Trasversales
Josu Montalbán

Obama y su discurso

Revista Trasversales número 13, invierno 2008-2009


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Dos meses y medio después de que los estadounidenses eligieran a Obama para presidir el Gobierno de EEUU, por fin, el primer presidente negro del monstruo yanqui ya ha tomado posesión de su casi omnipotente cargo. Su personalidad y las características de su campaña, que rompieron con la tónica de todas las anteriores, han convertido a Obama en un Mesías cuya misión no es anunciar al todopoderoso que vendrá tras él, como San Juan Bautista con respecto a Jesucristo y Jesucristo con respecto a Dios, sino encarnar en sí mismo al Todopoderoso. Obama llega, por fin, con una encomienda que va mucho más allá de las promesas, bellas aunque ambiguas, con que nos deleitó durante su campaña electoral. Todos los conflictos del Universo esperan que su mano se pose sobre ellos y los resuelva. Lo que constituía una luz, una esperanza y una boya flotante para consuelo de navegantes y náufragos, se ha convertido en un paño de lágrimas o un receptor de SOS. La Casa Blanca convertirá el Despacho Oval, de infausto recuerdo en la era Clinton, en la oficina del Teléfono de la Esperanza.
Pero no conviene llamarse a engaño porque a Obama no le asisten poderes sobrenaturales y su lugar en el orden mundial no es etéreo ni está por encima del bien y del mal. Hasta ahora muy pocos pensadores, economistas ni líderes políticos han relacionado la crisis económica con la caída inevitable del régimen de Bush. Sin embargo a nadie se le puede escapar que el fracaso de Greenspan al frente de la Reserva Federal de EEUU fue un mero error de cálculo. Quien le nominó por primera vez para dirigir la Reserva Federal de EEUU, Reagan, marcó época por sus políticas ultraliberales, a dúo con su homónima británica Margaret Thacher. Que los presidentes posteriores le siguieran nominando no debe extrañar demasiado, salvo que Clinton lo hiciera después de que dos presidentes republicanos hubieran permanecido tan contentos con sus consignas. Porque Greespan no engañó a nadie. Su trayectoria apenas ofrecía dudas: siendo asesor económico del candidato Richard Nixon, abandonó su puesto horrorizado porque Nixon inició su política de control de precios y salarios. Por tanto, no hay que dudar que la respuesta que proponga Obama para paliar la crisis económica que lastra todas las estructuras internas de EEUU vaya a ser definitiva y definitoria de mucho de lo que acontezca después. Ciertamente, se tratará de medidas de emergencia, pero va a ser interesante ver como ataja Obama la avaricia ilimitada de sus banqueros, de los que Greenspan llegó a decir que “los malos son los banqueros, que apostaron a que podrían seguir aumentando sus posiciones de riesgo (y de beneficios) y, aún así, venderlas antes del diluvio”.
Pues bien, en pleno diluvio económico jura su cargo Obama, aunque los ciudadanos norteamericanos se muestran dispuestos a capear todos los temporales con el impermeable de su euforia esperanzadora. Igualmente, Obama tiene a su favor la fornida gabardina que constituye la confianza que en él ha sido depositada a raudales, fuera y dentro de los EEUU. Pero esos raudales de confianza bien pronto se van a convertir, lógicamente, en raudales de exigencias. En los tiempos que vivimos, de convulsión e incertidumbre, los débiles se ponen en manos de quienes parecen fuertes. Obama accede a la Casa Blanca en un momento confuso en el que los frentes de poder y decisión del Mundo no están tan polarizados en el Imperio yanqui. El mundo se ha complejizado en exceso, ya no solo es complicado sino que es muy complejo. Los gobiernos malamente responden a las demandas más inmediatas de los ciudadanos; sin embargo, se ciñen y pliegan a las exigencias de las grandes corporaciones transnacionales. Las Organizaciones que nacieron con la vocación de ir gobernando espacios más amplios que los Estados, las Regiones plurinacionales o los continentes no se han modernizado y, la más significativa, la ONU, ni siquiera se ha democratizado, manteniendo el derecho de veto contra sus decisiones para sólo cinco Estados. ¿Será capaz Obama de mover, siquiera débilmente, lo que parece inamovible?
Fueron grandes las palabras que Obama pronunció durante su campaña. Como sabía cual era la trascendencia de sus palabras no dudó en calificarse como “ciudadano del mundo” y allí donde iba hacía ver que sus tentáculos alcanzaban a todos los lugares del Mundo. Llamó a la unión para lograr la salvación del planeta y alertó sobre la brutalidad de las muchas guerras activas en el Mundo. Llamó a rehacer el Mundo de nuevo y se preguntó sobre qué pilares debía rehacerse, con el objetivo de conseguir “un nuevo amanecer para el Mundo”. En  Berlín no dudó en referirse a los muros que separan a los ricos de los pobres, los paredones que excluyen a las razas, a las tribus, a los credos religiosos, a los nativos de los inmigrantes que viven en las ciudades desarrolladas. Constantemente se ha apuntado a una nueva generación, basta un vistazo para discernir que ni siquiera puede ser equiparado a Clinton por adscripción generacional, y se comprometió: “Tenemos que responder a nuestro destino”. Clamó por la salvación del planeta atribulado por el cambio climático, la amenaza nuclear, el hambre y la pobreza, que son fenómenos encadenados entre sí. Y claro, ya no sirven las frases lapidarias porque cada frase suya encerraba, además de una promesa, un compromiso que es preciso cumplir. Sus discursos han sido escritos por un joven que aún no llega a los treinta años. Simbólicamente el detalle es impecable tratándose además de un joven que vive, como otros jóvenes de EEUU, en un apartamento reducido y escasamente amueblado (según informaciones de prensa). ¿Será un joven rebelde, será acomodaticio, digerirá su fama internacional con normalidad para continuar siendo útil? Y también resulta bella la imagen de Obama manejando el rodillo y la brocha con los que en la víspera de su toma de posesión ha adecentado un local destinado a dar cobijo a jóvenes “sin techo”. Lo haría para facilitar una bella fotografía pero, a veces, una imagen vale más que mil palabras, y los jóvenes que dormirán en esas dependencias también pertenecen a esa nueva generación que debe responder a su destino.
No ha faltado grandeza porque el Presidente de EEUU también lo es un poco del Mundo. El Imperio va a ser llamado a mediar en muchos conflictos, a batallar en guerras provocadas por intereses económicos, a doblegar voluntades que no se quieran acomodar al Orden Mundial establecido. Y Obama debe responder desde el principio a esas expectativas. En el ámbito interno está obligado a alimentar el orgullo americano, pero deberá impedir por todos los medios que ese orgullo se convierta en soberbia, como ha ocurrido durante los gobiernos de Bush. El Mundo le reclama como un amigo de brazos acogedores y de saludable sonrisa. Sumergidos en el caos, los ciudadanos del Mundo estamos dispuestos a aceptar su liderazgo, aunque sea negro, nieto de africanos y tataranieto de esclavos explotados. Los vaqueros que pensaban con los pies apoyados sobre la mesa en lugar de hacerlo con la mano en el mentón o las sienes, no nos gustan a los ciudadanos del Mundo. Ahora que ha aparecido Obama coronando el horizonte incluso valoramos más a los ciudadanos americanos a los que no considerábamos capaces de tal hazaña. Obama, de momento, lo ha cambiado todo. La frase de Zapatero en que muestra la disposición de ayudar a Obama “para que él nos ayude a todos”, marca un rumbo nuevo porque da a entender que lo que deseamos es que sea nuestro amigo mucho antes que nuestro aliado. Aunque use una limusina blindada que vale más de sesenta millones de las antiguas pesetas y aunque vaya a vivir rodeado de guardaespaldas, le queremos como amigo.
Pero el tiempo será el que responda sin necesidad de que nadie pregunte nada. Ahora estamos sumergidos en ese delirio que nos provocó la elección de Obama, incapaces de calibrar la dimensión de los desafíos que le acechan. Nadie es ajeno al cambio necesario en el Orden (Desorden) Mundial, incluso dicho cambio ha dado sus primeros pasos, pero creemos estar en el camino adecuado. Todo lo vacilante, lo irresoluto, lo hemos apuntado en la agenda de Obama y, a buen seguro, no podrá resolverlo todo prontamente. El Mundo y la Humanidad son demasiado complejos y amplios como para encomendárselo a un solo hombre. Deberá, como mínimo, aceptar nuestra amistad, administrar con cautela nuestra confianza y admitirnos como sus colaboradores aunque los cambios sociales que demandan sus ciudadanos norteamericanos deba afrontarlos con sus colaboradores más cercanos.
En todo caso le espera un Mundo degradado, unos mecanismos económicos y financieros infestados de avariciosos especuladores; le esperan millones de cubanos que desean que levante los sucesivos bloqueos y desmantele las instalaciones militares de Guantánamo (cerrar la cárcel no es suficiente); le esperan millones de iraquíes que reclaman su derecho a vivir libremente y reconstruir sus ruinas sin supeditaciones a las empresas estadounidenses; le esperan todos los latinoamericanos para que, relacionándose con ellos, no se inmiscuya en sus gobiernos ni en sus vidas; le esperan los palestinos para que no oculte la cabeza bajo el ala cuando Israel se contagie de muerte; le espera Oriente Próximo para que no parezca tan lejano y alejado tras las túnicas y los turbantes; le esperan los dragones asiáticos para que sus respectivos desarrollos nacionales no supongan desequilibrios ni subdesarrollos en otros lugares; le espera Irán para que el debate nuclear se desarrolle en igualdad de condiciones entre todos los países armados de tal guisa; le espera África para que sus gentes no mueran por causas como el hambre, la miseria o las pestes, tan fácilmente subsanables; le esperan las Organizaciones y Organismos Internacionales (¡ONU!) para que impulse su democratización y sus reformas en aras de la eficacia; le esperan los torturados y condenados a penas de muerte en el Mundo para que, empezando por EEUU, les sirva de ejemplo para respetar el derecho humano más básico cual es el de la vida; le esperan las criaturas de Cosmos para que la carrera espacial no persiga tanto la espectacularidad como el desarrollo tecnológico; le espera el Futuro.
Empieza un nuevo futuro. Todo futuro es nuevo, pero igualmente todo futuro arrastra los vicios y usos del pasado. Obama es la ruptura. Conforme su llegada se ha ido haciendo inevitable han ido estallando las sorpresas. No hubieran explotado del mismo modo, con tal estampida, si hubiera sido Hillary Clinton la competidora en las elecciones por el bando demócrata, pero la opción Obama hizo saltar todas las alarmas. El sistema financiero y monetario se había mantenido a base de trampas que fueron descubiertas de modo espectacular. A una estafa sucedió otra y otra como si se tratara de un castillo de naipes levemente empujado por el dedo del Mercado. Nada hubiera sido igual si Obama no hubiera ganado la batalla.
El discurso de su toma de posesión ha sido definitivo, contundente y bello. Además de americano e imperial, con más luces que sombras: apenas dos borrones en medio de un campo extenso de letras y palabras significativas. Dos borrones necesarios, inevitables, en medio de un cuerpo discursivo bello en cuya anatomía se dibuja el paisaje primaveral de los nuevos tiempos, pero el discurso bien merece una disección aparte.
Le acompañaron muchos cientos de miles de compatriotas en los alrededores del Capitolio, pero la concurrencia mostraba un color especial, sus semblantes eran los de la ilusión mucho más que los de la grandeza. Su líder, el negro Barack, les iba a dirigir la palabra. El sencillo Obama apareció en las tribunas en medio de la solemnidad, pero la seriedad de su rostro estaba adornada por un rictus de sonrisa y, a su lado, la negra Michelle refrescaba aquella imagen con el betún brillante de su piel, sus ojos saltarines de entusiasmo y su atuendo de color maíz (según Boris Izaguirre). Más al lado aún las dos niñas negras –Malía y Sasha- que me hicieron recordar a los niñitos negros de las estampitas que me daban en la catequesis para reclamar una limosna especial para el mantenimiento de las Misiones católicas. Todo era nuevo, inesperado, impactante incluso antes de la primera palabra: “Compatriotas”.
En ese discurso americano solo he hallado dos estridencias: la excesiva confianza depositada en Dios y la aseveración de que “nuestra nación está en guerra”. Ciertamente es un exceso convocar a sus compatriotas para la fiesta de los nuevos tiempos porque “el significado de nuestra libertad y de nuestro credo es el saber que Dios nos llama a dar forma a un destino incierto”. No es quien le ha convocado a llevar adelante tan magno proyecto, sino los votos de los ciudadanos de EEUU y la esperanza de tantos ciudadanos del Mundo que somos conscientes del poder del imperio yanqui en el Mundo… Y resulta excesiva su afirmación de que están en guerra cuando debiera haber puntualizado que EEUU participa en guerras que tienen lugar en muchas partes del Mundo, aunque ninguna de ellas tenga lugar en su territorio. Ha sido precisamente la dilecta predisposición de sus tropas para acudir a los conflictos la que ha alimentado la “red de gran alcance de odio y violencia” hacia EEUU. En su mano está debilitar la red desde el convencimiento, la diplomacia y las nuevas actitudes del imperio norteamericano.
Son más las razones para el optimismo. La concesión del protagonismo al pueblo, por encima de la figura del emperador: “EEUU se ha mantenido no sólo por la pericia de los altos cargos, sino porque nosotros, el pueblo, hemos permanecido fieles a los ideales de nuestros antecesores”. Continuamente subrayó el valor del nosotros frente al del yo, el destino común de sus compatriotas que coincide con el suyo porque “EEUU es más grande que la suma de nuestras ambiciones individuales y más grande que todas las diferencias de origen, riqueza o facción”.
Tras un acto de contrición porque “nuestro sistema de salud es caro; nuestras escuelas han fallado a demasiados; y cada día aporta nuevas pruebas de que la manera en que utilizamos la energía es una amenaza para el planeta”, incita a la acción desde el convencimiento (divino) de que “todos somos iguales, todos somos libres y todos merecemos la oportunidad de alcanzar la felicidad plena”. Encomiable base para fijar su programa de actuaciones en materia económica, en materia de infraestructuras, en materia de reformas medioambientales. El futuro reclama cambios de actitud, por eso alerta a los “cínicos” anticuados que “los argumentos políticos estériles que nos han consumido durante demasiado tiempo ya no sirven”. Llamó a fortalecer la confianza entre el pueblo y el gobierno en aras a lograr una mayor eficacia y a restituir la honradez de la Política.
No faltó una alusión al sistema de mercado imperante en el Mundo, como garante de libertades, pero tampoco faltó una fundada advertencia: “La cuestión tampoco es si el mercado es la fuerza del bien o del mal, pero esta crisis nos ha recordado que sin vigilancia el mercado puede descontrolarse y que una nación no puede prosperar durante mucho tiempo si favorece sólo a los ricos”. Este asimiento a las dualidades –bien o mal, ricos o pobres- no tiene nada que ver con la dualidad de Bush que llevó a definir el famoso Eje del Mal: “Nuestro poder crece a través de su uso prudente, de que la seguridad emana de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo y las cualidades de la templanza, la humildad y la contención”. Y apeló con humildad a la definición de EEUU como herederos de una cultura multirracial en la que la diversidad de razas y culturas constituye una riqueza y una oportunidad para el Mundo por lo que supondrá de ejemplo a imitar.
Obama se sabe emperador pero ha ejercido de plebe. He ahí su grandeza. Y ofreció su empeño para que el Mundo que sufre deje de hacerlo aunque para ello deban ceder de su bienestar los más acomodados: “A aquellas naciones que, como la nuestra, gozan de relativa abundancia, les decimos que no podemos permitir más la indiferencia ante el sufrimiento fuera de nuestras fronteras, ni podemos consumir los recursos del mundo sin tomar en cuenta sus consecuencias”. Les conminó a todos a colaborar con sus propias actitudes porque “es la bondad de acoger a un extraño, la abnegación de los trabajadores que prefieren acortar sus horarios antes que ver a un amigo perder su puesto de trabajo, lo que nos hace superar nuestros momentos más oscuros”.
Culminó su discurso con una llamada al patriotismo, al trabajo y a la honestidad: “Lo que se nos pide ahora es una nueva era de responsabilidad, un reconocimiento de que tenemos deberes para con nosotros, nuestra nación y el mundo”. La guinda de esta llamada fue el recuerdo de su padre como hombre humilde que, 60 años antes, fue discriminado. Ahora, su hijo negro, juraba su cargo solemnemente.
El final de su discurso fue épico. En apenas un manojo de trazos esbozó pasajes indelebles de la Historia de América, violentos y abnegados, sangrientos. Ellos vencieron todos los peligros para culminar su revolución. Obama reclamó la presencia del Padre de EEUU con una cita lapidaria, a cuyas palabras tildó de eternas. Y congregó a todos a recordar las palabras: “Con esperanza y virtud, sorteemos nuevamente las corrientes heladas, y aguantemos las tormentas que nos caigan encima. Que los hijos de nuestros hijos digan que cuando fuimos puestos a prueba nos negamos a permitir que este viaje terminase, no dimos la vuelta para retroceder, y con la vista puesta en el horizonte y la gracia de Dios encima de nosotros, llevamos aquel regalo de la libertad y lo entregamos a salvo a las generaciones venideras”.
La Lírica y la Épica se pusieron de acuerdo para construir un bello monumento dialéctico. La paleta, hábilmente manejada por la sana Retórica, colocó cada palabra en la oquedad que el destino le había asignado. La Ética cuidó que el discurso no rindiera su fundamento didáctico al mero destello espectacular de la soberbia magnificencia. El resultado fue estéticamente insuperable. Aunque es verdad que ni una sola de sus frases llegará a la posteridad aisladamente, también lo es que la Humanidad estaba precisando este discurso, pronunciado con sencillez, y con tanta firmeza como ternura, por un presidente  de EEUU sonriente y negro.


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