Trasversales
Lois Valsa

E pur si muove. La memoria histórica a través de la fotografía

Revista Trasversales número 9, invierno 2007-2008

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Ahora sólo queda vigilar las manipulaciones y los abusos a los que la historia se ve sometida, sea por las ideologías que imponen el olvido, sea por las conmemoraciones forzadas que imponen el recuerdo. Se trata de defender una política de la justa memoria y tener presente que la historia no es sólo lo que pasó, sino también cómo se explica.
Paul Ricoeur
La memoria, la historia y el olvido

Lentamente, muy lentamente, la memoria histórica, ese elefante que se mueve muy lento aunque a veces entre en cacharrería, se va abriendo paso a través del bosque del olvido, en gran parte interesado, al que la quieren relegar, o manipular y tergiversar en conmemoraciones forzadas, todos los poderes. De una manera o de otra, de un archivo a otro, de un libro a otro, de una fosa a otra, de una exhumación a la paralela o la siguiente, de una ley que tarda a otra que no acaba de llegar, siempre venciendo contratiempos y demoras, nuestra memoria se va abriendo paso hasta lograr traernos delante de nuestra vista lo que se quiso censurar, depurar, exiliar o destruir de las más variadas, banales o refinadas, en todo caso crueles, formas. Por todo ello, en el sentido de lo que “no se debe olvidar”, y al hilo de lo que ya escribí en el número anterior de esta revista en relación al libro de A. Lárina en el que también citaba las magníficas y terribles fotos de David King sobre las víctimas del estalinismo (Ordinary Citizens. Las víctimas de Stalin), esas víctimas de las que, como nos recuerda Vitali Shentalinski en su densa trilogía (gran labor del Círculo de Lectores) acerca de sus descubrimientos literarios en los archivos del KGB, y en concordancia plena con las fotos de King, no hubo pueblo ni lengua en el territorio del imperio soviético que se librara de esa tragedia, voy a referirme ahora en este texto a la fotografía como forma de puesta en marcha de una imparable memoria que debe dar cuenta, y en parte lo está haciendo, de nuestro pasado no tan lejano, recuperando imágenes de esa memoria secuestrada. Concretamente, sin ir más lejos, hablaré de varias exposiciones, muy recientes en Madrid, las cuales nos han mostrado parte de ese secuestro al que hemos estado sometidos y que ha amputado nuestra memoria histórica.

En la primera, MARÍN, Luis Ramón Marín. Fotografía 1908-1940, han aunado sus esfuerzos su familia, la Fundación Pablo Iglesias y la Fundación Telefónica, para mostrarnos el gran legado de un fotógrafo casi desconocido, a secas Marín, para la gran mayoría, contemporáneo de otros un poco más conocidos, sobre todo Alfonso, y un poco menos Claret, Díaz Casariego, Campúa, Contreras y Vilaseca, y Gaspar. El ingente archivo de Marín (Madrid 1884-1940), dieciocho mil negativos en su mayoría de cristal, que sobrevivió gracias a su familia, es un documento imprescindible para conocer su época. Su custodia corre a cargo de la Fundación Pablo Iglesias (este archivo es su joya más preciada) que ahora ha mostrado, en una magna exposición (nada menos que doscientas cincuenta imágenes seleccionadas), los treinta y dos años de producción de aquel extraordinario fotógrafo que fue Marín. Las grandes salas de la Fundación Telefónica han sido un lugar idóneo para tal exhibición, no sólo por su amplitud sino también por su simbolismo ya que no se puede olvidar que Marín fue el fotógrafo que, entre 1924 y 1929, mayor número de imágenes aportó al proyecto de documentación industrial sobre la implantación de la telefonía en España. Y los comisarios (¡horrible palabreja!) de la exposición han sido Valentín Vallhonrat y Rafael Levenfeld con el mismo equipo que desde Fundación Telefónica restauró el Archivo histórico fotográfico de la institución, que es el que ahora ha desarrollado este proyecto de recuperación de la obra de Marín.

Inicios del fotoperiodismo en España con reporteros, como Marín, que no sólo abrieron un nuevo espacio en la fotografía sino que también ensancharon el oficio del periodismo y la relación con las empresas (y con ellas las relaciones laborales, los precios y la forma de trabajar, constituyeron un nuevo estilo de vida, señalan los comisarios); e inicios de la telefonía en forma de tendidos que se adentran por todo el territorio que Marín, un fotógrafo que salió muy poco de su ciudad, Madrid, nos muestra con sus fotos, paralelamente a su inmersión en los rincones más diversos de su ciudad (¡pocos reporteros han debido de tocar tantos temas con tantas fotos de la vida cotidiana!). Tanto que en 1922 llegó a ser el fotógrafo estrella del diario Informaciones donde llegó a publicar mil instantáneas por año. Pero, al tiempo, Marín también es un ejemplo, aunque su trabajo real fuese el de perito agrícola, de tantos fotógrafos cuya memoria quedó borrada por el franquismo. Olvidados, y depurados muchos de ellos, tuvieron que abandonar la fotografía y sus archivos fueron confiscados y/o destruidos. Otros quedaron bajo el epígrafe de “anónimos”. ¡Anónima historia de España sepultada por la “verdad” de los vencedores ya que con el Régimen de Franco “no llegó la paz sino la victoria” como decía un personaje de Fernando Fernán Gómez! Con esta exposición, Marín (así firmaba sus fotos), quien hizo fotos por tierra, por mar y por aire (pionero de fotos de aviación apenas una década después de su nacimiento), sobrevive a ese anonimato y nos devuelve un pedazo enorme de memoria que, injustamente, nos habían robado.

No se debe olvidar que Marín ya había mostrado sus fotos en los diarios más importantes y en las primeras revistas ilustradas que tanto proliferaron en los primeros veinte años del siglo XX. Su vida intensísima, de gran vitalidad, le permitió documentar con sus fotos desde la familia real a los protagonistas de la vida cultural española (Valle Inclán, Ramón Gómez de la Serna, A.Sawa, Benavente, Sorolla etc…), desde boxeos, aviones y coches hasta escenas callejeras con rostros populares o anónimos de las más variadas actividades y profesiones, incluso “las vedettes de las varietés”. Y, al final, fotografió la Resistencia desde el Madrid asediado. Por cierto, como señala Vallhonrat, la iconografía de 1939 ha sido muy escasa (la de Centelles, y la de Alfonso muy recuperada), y, gracias a Marín, se recupera un gran archivo, sobre todo porque era un fotógrafo muy sistemático (no sólo negativos sino también libros), de esa época. Tan importante que hace exclamar a Vallhonrat: ¡Qué pena! ¡De haber sabido todo esto antes se le hubiese hecho un gran favor a la fotografía y a las artes plásticas! Con esta muestra fotográfica, al tiempo, también se pone a Marín en el lugar y en el sitio que le corresponde ya que era muy “moderno” en sus medios y en sus fotos. Sus fotos son muy dinámicas. En ellas se puede comprobar cómo con su cámara se aproximaba no sólo físicamente sino también emocionalmente a los retratados sin molestar. A pesar de su minusvalía física (¡era cojo!) lograba estar en todos los sitios. ¡Sólo eso puede explicar que hiciera tantas fotos en un periodo tan corto de tiempo! La exposición de Marín queda reflejada en un magnífico catálogo, un auténtico libro, que nos compensa en parte del olvido al devolvernos parte de la memoria de esa época que Marín retrató tan bien.

Dentro de esta puesta en marcha de la memoria histórica de la que estamos hablando, otra magnífica exposición a la que nos vamos a referir es la de Agustí Centelles, Centelles a secas, otro fotógrafo más conocido y recuperado antes que Marín, y de nuevo recuperado ahora en CENTELLES. Las vidas de un fotógrafo 1909-1985. Centelles (Grau de Valencia 1909-Barcelona 1985) es, sin duda, el gran fotógrafo de la guerra civil, de la resistencia de Barcelona, de los frentes de combate y de la retirada hacia Francia. Centelles nos ha dejado una potente iconología, por ejemplo su Mater dolorosa, foto en la que una mujer, símbolo universal del dolor, muestra, al lado del cadáver de su marido, la impotencia y la rabia de las víctimas civiles en las guerras, en este caso en el brutal bombardeo de la Legión Cóndor sobre Lleida en 1937. ¡El muerto, paradójicamente, era de su bando! Por otra parte, tampoco hay que olvidar que Centelles era también, en el momento en que se produce el golpe militar de 1936, un reportero muy conocido en las portadas de revistas internacionales. A lo largo de su trayectoria como freelance dejó impresas en imágenes múltiples y diferentes aspectos de la vida política, social y cultural catalana, tanto de personajes relevantes del mundo de la política o de la cultura como de fiestas populares, deportes de todo tipo y acontecimientos culturales. Fue uno de los primeros fotógrafos españoles en ejercer el fotoperiodismo como profesión en los años treinta. Con su cámara Leica, en lugar de la antigua cámara de placas, captaba imágenes de forma continua e inmediata. Fue además un fotógrafo “comprometido” no sólo con una ideología sino también con la dignificación de la fotografía documental, dato a tener en cuenta en el mundo de hoy en que se suele orientar el fotoperiodismo a una neutralidad casi siempre falsa (véase Guerra del Golfo o Invasión de Irak). Como señalaba hace tiempo Godard sobre la “objetividad”: No es una imagen justa, sino justo una imagen.

Centelles, después de la guerra, tuvo que exiliarse en Francia: pasó la frontera a pie cargado con sus cámaras y una maleta llena de negativos de su archivo personal (¡Tenía miedo de que alguien pudiese ser descubierto por haber salido en alguna de sus fotos!). En Francia retrató las duras condiciones de vida (él sufrió disentería pero no dejó de hacer fotos) del campo de concentración de Bram, fotos posiblemente únicas en Europa por su valor documental y testimonial; y luego, al salir del encierro, trabajó en un estudio fotográfico en Carcasonne. Más tarde, huyendo de la Gestapo, en la primavera de 1944 regresó a Barcelona, a escondidas, atravesando a pie por los Pirineos. Trabajó en una panadería de la familia en Reus durante tres años, pero, acusado de haber pertenecido a la masonería, fue perseguido e inhabilitado de tal forma que ya no pudo ejercer el fotoperiodismo. En aquella dura situación, que el comisario llama su segunda vida, tuvo que dedicarse a la fotografía industrial y publicitaria hasta su jubilación. En 1976 viajó a Francia para recuperar su archivo, de casi diez mil negativos, guardado en casa de una familia francesa. A su vuelta comenzó su tercera vida, al empezar a tener exposiciones y a publicarse sus fotos, y a ser reconocido por muchos fotoperiodistas de Barcelona. En 1979 pudo reingresar en el Registro Oficial de Periodistas junto con otros veintinueve periodistas depurados por el Régimen franquista. En 1981 la AFPC le hizo un homenaje a él, a Julián Ubiña y a Francesc Catalá-Roca, pasando a ser miembro de dicha asociación. Centelles murió en 1985, pero al menos, a diferencia de Marín, fue distinguido con el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1984. Y, después de su muerte, ya en 1986, se produjo su “descubrimiento” cuando el ICP (Internacional Photography Center de N.York), entidad en la que derivó la organización que Cornell Capa había fundado, acogió la muestra Idas and Chaos. Trends in Spanish Photogarphy, 1920-1940, comisariada por Joan Fontcuberta. En ella se presentó por primera vez un panorama de la vanguardia histórica de la fotografía española en la que Centelles tenía una participación muy destacada. Además de los depurados como él, se daba cuenta de autores muertos (Lecuona), otros del exilio (Renal), y de la penosa situación económica y social en la que se movía la fotografía en la España de la postguerra.

El dinámico montaje de la exposición del Centro Cultural Conde Duque reflejaba muy bien el movimiento que se puede apreciar en todas las instantáneas de Centelles. La muestra, muy bien complementada con vídeos, se distribuía en dos espacios en los que se repartían las dos etapas fotográficas de Centelles (la primera sobre la preguerra y la guerra, y la segunda sobre la alimenticia de pura supervivencia en la que se dedicó a la fotografía industrial y publicitaria). A su vez, el catálogo, magnífico en sus imágenes y en sus textos, o mejor libro-catálogo de la editorial Lunwerg cuya labor a favor de la memoria hay que reseñar y alabar, le hace también justicia a Centelles, justicia real y al tiempo poética, porque retratase lo que retratase nunca rebajó el listón en sus fotos como gran fotoperiodista que era. Fotógrafo “universal” lo llama otro gran fotógrafo, Gervasio Sánchez, quien sigue haciendo también memoria en trabajos para ONG porque el fotoperiodismo de verdad está en crisis, con su amplio proyecto fotográfico reflejado en parte en una exposición, Vidas minadas, del Instituto Cervantes de Madrid. Como señala también Fontcuberta, el fotoperiodismo está sometido hoy a otra censura económica tan fuerte como la que sufrió Centelles ya que los editores prefieren las fotos inmediatas de los aficionados a la calidad reflexiva y la pregnancia gráfica de los profesionales: lo más grave es que algunos reporteros curtidos en los campos de batalla han acabado, para sobrevivir, reconvertidos en “paparazzi”. En esta triste situación, es de sumo interés el afán de revisión crítica del fotoperiodismo moderno durante los años veinte y treinta del siglo pasado y, en particular de Centelles, porque, concluyendo con Fontcuberta, mirar atrás y recordar el ejemplo de los “clásicos” venciendo las dificultades que tuvieron en su momento, puede constituir, más allá de las obvias diferencias coyunturales e históricas, una pista de dónde extraer la energía y la creatividad necesarias para hacer frente a la crisis actual.

En este sentido, por último, se pueden apreciar algunas características comunes a Marín y a Centelles, además de su cronológico punto de arranque expositivo casi coincidente, aunque luego Centelles dispusiese de otras vidas que Marín no pudo vivir. Por un lado, su energía vital, su vitalismo, paralelo al dinamismo y a la fuerza de sus fotos. También su amplitud de temas en ambos casos de lo más variado y diverso, y su espontaneidad e inmediatez a la hora de captarlos: los dos son muy cercanos y no crean tensión ni malestar a sus fotografiados. Y por otro lado, ambos fotógrafos son muy “modernos”: Ya vimos como Vallhonrat reconocía la modernidad de Marín que se puede apreciar muy bien en sus instantáneas; y Centelles ya tomaba muchas de sus fotos desde la espalda. Además, no hay que olvidar que Centelles fue muy aficionado al cine desde muy joven e incluso quería ser operador de cine, y como su aspiración no se pudo hacer realidad plasmó su creatividad en las más variadas vertientes fotográficas. Como reconocía en un vídeo de la exposición el director de cine David Trueba, la fotografía de Centelles llega a ser muy cinematográfica: verdadero cine. Además, el comisario de aquella exposición de New York, le ha hecho ahora un homenaje a Centelles: tomando algunas de sus fotos más divulgadas les ha aplicado el proceso del “googlegramaje”, ténica digital que investiga Joan Fontcuberta en la que mezcla texto e imagen para sus recreaciones fotográficas.

Finalmente, en relación con el tema de la guerra, memoria viva de las guerras del siglo XX (durante cincuenta años), son las ciento veintinueve fotografías en blanco y negro de Don McCullin (Londres, 1935) expuestas por primera vez en Madrid en la sala Canal de la Comunidad de Madrid. McCullin, uno de los maestros del fotoperiodismo, es el “mensajero del horror” de nuestro siglo, de tal forma que, como decía Susan Sontag, su compromiso no ha sido superado jamás. La muestra, Don McCullin. Una trayectoria heroica, reflejaba sus viajes, quince, a través de las guerras: después del norte industrial de Inglaterra y el Muro de Berlín, 1961, además de la violencia y la pobreza en Irlanda del Norte, cubrió la guerra civil de Chipre, 1964, Congo, Biafra, Vietnam, Próximo Oriente, Bangladesh, imágenes del río Ganges, Rodesia, Sudán, y, después de una crisis, la “guerra del sida” de África austral, y, como un antropólogo, fotografió las últimas tribus de Indonesia y sur de Etiopía. Ahora le gusta fotografiar cosas en las que no muere la gente, paisajes ingleses y escoceses por ejemplo, y prefiere no ser considerado “fotógrafo de guerra” al tiempo que reconoce que los riesgos que corrió fueron estúpidos sobre todo porque las cosas han ido a peor. No ha servido de nada. Recientemente, antes para otras, ha sido llamado por Intermón Oxfam, trabajo para ONG como el de Gervasio Sánchez para quien McCullin es un mito, para ir a Darfur : Por primera vez sentí que hacía algo útil… Reconoce que en medio de tanta violencia mantenerse humano es una lucha interminable. Hay que reconocerle a él que no haya hecho muchas concesiones al esteticismo con sus fotos de impresión oscura: Para mí son documentos. No pertenecen a la categoría de iconos: no son obras de arte intocables para colgarlas en una pared. ¡Otros fotógrafos se aprovechan del dolor!

Epílogo: la memoria como historia de la fotografía.


Es bien extraño que en una fotografía se vea mucho más que en la vida real.
Virginia Wolf

De la memoria de las guerras a la memoria de la fotografía: En la epopeya personal, profesional y política del fotoperiodista Centelles se condensan virtudes esenciales del arte de la fotografía y del papel hegemónico que ha mantenido a lo largo del siglo XX en la representación del pasado. Este fenómeno ha quedado definitivamente establecido en los últimos treinta años (Miquel Berga, comisario de la exposición de Centelles). Exactamente son los que van desde la publicación de Szarkowski, Looking at Photographs: 100 Pictures from the collection of the Museum of the Modern Art (1973) hasta los volúmenes de Photo Icons (2002) reunidos y comentados por Hans-Michael-Koetzle o la reciente edición The Folio Sociaty Book of the 100 Greatest Photographs (2006) a cargo de Mark Haworth-Booth.
Precisamente, el actualizado y voluminoso diccionario (536 páginas) de Hans-Michael Koetzle, Fotógrafos del siglo XX, ha sido muy bien editado ahora por el Círculo de Bellas Artes de Madrid (CBA. Madrid, 2007), y ha dado lugar también lugar a una gran exposición fotográfica, Momentos estelares. La fotografía en el siglo XX, repartida entre las salas del CBA (primera parte) y la sala del Canal de Isabel II (segunda parte), de la que algún crítico señalaba que “son todos los que están”, y de la que fueron responsables el autor del diccionario y Oliva María Rubio. Un buen discurso teórico sobre la fotografía reflejado en un enorme y completo montaje, muy didáctico, con sus textos cortos y capítulos cronológicos dentro de lo que cabe, el de esta antológica, alrededor de trescientos ejemplares, con copias excelentes, muchas de época, no sólo de obras en gran parte conocidas por los más especializados, además de revistas y libros, que ha rendido homenaje a la memoria fotográfica y a la evolución del lenguaje fotográfico. También La Fábrica ya había editado en 2007 un Diccionario de fotógrafos para conmemorar los diez años de PHOTOESPAÑA(1998-2007).

 

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