Trasversales
Juan Manuel Vera

Primeras retóricas de la crisis

Revista Trasversales número 13, invierno 2008-2009

Textos del autor en Trasversales



Recupero un fragmento especialmente lúcido de Carlos Marx. “El capital y su expansión aparecen como principio y fin, como el móvil y la meta de la producción; la producción es únicamente producción para el capital, en lugar de que los instrumentos de producción sean medios para una plenitud cada vez más intensa del desarrollo de la vida, para la sociedad de los trabajadores”.

Me parece un buen punto de partida para reflexionar sobre la crisis, largamente preparada, que ha acabado por estallar en 2008. La traumática detención del proceso de expansión del capital es el momento en que se ponen de manifiesto las inconsistencias de nuestro modelo económico y de vida social. Cuando el ciclo ascendente se interrumpe abruptamente puede parecer que existe una lógica del capital distinta de una lógica humana, como si fuera una fuerza objetiva la que desencadena el desarrollo ilimitado de la producción de mercancías por medio de mercancías. Evidentemente, no es así, la expansión sin límites del capital es el resultado tanto de una visión humana de cómo es la sociedad como del comportamientos de sus agentes; en suma, es efecto de conductas humanas que pretenden ocultarse bajo la apariencia de leyes económicas inalterables. Y lo mismo ocurre cuando se entra en una onda larga de descapitalización.

La burbuja inmobiliaria y financiera alimentada por la última década  prodigiosa del capital se ha pinchado definitivamente. Durante estos años se había creído posible un crecimiento indefinido y acelerado de los precios de los activos inmobiliarios y financieros, basados en la expansión del crédito, al margen de la capacidad real de crear riqueza y valor. Más dura ha sido y será la caída. El término crisis resume, en este momento, tres procesos que se han sincronizado. Primero, la crisis inmobiliaria. Segundo, la crisis financiera. Tercera, el inicio de una recesión económica extendida y que puede acabar siendo global. Tiene, por tanto, una gravedad insólita. Se trata de una crisis potencialmente catastrófica.

Al día de hoy, el símbolo de lo que ocurre es el derrumbamiento de los gigantes financieros mundiales, apuntalados débilmente por los planes de salvación que EEUU y los principales países del resto del mundo han puesto en marcha. Los nombres más poderosos del orden financiero global han sido los primeros en tambalearse.
El inicio de la actual crisis económica ha resultado tan brutal en su desencadenamiento y amenazante en las consecuencias que pueden derivarse de ella, que ha paralizado gran parte de la capacidad de expresarla con las ideas conocidas. Como no puede ser de otra manera, se ha acudido a crisis anteriores (por ejemplo, la de los años setenta) en busca de retóricas. Entonces, los de arriba utilizaron la retórica del sacrificio. Los de abajo respondieron con la retórica defensiva de la resistencia. En los primeros momentos de la actual crisis ninguno de esos discursos sirve para afrontar las nuevas realidades. Algunas miradas se dirigen hacia la crisis del 29 en busca de discursos.

Toda retórica basada en la idea de repartir el coste de unos sacrificios que se deben a una forma de actuar irresponsable de los gestores del capital pone sobre la mesa la desagradable cuestión de las culpas y las causas de la crisis. Asimismo, convierte en legítima la pregunta sobre quiénes deben gestionar la situación: ¿los mismos que nos llevaron al precipicio?
Por otra parte, cualquier respuesta desde abajo del tipo “la crisis que la paguen los capitalistas” también resulta increíble, porque la actual crisis si algo revela es precisamente que los riesgos de la lógica del capital van más allá de una dialéctica capitalista-asalariado, al revelar cómo el mantenimiento del dominio del capital puede convertirse en un riesgo sistémico para todos, para el conjunto de la sociedad. Por otra parte, realmente, parece imposible que los capitalistas puedan pagar la crisis. Su principal duda es otra: si van a conseguir sobrevivir a la actual crisis a pesar de recibir grandes ayudas estatales.

Después de varias décadas de desregulación sistemática y de cuestionamiento del papel del Estado, han bastado unos meses de crisis para que gran parte de las élites mundiales hayan dejado de repetir sus discursos precedentes. Los cuales, por otra parte, difícilmente podrán sobrevivir a una ola de intervencionismo internacional y nacional sin precedentes para intentar salvar el sistema financiero mundial y a parte de las principales instituciones privadas.
Sin embargo, la mayor de las irresponsabilidades sería pensar que de todo esto es muy probable que salga algo bueno. La crisis suele ser un momento en que los poderosos intentan poner en marcha nuevas forma de disciplinamiento y de control social, aprovechando la angustia de la mayoría de la gente por evitar el paro y por salir adelante.

Por otra parte, la pregunta ¿cómo se saldrá de la crisis? no tiene respuestas unívocas. En uno de los extremos, si el sector más desregulador de la oligarquía financiera, vinculado en muchas ocasiones a los sectores de la economía criminal, se impusiera, dejando que cada cual se salve como pueda, generando el espacio para una nueva acumulación primitiva con un creciente poder de las mafias, se produciría una desarticulación institucional y desestructuración social enormemente peligrosa y disgregadora de los lazos comunes. Actualmente no parece que esa salida sea la más probable.
Pero hay otra posibilidad igualmente peligrosa para la autonomía social y las libertades. Se trata de la afloración de retóricas autoritarias y disciplinarias, apoyadas en un poder creciente de los Estados, en un intervencionismo cada vez mayor, adoptando formas próximas a capitalismos de Estado, económicamente nacionalizadores y políticamente neonacionalistas, que recogieran las lecciones más desagradables del ejemplo chino (aunque en la propia China el riesgo de explosión social pueda cuestionar la supervivencia de ese modelo político-económico).

Evidentemente, sólo son posibilidades, potencialidades, peligros. Pero los defensores de una democracia social basada en la autonomía, debemos pensar en los límites del terreno de juego. La construcción de alianzas sociales en la nueva etapa debería tener en cuenta ambos peligros, tanto la necesidad de bloquear la entropía desestructurante como de limitar las fuerzas centrípetas que podrían conducir a la emergencia de algunos Grandes Hermanos.
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Madrid, diciembre de 2008

 

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