Trasversales
José Manuel Roca

Murió en Euskadi

Revista Trasversales número 9,  marzo 2007

Textos del autor
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 Un descerebrado mata a tiros a una persona a la que no conocía. Este podría ser el titular de una pequeña noticia en la sección de sucesos de un diario, que podría aparecer también en las páginas de salud, como dramática ilustración del comportamiento de un sicópata. Esta es la interpretación que ayer proponía el lendakari Ibarretxe, que parece que vive en Marte, negándose a hacer una lectura política de un hecho que ha logrado suspender la campaña electoral en toda España.

Pero si dicho suceso tiene lugar en el País Vasco, la víctima, Isaías Carrasco, es miembro del Partido Socialista, ha sido concejal de Arrasate y no llevaba escolta, la cosa se aclara y adquiere su verdadera dimensión, aunque podamos seguir cavilando sobre la salud mental de quienes le han asesinado y de quienes viviendo en Euskadi se sienten poco concernidos por estas cosas.

El diario Gara de hoy lo aclara todo: adjudica la autoría a ETA, pero achaca la responsabilidad al Gobierno por no acceder a las reclamaciones de la banda durante la tregua. Como siempre desde hace 40 años (el primer atentado reclamado por ETA es de 1968), la culpa la tienen otros, nunca los miembros de una organización que surgió con una marcada vocación violenta.

La víctima, cuesta emplear serenamente esta palabra después de cómo la han utilizado Acebes, Rajoy, Zaplana, Pujalte o el exaltado presidente de la AVT, era un trabajador de la autopista, socialista, afiliado al sindicato UGT, hijo de inmigrantes (maketos), pero vasco de nacimiento y padre de vascos, buen vecino e implicado en la vida de su localidad.

Quienes le han asesinado, seguramente pistoleros, son vascos, miembros de una organización que dice representar al pueblo trabajador vasco y defender un País Vasco independiente y socialista. ¡Qué incongruencia!

Le han asesinado porque no era nacionalista, era un adversario político, y porque iba desarmado. Cuesta no recordar aquí una de las frases del lapidario discurso de Sabino Arana, el fundador de la xenófoba religión que emponzoña la vida de Euskadi y de más lejos, sobre quienes no son verdaderos vascos: los de fuera: <Todos los maketos, aristócratas y plebeyos, burgueses y proletarios, sabios o ignorantes, buenos y malos, todos son enemigos de nuestra Patria>.

Ese espíritu se ha transmitido fielmente a nuevas generaciones de vascos que siguen alimentando el proyecto de quienes no pueden vivir con personas que no piensan ni sienten como ellos, por lo que pretenden instaurar una sociedad homogénea, no en torno a la raza, que hoy tiene mala prensa, sino en torno a la lengua y a un programa político. Son quienes se sienten incapaces de vivir y convivir con quienes no son ideológicamente iguales, por lo que pretenden instaurar, a la brava, una sociedad de seres clónicos.

 Esta actitud intransigente nos remite a la historia de España desde el siglo XIX hacia acá, pues los pistoleros nacionalistas son en nuestros días una renovada muestra del espíritu de Caín, tan extendido en la vieja España, tan proclive a resurgir. Por lo que ETA no representa lo mejor de los vascos, como pretende, sino lo peor de los españoles.


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