Trasversales
Jordi Torrent Bestit

A propósito de El escudo de la República

Revista Trasversales número 8,  otoño 2007

Reseña sobre El escudo de la República, Ángel Viñas, Crítica, Barcelona, 734 pp.


La verdad se parece al amor: es objetiva en su existencia, subjetiva en su apreciación y capaz de existir de más de una forma
M.P. Lynch
La importancia de la verdad para una cultura pública decente, Edit. Paidos, Barcelona, 2005




La lectura de los dos volúmenes aparecidos hasta la fecha de la trilogía de Ángel Viñas sobre la República en guerra(1) permite efectuar un primer acercamiento crítico a la que sin duda constituye ya, a falta de la última entrega en la cual prosigue trabajando su autor, una contribución de referencia al estudio de la gestación, desarrollo y cierre de algunos de los acontecimientos de carácter más polémico acaecidos en territorio republicano durante la Guerra Civil española (traslado a Moscú de las reservas de oro, ayuda soviética al régimen republicano, Paracuellos, sucesos de Mayo, represión del POUM, asesinato de Nin...). Como es bien sabido, tales acontecimientos continuan siendo objeto de ásperas controversias inter-partidistas, así como también de un inconcluso debate historiográfico, en modo alguno exento -al igual que éstas y pese a enfáticas declaraciones en sentido contrario- de una notoria carga político-ideológica(2).
No cabe duda de que en términos estrictamente historiográficos ambas entregas poseen una considerable envergadura que a buen seguro habrá de suscitar el interés de los historiadores especializados en el periodo. A éstos les corresponde establecer, mediante herramientas fuera de nuestro alcance, si es satisfactoria la reconstrucción de los hechos que se da en la obra, si resulta debidamente contrastada la documentación sobre la cual los asienta el autor y, en fin, si resulta plausible la correlativa interpretación que de los mismos se ofrece en ella.

El presente texto aborda de manera fragmentaria tan sólo algunos de los extremos mencionados. Y pretende hacerlo desde la obvia consideración de que el estudio del profesor Viñas no versa sobre hechos perdidos entre las brumas de un pasado remoto y, como tal, susceptible de interpelar tan sólo al especialista académico. Bien al contrario, concierne a un período de la historia de España relativamente cercano, de algunos de cuyos episodios continuan fluyendo retazos creativos/destructivos a modo de “conversaciones del pasado”(3) que siguen siendo atendidas en el presente desde múltiples esquinas, singularmente desde aquellas donde suelen coincidir no pocos de quienes nos identificamos con el proyecto de emancipación(4).
Acorde con este presupuesto inicial, nuestro texto tratará de focalizar la atención sobre unos pocos aspectos significativos del segundo volumen de la anunciada trilogía, aspectos que guardan estrecha relación con el marco interpretativo previo desde cuyo interior este historiador “construye” los hechos, pasa a otearlos después y procede finalmente a interpretarlos. Estos tres procesos o “momentos” se hallan dispuestos y administrados en El escudo de la República a modo de artefacto impulsado por resortes análogos a los que rigen en todo silogismo; en este sentido, puede afirmarse que nada hay en la conclusión del libro que no estuviera presente en sus premisas de partida o que se aparte sensiblemente de ellas. Señalemos de inmediato que tanto la una como las otras están destinadas a reacomodar mediante un aporte documental en gran parte inédito(5) la versión canónica trenzada sobre el período por la historiografía republicana afecta a Negrín.

Es de sobras conocido el plat de résistance alrededor del cual se articula el menú de dicha versión. En esencia, consiste en la contraposición -explícita o implícita-  de la dinámica antifascista y la dinámica revolucionaria, separadas ambas por una línea divisoria infranqueable(6). Viñas despliega un esfuerzo considerable encaminado a transmitir al lector su convicción, selectivamente documentada, de que la segunda de esas dinámicas debe figurar también, y de manera destacadísima, entre los factores responsables de la derrota final republicana(7). Cuando por fin, señala, “el hundimiento de los ensueños revolucionarios dejó el campo expédito para que la República hiciera la guerra”(p. 527), era ya demasiado tarde para ganarla. El autor de El escudo de la República apenas se demora en considerar la eventualidad de que ambas dinámicas quizá no fuesen mutuamente excluyentes y si lo hace es para incluirla entre los malos planteamientos que necesariamente conducen a las malas respuestas(8). Según él, no existía territorio compartible entre, por un lado, Negrín y las organizaciones “en las que no había desaparecido la racionalidad política y económica”  (p. 494) y, por otro lado, cuantos aspiraban, como anarco-sindicalistas y poumistas, a “despeñarse en la revolución permanente”(p.538).

Los análisis desplegados en el libro orbitan de manera permanente alrededor de la contraposición señalada, trátese de la formación del Ejército Popular, del desmantelamiento de las colectivizaciones o de la incidencia de lo que Viñas denomina “vector soviético” en acontecimientos como los “sucesos” de Mayo, el “haraquiri” (sic) de Largo Caballero, la ascensión de Negrín a la Presidencia de Gobierno o la represión del POUM y asesinato de Nin.
Uno de los propósitos de mayor visibilidad en El escudo de la República consiste, precisamente, en tratar de (de)mostrar la escasa consistencia de las pruebas aportadas por aquellos historiadores que se empeñan en sobredimensionar con malévola intención la presencia de dicho “vector” en algunos de los acontecimientos aludidos, muy en particular en los correspondientes al mes de Mayo del 37, en cuya preparación, asevera Viñas, “nadie ha puesto sobre la mesa pruebas concluyentes” de los supuestos manejos soviéticos (p.528). Muy al contrario, por cierto, de cuanto prueban de modo irrefutable los documentos acerca de la participación activa en aquéllos de fascistas, italianos, alemanes o autóctonos. En idéntica dirección es descrita y valorada la dimisión de Largo Caballero y su substitución por Negrín: el origen de tales episodios, afirma Viñas, “no se encuentra ni en los manejos de la IC, ni en las exigencias de Moscú” (p.565). ¿Acaso en los del PCE?

 Es característico del modus operandi de Viñas afirmar en una página que la actuación del PCE respondía “en buena medida” a la de un “portavoz de la I.C.” (p.464), para “reivindicar”, en otra situada más adelante, siguiendo  a Helen Graham, “la autonomía” de que disponía el PCE “en respuesta a los apremios y condiciones locales” (p.484). Ciertamente, a lo largo del volumen el partido estalinista es sometido a crítica  -en cualquier caso moderada en relación a la atañente a otras organizaciones políticas y sindicales-, pero la imagen que finalmente se perfilará ante los lectores será la de una formación política con bastante sentido común como para mantenerse muy alejada de los mali homines cuyas “alegrías libertarias” (p.580) tanto contribuyeron al hundimiento de la causa republicana.

Algunos de los enjuiciamientos y reflexiones nada adyacentes mediante los cuales el profesor Viñas pretende apuntalar el guión republicano/negrinista pre-establecido, derivan, directa o indirectamente, de las servidumbres a que, nolens volens, obliga la fidelidad al mismo. Naturalmente, el despliegue de esa fidelidad está sujeta a las variables de matiz o énfasis particular con los que cada historiador individualiza su trabajo, variables que terminarán por conferir a éste una marca distinguible. Siguen a continuación un par de ejemplos ilustrativos de ello por lo que hace a El escudo de la República.
El primero concierne al modo a cómo su autor procede a valorar  las actitudes políticas de Stalin en relación tanto a la cambiante situación internacional como a la evolución del conflicto español, cuya suerte tan decisivamente se ligaba a ella. Puede comprenderse, por exigencias internas del guión, que Viñas subraye encomiásticamente la -hipotética- sólida base sobre la cual se asentaban los razonamientos de Stalin al respecto. Sin embargo, no estamos nada seguros que tal propósito requiriera nimbar suplementariamente al dictador con un abanico de atributos carentes por completo de fundamento histórico. Veámoslo con un poco más de detalle.
Según el profesor Viñas, Stalin era un “hombre que pensaba ante todo y sobre todo en términos políticos” (p.339). Probablemente fuera así, pero de haberse hallado el historiador provisto de una menor puerilidad y de una lógica más ajustada al orden natural de las cosas, debería haber precisado asimismo que: “pensaba ante todo y sobre todo en términos de poder” (9). Una puerilidad similar destiñe también penosamente sobre algunos de los atributos mediante los cuales se aureola en el libro la figura del dictador. Este nos es presentado, en efecto, como “maestro consumado” (p.346) en “táctica y estrategia” (ib.), que demuestra ser además “un buen estudioso y practicante de la dialéctica marxista” (p.352); no poseía, cierto, “grandes dotes de creador teórico” (ib.), pero no obstante, remacha Viñas, “dominaba la praxis” (ib.). Concluyamos indicando que el capítulo donde se recogen más concentradamente las opiniones del dictador sobre la Guerra Civil española lleva por título: “Stalin da una teórica”. Renunciamos a buscar una explicación razonable a la fascinación que siente el profesor Viñas por Stalin. En cualquier caso, no cabe duda de que el ramillete de flores transcrito podría ser asumido sin objeción alguna por más de un neo-filo-estalinista melancólico.
El segundo ejemplo nos lo proporciona el breve comentario que el historiador aduce  a beneficio de la relativización -es de suponer que con la mejor de las intenciones- del probable impacto causado en los lectores por el “asunto Nin”. No creemos sea detalle menor que dicho comentario se encuentre ubicado inmediatamente después de las dudas manifestadas en torno a si en verdad fue Stalin quien firmó personalmente la oden de asesinar a Nin, tal y como sostiene S. Payne. Es igualmente característico del proceder de Viñas cuestionar -con fundamento, por lo demás- no tan sólo este aserto, sino recurrir de nuevo a los términos comparativos para reprochar al historiador norteamericano haber olvidado que también Franco se ocupaba en persona de tan siniestro cometido. He aquí la transcripción fragmentaria del aludido comentario:
A manera de apostilla, digamos que no es inhabitual que los máximos líderes políticos, incluso en países democráticos, autoricen asesinatos selectivos. La prensa se ha hecho eco con frecuencia del caso israelí. Tampoco cabe olvidar los intentos, sancionados por las autoridades norteamericanas, contra Fidel Castro (...)” (p.615).

Llegados aquí, se hace necesario abordar uno de los aspectos menos agradables de El escudo de la República: En sus páginas se advierte un cierto déficit de sensibilidad moral -indispensable en cualquier estudio historiográfico cuyo sujeto sean los perdedores- al abordar determinados episodios, en particular en aquellas donde se narra y analiza el asesinato de Nin y la disolución del POUM. Son páginas desprovistas por completo de aquella “percepción emocional de que alguna cosa no es justa” en la que G. Orwell veía uno de los componentes constitutivos de la denominada common decency (10). Los sentimientos “ordinarios” o “comunes” formarían parte por igual de ella, precisamente la clase de sentimientos que el profesor Viñas desecha, incluso en ocasiones en las cuales hubieran podido proporcionarle recursos historiográficos nada desdeñables (generosidad empática, amplitud de visión, etc.). Pasamos a exponer dos breves muestras de ello.
La primera se refiere a la desaparición, en el mes de abril del 1937 (algunos autores la sitúan en mayo), de Marc Rein, corresponsal en Barcelona de un periódico socialdemócrata sueco. El padre de Rein, Rafael Abramovich, “era una de las figuras señeras de la socialdemocracia rusa” (p.543). Viñas precisa que Abramovich, “considerado enemigo por el régimen estalinista, gozaba de gran predicamento en los círculos de la Segunda Internacional” y que siendo un “adversario temible, se lanzó a una campaña para poner al descubierto a los responsables de lo que todo hacía pensar había sido un asesinato político” (ib.). Añade: “Dio la lata a Negrín cuando éste llegó a la presidencia del Gobierno y, en general, no dejó piedra sin remover” (ib.). No creemos exagerar si afirmamos que tras este “dio la lata” se oculta todo un universo mental en el que apenas queda espacio para acoger los sentimientos de un padre angustiado ante la desaparición de su hijo. Sentimientos humanos “ordinarios”, en efecto, hacia los cuales todo historiador digno debe prohibirse el menosprecio implícito en la frase coloquial reproducida.
La segunda muestra la extraemos del capítulo dedicado al asesinato de Nin. En el contexto donde se especula sobre el número de días en los que el líder del POUM fue sometido a interrogatorio y tortura en “un hotelito de Alcalá de Henares” (p.612), Viñas reproduce un breve fragmento del libro de J. Hernández, Yo fui ministro de Stalin. Según el exministro estalinista, Nin fue torturado “en días sin noche, sin comienzo ni fin, en jornadas de diez y veinte y cuarenta horas ininterrumpidas”. Sigue a esta breve cita de J. Hernández el comentario -cien por cien propia marca- del historiador: “De lo que no cabe duda es que se trató de unos cuantos días únicamente” (p.614). “Unicamente”, punto. Ni una sola alusión a lo eternos que debieron parecerle a la víctima cada uno de los segundos de esos días (si es que fueron pocos: hay autores que hablan de semanas: a ellos se dirige el “unicamente” del profesor Viñas). La buena historiografía está también amasada, nada accesoriamente, con la percepción abierta hacia esa clase de detalles, los cuales deben considerarse parte íntegra de la verdad histórica pese a que algunos historiadores estimen ejercicio pusilánime demorarse en ellos. Al igual que en la muestra precedente, la loable minuciosidad informativa queda de nuevo ensombrecida al no verse acompañada tampoco aquí por un mayor grado de common decency (11).

Nos queda por examinar finalmente otro de los aspectos significativos de El escudo de la República, por lo demás igualmente visible en el anterior volumen editado. El conjunto de ambos libros delimita un espacio de historia narrativa y analítica de extensión desigual, en el que el segundo componente (la historia analítica) domina con mucho, cualtitativamente y cuantitativamente, al primero (la historia narrativa) a través de un férreo ejercicio de sesgada interpretación. Dada la finalidad de la obra, esta distribución dista mucho de ser casual. Contribuye además, subsidiariamente, a explicar la debilidad narrativa -siendoViñas no obstante excelente escritor- de determinados episodios, abandonados, justamente por ello, a una cierta confusión. En ocasiones, parece como si la preocupación prioritaria del historiador no hubiera sido la de reconstruirlos verosimilmente por via narrativa para proceder luego a interpretarlos, sino la de rescatarlos mediante interpretación directa del mal lugar donde los tiene retenidos -maltratándolos- una pléyade de autores inescrupulosos. Al comentar antes la cuestión del “vector soviético” ya hicimos una leve alusión a la desconfianza mostrada por Viñas en relación a toda hipótesis  susceptible de cuestionar sus propias interpretaciones. No obstante, conviene ahora volver sobre este extremo.

Viñas atribuye gran importancia a la labor de fulminar con rayo jupiteriano a todos aquellos que con sus “mitos” (p.488) y “construcciones ideológicas” (p.637) asedian la fortaleza del “republicanismo democrático”, unos y otras merecedores de ser arrojados expéditamente “a la cuneta” (ib.) en la medida misma que han sido alumbrados por el  parti pris (por utilizar una de las expresiones favoritas del historiador) en que incurren los autores “conservadores y antirrepublicanos, los guerreros de la guerra fría y una parte del exilio, particularmente anarquista y poumista”(p.345), todos ellos cegados por la eventualidad -“cuento chino”- de que el comunismo estalinista pudiera lograr finalmente hacerse hegemónico en España. La especulación historiográfica sobre tal eventualidad, precisa Viñas, “subsiste como vestigio de la propaganda franquista a favor de la Cruzada contra el comunismo” (ib.).
El vehemente empeño con el cual Viñas trata de debelar las imposturas historiográficas generadas por el referido parti pris resulta en verdad sorprendente si se considera que El escudo de la República se erige en una de las mayores demostraciones de parcialidad alumbradas recientemente al amparo de una cierta solemnidad académica (su autor es catedrático de Economía y ha desempeñado cargos de alto funcionariado en organismos internacionales). De tal parcialidad deriva, justamente, el escaso respeto -académico o de cualquier otra especie (12)- con el cual se sale al encuentro de quienes han ofrecido y siguen ofreciendo versiones alternativas a las desplegadas en el libro, versiones que en muchos casos se situan en la estela de una interpretación atenta a las potencialidades y desarrollos históricos de la dinámica o lógica revolucionaria mencionada anteriormente. Tanto abundan las descalificaciones a su respecto y tanta es la malintención puesta en su condena, que el lector se siente a menudo impulsado a evocar una máxima lerochefoucauldiana: se pierde ya buena parte de razón cuando no se espera hallar ninguna en los otros (citamos de memoria).

Los “otros”, además, van a ser objeto por parte de Viñas (de nuevo habríamos de aludir a la especificidad de la propia marca) de una operación de amalgama bastante tosca -de hecho, turbia- consistente en colocar en el mismo hatillo a autores trotskistas, poumistas, anarco-sindicalistas, franquistas y neofranquistas, mancomunados indistintamente por un idéntico aborrecimiento de la causa republicana, por un compartido recelo hacia las irreprochables intenciones del prudente Stalin, por una común detestación de la figura de Negrín, etc. Y así Burnett Bolloten (auténtica bête noire de Viñas), que dedicó su vida entera al “estudio obsesivo de los efectos de la artera mano de Moscú sobre la lejana España” (La soledad de la República, primer volumen de la trilogía, p. XII), Victor Alba, “uno de los más prominentes historiadores poumistas y que hizo de la defensa del POUM y de la confrontación con Negrín y los comunistas el leitmotiv de su vida” (p.521), Bartolomé Bennassar, Stanley G. Payne, César Vidal y tantos “otros”, aparecen a lo largo y ancho de las páginas de El escudo de la República conviviendo en amigable compadreo, llevados por el afán de difundir la monocorde cantinela antiestalinista, poco importa si desde trayectorias y finalidades intelectuales y políticas sin la menor cercanía entre ellas y con un concepto diametralmente opuesto respecto a qué debe entenderse por verdad histórica.

En nuestra opinión, el buen hacer historiográfico del profesor Viñas tiene mejor oportunidad de manifestarse en aquellas secciones de la obra donde prevalecen problemáticas de índole económica y/o diplomática. Pensamos, por ejemplo, en las secciones donde se despliega un conocimiento admirable de los factores económicos implicados en la ayuda soviética a la República, objeto de un exhaustivo y documentado análisis; o en aquellas otras donde describe la ignominia cometida por los gobiernos francés y británico en relación a la causa republicana. Muchas otras secciones del libro ponen de relieve la seriedad y el rigor mediante los que este historiador se plantea el trabajo de investigación. Sin embargo, seguimos insistiendo en que el marco interpretativo prefijado desde cuyo interior va armándose El escudo de la República incide negativamente, y con demasiada frecuencia, en la capacidad analítica y narrativa de su autor, en especial cuando tal capacidad debe proyectarse sobre acontecimientos para cuyo cabal entendimiento se precisan útiles conceptuales ajenos por completo al maniqueísmo del guión republicano/negrinista.

Naturalmente, carecería de sentido reprocharle Viñas no haber escrito el libro -la historia- que nosotros hubiéramos deseado leer -y encontrar-. Acaso sí tenga algún sentido, en cambio, deplorar no tan sólo que haya desconsiderado en su obra la potencialidad heurística de los útiles conceptuales mencionados, sino también, y muy en particular, que los haya valorado como subproducto de los “ensueños revolucionarios”. Este error de apreciación le lleva a desestimar, cuando no a caricaturizar con escasa ecuanimidad, los argumentos de cuantos (testigos de los hechos y/o estudiosos e intérpretes de los mismos)  piensan, con E.P. Thompson, que “sólo se puede impedir al arte de lo posible que absorba todo el universo si lo imposible encuentra caminos para penetrar en la política una y otra vez” (13). Al hilo de esta última reflexión, concluiremos el presente texto señalando que no es difícil prever que en el tercer volumen aún inédito de la trilogía, el profesor Viñas proseguirá validando historiográficamente a quienes en “los ensueños revolucionarios” no vieron -no ven-  más que un empecinamiento suicida por alcanzar lo imposible. Y como tal, diríase que más detestable que el propio fascismo.
Barcelona, Agosto, 2007

NOTAS
1.-  El primer volumen lleva por título La soledad de la República, Crítica, Barcelona, 2006 (551 páginas). Es probable que la tercera entrega aparezca el próximo año.
2.-  Para los llamados “sucesos de Mayo” pueden consultarse las siguientes aportaciones recientes, de dispar orientación y calidad: F. Gallego, Barcelona, Mayo de 1937. La crisis del antifascismno en Cataluña, Random House Mondadori, S.A. Barcelona, 2007; F. Aisa: Contrarevolució. Els fets de Maig de 1937, Edicions de 1984, Barcelona, 2007; A. Guillamón: La CNT, de la victoria de Julio de 1936 a la necesaria derrota de Mayo de 1937, Ediciones Espartaco Internacional, s.l., 2007; y, finalmente, C. García, H. Piotrowski, S. Roses, ed.: Barcelona, mayo de 1937. Testimonios desde las barricadas, Alikornio ediciones, Barcelona, 2006. Es constante la presencia en la red, y por consiguiente extra-muros académicos, de intervenciones anarco-sindicalistas, trotskistas y poumistas en torno a los “sucesos de Mayo”, el asesinato de A. Nin y la represión del POUM.
3.-  Tomo la expresión de J.W. Burrow: La crisis de la razón. El pensamiento europeo, 1814-1914, Crítica, Barcelona, 2001, p. 9. 
4.-  La tradición emancipatoria o de autonomía atribuye singular importancia a todos aquellos acontecimientos históricos en los cuales se pone de manifiesto in acto la capacidad creadora del colectivo anónimo para instituir formas sociales y políticas exentas de dominación, y ello con independencia de su duración temporal. C. Castoriadis afirma en tal sentido que las pocas semanas de la revolución húngara de 1956, así como las escasas de la Comuna de París, “no son menos importantes y significativas para nosotros (subrayado en el original) que tres mil años de historia del Egipto faraónico”, C. Castoriadis: “La source hongroise”, en Le contenu du socialisme, Union Générale d´Éditions, Paris, 1979, p. 388. (Traducción española: La exigencia revolucionaria, Acuarela libros, Madrid, 2000). El mismo autor sostiene que la serie de fechas emblemáticas en la secuencia: 1871, 1905, 1917, 1919, 1936-1937, 1956 constituye una “unidad de creación social-histórica” todavía no finalizada (ib. p.387, el subrayado es nuestro).
5.-  El trabajo de exploración documental realizado por Viñas es impresionante. Ha utilizado con notable pericia fuentes y archivos inéditos británicos, franceses y, muy en particular, de la extinta Unión Soviética. Sin embargo, este reconocimiento no impide cuestionar los criterios instrumentales con que, en no pocos pasos del libro, han sido seleccionados, dispuestos e interpretados los documentos.
6.- J. A. Pozo, en El poder revolucionari a Catalunya durant els mesos de juliol a octubre de 1936. Crisi i recomposició de l´Estat, señala que tales dinámicas corresponden igualmente a lógicas opuestas. La primera de ellas, la antifascista, quedaría codificada en términos de pueblo; la segunda, la revolucionaria, lo haría en términos de clase. Citado en: F. Gallego, op. cit. supra, p. 271. Gallego,, cuyo estudio explora en profundidad, si bien de forma innecesariamente tortuosa, la dialéctica entre ambas dinámicas, estima que éstas no pueden considerarse antagónicas si se atiende al contenido igualmente revolucionario del proyecto democrático-popular contra el cual se alzó el POUM movido por la voluntad de impulsar –sin base objetiva alguna- una transformación inmediata de carácter socialista. Es de subrayar el enorme vacio bibliográfico advertible en El escudo de la República por lo que hace a tan importante cuestión.
7.-  Se sabe cuáles son los otros factores, en cuya enumeración Viñas invoca la establecida coetáneamente por M. Azaña: “la retracción de las democracias, la creciente intervención de las potencias del Eje y la capacidad política y militar de Franco” (p. 618)
8.-  Conviene subrayar que amplísimos sectores del movimiento antifascista consideraban que la estrecha conjunción de ambas dinámicas –nada ilusoria en el desarrollo efectivo de los hechos- constituía la garantía más sólida para poder ganar finalmente la guerra. En su deseo de atenerse fielmente al guión pre-establecido, el profesor Viñas efectua diferentes operaciones de reducción: concede escaso espacio al desarrollo de la dinámica revolucionaria; despoja de sentido las razones que la sustentaban y, en fin, de manera consistente con todo ello, limita al papel de mero figurante sin apenas frase a alguno de los más lúcidos exponentes teóricos de tales razones. Es significativo al respecto el caso de J. Maurín: ni él ni sus escritos son mencionados en parte alguna del libro. Por supuesto, no incurriremos en la ingenuidad de creer que la lectura de los escritos de J. Maurín hubiera inducido al profesor Viñas a matizar su tesis, pero tal vez la de Revolución y contrarrevolución en España (1935) podría haber contribuido a que sopesara -no lo hace en ningún instante- las desastrosas consecuencias que tuvo para la causa republicana la derrota de las expectativas revolucionarias.  
9.- Cierto que Viñas se refiere al “poder omnímodo de Stalin” en el contexto donde se considera –muy desenfocadamente por cierto- que las purgas desencadenadas por el dictador “permitieron destruir el sistema oligárquico que hasta entonces había funcionado en la Unión Soviética “ (pp.259-260).
10.-  G. Orwell: “Charles Dickens”, en: Ensayos críticos, Sur, BBAA, 1948, pp. 74-75. Para interesantes aportaciones en torno a la common decency de Orwell, véase: J-C. Michéa: La escuela de la ignorancia, Acuarela libros, Madrid, 2002, p. 23. En Orwell, anarchiste tory, Climats, s.l., 2000, el mismo autor ofrece también útiles reflexiones acerca del concepto.
11.- “La erudición desprovista de sensibilidad es pedantería”, sostiene T. S. Eliot en Notas para la definición de la cultura, Editorial Bruguera, Barcelona, 1962, p. 10. Es inevitable rememorar esta frase ante determinados pasos de la obra de Viñas.
12.-  F. Gallego, en cuyo estudio sobre los sucesos de Mayo afloran varios puntos de vista coincidentes con los defendidos por el profesor Viñas, explicita no obstante su “respeto por autores con cuyas conclusiones discrepo, en general próximos a una reivindicación política del POUM, pero cuya investigación me ha resultado indispensable para ajustar mejor mi mirada, etc.” F. Gallego, op. cit. supra, p.19. En vano se buscarán en la obra de Viñas frases análogas o que expresen parecido reconocimiento.
13.-  Citado por Bryan D. Palmer: E.P. Thompson. Objeciones y oposiciones, P.U.V, València, 2004, p. 133.



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