Trasversales
Raimon Obiols

“Sinistra democratica” y socialismo europeo

Revista Trasversales número 7,  verano 2007

Raimon Obiols es eurodiputado

Textos del autor en Trasversales



El sábado pasado asistí, en Roma, a la jornada de constitución del movimiento político “Sinistra democratica por il socialismo europeo”. Unos cinco mil hombres y mujeres, en su mayoría trabajadores y jóvenes, en un ambiente -como ha comentado un periodista italiano, Gabriele Polo- de “primer día de escuela”. “Con una alegre curiosidad llena de interrogantes por el mundo nuevo que se abre en frente. Aunque no se sepa bien qué reserva la mañana” (…) “Podía parecer una simple manifestación de sentimientos, con las canciones compartidas, los aplausos repetidos, una especie de agradecimiento a quien les había ofrecido la ocasión de reencontrarse. Pero la política -sobre todo en estos tiempos de cinismo imperante- es también pasión y sentimiento”.
Veremos qué sale de este movimiento, en el que tengo muy buenos amigos, como los tengo entre los que se disponen a ir hacia el “Partito democratico“. De momento, sin embargo, me parece que no es casual que por primera vez (creo) surja en un país de Europa un movimiento político que en su nombre hace referencia expresa al “socialismo europeo”.

Desde hace un tiempo, a diferencia de los que preconizan procesos de conversión o reconversión hacia nuevas identidades (por ejemplo los partidarios del “partido demócrata”) tengo la convicción de que está creciendo en Europa la necesidad de una reactivación de la identidad socialista en términos modernos: de una reafirmación de los motivos y de los fines de un movimiento que corre el riesgo de debilitarse en una inconsistencia resignada, si no sabe afirmar en términos de futuro sus señas de identidad.
La gente constata que los partidos que se nombran socialistas, o que hacen referencia al socialismo, hablan muy poco de su identidad. En realidad, no espera que estos partidos propongan la “realización” del socialismo, la creación de una sociedad socialista alternativa a la existente. Aquello que quieren es la coherencia de una perspectiva evolutiva, la definición de unos objetivos vinculados a unos principios y una práctica adecuada, no contradictoria; incluyendo el comportamiento (cultura, moral, estilos de vida) de sus representantes. Sobre todo, la gente pide veracidad y coherencia entre aquello que se proclama y aquello que se hace.

Es fácil ironizar hoy sobre la pretensión de plantear la cuestión de la identidad socialista, como si se tratara de un prurito ideologista, nostálgico, innecesario. Pero sería francamente idiota no ver, en la realidad presente de Europa, la enorme “demanda de sentido” que emerge, y también el potente crecimiento de las pulsiones de identidad, especialmente entre los jóvenes.
Frente al reto que plantean estas demandas de sentido e identidad (y también para combatir las derivas  fundamentalistas, nacionalistas y populistas) hacen falta planteamientos apoyados en bases sólidas. Incluso por consideraciones pragmáticas y electorales tendría que hacerse evidente que una idea moderna de socialismo es una necesidad identitaria latente en amplios sectores de muchas sociedades europeas sometidas a presiones disgregadoras.
Ésta es, me parece, la clave que explica la popularidad de Rodríguez Zapatero y de su referencia a un “socialismo de los ciudadanos” en distintos países de la Unión. Se interpreta como un planteamiento moderado pero de firme prosecución de unos objetivos de mayor libertad e igualdad, y de coherencia entre las palabras y los hechos: retirada de las tropas de Irak, paridad en el gobierno (mitad mujeres, mitad hombres), extensión de los derechos civiles y sociales, ley contra la violencia de género, matrimonio gay, confirmación de la idea laica de Estado, reafirmación de la escuela pública, reducción del trabajo precario a favor de una economía de mayor calificación, intervención pública a favor de las personas dependientes (el “cuarto pilar” del Estado del bienestar), etc.

Este proyecto, llevado a cabo con una atención particular al papel determinante de las mujeres y de las nuevas generaciones, y con una expresa voluntad de rigor y austeridad (“el poder no me cambiará”), ha mostrado su eficacia en momentos de agotamiento de algunos procesos de modernización socialdemócrata, especialmente en su capacidad de crear consensos activos entre la juventud.
En efecto, en estos últimos años prácticamente todos los partidos de izquierda y centro-izquierda han hecho, de una manera u otra, su “aggiornamento”, en la práctica y en el terreno de las formulaciones ideológicas. El error de algunas de estas tentativas de adaptación a los cambios ha sido asumir un tipo de modernización que en determinados aspectos era imitador de las posiciones adversarias. Su problema, durante el largo ciclo de hegemonía y de “colonialismo narrativo” del neoliberalismo, no ha sido su “socialdemocratización” sino su “socialmediocratización”: no una moderación de los programas, sino una pérdida de ambición y de confianza en la propia identidad, hasta confundir una imprescindible adecuación de los programas con un gratuito abandono de las señas de identidad y de los objetivos permanentes indispensables.

Esta reflexión se apoya en una concepción no ideológica del socialismo. No entendido como una doctrina sino como un proceso objetivo y permanente hacia la emancipación y la igualdad de los hombres y las mujeres. El socialismo es, desde esta perspectiva, simplemente algo que sucede: la persistente recurrencia, una y otra vez, en una u otra coyuntura, en un rincón de mundo o el otro, de procesos de agregación y movilización de multitudes de hombres y mujeres; procesos indefectibles mientras subsistan la explotación en el trabajo, la desigualdad injusta, la opresión, la discriminación o la dominación. Es una especie de “principio energético”, que hace que mucha gente plante cara y trate de conseguir más libertad, igualdad y justicia. Con una renacida inocencia creativa y con el riesgo de renovados errores, fruto de la desmemoria.
Porque el problema no radica en la vitalidad o fecundidad de este “principio energético”. A pesar de toda la interesada literatura que se ha hecho en las dos últimas décadas sobre la “muerte del socialismo”, su fuerza se mantiene y se manifiesta en su capacidad de verificar “nuevos comienzos”. El problema se encuentra en las válvulas que, en el campo de la política, de las ideas, de los programas, de los poderes, utilizan esta energía y tratan de orientarla hacia unos u otros objetivos. El problema se sitúa a menudo en las salas de máquinas, en los puentes de mando, cuando, en los avatares de la historia y de la política, se han dedicado a ganar poder individual y de grupo, a desarrollar trágicos sueños totalitarios, o, en el extremo contrario, a adecuarse a las fuerzas dominantes, abandonando cualquier objetivo de cambio orientado por los valores del socialismo.

En este sentido, el socialismo de los ciudadanos se caracteriza por una dimensión radicalmente participativa y democrática, indispensable como una garantía para evitar y corregir errores, y se diferencia claramente de los intentos de modernización de las “vanguardias” que pretenden detentar la “única solución posible” y quieren hacer beber su medicina otorgándole un carácter de ineluctabilidad fatalista. Frente al “there is no alternative” (no hay alternativa) de la derecha neoliberal, y frente a los autoerigidos “modernizadores” doctrinarios del centro-izquierda (para los que, como decía un asesor de Schroeder, “la distinción derecha-izquierda ya no tiene sentido: hay los modernos y los otros, eso es todo”) este planteamiento socialista afirma la vital importancia del vínculo de unos valores de identidad compartida y apoya  los planteamientos de exploración pragmática, consensuada y participativa de aquello que “puede ser” en cada momento, en función de unos objetivos permanentes de libertad, igualdad y solidaridad.



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