Trasversales
Alfonso Goñi

Enemigos

Revista Trasversales número 13 invierno 2008-2009


Comentario sobre el libro Enemigos, de Ernesto Tenembaum, Grupo Editorial Norma.

Alfonso Goñi es economista

Pocos días después de salir esta revista en su versión papel, Alfonso falleció el 3 de febrero de 2009, en Valencia. Nos duele haber perdido a tan querido y entrañable amigo



Suena al título de una película de acción pero se trata de un libro de economía. Un debate muy original, por correo electrónico, entre un periodista, Ernesto Tenembaum, con un pasado profesional en medios de comunicación argentinos de carácter progresista, y Claudio Loser, el argentino que llegó más alto en la historia del Fondo Monetario Internacional.
El ex presidente del Brasil, Fernando Enrique Cardoso, lo describe como un diálogo duro y franco, a la vez que afectivo, cronológico y analítico, con Argentina como hilo conductor.
La mayor parte de los argentinos responderían con la palabra “enemigo” ante una pregunta sobre qué le sugiere la sigla FMI, razona Tenembaum como justificación del título del libro.
Loser fue Jefe del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI durante ocho años, el que conducía todo lo que se hacía en América Latina, el brazo ejecutor de las directivas impartidas entre 1994 y 2002, o sea, el principal responsable en la institución de la debacle argentina de finales de 2001, donde se llegó a decretar el default financiero (suspensión de pagos) del país, por lo que a la palabra enemigo se une la de traidor en la mente de los argentinos.
Actualmente vive por supuesto en Washington y no en Buenos Aires y se mueve entre la autojustificación y la defensa encarnizada de sus posiciones, hasta una autocrítica ingenua por poco creíble en múltiples ocasiones. Confiesa que en algunos momentos sintió que cumplía un rol similar al que jugaban los marines norteamericanos cuando invadían un país para “estabilizarlo” (invadir tu propio país, añado yo). Reconoce como un serio error haber creído que el mero crecimiento iba a terminar con los problemas sociales derivados de las reformas puestas en marcha. “Hemos pecado de demasiada arrogancia”.
¿Por qué agasajaron a Menem invitándolo en un hecho completamente inusual a presidir la asamblea anual del Fondo en el 98? ¿Por qué no sugirieron una devaluación cuando todavía se podía hacer de manera ordenada?, pregunta Tenembaum.
Reacciona mal y a veces enojado cuando se le mencionan críticas habituales de Joseph Stigliz, premio Nobel de Economía, catedrático de la Universidad de Columbia, que fue también vicepresidente del Banco Mundial y presidente del Consejo de Asesores Económicos de Bill Clinton: las políticas de ajuste estructural del FMI, diseñadas para ayudar a un país a ajustarse ante la crisis, produjeron hambre y disturbios en muchos lugares. Y se defiende contraatacando con la terrible e histórica realidad argentina: es un país que nunca agota su capacidad para desilusionarte. Fíjese un dato, no hay ningún presidente, civil o militar, que haya terminado bien su mandato, se percibe falta de continuidad en las políticas, odios acumulados, incapacidad de lograr consensos. La clase empresarial argentina es parte inseparable de nuestro país, tan destructiva como la clase política o la sindicalista.
Michael Mussa jefe de economistas del FMI escribe que muchas de las políticas económicas argentinas fueron ampliamente aplaudidas y señaladas como un modelo que otros mercados emergentes debían imitar. Tan sólo tres años después, el experimento argentino, con tipo de cambio fijo y políticas ortodoxas de una década de duración, terminó en tragedia.
Insiste Tenembaum: ¿usted es consciente de que la presión del Fondo por la aprobación de la reforma laboral prácticamente demolió al Gobierno De la Rúa? ¿También presionaron para que se realizara el recorte del 13% a los salarios públicos? Contesta implacable: el personal del Fondo dice claramente cuáles son los puntos que necesitamos para poder seguir financiando a un país.
Stiglitz sostiene que ese tipo de obligaciones, con cronograma y fechas incluidas, fomenta la corrupción en sistemas políticos débiles.
De la Rúa cumpliría con las “recomendaciones”; unos días antes el nuevo titular del FMI, Horst Köhler había visitado la Argentina y sus declaraciones fueron contundentes: el Gobierno ha tomado una decisión de política económica en la dirección correcta.
A la cita de Joseph Stiglitz, “En los últimos setenta años, un economista que hubiera propuesto aplicar un ajuste a una economía en recesión habría sido despedido de cualquier universidad” responde ironizando: “Enrique Iglesias, el presidente del BID, me presentaba ante los presidentes como el torturador de América Latina”. Triste título, aunque sea sin sarcasmo.
Los ajustes profundizaban la recesión, la desintegración social, la debilidad política. Parece obra de un demente o de alguien muy interesado, ahonda el periodista. Se defiende sin mucha credibilidad: el Fondo no estuvo de acuerdo con el tipo de cambio fijo cuando lo implantó Cavallo, el todopoderoso ministro de economía inventor del corralito.
Se enfada cuando se le recuerdan las críticas de Stiglitz al número dos del Fondo, Stanley Fischer, que tras abandonar el FMI pasó a ser un alto ejecutivo de Citigroup. Stiglitz argumenta contra la vinculación de estos ejecutivos de organismos internacionales con la comunidad financiera: las decisiones de cada institución reflejan las perspectivas e intereses de los que toman esas decisiones, no sorprende por tanto que las políticas de las instituciones económicas internacionales se ajusten en función de intereses comerciales y financieros de los países industrializados avanzados.
A mí me impresiona, dice Tenembaum, cómo durante el verano de 2001, cuando ya empezaba la fuga, nadie evaluó seriamente la posibilidad de imponer el control de capitales. El control de capitales hubiera agravado la situación, es la peor de las señales, responde Loser. Pero Tenembaum explica: un economista tan brillante como Paul Krugman recomendó públicamente el control de capitales; en su artículo en ortune, sugiere que Malasia impusiera controles a la salida de capitales para evitar el contagio de la crisis que ya había comenzado en la región, restricciones temporales en la capacidad de los inversores de retirar dinero de las economías en crisis, un toque de queda a la fuga de capitales como parte de una estrategia de recuperación.
¿Por qué el Fondo tiene opiniones tan tajantes sobre temas tan complejos? Pregunta nuevamente el periodista. Stiglitz opina que es comprensible que el FMI y las estrategias que impone a países de todo el mundo sean acogidas con tanta hostilidad, los miles de millones que entrega son empleados para mantener los tipos de cambio a niveles insostenibles durante un periodo breve, durante el cual los extranjeros y los ricos pueden sacar su dinero del país en condiciones más favorables, merced a los mercados abiertos que el Fondo ha recomendado a los países. Hay teóricos para los cuales la liberalización del mercado de capitales tomada en sí misma fue la medida más desestabilizadora para los países en desarrollo, el flujo de dinero caliente, entrando y saliendo de un país, que tantas veces sigue a la liberalización de capitales, provoca estragos. La revista conservadora The Economist elogió el sistema de control de capitales impuesto en Chile, diciendo que  los economistas liberales deberían reconocer que los controles de capitales, restringidos, en ciertos casos y sólo de determinada manera, tienen un rol. Ha llegado el momento de revisar la ortodoxia económica en esta área.
Pero Loser insiste: la imposición del control de capitales establece una relación de conflicto con el mercado financiero, el capital debía fluir libremente. De todos modos, en lo referido al control de capitales, “yo he sido y sigo siendo un defensor a muerte de la libertad de movimientos de capitales”.
Loser plantea que Cavallo le quitó mucho espacio a la negociación, los planes de competitividad, el cambio en la fórmula de convertibilidad, el corralito, entre otras varias medidas, fueron virtualmente unilaterales. La relación es siempre triangular, los EEUU presionan a países a través del Fondo y el Fondo es presionado por los EEUU y otros miembros del G-7 a demanda de países.
Empecemos por Michael Mussa, jefe de economistas del FMI durante ese periodo, dice Tenembaum, él sostiene en su libro La Argentina y el FMI que el Fondo aplicó la actitud de los “tres monitos”: no ver, no escuchar, no hablar. Hay un fragmento muy duro donde dice que, a mediados de 2001, sólo un imbécil podía no ver lo que ocurría en la Argentina y agrega, pero el Fondo no lo vio. Es muy extraño para una organización tan vertical que el propio Loser compara con el Partido Comunista por su verticalismo y cohesión.
Sigamos, Paul Krugman publicó un artículo “Llorando con la Argentina” en el New York Times en medio del momento más dramático de la crisis, donde sostuvo que el catastrófico fracaso de Argentina se debió a las políticas aplicadas en la década de los noventa. Textual: A los ojos de la mayor parte del mundo, las políticas económicas argentinas tienen pegada la estampilla “made in Washington”. La Argentina más que ningún otro país en desarrollo compró las promesas del neoliberalismo promovido por los EEUU, los aranceles desaparecieron, las empresas del Estado se privatizaron, le dieron la bienvenida a las corporaciones internacionales y el peso fue atado al dólar. Wall Street celebró y derramó dinero allí. Krugman también habla en su artículo: cuando estalló la crisis el FMI, al cual gran parte del mundo con justificación lo percibe como un brazo del departamento del Tesoro de los EEUU, no fue de ninguna ayuda. Krugman culmina con una cita muy apropiada a este debate: La gente que empujó a la Argentina a tomar las políticas desastrosas está ahora muy ocupada en reescribir la historia, culpabilizando a las víctimas, ¿No se siente reflejado? pregunta Tenembaum.
Pero otra vez es imposible para terminar, no recordar a Stiglitz, cuando dice: Los técnicos del FMI recomiendan para los países políticas que pensarían dos veces de aplicar si los afectados fueran miembros de sus familias. La globalización hasta ahora ha implicado que los países ricos impusiéramos en los países más pobres medidas que nosotros no aplicaríamos internamente.
Créame Sr. Loser, razona Tenembaum, no es agradable ver a la Argentina desde fuera. Hay demasiada irracionalidad, conflicto, recriminaciones y muy poco sentido práctico. El clima político ha sido tan autodestructivo que, creo, hubiera desaprovechado cualquier contexto internacional, por favorable que fuera. A los argentinos nos corresponde cambiar la Argentina, ¿A quién corresponde cambiar los organismos financieros internacionales?
Tomás Reichman, economista chileno que estuvo treinta años en el FMI, dijo que la Argentina es un caso para el diván psicoanalítico. Cualquier argentino desde el camarero al taxista te habla de los tipos de cambio, del riesgo país, etc. Se han visto obligados a ser economistas por necesidad, en el día a día.
 Valencia, julio de 2008


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