Trasversales
Lois Valsa

Zodiac

Revista Trasversales número 7,  verano 2007


El cine utiliza a los asesinos para atraer al público
David Fincher

La última película de David Fincher (Zodiac, EE. UU., 2007, 160 min.), seleccionada a concurso en el Festival de Cannes, me ha sorprendido mucho, sobre todo después de su interesante película Seven (1995) que al final me había decepcionado por su efectismo hueco y su esteticismo superficial. Si bien esta nueva película sigue, en lo que al tema policiaco se refiere, a aquella (en que dos detectives, interpretados estupendamente por Brad Pitt y Morgan Freeman, perseguían a un asesino en serie), a mi manera de ver en ésta logra profundizar más y mejor en el tema con lo que logra alcanzar un nivel de autenticidad del que carecía aquella brillante película.
Precisamente, uno de los méritos de este director es el continuo cambio de registro: a pesar de ser adorado por el público y la crítica, nunca se ha conformado con lo realizado y, a lo largo de todas sus películas, desde 1992, se ha negado a la adulación fácil. El director reconoce su pasión por el trabajo bien hecho, quizá como ese personaje apasionado, ingenuo y obsesivo a un tiempo, incluso como metáfora del artista obsesionado por su trabajo, como es el de Robert Graysmith, magníficamente interpretado, igual que el del periodista interpretado por Robert Downey Jr, por Jake Gyllenhaal. Este toma como algo personal, y como excusa para escribir un libro, el desenmascarar al asesino en serie que en los años setenta, y a lo largo de veinte años, aterrorizó a los habitantes de la bahía de San Francisco.

Este asesino en serie real nunca llegó a ser descubierto ni, por lo tanto, detenido, por lo que la seguridad de mucha gente de la zona se sintió amenazada y se generó mucha angustia a nivel social. El mismo director, como muchos niños de esa época, vivió con miedo, a veces verdadero “terror”, las andanzas de aquel asesino transmitidas cada noche por los informativos y comentadas cada día por los adultos. Creo que eso explica en parte, al ser una vivencia infantil suya, la maestría de David Fincher a la hora de lograr meternos literalmente el miedo en el cuerpo. Pero sobre todo lo que interesaba a Fincher era mostrar la rotura del orden del mundo que se produce en situaciones como éstas (Esto rompe nuestro orden del mundo, señala Fincher). Esto es lo que llevó al director a indagar sobre esa “rotura de este orden del mundo” frente a la presión “ambiental” de que siempre se tenga que acabar descubriendo al culpable (en la película se queda en un sospechoso).

Para desarrollar esta historia, basada pues en un hecho real, el director ha investigado nada menos que en diez mil páginas de documentos y en los dos libros de Robert Graysmith. Este exceso de información, se supone que para ser lo más fiel posible con la realidad de los hechos, quizá es lo que está en la base del excesivo metraje de este guión realista que se acaba alargando demasiado en su mitad. Si somos capaces de superar la densa prolijidad de su intermedio, gozaremos de uno de los momentos más mágicos del cine. Porque con este “documental de ficción” Fincher rinde también un homenaje al cine de toda la vida y a todos los que lo hicieron posible (vieja sala de proyección con un sótano lleno de cintas, dibujantes, cartelistas y maquinistas, el malvado Zaroff, cartel de la película Harry el sucio). Con esta estupenda obra de autor este magnífico director le devuelve al cine de EE.UU uno de sus logros mayores en sus últimos años.
Además, y esto es de suma importancia, Fincher nos abre, con esta película, la posibilidad de un nuevo debate que no se puede ni se debe postergar: cómo se enfrentan hoy las artes, en este caso concreto el cine, a la globalización en la que estamos inmersos. Incluso, algunos ya habían considerado otra película suya, El club de la lucha (1999), como un manifiesto antiglobalización. Si Fincher hasta ahora, en sus películas anteriores, se había dedicado a experimentar, en Zodiac vuelve a una narración “clásica”. Por lo que seguramente muchos de sus seguidores se habrán desconcertado y hasta se habrán decepcionado, pero otros muchos nos hemos sentido felices de que este gran director se haya planteado por fin el reto de cómo contar una historia en el mundo global de hoy en día. O sea, en un mundo postpostmoderno tan fragmentado e inconexo en el que no es nada fácil traspasar comunicativamente, curiosamente en la llamada era de la comunicación, un hiperindividualizado subjetivismo en el que resulta muy difícil decir más de dos palabras y lograr entenderse.

Este mundo enormemente complejo está necesitado ya de otro tipo de películas como la de Fincher. ¿Cómo contarle a alguien, cómo mostrarle a los espectadores, lo que estamos viendo de una historia de la que sólo logramos ver muchos puntos de vista? En Zodiac se retoman antiguas herramientas y viejos materiales, incluso con fórmulas tradicionales, dentro del sistema comercial de los grandes estudios (Warner), pero intentando darles una nueva mirada. Fincher impregna así la realidad de una nueva visión en la que ni el asesino tiene que ver con los asesinos del pasado, puesto que la película nos muestra un criminal diferente en una sociedad “enferma” y tan necesitado de ayuda como la misma sociedad. Cuando el asesino no es detenido, como sucede en esta película, la realidad (desvelada en Seven al detener al sicópata) se vuelve un jeroglífico (el asesino manda jeroglíficos) que ya no tiene solución. La película acaba siendo así una profunda reflexión sobre las posibilidades y los límites de cómo contar una historia en un mundo caótico. ¿Cómo llegar a demostrar una verdad en medio de la complejidad del caos? Fincher intenta llevar ese discurso fragmentario hasta sus límites aunque solo que sea para mostrar sus limitaciones y fracasos.

Zodiac, al mismo tiempo que los fracasos sucesivos de sus protagonistas (periodista, policía y caricaturista), nos muestra la “pasión” de sus diversos intentos, especialmente el de su protagonista principal, para desentrañar el jeroglífico. Logra de esta manera romper las normas establecidas, al poner en cuestión unas cuantas fórmulas convencionales de contar historias que han predominado hasta ahora, y nos ayuda a renovar un debate esclerotizado al introducir la duda. ¿Cómo narrar y filmar un mundo complejo? Entramos así en un mundo más allá de la lógica de las soluciones fáciles, en la frontera de lo real y lo virtual, de la realidad y la ficción. ¿Podemos aún contar historias o ya sólo fragmentos de esa realidad desmembrada como los cuerpos de las víctimas de ese palimsesto-mundo global? Una realidad descompuesta en múltiples fragmentos muy difíciles de articular en un discurso posterior al de la desintegración de los grandes relatos).



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