Trasversales
Thierry Ternisien

Crisis económica: reflexiones a partir de "Ha comenzado la salida del capitalismo"

Revista Trasversales número 13 enero 2009 (escrito en marzo 2008)

El blog de Thierry Ternisien



Cuarenta años después de la revuelta de mayo de 1968, veinte años después de la caída del Muro de Berlín, el mundo tiene una triple crisis frente a sí.
Crisis económica, con un capitalismo que,  a causa de su propio desarrollo, padece límites probablemente insuperables.
Crisis política, con la muerte a fuego lento de la democracia.
Crisis de civilización, por último, con una actividad humana que, en el mejor de los casos y para la mayoría de la gente, se limita al trabajo y al consumo.

Estas tres crisis, que en realidad son una y única crisis, abren probablemente una nueva era para la condición humana. André Gorz, en el último artículo escrito antes de su muerte, nos dejó un mensaje que estaba lleno tanto de esperanza como de inquietud: "La sortie du capitalisme a déjà commencé" (Ecologica, Editions Galilée, 2008). Tal y como también ha hecho Jean-Luc Porquet en Le Canard enchaîné (30/1/2008), con estos escritos de Gorz podemos hacer una lectura especialmente pertinente de la actual crisis financiera.
Por su propio desarrollo, el capitalismo ha alcanzado un límite que no es capaz de superar y que hace de él un sistema que sólo logra sobrevivir por medio de subterfugios a la crisis de sus categorías básicas: el trabajo, el valor, el capital.

La crisis financiera que ha sacudido la economía mundial no se debe a la actuación del especulador -uno de los tres chivos expiatorios, junto al terrorista y al pedófilo, a los que la sociedad actual achaca todos sus males- sino que es la lógica culminación de una evolución que se ha acelerado. En los treinta últimos años, a causa de la revolución microelectrónica, la cantidad de trabajo requerido para la fabricación de un producto, y por lo tanto su precio (su valor de cambio) ha descendido de forma continuada. Más que nunca hasta ahora, se confirma  la contradicción interna sobre la que reposa el capitalismo.
Por un lado, el sistema vive de la absorción de energía humana a través del gasto de la fuerza de trabajo; por otro lado, requiere, a causa de la competencia, un aumento permanente de la productividad, lo que tiende a reemplazar el trabajo humano por máquinas y a reducir el precio (valor de cambio) de los productos.
Hasta ahora, esta contradicción, causa de  todas las crisis anteriores y de forma muy notoria de la de 1929, había sido superada por la expansión de los mercados a nuevos segmentos de consumidores. El gasto de trabajo por unidad de producto disminuía, pero la producción aumentaba en términos absolutos. Sin embargo, con la revolución microelectrónica todo indica que este mecanismo de compensación se ha parado. Por primera vez, la innovación de los procedimientos, que afecta a las estructuras de organización, de producción y de distribución, es más rápida que la innovación de productos. La cantidad de trabajo hecha superflua  supera la cantidad de trabajo creado por la expansión de los mercados.

El sistema alcanza así un límite en el que la producción y la inversión en la producción dejan de ser lo suficientemente rentables como para que el monto de la ganancia realizada no disminuya. Ya no no basta con esa loca carrera jalonada por la intensificación de la explotación ("trabajad más"), la disminución de salarios, la reducción de plantillas y la subcontratación. Dado que este aumento de la productividad, más rápido que la expansión de los mercados, no hace rentables las inversiones en la economía real, el capital-dinero refluye hacia los mercados financieros y crea burbujas especulativas.
Desde 1999, el "Manifiesto contra el Trabajo" (Krisis, Manifiesto contra el Trabajo, ed. Virus, 2002,  de Robert Kurz y otros autores) anunciaba el riesgo de derrumbe de los mercados financieros de los centros capitalistas en Estados Unidos, Eurpoa y Japón, dado que el plusvalor ficticio de los valores bursátiles sólo es la anticipación de un consumo futuro de trabajo real que, en realidad, no llegará nunca.

En esa situación estamos. Una parte significativa de los beneficios no se reinvierten en la producción: no es lo suficientemente rentable. Las 500 empresas del índice Standard & Poor disponen de 631.000 millones de dólares en reservas. Un estudio realizado por McKinsey calcula que hay capitales por valor de 80 billones de dólares buscando colocación. Más de la mitad de las ganancias de las empresas estadounidenses provienen de las operaciones financieras. Para reproducirse e incrementarse el capital recurre cada vez menos a la producción de mercancías y cada vez más a la "industria financiera", que no produce nada: "crea" dinero con dinero, dinero sin sustancia, por la compra y venta de activos financieros e inflando burbujas. La continua subida del precio de de los títulos permite a sus poseedores obtener de los bancos préstamos cada vez máyores que son reutilizadas en otras inversiones especulativas o en la compra de bienes, dando la impresión de abundancia de liquidez. Esto, en realidad, se debe a un aumento espectacular de las deudas de todo tipo, teniendo como garantía  las cotizaciones sobrevaloradas de los títulos inmersos en la burbuja. El dinero es la única mercancia que la industria  financiera produce con operaciones cada vez más arriesgadas y menos controlables sobre los mercados financieros.
La hipotecas subprime son el ejemplo perfecto: se dan masivamente préstamos a personas que no disponen de medios para pagarlas, porque nada es más provechoso que permitir que la gente se sobreendeude y conseguir beneficios anticipados sobre las ganancias que supuestamente se generarán cuando sean devueltos los préstamos con sus intereses.

La masa de capital que atrae y gestiona la industria financiera es muy superior a la masa de capital que valoriza la economía real (el total de activos financieros es 160 billones de dólares, tres o cuatro veces el PIB mundial). El "valor" de este capital es puramente ficticio, pues reposa en gran medida sobre la deuda y la buena voluntad, es decir, sobre las expectativas: la Bolsa capitaliza el crecimiento futuro, los beneficios futuros de las empresas, los aumentos futuros de los precios inmobiliarios, las ganancias que puedan derivar de las reestructuraciones, fusiones, concentraciones, etc. La capitalización de las expectativas de ganancias y de crecimiento entraña un endeudamiento creciente, alimenta la economía  con recursos líquidos  debidos al reciclaje bancario de plusvalías ficticias y permite a Estados Unidos un "crecimiento económico" que, sobre la base de la deuda interna y externa, es con mucho el principal motor del crecimiento mundial, incluso tomando en cuenta el crecimiento chino. La economía real se está convirtiendo en un apéndice de las burbujas especulativas alimentada por la industria financiera.
Por más que se culpe a la especulación, a los paraísos fiscales, a la opacidad y a la falta de regulación del sector financiero -en particular, los fondos de cobertura-, lo cierto es que la amenaza de depresión, o incluso de colapso, que se cierne sobre la economía mundial no se debe a la falta de control, sino a la incapacidad del capitalismo para reproducirse.

24 de marzo 2008




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