Trasversales
Ignacio Castro Rey

Deconstruyendo a Maddie

Revista Trasversales número 8,  otoño 2007


Ignacio Castro Rey
es filósofo, crítico de arte y ensayista

Textos del autor
en Trasversales


1. El bullyng sistemático de las naciones poderosas sobre las pequeñas. El racismo de la imagen, el de la información. Ellos son rubios, ricos, correctos, educados, fotogénicos. Además, ciudadanos de uno de los países más poderosos de la tierra -la mejor música pop, los mejores submarinos atómicos-, que enseguida les adora. El colmo de lo genial es que también sean católicos -como Blair, en este UK multicultural- y vayan a ver al Papa, lo que demostraría de una vez por todas que no son racistas, que no tienen nada contra el sur, menos aún contra la infancia.

2. Sólo al final, cuando todo cambia de tono, los McCann deciden volverse a su Escocia natal y contratar -con los fondos de la Fundación- al mismo abogado de Pinochet. El padre de Maddie habla entonces de la justicia portuguesa: “Un sistema que no conoces y en el cual no confías”. Esta es una de las claves. Todo el revuelo fulminante del caso Madeleine se basa, para los ingleses, en el dramatismo de una buena familia wasc que ha sufrido un fatal accidente mientras descansaban en el apacible e incierto Sur. Desde el comienzo se trataba de salvar a una adorable familia británica que había sido víctima del desorden típico de las naciones latinas, siempre un poco turbias, como de baja definición. El racismo de lo digital reforzará entonces la discriminación analógica.

3. ¿Y Yeremi, quién se acuerda de él? Aparte de que alguien guarde ahora secretas paranoias en cuanto a su entorno familiar, nadie habla de ese chico. Es simplemente un niño canario desaparecido, uno más de los miles que hay cada año, un poco feucho, con gafas. Es español, no habla inglés y además no desapareció en verano. Resultado: no es noticia. Hay carne de primera y carne de segunda, no lo olvidemos, incluso en ese extremo espantoso de la infancia raptada, o sometida al más atroz de los tormentos. Por ejemplo, el de la información.

4. Norte seguro, sur tenebroso. Sin esta xenofobia del sistema informativo occidental, en manos de cuatro agencias, sin este emblema de un integrismo casi siempre implícito, el troceamiento mediático de la “primera niña global” -¿no ha habido ya decenas?-, no sería posible. No sería posible tampoco que cualquier imbécil de la máxima audiencia televisiva española babease sobre su cadáver, como si la niña tuviera culpa alguna del circo que se ha montado. Aunque finalmente no hubiera ningún cadáver, cosa que a estas alturas todavía no es del todo imposible, el tratamiento de ciertos medios tiene el tono de casquería propio de la basura en que se ha convertido el llamado “derecho a la información”.

5. Al fin y al cabo, deberíamos decir, se trata de una niña, ha desaparecido una niña de cuatro años, aunque sus padres fueran finalmente unos monstruos. No importa. Con su cara un poco sosa y su ojito rasgado, Maddie facilita minutos, horas baratas y profundamente morbosas en torno a un caso tan triste que, a la vuelta de la “información” que lo desmenuza, todas nuestras vidas serán un poco más dignas, un poco más presentables, un poco más seguras de su felicidad. ¿Por qué? Porque todo el mundo opina, puede opinar sobre un suceso ajeno y terrible: cuando a lo mejor no tenemos nada que decir sobre nuestras propias vidas. Estamos frustrados, somos esclavos mudos de un sistema social implacable, pero la información nos sirve día a día estos ejemplos de gente que aún le va peor. Ésta es la función de blanqueo, de exorcización del malestar, a la que con frecuencia se ha referido Baudrillard. Él no podía imaginar hasta qué punto se podía quedar corto. Como tampoco podía imaginar hasta qué punto podía pecar de ingenuo a la hora de hablar de nuestra explotación de la infancia.

6. El mismo amarillismo que encumbró a los McCann como estrellas mediáticas de la desgracia, los acosará ahora sin piedad. Los que estamos contra la caza del hombre podemos temer todas las declinaciones posibles del caso. Ese amarillismo, con el que la prensa británica acusaba a los medios lusos y españoles, dominó desde el comienzo el asunto, manejado con despiadada habilidad por los McCann. Recordemos: la cadena Sky News se pone en alerta 30 minutos antes que la policía portuguesa; cinco millones de visitas al día siguiente de abrir la página web; inundación sentimental de los meses de verano; tiernas escenas familiares, lágrimas y peluches; perros especializados venidos de Inglaterra; pistas por todas partes; intriga, videntes, misterio; intercesiones del Foreigh Office; apariciones de famosos; audiencia del Papa, del fiscal general de EEUU y de Rubalcaba; un millón de libras recaudados por Findmadeleine... En un plano meramente intuitivo, el argumento principal contra la inocencia de los McCann es la entereza insultante de que han hecho gala.

7. Una y otra vez, la delgadez de Kate McCann, su “belleza robada” por la desgracia. ¡Lo que debió de sudar la metódica policía portuguesa antes de atreverse a darle un vuelco al caso! Antes de iniciar la pesadilla de esa pareja de guapos y pacíficos veraneantes en un país que desconocen... y que en el fondo desprecian. Fijémonos en que estos rubios visitantes -de los Beckham a los McCann- pueden residir en España o Portugal durante años sin aprender ni un palabra del idioma autóctono. De hecho, a precio portugués -también esas 14 botellas de vino-, los McCann vivían sólo entre súbditos de Su Majestad: hasta el dueño de los apartamentos Ocean Club lo era. Este es el tipo de riqueza en que ha quedado el otrora Imperio portugués, igual que el español: el país entero está en venta o en alquiler. ¿Moraleja?: pan para hoy, vergüenza para mañana. Pues al turismo sexual le puede seguir el turismo criminal. Al fin y al cabo, parece más seguro matar -caso King- en un desordenado y vulnerable país extranjero, un poco “atrasado”. Y en esto del crimen los ingleses nos llevan un siglo de ventaja: es normal que tengan unos especialistas y un aparato jurídico y policial impecables.

8. Sí, otra cosa que destaca en este tema de verano es la admirable fortaleza insular del carácter británico -lo cual incluye, si no el maltrato, sí una relación difícil con la infancia... No parece casual que el género de intriga, de Agatha Christie a Hitchcock, haya nacido en la Isla. Cualquier asesino latino es un aficionado comparado con ese nivel. Cualquier crimen cometido en un escenario sureño -remember Alçasser- acaba siendo descubierto porque al poco tiempo alguien “canta” y el asunto se convierte en un secreto a voces. Los ingleses son herméticos para toda la vida, como si llevaran el aislamiento incorporado. ¿Es posible incluso que Gerry no sepa lo que hizo Kate? ¿O viceversa? Recuerden aquella inolvidable frase: “El continente está aislado”. ¿Será que el tan ansiado desarrollo, la misma democracia moderna, no es otra cosa que el aislamiento acristalado, la privacidad blindada y conectada tecnológicamente? Asociar masivamente el aislamiento, garantizarlo: ¿Gran Bretaña y EEUU son admirados entre nosotros por eso? De aquellas aguas, estos lodos.

9. ¿En qué otro sentido, termine como termine, el caso Madeleine se ha convertido en ejemplar? En primer lugar, enseña que la comunicación nace siempre de una decisión secreta, de algo incomunicable, oculto bajo la fluidez espectacular de lo que se muestra. Hay un oscurantismo, un previo intocable en la vida de los hombres, inaccesible a la comunicación, y de ahí parte siempre este espectáculo de un mensaje cuyo fin es el medio, entretenernos con la mediación sin fin y su carrusel de noticias. En este sentido, los McCann usaron muy bien la comunicación -y el racismo de la imagen- como lo que es, una cortina de humo. A partir de esa cortina va a ser muy difícil remontarse a algo parecido a la verdad, a una versión original. La función primera de la comunicación es apartarnos de una vida, una cercanía que casi siempre roza lo incomunicable, lo inconfesable. De ahí que la pareja McCann logre, no se sabe si conscientemente, que la ola de afecto y la avalancha de pistas falsas -hasta 200 en un solo día- se conviertan en una losa para la investigación.

10. Como ya se demostró en el caso de las dos niñas secuestradas hace tres años -también en Inglaterra, también en verano-, como ya se demostró en la caída de las Torres Gemelas, la información -todo el sistema del espionaje mundial escrutando el cielo- está ligada a una suerte de ceguera para la cercanía, cierta presbicia para lo que ocurre ahí, en lo más inmediato y local -donde tal vez se esté incubando un evento. Hablamos, en realidad, de una actitud despiadada hacia lo cotidiano, una cruel indiferencia ligada a la cultura informativa. A nadie le importa lo que ocurra día a día en un barrio cualquiera: Good news, no news. La comunicación nos arrastra, al margen incluso de los temas que maneje, porque sus impactos nos libran de la vida, de una vida que es en cada caso única, no comunicable. Por eso la comunicación supone la garantía de una incertidumbre total, sobre todo en cuanto a la inmediatez, que así queda en manos de más y más especialistas. El colmo de la paradoja es que esto ocurra también con los temas mediáticos. ¿Recuerdan el asunto Exxon, el asunto Simpson?: jamás sabremos nada. Aún hoy en día existen millones de habitantes de la tierra -¡lo dicen las encuestas!- que aseguran que los estadounidenses nunca llegaron a la luna.

11. Si la idea de los McCann -tampoco lo sabemos- era borrar la verdad, sólo la inteligencia analógica de la policía portuguesa, y su paciencia, esperando a que remitiese la campaña mediática para utilizar con cuidado las filtraciones a la prensa, ha permitido invertir poco a poco el caso. Puede que algún día nos estremezcamos al oír o al leer cómo murió realmente esa niña, que nunca debimos conocer, llamada Madeleine. Mientras tanto, la comunicación aparece aquí como un instrumento de nuestra férrea voluntad de separación con respecto a una vida escandalosamente local, secreta, próxima a lo incomunicable. ¿Cómo vivía en realidad esa niñita que queremos un poco y ahora tememos que tuvo siempre una vida un poco triste? ¿Cómo jugaba, cómo dormía, cómo reía? Si alguna vez tuvimos la oportunidad de saberlo, ahora estamos a años luz de esa piedad. Pero tal vez la verdadera piedad, que salvaría a Madeleine, comenzaría por que no supiésemos nada de ella y nunca nos hubiéramos hecho ninguna pregunta.


Madrid, 14 de septiembre de 2007

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