Trasversales
Esteban Ibarra

Neofascismo, xenofobia, antisemitismo y crimenes de odio

Revista Trasversales número 8,  otoño 2007, versión electrónica

Esteban Ibarra es presidente del Movimiento contra la Intolerancia




El reciente asesinato del joven antifascista Carlos Palomino en Madrid, con sus amigos también heridos de gravedad, en el metro de Legazpi, a manos de un soldado con estética neonazi que, según la policía, se dirigía a la manifestación organizada por el grupo Democracia Nacional, ha causado una amplia conmoción y no ha dejado indiferente a nadie. Ha sido un crimen de odio neonazi en un momento de abierta denuncia de agresiones racistas y xenófobas en diferentes ciudades españolas, en un contexto de enorme agitación anti-inmigrante en la calle, en Internet y en algunos medios de comunicación y que sucede en torno al 20-N, una fecha de exaltación patriótica de la ultraderecha.

En el ámbito de las reflexiones, los análisis confirman que junto al declinar de la vieja ultraderecha franquista, instalada en la nostalgia del “Franco resucita que España te necesita”, emergen unos nuevos ultras de feroz nacionalismo cuyo estandarte es la xenofobia, alimentada por el miedo a la inmigración, el rechazo a la globalización y la defensa de una identidad compulsiva. Esa xenofobia tiene compañeros de viaje, y no podía faltar el antisemitismo, que aunque pareciera inexistente en nuestro país, quiso pasearse arrogante con el verbo de un ex líder del KKK presentando el “supremacismo judío” y su relación con el “caos migratorio”. Un caos por una “globalización judía” que los partidos patriotas están dispuestos a impedir, eso sí, “está vez” democráticamente, mediante la confianza electoral de la sociedad. Es un neofascismo que viene, europeísta y con fuertes anclajes del pasado, con matriz antisemita, que está dispuesto a aprovechar oportunidades como la que le brinda la reciente sentencia del Tribunal Constitucional.

Pero aunque el fascismo se vista de seda, neofascista se queda, porque su discurso sigue siendo el de la intolerancia, el de la ausencia de respeto a la dignidad y derechos de las personas, que han de ser universalmente para todas, incluidas la minorías que han de sentir especial protección. Reivindicar los “españoles primero” es negar la igualdad de trato a los inmigrantes frente a directivas y leyes que requieren. Atizar el miedo a la invasión y a la perdida de identidad, es negar el mestizaje y apostar por nuevos apartheid. Vincular inmigración y delincuencia o musulmán y terrorista, es estigmatizar a millones de personas y lanzar un mensaje definitivo:¡Sometidos o expulsados, pero nunca iguales en derechos!

Un peligro latente de los discursos del odio, como el del neofascismo xenófobo y antisemita, es que siempre hay fanáticos que quieren llevar su intolerancia a territorios donde la sinrazón se vuelve criminal y con efectos irreparables. El crimen de odio, ejercido por lobos solitarios o grupos de acción, tienen una larga lista de víctimas en España. En los inmigrantes como Lucrecia Pérez y el angoleño Dnombele, en los jóvenes como Carlos Palomino, Guillem Agulló y Ricardo Rodríguez, el aficionado donostiarra Aitor Zabaleta, los indigentes Antonio Micol en Madrid y Rosario en Barcelona, el transexual Sonia, sintetizan la memoria del horror, con un registro que supera las 70 muertos, acompañados de miles de lesionados y mas aún, de otros tipos de víctimas. Todos marcados por ser diferentes y ser candidatos a padecer el odio criminal.

Sin embargo, asistimos estupefactos, tras este nuevo y horrendo asesinato neonazi a observar que no pocas opiniones se centran en criminalizar a la víctima y en el colmo de la indecencia, algunos casos lo describen como lógico. Observamos como se banalizan las agresiones, se resta importancia a su reiteración y se falta a la verdad al insistir en el discurso de “los episodios aislados” y de confrontación entre “tribus juveniles”. Finalmente y en pleno desconcierto ético, escuchamos con que desparpajo se formula la equidistancia entre víctimas y verdugos; como, sin vergüenza alguna, lo que nunca sucedería en la Europa que venció al horror, se equipara al neonazismo con el antifascismo, olvidando algo tan elemental, como que no habría reacción ciudadana, si no hubiera fascismo.

Un peligro añadido es que nuestra sociedad se instale en la indiferencia, aunque no lo parece por la importante reacción social al crimen; también que la pasividad institucional genere espacios de impunidad al delito de odio, y aquí si lo parece por los déficit evidenciados. Y sobre todo para que no nos aceche el peligro descrito por el luterano Martín Nieumöller (por error adjudicado a Brecht), “cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, yo no protesté porque yo no lo era, ... Cuando vinieron a buscar a los judíos, no protesté porque yo no era judío. Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar”  Era demasiado tarde.

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