Trasversales
Josu Montalbán

El implacable Berlusconi

Revista Trasversales número 11, verano 2008



El término que mejor define a Berlusconi es “implacable”, él mismo hace esfuerzos por parecerlo de forma nítida. En estos tiempos en que las ideas no cuentan demasiado en la Política, hay actitudes que son valoradas positivamente aunque pertenezcan al catálogo de la intransigencia y el totalitarismo. La implacabilidad es una de esas. Hay ciudadanos que creen que un liderazgo, para serlo, ha de basarse en ella, porque los implacables no dudan, atajan los males desde la raíz, ofrecen seguridad a unos aunque sea a costa de la inseguridad de otros y aplican a los grandes males los grandes remedios pese a quien pese y caiga quien caiga. Desgraciadamente, la implacabilidad sin conciencia de Berlusconi no ha sido debidamente respondida ni por los italianos, ni por los europeos, ni por la Iglesia asentada en el mismo regazo de Italia, ni por casi nadie. A estas alturas el lector bien sabe que me refiero a las medidas que ha tomado en relación a la inmigración en Italia.

Cuando en los países más humildes los gobiernos toman decisiones erradas e inhumanas para algunos de sus colectivos o grupos humanos, los gobiernos de otros países les conminan a cambiar de actitudes o les amenazan con tomar medidas diplomáticas en contra, cuando no de retirada de relaciones comerciales. En el caso de Italia no ha sido así. Salvo las condenas a las agresiones perpetradas por Berlusconi y los suyos contra los gitanos (como antesala de las medidas que va a aplicar mediante leyes a todos los inmigrantes) por parte de la Eurocámara, que se ha quedado en una regañina, ninguna otra medida se ha tomado, ni se va a tomar. Digo que esto es poco, porque Berlusconi y su negro gobierno pasan de tales monsergas, sienten aversión por los humildes y detestan a los diferentes. A nadie, por tanto, debe extrañar que quien aplica tanta contundencia con los pobres desarmados se muestre tan remiso y descuidado con los no tan pobres y armados de la Mafia y la Camorra, porque él es uno de ellos, camuflado en la opulencia a la que ha llegado mediante parecidas estrategias a las que ellos utilizan.

Las intervenciones de Berlusconi con la inmigración han de enmarcarse en el comportamiento de los totalitarios que creen que las líneas que demarcan geográficamente un territorio son también confines que delimitan lo justo y lo injusto, siempre según sus intereses más arteros. Pero Italia es un país muy importante de esta Europa construida desde los principios democráticos de la tolerancia, la multiculturalidad, la alianza de civilizaciones y la cordura. La construcción de Europa no se pensó sólo para favorecer las transacciones comerciales, ni para rivalizar con EEUU u otras regiones emergentes, sino como un crisol de culturas y caracteres, desde la convicción de que en algún momento pudieran confluir en ella quienes llegaban huyendo de otros infiernos inhumanos (África, Asia, Latinoamérica,...) donde la vida no tiene demasiados alicientes. Esto nunca lo ha entendido Berlusconi, incapaz como es de pensar que él mismo pudiera haber sido uno de los parias de la Tierra en lugar del multimillonario que es.

Al final resulta que un hambriento que llega a Italia en busca de comida y unas condiciones mínimas para sustentar su dignidad humana, se verá en la cárcel como si se tratara de un delincuente más. Quien parece haber elaborado la Ley que facilita todo esto es un tal Ghedini, un abogado que es a su vez el defensor de Berlusconi en los Tribunales de Justicia, en sus múltiples procesos. Este abogado con cara de niño, que se atilda escrupulosamente para acudir a los juicios con camisa blanca con chorreras, ha llegado a decir que el Presidente “nunca hará una ley contraria al principio de humanidad y acogida”, y que no es tan raro el hecho de penar la inmigración clandestina con la cárcel. Una vez más la seguridad es el objetivo esgrimido para favorecer este tipo de medidas excluyentes que nada tienen que ver con la ética y nada tampoco con la moral cristiana que dicen poseer Berlusconi y sus acólitos. Porque Ghedini ha adelantado que los delitos contra la propiedad son cometidos en un 80% por los inmigrantes. ¿Contabiliza en el 20% restante de los delitos contra la propiedad las acciones que han permitido a su defendido Berlusconi alcanzar la prohibitiva fortuna que tiene?

Ha habido voces de respuesta, pero poco contundentes, mucho menos que las voces surgidas de modo condescendiente desde la oficialidad. Resulta chocante que gentes con formaciones y titulaciones semejantes digan cosas no ya diferentes sino contrarias. El Comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa, Thomas Hammarberg, contradice a Ghedini y al Gobierno italiano: “La detención sólo debe usarse con los criminales, y los inmigrantes no lo son”. Ha sido incisivo al afirmar que “los políticos no deberían inflamar estas situaciones para provocar nuevos actos de xenofobia”. ¿Servirán para algo estas aportaciones desde el lado más humano y humanista del hecho migratorio? La llegada de personas del Tercero y Cuarto Mundo a la tierra de promisión que es Europa es, como mínimo, lógica. Regular tal llegada, a pesar de que sea algo necesario, no debe ser la coartada que facilite el cierre de fronteras, precisamente en Europa, donde el tratado de Schengen eliminó todas las prevenciones entre europeos del norte, sur, este u oeste. Berlusconi no entiende nada de todo esto. En realidad, lo que no quiere es que a Italia lleguen pobres.

No es extraño en quien ha hecho tanta fortuna a costa de ilegalidades diversas. Una más, que raya la ignominia, no le aflige lo más mínimo. Tantas han sido sus ilegalidades, y de tantas condiciones, que optó por el único camino posible para facilitarse la inmunidad: convertirse en el Presidente de Italia. Europa e Italia deberían ponerse a laborar para que Berlusconi dejara de ser Presidente, por el bien de la Humanidad. 

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