Durante la Guerra Civil alrededor de 35.000 voluntarios internacionales
vinieron al Estado español para defender la República. Muchos
de ellos nunca volverían a sus más de 50 países de origen.
Su sacrificio y su internacionalismo no tenían precedentes.
En el contexto del auge del fascismo en los años treinta, la Guerra
Civil Española dio la oportunidad, sobre todo a los refugiados de regímenes
autoritarios, de combatir, armas en la mano, esta terrible amenaza. Desde
el principio de la guerra cientos de voluntarios extranjeros, ya presentes
en la península o llegando por sus propios medios, se integraron
en las milicias obreras.
Pero no fue hasta que se implicó la Unión Soviética
en la defensa de la República que hubo una organización masiva
de voluntarios internacionales. La política exterior soviética
en este momento fue la de buscar una alianza con las democracias contra los
países fascistas. La expresión doméstica de esta política
fue el Frente Popular de todos los demócratas contra el fascismo.
Cuando empezó la Guerra Civil, las democracias, principalmente Gran
Bretaña y Francia propusieron la no-intervención como, supuestamente,
la mejor manera para evitar que la guerra se extendiera. La razón
real de esta decisión, sin embargo, fue el poco interés por
parte de las clases dominantes de estos países de salvar una República
vista como “roja”. Esta política cínica significaría
que mientras los poderes fascistas enviaban todo lujo de material logístico
y humano a Franco, a la República le fue negado todo tipo de apoyo
logístico.
Aunque al principio Stalin apoyó la no-intervención, cambió
su política cuando vio que la ayuda fascista iba a significar una victoria
rápida de los nacionales. No obstante, el envío de armas soviéticas,
muy desigual en su calidad y cantidad, siempre estaba condicionado por la
necesidad de acabar con la revolución y con el fin de evitar la derrota
de la República, más que procurar su victoria.
En Moscú, en septiembre de 1936, y como consecuencia del giro en
la política soviética, la Internacional Comunista tomó
la decisión de formar las Brigadas Internacionales. Éstas estarían
organizadas por los partidos comunistas de cada país con el partido
francés asumiendo un papel clave para asegurar su traslado a través
de la frontera con el Estado español.
Aunque entre los voluntarios hubo algún aventurero, la gran mayoría
fueron antifascistas muy convencidos, muchos con años de experiencia
como activistas en los movimientos populares de sus países. Tanto
fue el caso que algunos partidos comunistas tuvieron que vetar que tantos
valiosos militantes fueran a luchar contra el fascismo por la pérdida
que esto representaba para su trabajo político a nivel doméstico.
La presencia en las filas de las Brigadas de algunos escritores y poetas
conocidos ha dado un imagen equivocada sobre su composición social.
En realidad, la gran mayoría de los brigadistas fueron jóvenes
de origen obrero, muchos de ellos parados. Pocos tenían una experiencia
militar, aunque bastantes habían participado en las luchas callejeras
en sus países contra el fascismo.
El contingente más importante fue el francés. También
hubo grupos nutridos de alemanes, polacos, italianos, estadounidenses, británicos,
yugoslavos, checos y belgas. Los voluntarios de origen judío fueron
bastante numerosos algo que reflejaba su papel central en la lucha antifascista
en la Europa de aquel entonces. Además de los combatientes, también
fueron como voluntarios un nutrido equipo de personal médico (hombres
y mujeres), chóferes y otros técnicos.
Su papel
El impacto de la llegada de las Brigadas fue tan psicológico como
militar. Sobre todo su dramática entrada en el Madrid asediado o cuando
durante la victoria republicana en Guadalajara los brigadistas italianos se
enfrentaron directamente con las tropas fascistas enviadas por Mussolini.
Aunque solamente formaban una parte pequeña del ejército republicano,
tuvieron un papel destacado en las batallas del Jarama, Brunete, Belchite,
Teruel y el Ebro. Un 30% de los brigadistas murieron. Varios factores contribuyeron
a que sufrieran tantas bajas: su papel como tropas de choque, la estrategia
republicana de grandes ofensivas, un entrenamiento inadecuado, la incompetencia
de algunos de sus comandantes y la falta de armas.
Aunque han sido presentados como el ejemplo máximo del Frente Popular,
en realidad, a pesar de la presencia de voluntarios socialistas o no alineados,
las Brigadas fueron controladas por los comunistas. Más de la mitad
de los voluntarios fueron militantes comunistas y entre los mandos y los oficiales
este porcentaje fue más elevado. Además, llegaron a la República
casi 600 comunistas extranjeros desde la URSS, muchos de los cuales habían
pasado antes por las filas del Ejército Rojo. Estos militantes, sobre
todo, ocuparon los puestos de mando más importantes.
Como atestiguan sus memorias y la documentación disponible, la gran
mayoría de los brigadistas tuvieron poca idea sobre la naturaleza
del proceso político en la zona republicana, más allá
de la línea comunista de que la guerra era una guerra en defensa de
la democracia contra el fascismo. En general no tuvieron contacto con la población
local. Por eso, fue fácil propagar la versión estalinista de
los acontecimientos en las filas de las Brigadas.
Dentro de la Brigadas mismas, hubo una paranoia por parte de algunos mandos,
sobre su comandante Andre Marty, sobre la presencia de espías y “trotskistas-fascistas”.
Aunque la represión en las Brigadas Internacionales no era tan drástica
como han insistido los historiadores conservadores y revisionistas, hubo represalias
e incluso ejecuciones. La mayoría fueron por casos de indisciplina
y deserción, pero también había casos de supuestos “trotskistas”
y “provocadores”. En realidad hubo muy pocos trotskistas que lucharon con
la Brigadas; los pocos que llegaron al Estado español participaron
en las milicias del POUM o, en algún caso, de la CNT. De todas maneras,
las intrigas políticas y los nombramientos de mandos por razones políticas
contribuyeron al desgaste de las Brigadas.
Impresionar a las democracias
Ya a mediados de 1937, la guerra fue presentada cada vez más como
una guerra contra invasores extranjeros, una guerra por la independencia nacional.
A nivel de propaganda, la presencia de las Brigadas puso en entredicho esta
supuesta lucha patriótica. Por eso, las referencias a las Brigadas
como el gran ejemplo para el pueblo casi desparecieron de los medios de
comunicación.
En un último, e inútil, intento de impresionar a las democracias
sobre la naturaleza nacional y democrático-burguesa de su lucha, en
septiembre 1938, el gobierno republicano anunció la retirada de las
Brigadas.
Hubo unos miles, sin embargo, que no tuvieron más remedio que quedarse,
dado que no pudieron volver a sus países que se encontraban en manos
de dictaduras fascistas. A principios de febrero 1939, estos voluntarios
volvieron a luchar para proteger el terrible éxodo de cientos de miles
de personas desde Catalunya hasta la frontera francesa.
Con el final de la guerra no terminó la epopeya de los voluntarios.
Muchos participaron en la resistencia contra el fascismo durante la Segunda
Guerra Mundial, sobre todo en Francia; otros murieron en los campos de exterminio
nazis. Entre las víctimas estuvieron comunistas extranjeros que originalmente
habían ido al Estado español desde la Unión Soviética,
cuyo gobierno ahora se negaba a recibirles de nuevo. Algunos, principalmente
alemanes, que sí llegaron a la URSS, fueron entregados a los nazis
por las autoridades soviéticas a raíz del pacto de no-agresión
entre Hitler y Stalin. Otros padecieron en las purgas estalinistas, como fue
el caso de muchos de los asesores soviéticos que habían estado
en el Estado español. Su destino tampoco mejoró mucho después
de la Guerra Mundial en los nuevos estados estalinistas de Europa oriental:
aunque algunos ex Brigadistas llegaron a ser altos funcionarios, otros desaparecieron
en una nueva ola de purgas.
En las democracias, los voluntarios, acusados de ser comunistas, sufrieron
a menudo la discriminaron de sus gobiernos. Sobre todo este fue el caso en
los EEUU donde los ex brigadistas se contaron entre las víctimas de
la histeria anticomunista de los años cincuenta. Muchos nunca dejaron
de luchar por un mundo mejor y destacaron como activistas de izquierdas para
el resto de sus días.
No cabe duda que el ejemplo de las Brigadas Internacionales, su heroísmo
y su entrega internacionalista son únicas. Sin embargo, también
ha servido para perpetuar el mito de una guerra en defensa de la democracia,
en lugar de una guerra en el seno de la cual hubo una gran revolución
social que fue aplastada por los comunistas y sus aliados. Los propios ex
brigadistas a menudo han contribuido en insistir en esa versión interesada
de la guerra. Además, con el tiempo, se ha olvidado que muchos de ellos
vinieron aquí, como muestran sus cartas y escritos, como revolucionarios
que vieron en la guerra contra el fascismo un paso hacia la victoria, no de
la democracia liberal, sino del socialismo.