Trasversales
Esteban Ibarra

Las mentiras de la xenofobia

Revista Trasversales número 11, verano 2008

Esteban Ibarra es presidente del Movimiento contra la Intolerancia


Crece la alarma en Europa por los peligros que depara el alcance de la crisis económica y el despliegue de acciones, discursos y políticas fundamentadas en la xenofobia que optan por configurar a los inmigrantes como “chivo expiatorio” de todos los males de nuestras sociedades. En España también asistimos a una ofensiva xenófoba, especialmente en internet, que tiene por objeto, no una crítica a la política migratoria, sino el impulso de una estrategia que ataca directamente a la convivencia democrática, integradora de la diversidad, mediante un uso perverso de cualquier conflictividad social generada a partir del fenómeno de la inmigración, del pluralismo religioso y de la diversidad cultural.

Entre los prejuicios más significados que dan cuerpo argumental al discurso del nuevo racismo y de la xenofobia, siempre acompañados de una creciente islamofobia, emerge el de “la invasión migratoria”, una invocación doméstica que recurre continuamente a la metáfora de que “en tu casa no dejarás entrar a más personas de las que caben...”, y además usa el miedo al extranjero. Pero ¿España está en verdad amenazada por una invasión migratoria? Carece de sentido hablar en estos términos cuando aún nuestra media no alcanza a la europea. Una ciudad como Madrid con un proceso de inmigración notorio (12%),  está muy lejos de otras capitales, no alcanza a París (22%), Londres (24%), Bruselas (28%), Toronto (40%) o Nueva York (56%).

Otro prejuicio usado hasta la saciedad atiza el miedo por el puesto de trabajo, para lanzar a continuación la invocación patriótica de “los españoles primero...”, cuya razón descansa en que el empleo debe ser reservado de forma prioritaria a los españoles, prejuicio que contradice la realidad  de los hechos, con un  mercado dual de trabajo, con una oferta continuada de empleos que no se cubren y con ofertas, especialmente en hostelería, construcción, agricultura y servicio doméstico que no ocupan los trabajadores españoles. Los inmigrantes aceptan los trabajos más precarios, duros y con una alta tasa de explotación.

No menos falsas son aquellas manifestaciones que reprochan que “se benefician de nuestros servicios sociales, ocupan la sanidad...” , olvidando que finalizó el tiempo de la esclavitud. Los inmigrantes regularizados pagan impuestos como los españoles y tienen los mismos derechos sociales, y los “sin papeles”, cuyo mayor deseo sería tenerlos, también pagan impuestos indirectos a través del consumo, siempre por encima del nivel de prestaciones que reciben. Deberían recordar que, hasta ahora, los inmigrantes que vinieron en edad de trabajar no han supuesto un coste en formación para nuestro país, salvo aquellos que requieren formación específica para el empleo. Y también que el derecho a la salud es universal y que una de las razones del superávit de la Seguridad Social son las cotizaciones que aporta la inmigración.

Otra invocación doméstica descansa en avivar la amenaza a la identidad, reprochando que “no respetan nuestra cultura, no se quieren integrar...”. Este prejuicio parte del no reconocimiento de la diversidad cultural y social de nuestro país. Las diferencias nos enriquecen y sólo están limitadas por el respeto a la igual dignidad de las personas, a los derechos humanos, a la Constitución y las leyes del Estado de Derecho. A partir de aquí, el derecho a la identidad es libre y la diversidad cultural ya era una realidad en nuestro país cuando casi no había inmigración. No hay que olvidar que nadie se integra si no le dejan.

Sin embargo, el prejuicio estrella de la xenofobia es aquel que reitera que “la inmigración sólo nos trae delincuencia”. Radicalmente falso. Aunque nos dicen que la tasa de detención con origen extranjero alcanza el 50%, muchos son detenidos por infracción administrativa (no tener papeles) y su ingreso en prisión preventiva es por falta de arraigo. Además, el delincuente extranjero no tiene porqué ser un inmigrante, un alto porcentaje de esa delincuencia está relacionado con bandas que se ubican en diferentes países, incluso muchas son mixtas, buscando nichos favorables para el delito. Son delincuentes, sin más. Este prejuicio es moralmente injusto, peligrosamente xenófobo y es la bandera del racismo en Europa.

Finalmente, a estos prejuicios se añade una islamofobia creciente, producto de vincular el Islam con las tragedias causadas por el terrorismo integrista del 11-S, del 11-M y de otros atentados. Nuestro país aprendió, en medio del dolor, a diferenciar entre el terrorismo y los ciudadanos vascos, cuando la propaganda ultra establecía aquella terrible ecuación. Ahora la misma propaganda insiste en identificar el Islam con el terrorismo de Al Qaeda provocando la estigmatización del magrebí, que también sufre el ataque del terrorismo, y alimentando el odio al musulmán.

No son las únicas sinrazones, sin embargo, una cosa son los prejuicios y otra la realidad. Frente a quienes predican la intolerancia, mal que les pese, se abre firme el horizonte de la España plural y diversa, en una Europa intercultural y democrática. Frente a quienes lo niegan y actúan por impedirlo, la sociedad camina decidida en la defensa de los Derechos Humanos para todos.
 

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