Trasversales
María Soledad Sánchez Gómez

Adrienne Rich: poesía y compromiso

Revista Trasversales número 10, primavera 2008


Este texto es parte de la conferencia del mismo título impartida dentro del ciclo organizado por COMUARTE (Comunidad de mujeres en el arte), en Madrid, en noviembre de 2007.

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La poesía de Adrienne Rich ha conformado a lo largo de los últimos cincuenta años una comunidad en expansión; comunidad con la que esta autora ha intentado recuperar una identidad colectiva que desde el pasado ha venido rescribiendo y renombrando la historia y la realidad. Su obra, en general, muestra cómo es posible para una mujer trasladarse de una posición de falta de poder y autocastigo hacia un sentido más amplio de integridad: un cambio discursivo que permite hacer nuevas identificaciones, tomar diferentes posiciones, considerar otras perspectivas y concebir un futuro diferente.
Poeta esencial en la historia de la literatura norteamericana así como fundamental teórica feminista, Adrienne Rich (Baltimore, 1929) ha rechazado a través de su poesía lo que ella denomina “privilegio verbal”, tanto si éste se establece a través de un yo poético estable (muy apreciado por los poetas confesionales entre los que inicialmente se la incluyó, erróneamente desde mi punto de vista), como si es a través de una poética formal que ignora la sintaxis rota, las diferentes formas discursivas y los puntos de vista múltiples. De la misma forma, Rich ha venido cuestionando incansablemente las premisas de su propio pensamiento poético y político, usando la dialéctica como herramienta para ejercer el espíritu crítico y para reflexionar sobre los anestesiantes mecanismos del lenguaje utilizado por el poder para dominarnos. Este lenguaje, patriarcal, abstracto y vacío de contenido cuando no manipulador, ha conseguido deslegitimar a los desfavorecidos, ha desintegrado la identidad y la coherencia interna en cada uno de nosotros, ha creado una inarticulación masiva, incluso entre la gente culta, y se ha programado a sí mismo para despojarnos de nuestro poder de enunciación, por lo que, para ella, la lucha por transformar este lenguaje en otro, un “common language” que se convierta en tónico para la imaginación, que defina nuevos deseos y necesidades comunes, que imagine cambio y sensación de esperanza colectiva y transformación social frente a un sistema neocapitalista que “vulgariza y reduce relaciones complejas a una iconografía banal”, se convierte en un acto de resistencia y supervivencia. Críticamente consciente de la manera en que el poder nos somete y condiciona, Rich ha interpretado y reinterpretado nuestra contradictoria realidad social, demandando responsabilidad en cada uno de nosotros, denunciando lo socialmente inaceptable.

Ejemplo evidente de este planteamiento crítico aparece en el ensayo “Por qué rechacé la medalla nacional de las artes” (1997), en el que Rich incluye la polémica carta que dirigió al presidente Clinton:
En las últimas dos décadas he sido testigo del impacto, cada vez más brutal, de la injusticia racial y económica en nuestro país. No hay una simple fórmula que relacione el arte con la justicia. Pero sé que el arte – en mi caso el arte de la poesía – no significa nada si simplemente decora la mesa para la cena del poder que lo mantiene rehén. Las radicales disparidades de riqueza y poder en Norteamérica se están agrandando a una velocidad devastadora. Un Presidente no puede rendir honores significativamente a determinados artistas simbólicamente elegidos mientras la gente, en su mayor parte, está tan deshonrada […] Mi preocupación por mi país es inseparable de mis preocupaciones como artista. No podría participar en un ritual que me parece tan hipócrita.

Paralelamente a su obra poética, los ensayos de esta autora han iluminado y ampliado la interpretación de sus versos. En estos últimos en concreto, convergen la mayor parte de las características de la poesía femenina norteamericana escrita desde los años cincuenta, a la vez que en ellos se encarna el imparable progreso de las mujeres hacia la consciencia.
Madre, lesbiana, feminista, defensora a ultranza de la independencia intelectual necesaria para transformar el mundo, denostada por ciertos miembros del establishment literario más conservador y sin embargo receptora de numerosos premios de gran prestigio, Adrienne Rich, que se define a sí misma como una “americana escéptica”, ha trazado de forma paralela a través de sus poemas y ensayos un recorrido que desde los primeros transformadores momentos del Movimiento para la Liberación de la Mujer, llega hasta el punto actual en el que la autora, consciente del retroceso político de nuestro reaccionario presente, aboga por soluciones colectivas, por la redención a través de un lenguaje que revele la verdad y que sirva de elemento de conexión para una comunidad que luche por una transformación social radical tan necesaria como deseable. Para ello, aplicando al arte la convicción de Marx de que las relaciones explotadoras de producción terminan por afectar a todas las relaciones humanas, su actual rescate del marxismo como teoría de liberación se convierte en respuesta y parte fundamental, a la vez, de su crítica a la sociedad actual.

Rich nació en 1929 en Baltimore en el seno de una familia acomodada. Obligada por su culto padre a perseverar en el estudio y en la práctica de la poesía, la joven Rich publica en 1951 su primer libro de poemas, A Change of World (Un cambio de mundo). Cuatro años después aparece The Diamond Cutters (Los tallistas de diamantes), que le valió entusiastas elogios de importantes poetas de la época que alabaron la “honestidad” y “modestia femenina” de sus versos. En esta época se casa; con 26 años tiene su primer hijo y comienza una vida que más tarde ella definiría como de domesticidad absoluta. Sus poemas de este periodo manifiestan un dominio absoluto de la prosodia y el ritmo más tradicionales, siguiendo las pautas poéticas del arte no comprometido trazadas por los patriarcas de la poesía anglosajona.
A la edad de treinta años, Adrienne Rich tenía ya tres hijos. En 1963, tras ocho años de silencio dedicada a las labores familiares, publica Snapshots of a Daughter-in-Law (Instantáneas de una nuera), y empieza a fijar desde ese momento la fecha en cada poema en un intento de establecer una conexión inextricable entre su vida y la poesía. Rich comienza entonces a reconocer la amargura producida por una vida insatisfactoria, y a plasmar en sus versos su inquietud ante el riesgo que supone un cambio de rumbo vital.

En la turbulenta década de los sesenta Rich se siente profundamente implicada en los cambios políticos y sociales que están teniendo lugar en Estados Unidos y comienza a investigar y profundizar en el poder del lenguaje como fuerza de alienación, en los derechos civiles de las minorías y en el Movimiento de Liberación de la Mujer. Necessities of Life (Necesidades vitales, 1966), Leaflets (Folletos, 1969) y The Will to Change (La voluntad de cambiar, 1971) se publican en estos años y se convierten en la prueba escrita de su convicción de que lo personal y lo político son inseparables. En estos poemarios Rich plasma sus intentos de que el lenguaje transmita la realidad tal y como es, que no mienta ni traicione. El trágico suicidio de su marido poco tiempo después de la disolución del matrimonio, sin ser explícito, subyace también en los poemas de este periodo.
La publicación en 1973 de Diving into the Wreck (Buceando hacia el naufragio) le vale a Rich el prestigioso National Book Award que ella acepta “en nombre de todas las mujeres”. Este libro representa un nuevo giro en su carrera pues es el principio de un rechazo consciente del mundo masculino a través de la poesía. Desde este momento, su compromiso por articular la experiencia femenina proporcionará a las feministas un material básico para su organización política. En Nacemos de mujer, la mítica obra en prosa publicada en 1976 que coincidió con otros estudios feministas sobre el tema como The Reproduction of Mothering, de Nancy Chodorow, o  The Mermaid and the Minotaur, de Dorothy Dinnerstein, Rich mantiene, con un enfoque abiertamente feminista, que el papel materno parece ser la clave del status universalmente secundario de las mujeres. Nacemos de mujer es una revisión feminista de la maternidad y una queja apasionada de la falta de control que la mujer ha ejercido siempre sobre su cuerpo, un cuerpo sobre el que, según sus palabras, el patriarcado ha erigido su poder.

A lo largo de la década de los setenta y principios de los ochenta, Rich establece un fascinante diálogo poético con mujeres del pasado, en un intento de integrarse en una coherencia diacrónica que dé sentido a su presente. Los poemarios The Dream of a Common Language (El sueño de un lenguaje común) y A Wild Patience Has Taken Me This Far (Una paciencia salvaje me ha traído hasta aquí), mostraban la convicción de la autora de que la identidad femenina se forja dentro de una comunidad de mujeres unidas por unos lazos de afecto y solidaridad que tienen indudables resonancias homosexuales.
En los últimos años, desde la publicación de An Atlas of the Difficult World (Un atlas del mundo difícil) en 1991, al que siguieron Dark Fields of the Republic (Oscuros campos de la República) en 1995, Midnight Salvage (Rescate a medianoche) en 1999, Fox (Zorro) en 2001 y The School Among the Ruins (La escuela entre las ruinas) en 2004,  Rich se ha ido alejando de la idea que ella misma preconizó en los setenta, de usar los aspectos personales como demostración de lo que ella denominaba “el viaje de una escritora”. Evolucionando desde una crítica sexual y textual del patriarcado, en la actualidad, Rich considera que hay muchos más argumentos que tratar ya que la vida personal como base de argumentación defendida por el feminismo de los años sesenta y setenta parece haberse convertido, a juicio de la autora, en un fetiche de la cultura de masas. De la misma manera, desde finales de los años ochenta, Rich ha defendido la necesidad de centrarse en lo material - para luchar contra la abstracción arrogante y privilegiada del poder- y en la posición geográfica y social que ocupamos en el mundo, desarrollando una poética geopolíticamente radical. Desde entonces defenderá incansablemente la necesidad de centrar el contexto de cualquier afirmación, en contraposición a las críticas discursivas que tradicionalmente han venido aislando al artista de su matriz social, del momento político en que su arte se crea: “¿Qué le sucede al corazón de quien es artista, aquí, en Norteamérica? ¿Qué peaje paga el arte cuando se separa del entramado social? ¿Cómo se controla el arte, cómo se nos hace sentir inútiles e impotentes en un sistema que depende de nuestra alienación?”

Ya en 1984, en el ensayo “Sangre, pan y poesía: la posición de quien es poeta”, Rich reflexionaba sobre el rechazo de la crítica académica anglosajona a la tendencia a mezclar política y arte:
Quizás mucha gente norteamericana blanca tema un arte abiertamente político porque podría persuadirnos emocionalmente de aquello de lo que creemos estar en contra “racionalmente”; porque podría descubrir un aspecto de nosotros con el que hemos perdido el contacto, minar la seguridad que nos hemos construido, recordarnos aquello que es mejor dejar olvidado […] Se nos dice también que la poesía política, por ejemplo, está condenada a reducirse a una mera retórica y jerga, a convertirse en unidimensional, simplista, vituperante; que al escribir “literatura protesta” -esto es, al escribir desde una perspectiva que puede no ser masculina, o blanca, o heterosexual, o de clase media- sacrificamos lo “universal”; que al escribir sobre la injusticia limitamos nuestro campo,“afilando un hacha política”. Por eso se sospecha que la poesía política tiene un poder subversivo inmenso, y sin embargo se la acusa de ser, por definición, una mala escritura, impotente, sin amplitud. No es extraño que los poetas, o las poetas, de Norteamérica se encuentren ligeramente enloquecidos por los dobles mensajes.

A diferencia de la tendencia del establishment literario que sigue considerando que el compromiso político y la visión crítica del mundo disminuyen la calidad literaria de una obra, la obra de Rich pone de manifiesto la evidencia de que es posible exigir responsabilidad a la belleza, que la literatura no es nunca inocente, que la exquisitez filológica o artística no justifica el alejamiento del arte de la realidad.  Como ella misma dice en “Artes de lo posible”, uno de sus últimos ensayos traducidos al español, el arte es un proyecto democrático que crea comunidad, por lo que los escritores, tal como ella los percibe, deben reflexionar “sobre el valor de la palabra escrita frente a […] las enormes necesidades humanas” que existen alrededor de la página. Analizando los versos escritos por los presos en el gulag de Guantánamo y obras de escritores asediados políticamente como el palestino Mahmoud Darwish, Dionne Brand, Eduardo Galeano, Juan Gelman, el poeta griego Yannis Ritsos o el sudafricano Dennis Brutus, Rich manifiesta su convicción de que el lenguaje puede ser el instrumento fundamental para combatir la irrealidad y las mentiras, y, al igual que sostiene el poeta palestino Mourid Barghouti, de que la imaginación poética no debe servir para escapar de la realidad sino para enfrentarse a ella. De ahí se deduce la necesidad que todos tenemos de un arte que se resista al contenido del discurso autoritario; un arte que exija responsabilidades éticas y artísticas a quienes lo realizan.

Por otro lado, el feminismo de Rich ha profundizado en el modo en que los contextos históricos y geográficos específicos influyen en la formación de nuestra identidad. Desde los años ochenta en el famoso ensayo “Apuntes para una política de la posición”, Rich abrió la puerta a un tema nuevo -defendido también por autoras como Teresa de Lauretis, Rosi Braidotti o Linda Alcoff- y fundamental para la teoría feminista postcolonial. En él mantiene que la raza, la clase, la religión o el momento histórico en que uno vive interseccionan con la opresión de género en un contexto en que la subjetividad está sometida a permanente cambio. Dentro del entramado de este contexto, el espacio, que como dice Katheleen Kirby en su ensayo “Thinking through the Boundary”, uniría “lo material y lo abstracto, el cuerpo y la mente, la interacción objetiva de los sujetos físicos y la esquiva brevedad de la consciencia (o del inconsciente)”, ofrece el medio ideal para articular las diferentes facetas de la subjetividad. En palabras de Braidotti, “para la teoría feminista la única forma consistente de presentar puntos teóricos universales es ser consciente de que uno está situado en un lugar específico”.

Los planteamientos expuestos en “Apuntes...” han encontrado su paralelismo poético especialmente a partir de la publicación de An Atlas of the Difficult World (Un atlas del mundo difícil). A través de una poesía más meditativa, lírica y existencial que la de anteriores etapas, la autora nos muestra su implicación con el lugar que habitamos y con la cultura contemporánea que conforma nuestros puntos de vista. Manifestando una inquietud evidentemente posmoderna en sus poemas, y yendo más allá de la política de la identidad y la política sexual, ha plasmado la conexión del cuerpo con el mundo que debe expresarse con el lenguaje de la experiencia compartida. Convencida de que la sociedad ya no se deja captar como un todo, hace una descripción en sus últimos poemas del contexto físico y espiritual norteamericano, al que la autora no denomina “mapa” objetivo sino “mural”, conformado por diferentes interpretaciones subjetivas, todas ellas igualmente válidas (“Prometí mostrarte un mapa y dices pero esto es un mural / entonces bien, déjalo estar son pequeñas diferencias / la cuestión es desde dónde lo miramos”). De la misma forma, destaca la necesidad de establecer un constante diálogo con el pasado. Este pasado, que es lo que la cultura occidental, especialmente la norteamericana, olvida para poder sobrevivir, se presenta en sus poemas más recientes como un texto previo que se inscribe y se descubre en el texto presente. En ellos se funden lo emocional y lo racional, el paisaje urbano y la identidad; el dolor privado se transforma y se une al dolor social compartido que nos inflinge el poder político, económico e institucional, plasmándose en un todo poético de enorme trascendencia política.

Los planteamientos políticos y poéticos de Rich muestran cómo cuando el deseo está limitado por las coerciones del sistema, nuestro poder para imaginar se ve adormecido, paralizado. Esto afecta directamente a la labor de los poetas: un poema no puede por sí solo liberarnos de los problemas que acarrea la cotidiana lucha por la existencia, pero puede convertirse en una forma de conocimiento, en instrumento de interpretación del mundo. También puede descubrir deseos y apetitos enterrados bajo las emergencias diarias de nuestras vidas, bajo lo que ya hemos aceptado como propio, lo ya previsto. En este contexto, la nominación de un acontecimiento, tal como lo formula Alain  Badiou refiriéndose a un verso de Celan (“Disco, constelado de previsiones, lánzate fuera de ti”) es siempre poética: “[…] para nombrar un suplemento, un azar, un incalculable, es preciso apoyarse en el vacío del sentido, en la ausencia de significaciones establecidas, con peligro de la lengua. Es necesario entonces poetizar, y el nombre poético del acontecimiento es lo que nos lanza fuera de nosotros mismos, a través del cerco en llamas de las previsiones.” El despertar a un nuevo deseo, a una nueva verdad -formulada con un lenguaje liberado de significados preestablecidos- siempre nos conduce, según Rich a un “¿qué pasaría si…?”. Una pregunta desestabilizadora pero a la vez profundamente liberadora.
 

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