Trasversales
Beatriz Gimeno

El armario como coartada

Revista Trasversales número11, verano 2008

Textos de la autora
en Trasversales




Monique Wittig afirmó, de manera provocativa, que las lesbianas no tenían vagina. Muchas lesbianas afirmaron que no eran mujeres, aún ahora muchas lesbianas sentimos que no tenemos sitio en esa categoría política: “mujer”. De manera creciente, tengo la sensación de que “mujer” y “lesbiana” se excluyen, se alejan. Teniendo siempre presente que si no se garantizan los derechos de las mujeres las lesbianas no podemos siquiera existir, muchas hemos llegado también a la conclusión de que los derechos de las mujeres no garantizan la posibilidad de existencia de las lesbianas y, más aún, que muchas mujeres que se llaman a sí mismas feministas colaboran en el mantenimiento de esa exclusión. La exclusión se produce mediante una estructura social represiva e injusta que conocemos como el armario.

Muchos años después del comienzo del Movimiento de Liberación Homosexual y Transexual hemos alcanzado en algunos países la igualdad legal. Hemos avanzado mucho, también, en la lucha por la igualdad formal y es evidente que, en este sentido, los gays están muy por delante de nosotras en visibilidad, en presencia social y política; los gays existen, los gays han desarrollado su capacidad para empoderarse. La pregunta que nos podríamos hacer a estas alturas es: ¿dónde están las lesbianas? Y a continuación: ¿por qué no están? Ciertamente que la respuesta es compleja y no unívoca, así que es muy posible que muchos factores de los que influyen en la invisibilidad lésbica se queden fuera de esta explicación. Pero hay un factor muy evidente y es la manera en que algunas mujeres lesbianas utilizan el armario como coartada. Coartada para evitar solidarizarse con otras lesbianas a las que no se les ofrece esa posibilidad.

La visibilidad no es únicamente el deseo de ser vista o reconocida; visibilidad significa existencia. Lo que no es visible no existe y lo que no existe queda fuera del ámbito de la ciudadanía reconocida. La ciudadanía es el ámbito político ocupado al principio únicamente por varones blancos, heterosexuales, de clase media, etc. Después, tras largas luchas, se van incorporando mujeres blancas, heterosexuales y de clase media; poco a poco se van incorporando algunos gays. Nosotras seguimos fuera. La discriminación que gays y lesbianas hemos sufrido, y en parte sufrimos, tiene su origen precisamente en la exclusión de la existencia pública, en la invisibilización, en la negación de nuestro lugar bajo el sol. El rechazo de estas existencias significa el rechazo de la existencia legítima y pública de los sujetos homosexuales (del lesbianismo especialmente) lo que nos convierte fácilmente en objeto de cualquier injusticia y, en muchas partes del mundo, en víctimas de agresiones o asesinatos. Estar fuera del ámbito de la ciudadanía significa estar fuera del ámbito de la política, del lugar donde se dirimen los derechos y la justicia social. Es confinarnos al ámbito privado, pero como feministas… ¿no decíamos que lo privado es político? Que lo privado es político quiere decir, entre otras cosas, que consideramos que la configuración de la subjetividad femenina es una cuestión clave que conforma el sustrato de la posición ocupada por las mujeres en la vida social y política, que guarda relación con las vivencias más profundas de las mujeres.

Ser lesbiana y luchar por politizar esa posición tiene un coste personal y social y, desgraciadamente, en esta lucha no hemos tenido, ni tenemos aún, el apoyo de las que se llaman a sí mismas feministas (muchas de ellas lesbianas armarizadas). Las lesbianas hemos tenido ocasión de comprobar que lo privado es político siempre que lo que se haga político sean las razones del género, pero no otros motivos de discriminación, no la orientación sexual. La razón es simple: el sexo no se puede ocultar y, por tanto, cualquier mujer se ve inevitablemente interpelada por la discriminación por razón de género. Para combatir la discriminación de género es necesario politizarla y eso es lo que ha hecho el feminismo. Pero, a diferencia del sexo, la orientación sexual puede quedar oculta y esa posibilidad es la que activa el mecanismo del  armario. El armario es un mecanismo social ambivalente, aunque injusto y opresivo. Su objetivo es que las sexualidades o identidades no normativas no se visibilicen en tanto que dicha visibilidad es desestabilizadora de la heteronormatividad. El armario liberal permite a quien está dentro que haga lo que quiera con su vida mientras que castiga al que sale. El armario permite a muchas mujeres, a muchas feministas, ocultar precisamente esa marca de discriminación que, si no se hace pública, no opera. Pero ahí viene la parte perversa del asunto, no opera sobre ellas porque ciertas acomodadas feministas occidentales disfrutan de un grado de autonomía tal que pueden permitirse vivir cómodamente como lesbianas semi-armarizadas. Porque el armario castiga con la posibilidad de tener que asumir cierto estigma social a las mujeres de clase media-alta, pero guarda la lesbofobia más brutal para las lesbianas más vulnerables. La lesbofobia excluye, margina y asesina en muchos lugares del mundo. Si asumimos desde un punto de vista ético la necesidad de luchar contra esa discriminación, sabemos que hay que acabar con el lesbianismo como estigma y, para ello, además de las leyes, sólo contamos con la visibilidad como instrumento. En estos momentos, en este país, ocultarse en el armario cuando no hay motivos reales para permanecer dentro, es una decisión que cualquiera está en su derecho de tomar, pero que no se puede defender desde una ética progresista.

Sostengo que a estas alturas el derecho político a estar en el armario es un derecho invalidado desde el punto de vista progresista. La orientación sexual no es algo privado, es social y es político. Es necesario explicar, brevemente, la evolución del derecho a estar en el armario o, lo que es lo mismo, a quedarse en silencio. Una evolución que ha conocido dos momentos muy diferentes, contrapuestos:

1- Desde los años 50 (hasta los 80 en España) curiosamente el primer derecho que las personas LGTB reivindican es el derecho a la privacidad. Con las leyes de MacCarthy en EEUU y con la legislación antihomosexual en España era el Estado el que quería obligar a las personas a confesar su orientación para castigarlas por ello. Debido a eso, las primeras asociaciones LGTB se configuraron en torno al derecho a no decirlo. El secreto era, pues, fundamental. Pero es precisamente el argumento del derecho a la privacidad el que comienza a utilizarse política y legalmente para luchar contras las leyes represivas de la homosexualidad que, al fin y al cabo, se basaban en la condena de conductas privadas, lo cual era un contrasentido desde el punto de vista del liberalismo político. El concepto del derecho a la privacidad es la base filosófica que subyace a la gradual despenalización. Poco a poco la homosexualidad pasa a ser una conducta legal aunque, a cambio, se pretende que sea el estigma el que sustituya a la condena penal como sistema de control social. Para protegerse del estigma se construye el armario. Para escapar, siquiera momentáneamente, de la asfixia del armario comienzan a aparecer lugares de sociabilidad y estos lugares, de manera paradójica, permiten que la autopercepción (y condena) de la homosexualidad se desplace desde la conducta hasta la identidad. Nace así la moderna identidad homosexual.

2- En los años 80 aparece el sida y los grupos que luchan contra la invisibilidad social de esta enfermedad pronuncian el lema: “silencio = muerte” que es toda una declaración de principios. Los grupos antisida comprueban en sus propias carnes que el silencio no protege de nada, sino que aísla e impide la lucha. En ese momento las personas LGTB comienzan a asociarse teniendo como objetivo no el derecho a la privacidad sino el derecho a la igualdad y, muy vinculado a éste, el derecho a la libertad: un registro que remite no sólo a los derechos sociales y políticos, sino también al mundo de las emociones, los valores, los símbolos, el imaginario social. Las asociaciones reivindican ahora igualdad y libertad. Igualdad para vivir en sociedad y libertad para autonombrarse. El Estado ya no busca descubrir la intimidad de cada uno/a, sino impedir que uno/a mismo/a se autonombre desde la libertad; porque salir del armario políticamente significa afirmar el valor de la homosexualidad El discurso de autoidentificación no solamente refleja la propia identidad, sino que es uno de los factores principales en la construcción de la misma. La identidad no puede existir sin la autoidentificación. Esto es más cierto cuando el grupo en cuestión no es visible, como ocurre con las lesbianas. Así pues, en el campo de la reivindicación de los derechos LGTB la expresión es un componente de la identidad en sí misma y de la libertad también.

La reivindicación de la expresión marca un nuevo punto de vista en el cual la homosexualidad no es ya una conducta solamente, ni un estilo de vida, sino que se ha convertido en una reivindicación política. El discurso LGTB ha pasado de defender conductas a defender ideas. En ese momento, lo personal se ha hecho verdaderamente político. Para el estado, defensor lógico del heterosexismo, este cambio resulta problemático, ya que la identidad se prueba como un concepto mucho más precario y un blanco más difuso y más cambiante para el control y la represión que la conducta. La identidad resulta difícil de perseguir. ¿Cómo se puede perseguir una identidad? Por su expresión pública. ¿Y cómo se penaliza una expresión pública en países donde la libertad de expresión está garantizada? Aumentando la presión sobre el estigma e imponiendo todo tipo de restricciones al discurso identitario sobre la base de que promueve la homosexualidad.
Ese discurso tiene múltiples consecuencias sobre la igualdad. La confusión entre expresión y promoción es lo que está en la base del discurso reaccionario sobre Educación para la Ciudadanía, por ejemplo, o lo que hace tan difícil que los profesores/as se declaren gays o lesbianas. La persecución de la expresión trata de frenar la salida del armario y menoscaba cualquier posibilidad de protección bajo el principio de igualdad. Eso tiene múltiples consecuencias para las personas socialmente más vulnerables. Además, la supresión del discurso de identidad conduce necesariamente a otra expresión obligatoria. En ausencia de un discurso de identidad alternativo a la norma se presume que todo el mundo es heterosexual. La no expresión LGBT boicotea así el principio de igualdad para lesbianas y gays. Por eso, cuando se permite que se penalice –que se armarice- a una lesbiana, a un gay, se está armarizando a todos, especialmente a las lesbianas.

El mecanismo del armario pretende evitar, mediante la violencia o la violencia simbólica, que nos visibilicemos. Hace difícil salir y cuando se sale, presiona para devolverte al interior, incluso aunque la persona no lo desee. Nunca se acaba de salir, siempre se está pugnando por mantenerse fuera, por evitar que te armaricen. Cada vez que alguien pregunta a una lesbiana por su novio, cada vez que el ginecólogo asume que tener relaciones sexuales es practicar el coito, cada vez que alguien da por hecho que todos los niños/as tienen un padre, cada vez que se piensa que si una mujer tiene un niño/a sin padre es que es madre soltera, que ese amigo es su novio, que su mujer es su mejor amiga, que esa mujer que vive en su casa es su compañera de piso… cada vez que se presupone algo de eso, cada vez que se presupone la heterosexualidad, se está armarizando. El objetivo del Movimiento LGTB es la destrucción del armario como mecanismo social represivo e injusto.

Pero las mujeres feministas deberían también sentirse implicadas en esta lucha por varios motivos. Uno de ellos, en el que no vamos a entrar aquí, es que el heterosexismo es uno de los brazos del patriarcado y que, por tanto, oprime a todas las mujeres y no sólo a las lesbianas. Lo segundo es que el liberalismo afirma que las desigualdades sociales del ámbito privado son irrelevantes para las cuestiones relativas a la igualdad y que negar ese principio ha sido uno de los puntos fuertes del feminismo. El impacto principal de esa negativa feminista ha sido desenmascarar el carácter ideológico de los supuestos liberales sobre lo privado y lo público. Siguiendo con este razonamiento, la defensa de la privacidad no es tal, sino que es más bien en este caso, mantenimiento del secreto. Un secreto que impide que se legitimen socialmente comportamientos o identidades que son, por supuesto, legales, pero que deben ser, además, equivalentes, social y culturalmente, a la heterosexualidad. El secreto es un constructo liberal-conservador que apela a la tolerancia. Por el contrario, salir del armario apela a la libertad y la igualdad y es un derecho social.

No es necesario decir que, por supuesto, no se trata de revelar lo que uno/a hace o deja de hacer en la cama. Tampoco se trata de desvelar públicamente nada en contra de la opinión de la afectada. Se trata de que, desde un punto de vista feminista, las lesbianas feministas tenemos todo el derecho a exigir que quien pueda se visibilice para que quien verdaderamente no pueda o para que aquellas mujeres que son castigadas por ello, dejen de sufrir dicho castigo. Con “obligación” queremos decir obligación moral. ¿Cómo es posible que una alta funcionaria española, por ejemplo, manifieste que declararse lesbiana la perjudicaría en su trabajo? No la perjudicaría en absoluto. ¿Sufriría alguna pérdida? Desde luego que sí. Si por declararse lesbiana no se pagara un precio, el armario y la desigualdad no existirían. Perdería “respetabilidad”, el único castigo que se le puede imponer. Pero esa respetabilidad es la respetabilidad dictada por el patriarcado heterosexista, es algo que las mujeres feministas siempre hemos estado dispuestas a arriesgar y a perder. Las mujeres feministas desafiaron abiertamente con sus vidas y con su propia presencia la respetabilidad burguesa y liberal tradicional.

¿Qué pasa entonces con el lesbianismo? ¿Por qué no les importó a las feministas arriesgar y asumir que eran madres solteras, divorciadas, libres, que se habían sometido a un aborto, que no dependían de los hombres, que eran promiscuas, etc.? Porque querían desactivar dichas definiciones que afectaban directamente a sus vidas y porque la única manera de desactivarlas era asumirlas públicamente, y eso hicieron; eso hicimos. Y las desactivamos. ¿Por qué los gays salen del armario? Porque ellos no pueden ocultar tan fácilmente como las mujeres que son gays y, por tanto, ese armario resulta para ellos mucho más opresivo que para la alta funcionaria que vive su lesbianismo como quiere, sin ocultarlo pero sin decirlo, siguiendo la máxima acuñada por el neoliberalismo USA: “No preguntes, no digas”. El perfecto ejemplo del neoliberalismo conservador e hipócrita. Haz con tu vida privada lo que quieras, pero permite que sigamos castigando, oprimiendo, juzgando, estigmatizando a otras… ¿Por qué las mujeres de clase media-alta no salen del armario? Porque están cómodas en él. Porque, como mujeres, su lesbianismo es mucho menos evidente que la homosexualidad de los hombres y, como mujeres libres, autónomas, a las que su clase social y sus sueldos, su poder, les permite un margen de autonomía suficiente como para manejar el armario a su antojo. Ellas pueden vivir el armario en paz. Pero ese secreto que ellas no desafían es una cárcel para las mujeres que no son libres porque no pueden serlo, porque dependen mucho más estrechamente del patriarcado, para las que dependen económicamente de los hombres para sobrevivir, o de un sueldo miserable, de un jefe que las acosa, de un sistema que les impone el heterosexismo por la fuerza. Para aquellas mujeres que gritaron que lo personal es político, ahora resulta que es político pero menos. Su secreto, que además ni siquiera es tal, sirve en cambio para reforzar las paredes del armario para otras mujeres, su secreto nos armariza a todas porque es un secreto que no es individual, sino que exige la complicidad de todos/as. Complicidad por parte de quienes lo saben y no pueden referirse a ello con naturalidad (so pena de ser acusadas de hacer outing, el gran pecado). Cuando sé que una mujer es lesbiana y se me impide referirme a ello con naturalidad, en realidad se me está exigiendo colaboración en el mantenimiento del secreto, se me está convirtiendo, contra mi voluntad, en cómplice.

El armario no es una construcción aislada, es un mecanismo social destinado a la represión y a que no tengan representación pública aquellas existencias que pueden resultar desestabilizadoras para el orden heterosexista. Pero, además, el  armario tiene las puertas de cristal, una de sus características es que todo el mundo sabe lo que pasa dentro, pero eso no importa (al fin y al cabo, es la vida privada). Lo que importa, lo que lo hace efectivo es que no se diga porque decirlo es legitimar ese comportamiento social que no se puede nombrar. El armario juega con el miedo de quien está a gusto dentro y quiere seguir conservando su posición de privilegio en el sistema, esto es, únicamente aquellas mujeres bien instaladas en el mismo; por eso se premia con la discreción a quien se quede voluntariamente dentro, renunciando a imponer una presencia desestabilizadora, mientras que se castiga a quien sale con la pérdida de cierto estatus asociado a la respetabilidad burguesa.

Las lesbianas feministas no podemos estar de acuerdo en que la identidad lesbiana sea considerada un asunto privado porque eso sería como renunciar a la esencia misma de nuestro compromiso feminista. Las prácticas sexuales son privadas pero no lo es ni puede serlo el comportamiento social mientras no haya igualdad y, cuando la haya, entonces la cuestión dejará de tener importancia. La privacidad apela a la tolerancia liberal, mientras que el salir del armario apela a la autoafirmación y a la igualdad. Basta de acuerdos sobre el secreto. Basta de asumir el mecanismo del armario.



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