Miriam Katin, que tiene una importante obra como ilustradora de guiones ajenos y propios, nos habla aquí, con un trazo muy  adecuado al relato, de su propia vida, niña judía húngara en tiempos del Holocausto, y, más aún, de su extraordinaria madre. Resultado: una historia universal, iluminadora, enaltecedora del amor, del gusto por la vida, del esfuerzo por ella y de la libertad.

Nos habla del Holocausto, esa monstruosidad inconmesurable que algunos niegan hoy y que muchos minusvaloran,  y lo hace a través de quienes, a causa de una peculiar mezcla de coraje y casualidad, lograron, no sin pagar altísimo precio, sobrevivir. Esa mirada basta para transmitirnos el horror inmenso.

Nos habla de una liberadora increencia, punto de llegada de una experiencia vital en la que la “ausencia de dios” se muestra de forma clamorosa. Canallas o “madres coraje”, de nosotr@s dependemos. Sin dios, “¿Cómo podemos seguir?”, “De la misma manera que llegásteis aquí. Por vuestra cuenta, Esther, estamos por nuestra cuenta. Es todo lo que hay” (p. 118). Por nuestra cuenta, sólo por algún tiempo. Que pequeñez, que inmensidad. Saberlo hace más digno lo humano.