Trasversales
Uri Avnery

La madre de todos los pretextos

Revista Trasversales número 8,  otoño 2007. Uri Avnery es una destacada personalidad del movimiento por la paz israelí. Texto escrito el 13 de octubre de 2007

Textos del autor en Trasversales



Cuando oigo hablar de "choque de civilizaciones" no sé si reír o llorar.
Reír, porque es un concepto absurdo. Llorar, porque probablemente cause inmensos desastres. Llorar, aún más, porque nuestros dirigentes explotan este lema como pretexto para sabotear cualquier posibilidad de reconciliación entre israelíes y palestinos. Sólo es uno más entre una larga serie de pretextos.

¿Por qué el movimiento sionista se vio en la  necesidad de buscar excusas justificativas de la forma en que trataba a la población palestina? En su nacimiento, era un movimiento idealista, que daba gran importancia a su base moral. No sólo para convencer al mundo, sino, sobre todo, para tranquilizar su propia conciencia.
Desde la primera infancia oímos hablar de los pioneros, muchos de ellos hijos e hijas de familias acomodadas y educadas, que dejaron atrás una vida confortable en Europa para comenzar una nueva vida en un lejano y, según los estándares de aquel tiempo, primitivo país. Aquí, en un clima salvaje al que no estaban acostumbrados, a menudo hambrientos y enfermos, se dejaron los huesos trabajando bajo un sol brutal.

Para ello, se necesitaba una absoluta fe en lo justo de su causa. No sólo creían en la necesidad de salvar a los judíos de Europa frente a la persecución y los pogromos, sino también en la creación de una sociedad tan justa como nunca antes había sido vista, una sociedad igualitaria que sería un modelo para el mundo entero. León Tolstoi no era menos importante para ellos que Theodor Herzl. El kibutz y el moshav eran símbolos de la totalidad de su  proyecto.
.Pero este movimiento idealista se proponía asentarse en un país habitado por otro pueblo. ¿Cómo superar esta contradicción entre sus sublimes ideales y el hecho de que su realización exigía la expulsión de los habitantes de esta tierra? La manera más fácil era reprimir el problema, haciendo caso omiso de su propia existencia: la tierra, dijimos, estaba vacía, no había personas viviendo aquí. Esa fue la justificación que sirvió para alzar un puente sobre el abismo moral.

Sólo uno de los padres fundadores del movimiento sionista fue lo suficientemente valiente como para llamar a las cosas por su nombre. Zeev Jabotinsky escribió hace 80 años que era imposible engañar al pueblo palestino (cuya existencia reconoció) y comprar su consentimiento a las aspiraciones sionistas. Éramos colonos blancos colonizando la tierra de los nativos, dijo, y no había ninguna posibilidad de que los nativos se resignasen a ello voluntariamente. Resistirían violentamente, al igual que todos los pueblos originarios de las colonias europeas. Por lo tanto, necesitábamos un "telón de acero" para proteger el proyecto sionista.
Cuando se le dijo que su planteamiento era inmoral, respondió que los judíos estaban tratando de salvarse de la catástrofe que les amenazaba en Europa y que, por lo tanto, su moralidad ganaba la baza a la moralidad de los árabes en Palestina.

La mayoría de los sionistas no estaban dispuestos a aceptar este enfoque explícitamente basado en la fuerza. Buscaron con fervor una justificación moral con la que poder vivir. Así comenzó la larga búsqueda de justificaciones, cada pretexto suplantando al anterior, de acuerdo a la evolución de las modas espirituales en el mundo.
La primera justificación fue precisamente aquella de la que se mofaba Jabotinsky: nuestra llegada beneficiará realmente a los árabes. Íbamos a redimirles de sus primitivas condiciones de vida, de la ignorancia y la enfermedad. Íbamos a enseñarles métodos agrícolas modernos y traerles una Medicina avanzada. Todo les daríamos, salvo empleos, ya que todos los puestos de trabajo eran necesarios para los judíos, a los que estábamos transformando de judíos del gueto en un pueblo de trabajadores y labradores de la tierra.

Cuado los ingratos árabes empezaron a resistirse a nuestro gran proyecto, a pesar de todos los beneficios que supuestamente les habíamos traído, encontramos una justificación "marxista": no eran los árabes quienes se oponían a nosotros, sino sólo los "effendis". Los ricos árabes, los grandes terratenientes, tenían miedo de que el ejemplo igualitario de la comunidad hebrea atrajese al explotado proletariado árabe y le llevase a alzarse contra sus opresores.
Esto, por supuesto, no funcionó por mucho tiempo, quizá porque los árabes vieron cómo los sionistas compraron las tierras de esos mismos "effendis" y expulsaron a quienes las habían cultivado durante generaciones.

El ascenso de los nazis en Europa atrajo masas de judíos a este país. La opinión pública árabe vio cómo se le estaba arrebatando la tierra que tenía bajo sus pies y comenzó una rebelión contra los británicos y los judíos en 1936. Los árabes preguntaban: ¿por qué debemos pagar nosotros la persecución de los judíos por los europeos? Pero la revuelta árabe nos dio una nueva justificación: los árabes apoyaban a los nazis. Y, de hecho, el Gran Mufti de Jerusalén, Hajj Amin al-Husseini, fue fotografiado junto a Hitler. Algunas personas "descubrieron" que el Mufti era el verdadero instigador del Holocausto. Años más tarde se supo que Hitler detestaba al Mufti, que no tenía ninguna influencia sobre los nazis.

La Segunda Guerra Mundial llegó a su fin, pero fue seguida por la guerra de 1948. La mitad de los derrotados palestinos se convirtieron en refugiados, lo que no causó problemas de conciencia a los sionistas, por lo que "todo el mundo sabe": los palestinos huían por su propia y libre voluntad; sus dirigentes les pidieron que abandonaran sus hogares, para regresar más tarde con los victoriosos ejércitos árabes. Cierto, no existen pruebas a favor de tan absurda afirmación, pero ha bastado para calmar nuestra conciencia hasta el día de hoy.
Cabe preguntarse: ¿por qué los refugiados no pudieron regresar a sus hogares una vez que la guerra terminó? Bueno, fueron ellos los que en 1947 rechazaron el plan de partición de Naciones Unidas e iniciaron la guerra. Si a causa de esto perdieron el 78% de su país, sólo ellos tienen la culpa.

Luego vino la Guerra Fría. Nosotros, por supuesto, al lado del "Mundo Libre", mientras que el gran líder árabe, Gamal Abd al Nasser, obtuvo sus armas del bloque soviético. Es cierto que en la guerra de 1948 la Unión Soviética nos dio armas, pero eso no es importante. Está muy claro: no cabía hablar con los árabes, porque apoyaban la tiranía comunista.

No obstante, el bloque soviético se hundió. "La organización terrorista llamada OLP", como Menajem Begin solía decir, reconoció a Israel y firmó el acuerdo de Oslo. Había que buscar una nueva justificación para nuestra renuencia a devolver los territorios ocupados al pueblo palestino.
La salvación llegó de Estados Unidos: un profesor llamado Samuel Huntington escribió un libro sobre el "choque de civilizaciones". Y así encontramos a la madre de todos los pretextos.
El archienemigo, según esta teoría, es el Islam. La civilización occidental, judeocristiana, liberal, democrática y tolerante es atacada en virtud de la monstruosa, fanática, terrorista y asesina ley islámica. El Islam es, por su propia naturaleza, criminal. En realidad, "musulmán" y "terrorista" son sinónimos. Todo musulmán es un terrorista, cada terrorista es musulmán.
Un escéptico podría preguntar: ¿cómo es que la maravillosa cultura occidental dio nacimiento a la Inquisición, los pogromos, la quema de brujas, la aniquilación de los nativos americanos, el Holocausto, las limpiezas étnicas y otras atrocidades innumerables? Pero eso ocurrió en el pasado. Ahora la cultura occidental es la encarnación de la libertad y el progreso.

El profesor Huntington no pensaba en nosotros. Su tarea era satisfacer una peculiar necesidad imperiosa de Estados Unidos: el imperio estadounidense siempre necesita un virtual enemigo global, un único enemigo que incluya a todos los opositores de EEUU en todo el mundo. Los comunistas satisfacían esas expectativas. El mundo estaba dividido entre Good Guys (estadounidenses y sus partidarios) y Bad Guys (los rojos). Todos los que se oponían a los intereses estadounidenses eran automáticamente comunistas (Nelson Mandela en Sudáfrica, Salvador Allende en Chile, Fidel Castro en Cuba), mientras que los señores del Apartheid, los escuadrones de la muerte de Augusto Pinochet y de la policía secreta del Shah de Irán pertenecían, al igual que nosotros, al mundo libre.

Cuando el imperio comunista se derrumbó, de repente EEUU se quedó sin un enemigo en el mundo. Este vacío ha sido llenado por los  musulmanes-terroristas. No sólo por Osama Bin Laden, sino también por los chechenios que luchan por la libertad, la airada juventud norteafricana de lo suburbios de París, la Guardia Revolucionaria iraní, los insurgentes en Filipinas.
Así, se reordenará la estadounidense visión del mundo: un mundo bueno (la civilización occidental) y un mundo malo (la civilización islámica). Los diplomáticos aún distinguirán entre "islamistas radicales" y "musulmanes moderados", pero sólo para salvar las apariencias. Entre nosotros, sabemos por supuesto que todos ellos son Osama Bin Laden. Son todos iguales.
De este modo, una gran parte del mundo, compuesta por múltiples y muy diferentes países, y una gran religión, con muchas tendencias diferentes e incluso opuestas (como ocurre en el cristianismo y el judaísmo), que han dado al mundo inigualables tesoros culturales y científicos, son metidas en la misma bolsa. Esta visión del mundo parece haber sido hecha a medida para nosotros. De hecho, el mundo del choque civilizaciones es, para nosotros, el mejor de los mundos posibles.

La lucha entre Israel y los palestinos ya no es un conflicto entre el movimiento sionista, que vino a establecerse a este país, y el pueblo palestino, que habitaba en él. No, ha sido desde el principio parte de una lucha mundial que no deriva de nuestras aspiraciones y acciones. El ataque de los terroristas islámicos contra el mundo occidental no ha comenzado por culpa nuestra. Nuestra conciencia puede estar totalmente limpia, nosotros estamos entre los buenos de este mundo.
Ahora, el razonamiento oficial de Israel es el siguiente: los palestinos eligieron a Hamás, un movimiento islámico asesino. Si tal movimiento no existiera, habría que inventarlo y, de hecho, algunas personas afirman que fue creado por nuestros servicios secretos. Hamás es terrorista, y también lo es Jezbolá. Quizás Mahmoud Abbas no sea un terrorista, pero es débil y Hamás está a punto de tomar el control exclusivo de todos los territorios palestinos. Así que no debemos hablar con ellos. No tenemos ningún interlocutor. No podemos tenerlo, porque pertenecemos a la civilización occidental, que el Islam quiere erradicar.

En su libro "Der Judenstaat", Theodor Herzl, el "Profeta del Estado" oficial en Israel, profetizó esta evolución. Escribió en 1896: "En Palestina vamos a constituir para Europa una parte del muro contra Asia, que actuará como vanguardia de la cultura contra la barbarie". Herzl estaba pensando en un muro metafórico, pero hemos levantado uno muy real. Para muchos, no es sólo un muro de separación entre Israel y Palestina, sino una parte del muro mundial entre Occidente y el Islam, en primera línea del choque de civilizaciones. Más allá del muro no hay hombres, mujeres y niños, ni un pueblo palestino invadido y oprimido, ni estranguladas ciudades y aldeas, como Abu Dis, A-Ram, Bilin y Qalqilia. No, más allá del muro hay mil millones de terroristas, multitudes de musulmanes sedientos de sangre, sin más deseo que echarnos al mar, simplemente porque somos judíos, parte de la civilización judeocristiana.

Con una posición oficial semejante, ¿con quién y sobre qué se puede dialogar? ¿Qué puede esperarse de cualquier conferencia, tanto si se realiza en Annapolis como si se hace en cualquier otro lugar?
¿Qué podemos hacer? ¿Llorar o reír?


Trasversales