Trasversales
Luis M. Sáenz

Kosovo no está en nuestro ombligo

Revista Trasversales número 9,  marzo 8, versión electrónica

Textos del autor en Trasversales



¿Por qué casi todos los que aparentar hablar de Kosovo están hablando en realidad de nosotros? ¿Por qué los nacionalistas españoles condenan la independencia de Kosovo y los nacionalistas "periféricos" la apoyan? ¿Por qué todos hablan de que sea buen o mal precedente?
Tengo la impresión de que la suerte de quienes habitan en Kosovo no le importa a casi nadie. Tengo la impresión de que casi nadie se preocupa en valorar la viabilidad de que Kosovo sea una parte más del estado serbio. Lo que preocupa es "la autodeterminación", la "integridad territorial". Lo que preocupa es "el precedente".
En concreto, a los nacionalistas españoles lo que les pone nerviosos es que la declaración de independencia de Kosovo cuestione el sagrado principio de integridad territorial y sea usada para reivindicar el mismo derecho para algunas comunidades autónomas de España. Mientras, muchos nacionalistas catalanes, vascos o gallegos recalcan la idea contraria, considerando lo ocurriendo un precedente importantísimo para sus proyetcos soberanistas.

Creo que ambas visiones del "precedente" son indecentes. Se piense lo que se piense sobre la articulación territorial de España, nada tiene que ver con Kosovo. Absolutamente nada que ver. Cambiemos de gafas, dejemos las que sólo muestran nuestro propio ombligo y pongámonos en la piel de quienes viven en Kosovo.
La población albano-kosovar fue víctima de una tremenda opresión y de una salvaje represión de la que formaron parte actos de rasgo genocida.
El consejo editorial de la revista Iniciativa Socialista hacía en 1999 un breve resumen de ello, en el artículo No habrá paz con Milosevic:
"A partir de la supresión en 1989 del estatuto de autonomía de Kosovo, esta región, con un 90% de su población de origen albanés, está sometida a una opresión extrema. Los albano-kosovares han sufrido en estos diez años una represión feroz, detenciones y torturas, asesinatos, despidos en masa, la disolución de todo tipo de institución autónoma, así como excluyentes políticas de apartheid en la educación y la sanidad. Durante este tiempo, la respuesta mayoritaria ha sido la resistencia cívica no-violenta, dotándose de un gobierno representativo a través de elecciones paralelas, realizadas en 1992 y 1998, y convirtiendo comercios y hogares en centros de enseñanza y atención sanitaria.
En febrero de 1998 comienza una fase exterminista y de abierta limpieza étnica. La policía, el ejército y las bandas paramilitares serbias bombardean e incendian poblaciones y ejecutan y mutilan a personas detenidas. Drenica, los pueblos fronterizos con Albania, Pec, Dakovika, Donje Obrinje, Golubovac, Senik, Racak, Rakovina o Rogovo son escenario de las peores atrocidades, y miles de personas son expulsadas de sus hogares. En marzo de 1998 el Consejo de Seguridad de la ONU estimaba en 230.000 el número de personas desplazadas, siendo pocos meses después más de 300.000 las que se protegían en bosques, montañas y países vecinos, mucho antes del inicio de los bombardeos de la OTAN. Sólo en esas condiciones comenzaron a inclinarse un número creciente de kosovares hacia la resistencia armada.
A mediados de abril de 1999, un tercio de la población ha salido del país y otro tercio vaga por Kosovo. Las columnas de deportados no escapan de las bombas de la OTAN, como algún cínico ha pretendido, sino que son consecuencia de la política de tierra quemada y de limpieza étnica promovida por la alianza nazi-estalinista que gobierna en Belgrado. Estas expulsiones son acompañadas por multitud de asesinatos, secuestros y violaciones. Al igual que ocurrió en Bosnia, estas últimas se están produciendo tanto en el momento mismo del desalojo de los domicilios albano-kosovares como en centros permanentes donde el ejército serbio mantiene secuestradas a numerosas mujeres. "
Una información más amplia sobre esa brutalidad puede encontrarse en los capítulos III y V de "Para entender el conflicto de Kosova" (Carlos Taibo, Los libros de la catarata, 1999, Madrid), los informes de Human Rights Watch Humanitarian Law Violations in Kosovo (octubre 1998), Massacre in Racak (enero 1998), Kosovo: rape as a weapon of "ethnic cleansing" y A week of Terror in Drenica (febrero 1999). Mis opiniones al respecto quedaron también reflejadas en el artículo "Kosovo después de Milosevic".

El problema a plantearse entonces no es si Kosovo se parece en algo a Cataluña, que no se parece en nada, o si España es una "nación indivisible", tampoco viene a cuento sacar a relucir la opinión que cada cual tenga sobre principios generales como la "integridad territorial" o la "autodeterminación", que de poco valen alejados de la realidad a la que quieran aplicarse. ¿Quieren el PP y el PSOE, "integralistas" para Serbia y España, la reconstrucción de la URSS y el fin de la independencia de los estados bálticos? ¿Quiere el PNV, "autodeterminista" para Kosovo y Euskadi, que los diversos municipios de Álava puedan decidir en referéndum si quieren pertenecer a la Comunidad vasca o a La Rioja? Pisemos tierra. Hablemos pues de Kosovo si lo que juzgamos es el futuro de Kosovo.

El problema planteado es: en tales condiciones, con tal pasado reciente, ¿resulta realista pensar en un Kosovo integrado con normalidad en Serbia? Hay demasiada sangre y humillación por medio. La población albano-kosovar no acepta seguir formando parte de Serbia, y dado los antecedentes resulta comprensible.
¿Qué opción queda? ¿Una ficción, mantener a Kosovo como un protectorado internacional, formalmente integrado en Serbia pero no en los hechos, y gozando de una soberanía muy limitada y tutelada? ¿Por qué? ¿Para qué?
Puede decirse que la actual Serbia no es la Serbia de Milosevic, lo que es muy cierto, afortunadamente. Pero tampoco es la Serbia sólidamente democrática que podría hacer pensar en que una federación de repúblicas de la que formasen parte Serbia y Kosovo (Montenegro ya es independiente, sin tanto escándalo ni manipulación política en aras de nuestros intereses domésticos) sería una opción posible. Es una Serbia que aún no ha movido un dedo para entregar a Karadzic al Tribunal Internacional. Es una Serbia que se ha deshecho de Milosevic y su dictadura, pero que aún no ha renegado de los crímenes cometidos en su nombre. Y, sobre todo, es una Serbia en la que hace sólo unos meses faltaron unos pocos miles de votos para que alcanzase la presidencia el candidato del ultranacionalismo serbio, sórdida mezcla de fascismo, estalinismo y fundamentalismo religioso. ¿Alguien puede pensar que la población albano-kosovar juzgue admisible formar parte de un Estado en el que tal sujeto, expresión de la continuidad con el horror de la era Milosevic, podría alcanzar la presidencia? El divorcio es mucha mejor opción que la continuación del matrimonio en un ambiente de odio y desconfianza mutua. Sobre todo si una de las partes ha sufrido brutales violencias y abusos.

No sé si la independencia de Kosovo es buena solución, pero creo que es la mejor entre las posibles. No en nombre de la "autodeterminación de los pueblos", sino en nombre de la realidad, de las condiciones para una convivencia democrática y pacífica. La mejor para Kosovo y la mejor para Serbia, que podría así tratar de dejar atrás los mitos y afrontar el futuro como una comunidad política de ciudadanas y ciudadanos libres e iguales.

No ignoro la situación de la población serbia en Kosovo. Aunque prefiero las tendencias hacia la integración, como las que marca el lento proceso de creación de la Unión Europea, en circunstancias excepcionales soy partidario de que se cambien las fronteras e incluso de que se creen nuevos estados si esa es la decisión de quienes habitan sus territorios. Lo que no admito en ningún caso es la limpieza étnica.

El desplazamiento de fronteras es una opción, el desplazamiento forzoso de poblaciones no lo es. Kosovo, nuevo estado, sí; pero no como estado étnico. Creo que España, la Unión Europea y la comunidad internacional deberían reconocer la independencia de Kosovo, sobre la base de la igualdad de quienes allí habitan, sean serbios, albaneses, romaníes o judíos. Eso es lo que hay que exigir, protegiendo, si es preciso por la fuerza, a cualquier población amenazada, acosada o mermada en derechos. Y si en último caso eso resulta imposible, habría que contemplar también la opción de que aquellos territorios de Kosovo donde una mayoría prefiera la unión con Serbia den ese paso.

No, no me gusta que los estados se troceen, prefiero que se unan. Para evitar esta situación y salvar Yugoslavia, habría que haber parado los pies a Milosevic a tiempo. No se hizo, sólo muy tardíamente y no gracias al impulso de la Unión Europea (así que nadie se extrañe de que en Kosovo mucha gente alce banderas de Estados Unidos, es lamentable pero comprensible).

Las fronteras no valen más que la vida y los derechos de las personas, esos son los únicos principios indiscutibles.

Sé que se trata de un asunto complejo. No estoy 100% seguro de lo que digo ni de sus consecuencias. Estoy abierto a escuchar otros argumentos y a ser convencido por ellos. Pero no perderé ni un minuto, si de Kosovo se trata, escuchando a los que mezclen en ello "esa nación única que se llama España" o "la soberanía de Euskadi". De esas cosas, claro está, se puede y debe hablar, pero mezclarlas con Kosovo es una indecencia y una frivolidad.


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