Trasversales
José Luis Redondo

La crisis de los alimentos

Revista Trasversales número 13,  invierno 2008-2009

Textos del autor
en Trasversales

Comentario a partir de “Nosotros que alimentamos al mundo”. Documental de E. Wagenhofer.


El documental austriaco muestra con maestría algunos de los problemas de la producción industrial y globalizada de los alimentos. Los escuetos comentarios de Ziegler explican las consecuencias generales de los procesos que se ven en la película.
El seguimiento desde la producción del tomate, en los invernaderos de Almería, hasta los mercados austriacos y la producción de la soja en Brasil para alimentar a las gallinas austriacas, señala la dependencia del transporte en una producción globalizada. Sólo a través de un precio barato del petróleo, que no tiene en cuenta su final cercano, es posible este disparate. Parece que el transporte, a pesar de las largas distancias recorridas, sólo incide en el 1% del precio de la mercancía. La escasez del petróleo para su utilización en el transporte, supondría el colapso de las producciones separadas miles de kilómetros de su consumo.
Otra llamada de atención está en la desigualdad en el acceso a los alimentos. Mientras en Brasil un propietario, además gobernador de Mato Grosso, controla la mayor parte de la soja de su Estado, en el Nordeste brasileño pasan hambre. No aparece en el documental la situación todavía más dramática de África, donde se mueren de hambre. Sí muestra las subvenciones de la UE a su agricultura, lo que permite colocar en los mercados africanos productos más baratos que los de producción local. Lo mismo puede decirse de los Estados Unidos.
También aparece la caída de los precios con que se paga el trigo al agricultor austriaco, al tiempo que se tienen que tirar toneladas del pan sobrantes o tiene que quemarse el maíz.
Efecto colateral de la ruina de la agricultura local en África es la emigración de los campesinos arruinados a las ciudades o a Europa, como se ve en los habitantes de las chavolas que cultivan las verduras en los plásticos de Almería.
La película muestra cómo la producción industrial acaba con la tradicional, empeorando la calidad y creando dependencia de las grandes empresas. Así, en la pesca industrial frente a la artesanal que esquilma los caladeros. Así, en los agricultores rumanos que compran a la empresa Pioneer las semillas híbridas para producir berenjenas, más bonitas aunque sin sabor. Igualmente, la eliminación de la selva para producir soja, contribuyendo al deterioro ecológico del planeta y al cambio climático.
Las cadenas de montaje que producen pollos es lo más repulsivo del documental. Ver la evolución desde el huevo al pollo empaquetado, que compramos en el supermercado, produce repugnancia. Es probablemente la cosificación absoluta del animal lo que ataca la sensibilidad del espectador, que días después se comerá un pollo asado o en filetes.
El final de la película, con la entrevista al director de Netslé, la primera empresa mundial de alimentación, cierra el círculo. Está claro que el único fin de la empresa es aumentar sus beneficios, para nada cuentan otras consideraciones. Primera productora de agua envasada, su director mantiene lo beneficioso que resulta la privatización del agua, a tratar como cualquier materia prima, para contribuir al ahorro de su consumo.
El documental no sólo es interesante por presentar algunos hechos de la comida actual, sino por suscitar preguntas de difícil pero necesarias respuestas.
Una primera exigencia de los productores agrícolas del Tercer Mundo no puede dejar de satisfacerse próximamente: acabar con las subvenciones a la producción de la UE y de EEUU. Es un punto clave en las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio.
Otros aspectos son de mucha más complejidad. La globalización de la producción sólo puede atenuarse a medida que suba el precio del transporte. Precio que depende del petróleo y de su escasez. Más vale ir hacia producciones más locales antes de que se produzcan derrumbes catastróficos. Las producciones locales en la aldeas africanas y en otras zonas tendrían que protegerse, es la única posibilidad de que no haya emigraciones en masa.
La producción agrícola y ganadera, cada vez más tecnificada, desplaza a la tradicional, lo que parece difícilmente reversible, aunque los precios del petróleo pueden limitarlo.
Se están  desarrollando sectores ecológicos que producen a precios mayores pero con más calidad y armonía con el medio, pero para consumidores con mayor poder adquisitivo. La introducción de los transgénicos que aumentan la producción no tiene porqué ser negativa, pero lo es al depender de grandes empresas como Monsanto, que también controlan los insecticidas adecuados y el proceso total. También es negativo, desde el punto de vista energético, la extensión del consumo de carne, propio de las dietas occidentales y sin que suponga mejoras en la nutrición. La producción de un kilo de carne necesita muchos de cereales y extiende las matanzas masivas e industrializadas de animales.
Ya puede alimentarse a toda la población del planeta, y es el primero de los derechos humanos que tendría que articularse a escala mundial desde la ONU. Parece que el planeta, con la tecnología actual, puede producir alimentos para 12.000 millones de personas y esta población podría alcanzarse en este siglo, después se convierte en un problema maltusiano y la población no podría seguir creciendo.
La destrucción del medio ambiente, como la selva o el mar o la escasez de agua apta para el consumo, producen disminución de la biodiversidad, desertificación y aumento de la temperatura; un ciclo infernal que se refuerza continuamente. La producción agrícola y ganadera, todavía más la de biocombustibles, exige estudios previos de viabilidad ecológica igual que en la instalación de una industria.
La crisis de las materias primas, petróleo y alimentos se unen a la económica actual y plantea problemas de imposible solución en el marco de una civilización discriminatoria y consumista.



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