Trasversales
Rubén Caravaca

El PSOE, y todos, tenemos un problema

Revista Trasversales número 7,  verano 2007

Textos del autor
en Trasversales

Rubén Caravaca es promotor cultural




A los que estamos interesados en lo público nos ha llamado mucho la atención el triunfo arrollador del PP en la Comunidad de Madrid, y bastante menos la cantidad de abstencionistas que crece en cada consulta electoral, sobre todo donde el PSOE es mayoritario. Si hubiéramos tenido un tiempo de reflexión y de análisis sereno, quizás todo esto no nos debería llamar tanto la atención.
En la tribuna “Zapatero y la izquierda: orden, discurso y método” [El País, 23/5/2007] Ignacio Muro Benayas manifiesta que “La comunicación y la gestión de los medios, siempre esencial, se convierten entonces en determinante del éxito político”. Esta evidencia se ha manifestado rotundamente con los resultados electorales de las pasadas elecciones en nuestra Comunidad. El PP ha realizado una campaña donde se negaba todo tipo de información apostando por la propaganda sin más. Miles de cuñas de radio, anuncios en prensa y televisión, inauguraciones fantasmas, asistencia a todo tipo de actos... con mensajes muy sencillos: “Madrid la suma de todos” y “¿Qué pasaría si nunca pasara nada?”.

La máxima “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida”, ha dado resultado. La frase no tenemos que atribuírsela a ningún director de cuentas actual, la frase es de Adolfo Hitler. La propaganda hay que repetirla mil veces, manifestaba Goebbels “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”. Aldous Huxley en “Propaganda bajo una dictadura”, incluido en el capítulo V de Retorno a un mundo feliz, señalaba que en el proceso de Albert Speer, Ministro de Armamentos de Hitler, analizó los métodos de propaganda nazis. “Mediante elementos técnicos como la radio y el alto-parlante, ochenta millones de personas fueron privadas del pensamiento independiente. Es así como se pudo someterlas a la voluntad de un hombre... Como consecuencia de esto, ha surgido el nuevo tipo de recibidor de órdenes sin espíritu crítico”. Aquellos métodos, ahora amparados por la legalidad democrática y sin una regulación clara sobre las campañas institucionales de gestión coincidentes con las campañas electorales, han permitido que votantes habituales, emigrantes y nuevos electores, apoyen tan masivamente a los populares, sin que entendamos que para muchos son la única referencia de gobierno cercana. Sobre todo en Madrid capital, ciudad cada vez más conservadora, en consonancia con el aumento de su poder económico y político, como bien enfatiza Julio Llamazares [El País, 2/6/2006, “La capital cercada”].

Evidente es que los más beneficiados por las políticas sociales y de igualdad se han olvidado de quiénes las apoyaron y de quienes se opusieron. Han sucumbido a la propaganda. Si a ello unimos la dificultad de la izquierda institucional para hacer programas atractivos, innovadores, diferentes, que inciten a la participación, presentando candidatos sin carisma, incapaces de movilizar a su electorado, y que los medios de comunicación se han encontrado muy cómodos como apéndices de la estrategia propagandista de los populares. Nunca ha sido tan evidente la relación entre medios, inversión publicitaria institucional y pseudo-opinión. Sin propuestas, líderes, ni análisis, vence la propaganda. La izquierda en Madrid no ha sabido romper esa estrategia cayendo en esa red muy bien tejida. Estrategia continuadora de la campaña de desgaste al Gobierno central, con mensajes explícitos, contundentes y repetitivos. El más claro “ZP se ha vendido a ETA” ha tenido escasa repercusión fuera de las comunidades gobernadas por el PP. Ha calado donde gobiernan y controlan los medios de información públicos (políticamente) y privados (económicamente). En Euskadi y Navarra –las más afectadas– el efecto ha sido el contrario. En comunidades menos urbanas como Castilla-La Mancha o Extremadura, donde esos mensajes pueden tener más resonancia, han tenido escasa incidencia. En Madrid sí ha calado y se ha hecho muy poco para romper la tendencia.

Para intentar conseguirlo es imprescindible la labor política. Estamos ante otro grave problema agudizado por el control casi total por parte de la derecha de los medios de comunicación más influyentes. Mientras esa relación de fuerzas mediáticas no se modifique, la única manera de intentar mudar la situación es mediante la acción política de los miembros del Gabinete y del propio partido. No se puede comprender la poca implicación de ministras y ministros en la defensa de la propia gestión. Situación que contrasta con el protagonismo de la mayoría de presidentes de comunidades y ayuntamientos gobernados por el PSOE. Solamente el Presidente, la Vicepresidenta y los titulares de Interior y Asuntos Exteriores y Cooperación y el de Justicia, parecen comprender que las elecciones son políticas y no técnicas. Planes de infraestructuras, igualdad, medio ambiente, gestión económica... no son valorados y los máximos responsables de los mismos no saben cómo remediar esta realidad. Llama la atención que los ministros y ministras más activos sean justamente los que no son militantes del PSOE o lo son desde hace muy poco tiempo. Este raquítico activismo político produce una comunicación escasa y ramplona que impide contrarrestar las campañas de embustes y mentiras, y evitan difundir la acción gubernamental y política socialista.

Es un problema muy grave del PSOE. Un problema partidista que nos afecta a todos. La apatía puede porque todavía no han asumido el efecto Zapatero, por llamarlo de alguna manera. Cuando nos invitaron a los miembros del Cultura Contra la Guerra y a otros colectivos al acto de apertura de la campaña del PSOE de 2004, nos llamó la atención el énfasis de Zapatero cuando decía “no nos debe avergonzar decir que somos de izquierdas”. Estas afirmaciones y determinados comportamientos han sorprendido a la derecha, que se escandaliza, vocifera y amplifica todo lo relacionado con el Presidente del Gobierno. Pero también a muchos de sus compañeros militantes que les cuesta asumir, con naturalidad, un discurso que pretende unir la acción o intervención política con una visión ideológica. Actitudes políticas y personales no habituales, que sorprenden a la mayoría. El propio Zapatero lo denominó “Socialismo libertario”, definición que hay que entender en el sentido de la implicación de experiencias personales en la gestión política y no en el sentido histórico del término. Esta forma de actuar desconcierta a la militancia socialista. Los últimos años de gobierno de Felipe González, los años férreos de control de la organización por el aparato guerrista y por otros, han hecho mucha mella. Se nota a la hora de tomar iniciativas. De generar capacidades autónomas de actuación. Más sorprende cuando alguien se sale de los esquemas establecidos y su osadía le lleva a La Moncloa, entonces aparecen aquellos que cuando ejercieron el poder, partidista o institucional, dando consejos y proponiendo iniciativas, que nunca pusieron en práctica cuando tenían todos los mecanismos y el poder para hacerlo. Todos tenemos derecho a cambiar, pero algunos sólo lo hacen cuando se les desaloja del poder. Todo ello consecuencia del nulo debate ideológico, del verticalismo orgánico y del control absoluto de las direcciones sobre las bases.

Días antes de los últimos comicios recibí bastantes e-mails y sms de mucha gente pidiendo el voto para la izquierda. Apoyando a ZP. Casi ninguno procedía de militantes del PSOE. Muchos enviados por personas que no han simpatizado nunca con este partido, pero que han comprendido que no apoyar a Zapatero es abrir la puerta a la derecha más cavernícola, sedienta de venganza. Ya lo dice uno de sus ideólogos, Federico Jiménez Losantos: “hay que apuñalar al adversario hasta que se desangre”. La izquierda ciudadana tiene una visión mucho más amplia sobre lo que nos estamos jugando. La no implicación partidista permite ser más conscientes de la realidad. Una crisis en el PSOE supondrá la vuelta de la derecha al poder durante muchos años y también una dirección más liberal, menos laica y republicana en el partido.

El PSOE tiene un problema. Convencerse a sí mismo de que su gestión es positiva. Tiene que engrasar la maquinaria, salir a explicar los logros y movilizar a una sociedad abstencionista. Tiene que empezar ya. La FAES y todos sus secuaces van a lanzar unas campañas de intoxicación y de temor muy duras y peligrosas, siguiendo con las estrategias comentadas. Si algún dirigente vasco hubiera dicho algunas cosas parecidas a las que han manifestado algunos responsables del PP en los últimos tiempos, la Fiscalía del Estado hubiera intervenido de oficio, por no decir lo que hubieran dicho los voceros mediáticos de la derecha.

Para fomentar la participación hacen falta propuestas drásticas que ayuden a mejorar el bienestar de la mayoría. Esta legislatura ha sido la de los derechos civiles, la próxima debe ser la de la calidad de vida. Ejemplos: la puesta en el mercado de alquiler de millones de pisos desocupados, una red de transporte accesible para los jóvenes cuando tienen que desplazarse para disfrutar de su tiempo libre, políticas que ocio creativas, libertarias, alejadas del consumismo barato… Medidas así harán posible la movilización de millones de personas. Los derechos civiles los apoyamos todos, hacen progresar a la sociedad, pero benefician sólo a los implicados y allegados. A los más favorecidos por estas medidas la memoria les suele flaquear; años de lucha para conseguir la igualdad de los homosexuales y, en el mes de las elecciones, una de las revistas dirigidas a ellos no tiene inconveniente en sacar en portada al candidato del partido que más se ha opuesto a todo tipo de medidas de igualdad. El resultado: mayoría abrumadora del PP en Chueca. Tampoco se puede olvidar a miles de ciudadanos afectados por lo que podíamos denominar pobreza del bienestar. Cuentan con un buen nivel económico y social. Progresistas-abstencionistas en lo político. No están de acuerdo con un sentido de la vida exclusivamente mercantilista, ni con un ocio banal dirigido desde las empresas multinacional amparadas por el Estado. Están hartos de no poder decidir sobre su propia existencia. Con las diferencias evidentes, son los herederos sociológicos de aquellos que salieron a las calles en el 68. Pudientes, tenían casi todo, pero estaban hartos de un modelo de vida caduco. Las calles se llenaron de consignas situacionistas que nadie comprendía, y menos que nadie los partidos políticos y los movimientos sociales. Fueron protagonistas por su manera de entender el mundo. Siendo realistas y pidiendo lo imposible. Los herederos de aquellos se manifestaron contra la Guerra de Irak. Su voz clamó como nunca en este país el 13 de marzo del 2004. La mayoría no pudo cambiar el mundo, pero cambiaron nuestra dirección política. Como en el 68, los partidos fueron ajenos de aquella marea ciudadana que pedía democracia y dignidad política. Consignas realistas, casi utópicas. Son hijos naturales de aquellos que estuvieron, física o mentalmente, en mayo del 68. Como sus abuelos en el 36 o en el 41. Y sus bisabuelos en el 17 y en el 18. Son responsables de los cambios en los últimos años, pero son los grandes olvidados. Por su no implicación partidista. Por un buen estado económico y social. Son los que abren las puertas a los cambios

Pero esta situación no se resuelve sólo cambiando personas y programas. Es imprescindible una transformación radical de lo político que permita la vuelta a las urnas de muchos electores. En ello la izquierda institucional tiene un papel decisivo. Tiene que entender que la izquierda es plural. No solamente en el sentido partidista. Hay una izquierda institucional, otra social, otra alternativa y otra ciudadana. Todas con su papel. Para hacerlo posible es necesario reformar la manera de participar. Los partidos son incapaces de entender que no son sólo de sus afiliados. Deben serlo también de los ciudadanos y que éstos pueden, deben y saben intervenir en la política desde su realidad singular, personal. El reconocer esta evidencia es el primer paso que permita modificar las maneras de participación y representación actuales para lograr que la intervención ciudadana sea real. Junto a esto, cambios profundos legislativos, económicos y políticos que nos amparen ante la globalización, los efectos de la misma y la reducción de derechos. Si no, estaremos a merced exclusivamente del mercado. Habrá una mayoría indefensa, esencialmente los más débiles, que no necesariamente tienen que ser los más desfavorecidos económicamente.

Sin estos cambios la democracia representativa seguirá funcionando, pero la política continuará muerta para millones de ciudadanas y ciudadanos, y seguirá formando parte de la vida, como el escuchar la radio, ver la televisión, ir al cine, al parque de atracciones o de vacaciones a la playa, formando todo parte de “la sociedad del espectáculo” como lo definía Guy Debord, en el libro de igual título publicado en 1967 hace ahora 40 años. Mientras que la izquierda oficial continúa desconociendo al pensador francés, para otros se han convertido en una referencia obligada. Algunos que le ignoraron en su momento, han sabido rectificar y reconocen en sus escritos que “la ideología se ha disuelto en su representación mediática” [Juan Goytisolo, Guy Debord y la Internacional Situacionista, El País 1/7/2003] y la vigencia de aquel pensamiento que la mayoría de la izquierda obvia, pero que es más vigente actualmente que cuando se publicó.



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