documentos públicos las declaraciones finales.

Asombra el cinismo  con que preparan sus reuniones. La de este año se ha celebrado en Heilegendamm, en un Hotel balneario de lujo que ha sido cercado por una valla de más de 12 kilómetros de larga y 2,5 metros de alto, coronada por un alambre dotado de afiladas cuchillas. La valla ha costado doce millones y medio de euros, y forma parte de un dispositivo de seguridad que ha sido valorado en cien millones de euros. Los periodistas (más de cuatro mil) han permanecido confinados a diez kilómetros del Hotel. Resulta curiosa la proporción de policías desplegados, -16.000-, teniendo en cuenta que la población de Rostock, donde está ubicado el hotel, es de 200.000 habitantes, y que el número de manifestantes de los primeros escarceos fue de 25.000. O sea, que hubo un policía por cada dos manifestantes. ¡Tal es la prevención que despliegan los poderosos! ¡Tal es la desvergüenza!
Es igualmente curioso que hayan ido a reunirse precisamente a ese lugar del Ayuntamiento de Bad Doberan, que nombró a Adolf Hitler “ciudadano de honor” y tardó 75 años en retirarle el nombramiento, a pesar de que tras la II Guerra Mundial quedara en el lado de la Alemania comunista. Curiosa paradoja: entonces el Balneario de Heilegendamm se destinaba a albergue en el que los niños alemanes pasaban sus vacaciones gratuitamente. De la inocencia infantil, aquellas dependencias han pasado a albergar desvergüenzas e injusticias, falsedades y disputas fútiles. ¿Cómo ha de entenderse la discusión que los poderosos han representado en los periódicos antes de la Cumbre? La canciller Merkel, anfitriona del encuentro, diseñó su programa en torno al cambio climático, la duplicación de la ayuda a África, el SIDA, el problema palestino y el conflicto cruel que asola Sudán. Salvo lo relativo al cambio climático, todo lo demás ya había sido tratado en otras cumbres en las que las resoluciones acordadas no llegaron a materializarse nunca: de los 110 mil millones de dólares prometidos en 1999 como aligeramiento de la deuda externa para Países Pobres Altamente Endeudados (HIPC), en Junio de 2003 se había hecho efectivo menos de un tercio; de los 13 mil millones para la lucha contra el SIDA prometidos en 2001, solo se han hecho efectivos 350 millones cada año; del 0,7% del PIB para Ayuda al Desarrollo prometido desde 1981, ninguno de los países del G-8 llegaba al 0,33% en el año 2003. Da la impresión de que se han reunido una vez más para hacer ostentación de su poder, lo cual no es óbice para que, como fatuos y malvados epulones, no cuiden en reservar unas migajas para los mendigos y pordioseros países pobres: 44.000 millones de euros para la lucha contra el SIDA en África.

Sin embargo, lo del cambio climático es harina de otro costal. Ya antes de iniciada la Cumbre las posiciones estaban bastante claras. Frente al empeño de Merkel de influir en las economías y las vidas de los ciudadanos para limitar en 2 grados el calentamiento global, Bush anunció que solo estaba dispuesto a invertir en tecnología para ese combate, es decir, que no está dispuesto a que la lucha para evitar el calentamiento reduzca el crecimiento de las economías, principalmente de la americana. Está dispuesto a sucumbir ante el cambio climático, pero no a reducir ni su poder ni su dinero. No es nuevo en Bush, que ya se negó a ratificar el Protocolo de Kioto. Como un reflejo mimético el presidente chino Hu Jintao ha rechazado fijar límites a las emisiones contaminantes a corto plazo porque, estando como está su país en un proceso desarrollista ilimitado, su prioridad es el crecimiento económico. Su reflexión ha sido, junto a India, contundente: “El problema viene de hace 200 años y es consecuencia de la industrialización de Occidente. Los países del G-8 son ricos porque llevan décadas vomitando gases a la atmósfera”.
Y además, para difuminar esta discusión, la polémica entre EEUU y Rusia en torno al escudo antimisiles que EEUU pretende instalar en Polonia y la República Checa, que Rusia no acepta, como tampoco aprueba la independencia de Kosovo, que EEUU impulsa. Los poderosos son así de irreverentes y absurdos. Su poder está por encima de la cordura. Frente a su descaro, la actitud enérgica de los grupos que defienden una globalización diferente a la que propugna el G-8. Reducidos y alejados del lugar, han conseguido burlar las barreras para manifestarse voceando eslóganes tan antiguos como actuales: “No nos moverán. Otra guerra es posible (para protestar contra las guerras de Oriente Próximo y África). No más lucha que la de clases”. Frente a las sucesivas prohibiciones de manifestaciones, la lucha de los descontentos pasa también por el recuerdo a los poderosos de que hay un proceso alternativo al suyo perfectamente consolidado en el tiempo y en sus contenidos ideológicos: “no se puede prohibir lo que ya está pasando desde Seattle”. Respecto a los comunicados finales los cantantes-activistas Bono y Bob Geldof han sido firmes, como lo han sido otros representantes de diferentes ONGs del Mundo: “Todo es una farsa”.

Tal es la farsa que el informe anual de la Universidad de Toronto en relación al cumplimiento de los compromisos adoptados el año anterior en San Petersburgo indica que la tasa de cumplimiento ha sido solo del 47%. Con esta deslealtad y traición de los poderosos solo nos queda gritar bien alto que “¡Otro Mundo es posible!”. Hay que trabajar por él.



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